LAS MISERIAS DEL HISTORICISMO (III)
KARL POPPER
Título original: The Poverty of Historicism
Karl R. Popper, 1957
Traducción: Pedro Schwartz
II. LAS
DOCTRINAS PRONATURALISTAS DEL HISTORICISMO
Aunque
el historicismo es fundamentalmente antinaturalista, no se opone en absoluto a la
idea de que hay un elemento común entre los métodos de las ciencias físicas y
de las sociales. Esto quizá sea debido al hecho de que los historicistas adoptan generalmente el punto
de vista (que yo comparto plenamente) de que la sociología, como la física, es
una rama del conocimiento que intenta ser , al
mismo tiempo, teórica y empírica.
Al
decir que es una disciplina teórica, entendemos que la
sociología tiene que explicar y predecir acontecimientos,
con la ayuda de teorías o leyes universales (que intenta descubrir). Al
describir la sociología como ciencia empírica, queremos decir que ha de estar
corroborada por la experiencia, que los acontecimientos que explica y predice
son hechos observables y que la observación es la base sobre la que
aceptar o rechazar cualquier teoría propuesta. Cuando hablamos de éxito, en
física, pensamos en el éxito de sus predicciones: y el éxito de sus
predicciones puede decirse que es lo mismo que la corroboración empírica de las
leyes de la física. Cuando contrastamos el relativo éxito de la sociología con
el éxito de la física, estamos suponiendo que el éxito de la sociología consistiría, de la misma forma
y básicamente, en la corroboración de las predicciones. De aquí se sigue que
ciertos métodos—predicciones con la ayuda de leyes y el poner a prueba las leyes
por medio de la observación— tienen que ser comunes a la física y a la sociología.
Estoy
totalmente de acuerdo con este punto de vista, a pesar de que lo considere uno de
los presupuestos básicos del historicismo. Pero no estoy de acuerdo con el
desarrollo detallado de este punto de vista, que lleva a un número de ideas que describiré más
adelante. A primera vista, podrían
aparecer como una serie de consecuencias directamente derivadas del punto de
vista general más arriba esbozado. Pero, de hecho, implican otros presupuestos,
a saber, las doctrinas antinaturalistas
del historicismo y más específicamente la doctrina de las leyes o tendencias históricas.
11. Comparación
con la astronomía. Predicciones a largo plazo y predicciones a gran escala[1]
Los historicistas modernos quedaron grandemente
impresionados por el éxito de la teoría de
Newton, y especialmente por su
capacidad para predecir las posiciones de los planetas con gran antelación. La
posibilidad de esta clase de predicciones a largo plazo, sostienen, queda de
esta forma establecida, mostrando que los viejos sueños de profetizar el futuro
distante no traspasan los límites de lo que puede ser alcanzado por la mente humana.
Las ciencias sociales tienen que apuntar a la misma altura. Si le
es posible a la astronomía el predecir eclipses, ¿por qué no le iba a ser
posible a la sociología el predecir revoluciones?
Sin embargo, aunque nuestra meta deba ser tan alta, no debemos olvidar nunca, insistirá
el historicista, que las ciencias sociales
no pueden esperar, y no deben intentar, conseguir la precisión de las
predicciones astronómicas. Un calendario científico exacto de acontecimientos sociales, comparable, digamos, al Almanaque Náutico, es lógicamente imposible
(según se ha visto en las secciones 5 y 6). Aunque las revoluciones puedan ser predichas
por las ciencias sociales, ninguna de estas predicciones puede ser exacta;
tiene que haber un margen de incertidumbre en cuanto a sus detalles y en cuanto
al momento en que va a ocurrir.
Aunque
concedan, e incluso acentúen, las deficiencias de las predicciones sociológicas
en cuanto a detalle y precisión, los historicistas sostienen que la amplitud y
relevancia de estas predicciones podrían compensar estos inconvenientes. Las
deficiencias nacen principalmente de la complejidad de los acontecimientos
sociales, de su interconexión y del carácter cualitativo de los términos sociológicos.
Pero aunque, como consecuencia de ello, la ciencia social sufra de vaguedad,
sus términos cualitativos le ofrecen al mismo tiempo una cierta riqueza y
amplitud de significado. Ejemplos de estos términos son: «choque de culturas», «prosperidad»,
«solidaridad», «urbanización», «utilidad».
A las predicciones de la clase descrita,
es decir, predicciones a largo plazo cuya vaguedad está compensada por su
alcance y relevancia, me propongo
llamarlas predicciones a gran escala. Según el historicismo, ésta es la clase
de predicción que tiene que intentar la sociología.
Es ciertamente verdad que estas predicciones a gran
escala—predicciones a largo plazo de
amplia extensión y posiblemente algo vagas—pueden ser llevadas felizmente a cabo
en algunas ciencias. Ejemplos de predicciones a gran escala importantes y con
bastante éxito pueden encontrarse dentro del
campo de la astronomía. Así las predicciones de la actividad de las manchas de
sol sobre la base de leyes periódicas (importantes para las variaciones
climatológicas) o sobre la base de los cambios diarios y estacionales de la ionización
de la alta atmósfera (importantes para
la radiofonía sin hilos). Estas se parecen a las predicciones de eclipses, en
cuanto que recaen sobre acontecimientos de un futuro comparativamente distante,
pero se diferencian de ellas en que a menudo son meramente estadísticas, y en
cualquier caso menos exactas en cuanto a los detalles, el momento y otras
características. Vemos, pues, que las predicciones a gran escala no son en sí
mismas necesariamente irrealizables; y caso de que las predicciones a largo
plazo sean; realizables en las ciencias sociales, queda bastante claro que sólo
pueden ser lo que hemos descrito como predicciones a gran escala. De otra
parte, se sigue de nuestra exposición de las doctrinas antinaturalistas del
historicismo que/las predicciones a corto plazo en las
ciencias sociales deben tener grandes desventajas. La falta de exactitud debe
afectarlas considerablemente, porque por su misma naturaleza sólo pueden versar
sobre los detalles, sobre los rasgos más pequeños de la vida social, ya que
están confinadas a períodos breves. Pero una predicción de detalles que es
inexacta en sus detalles es totalmente inútil.
Por tanto, si en algo nos interesamos por la
predicción social, las predicciones a gran escala (que son también predicciones
a largo plazo) siguen siendo, según; el historicismo, no sólo las más
sugerentes, sino también las únicas predicciones que en realidad valga la pena
intentar.
12. La
observación
Toda
base no experimental de observaciones para
una ciencia tiene siempre, en cierto sentido de la palabra, un carácter «histórico». Esto ocurre
incluso con la base de observaciones de la astronomía. Los hechos sobre los
cuales está basada la astronomía están contenidos en los: libros del
observatorio; libros que nos informan, por ejemplo, que en tal fecha (hora,
segundo) el planeta Mercurio ha sido observado por don Fulano en una determinada
posición. En pocas palabras, nos dan un «registro
de acontecimientos ordenados cronológicamente»,
esto es, una crónica de observaciones.
De
igual manera, la base de observaciones de la sociología sólo puede sernas dada bajo
la forma de una crónica de acontecimientos; en este caso, de sucesos políticos
o sociales. Esta crónica de sucesos políticos y otros sucesos importantes de la
vida social es lo que se acostumbra a llamar «historia». La historia en este sentido estrecho es la base de la sociología.
Sería
ridículo negar la importancia de la
historia en este sentido estrecho como base empírica de la ciencia social. Pero una de las afirmaciones características del historicismo,
estrechamente asociada con su denegación de
la aplicabilidad del método experimental, es que la historia, política o
social, es la única fuente empírica de
la sociología. Así, el historicista ve la sociología como la disciplina teórica y empírica, cuya base empírica
está solamente formada por una crónica de los hechos de la historia y cuya
finalidad es hacer predicciones, preferentemente predicciones a gran escala.
Claramente, estas predicciones también tienen que ser de carácter histórico,
ya que su puesta a prueba por medio de experimentos, su verificación o
refutación tienen que ser dejadas a la historia futura. Por tanto, la
construcción y puesta a prueba de predicciones históricas a gran escala es la
tarea de la sociología, en opinión del historicismo. En una palabra, el
historicista sostiene que la sociología es historia teórica.
13. Dinámica
social
Aún
puede desarrollarse más la analogía entre la ciencia social y la astronomía.
La parte de la astronomía que los historicistas suelen considerar, la mecánica celeste,
está basada en la dinámica, la teoría de los movimientos en cuanto determinados
por fuerzas. Los escritores
historicistas han insistido a menudo en que la sociología debería basarse análogamente
en una dinámica social, la teoría de los movimientos sociales en cuanto determinados
por fuerzas sociales (o históricas).
La
estática, el físico lo sabe, es sólo una
abstracción de la dinámica; es, en cierta forma, la teoría de cómo y por qué, bajo ciertas circunstancias, no
ocurre nada, es decir, por qué no tiene lugar un cambio; y esto lo explica por
una equivalencia de fuerzas contrapuestas. La dinámica, por otra parte, versa
sobre el caso general, es decir, sobre fuerzas ya iguales ya desiguales, y se
podría describir como la teoría de cómo y por qué ocurre algo. Por tanto, sólo
la dinámica puede darnos las verdaderas leyes universalmente válidas de la
mecánica, porque la Naturaleza es proceso: se mueve, cambia, se desarrolla; aunque
a veces sólo lentamente, de tal forma que algunos desarrollos quizá sean difíciles
de observar.
La analogía
entre esta concepción de la dinámica y la concepción historicista de la
sociología es obvia y no necesita mayor comentario. Pero el historicista podría
sostener que la analogía es más profunda. Podría sostener, por ejemplo, que la
sociología, como concebida por el historicismo, está relacionada con la
dinámica porque es esencialmente una teoría causal; y esto porque, en general,
la explicación causal es una explicación de cómo y por qué ocurrieron ciertas
cosas, y básicamente, una explicación de esta clase siempre ha de tener un
elemento histórico. Si se pregunta a alguien que se ha roto la pierna cómo y
por qué le ocurrió esto, se espera uno que cuente la historia del accidente. Pero
aun en el nivel del pensamiento teórico, y especialmente en el nivel de las
teorías que permiten la predicción, es necesario un análisis histórico de las
causas de un acontecimiento. Un ejemplo típico de esta necesidad de un análisis
causal histórico, afirmará el historicista, es el problema de los orígenes o de
las causas esenciales de la guerra.
En física un
análisis de esta clase se consigue por una determinación de las fuerzas que están actuando las unas sobre las otras, es decir, por dinámica; y el historicista sostiene
que lo mismo debería intentarse en sociología. Debe ésta analizar las fuerzas
que producen los cambios sociales y crean la historia humana. De la dinámica
aprendemos la manera en que fuerzas que actúan las unas sobre las otras
constituyen fuerzas nuevas; y viceversa, al analizar los componentes de estas
fuerzas podemos penetrar las causas más fundamentales de los acontecimientos en
cuestión. Similarmente, el historicismo pide el reconocimiento de la
importancia fundamental de las fuerzas históricas, ya sean espirituales o
materiales; por ejemplo, ideas éticas o religiosas, o intereses económicos. Analizar,
desentrañar esta madeja de tendencias y fuerzas contrapuestas y penetrar hasta
sus raíces, hasta las fuerzas universales preponderantes y las leyes del cambio
social—ésta es la tarea de las ciencias sociales como las ve el historicismo—.
Sólo de esta forma podemos desarrollar una ciencia teórica sobre la cual basar
esas predicaciones a gran escala, cuya confirmación significaría el éxito de la
teoría social.
14. Leyes
históricas
Hemos
visto que la sociología es para el historicista historia teórica. Las predicciones
científicas de la sociología tienen que estar basadas sobre leyes, y puesto que
son predicciones históricas, predicciones de cambios sociales, tienen que estar
basadas sobre leyes históricas.
Pero,
al mismo tiempo, el historicista sostiene que el método de generalización es inaplicable
a la ciencia social y que no debemos suponer que las uniformidades de la vida social
sean invariablemente válidas a través del espacio y del tiempo, ya que normalmente
se aplican sólo a ciertos períodos culturales o históricos. Por tanto, las
leyes sociales—si es que existen verdaderas leves sociales— tienen que tener una estructura algo diferente de la de
las generalizaciones ordinarias, basadas en uniformidades. Las verdaderas leyes
sociales tendrían que ser «generalmente»
válidas. Pero esto sólo puede significar que valen para toda la historia
humana, cubriendo todos sus períodos en vez de alguno de ellos meramente. Pero
no puede haber uniformidades sociales que valgan más allá de un período. Por
tanto, las únicas leyes universalmente válidas de la sociedad tienen que ser leyes
que eslabonen
períodos sucesivos. Tienen que ser leyes de desarrollo histórico que determinen
la transición de período a otro. Esto es lo que quiere decir el historicista al
afirmar que las únicas leyes verdaderas de la sociología son las leyes históricas.
15. Profecía
histórica contra ingeniería social
Como
se ha indicado, estas leyes históricas (si es que pueden ser descubiertas) permitirán
la predicción de acontecimientos incluso muy distantes, aunque no con minuciosa
exactitud de detalle. Así, la doctrina de que las verdaderas leyes sociológicas
son leyes históricas (una doctrina principalmente derivada de la limitada validez
de las uniformidades sociales) conduce otra vez, con independencia de todo
intento de emular a la astronomía, a la idea de «predicciones a gran escala». Y
hace de ella una idea más concreta, pues muestra que estas predicciones tienen
el carácter de profecías históricas.
La sociología se convierte así, para el
historicista, en un intento de resolver el viejo problema de predecir el
futuro; no tanto el futuro del individuo como el de los grupos y el de la raza
humana. Es la ciencia de las cosas por venir, de los desarrollos futuros. Si tuviese
éxito el intento de proporcionarnos una presciencia política con validez
científica, la sociología adquiriría
un grandísimo valor para los políticos,
especialmente para aquellos cuya; visión se extiende más allá de las exigencias
del presente, para los políticos con sentido del destino histórico. Algunos
historicistas, es verdad, se contentan con predecir sólo las próximas etapas
del peregrinar humano e incluso éstas en términos muy cautelosos. Pero una idea es común a todos ellos: que el
estudio sociológico debería ayudar a revelar el futuro político y, por tanto,
convertirse en el principal instrumento de una política práctica de miras amplias.
Desde
el punto de vista del valor pragmático de la ciencia, la importancia de las predicciones
científicas es suficientemente clara. No se ha sabido ver, sin embargo, que en materia
científica se pueden distinguir dos clases de predicciones, y por tanto, dos
clases de formas de ser práctico. Podemos predecir: a) la llegada de un
tifón, una predicción que puede ser del mayor valor práctico, porque quizá
permita que la gente tome refugio a tiempo; pero también podemos predecir, b)
que si un cierto refugio ha de resistir un tifón, debe estar construido de una
cierta manera, por ejemplo, con contrafuertes de hormigón armado en su parte norte.
Estas
dos clases de predicciones son claramente muy diferentes, aunque ambas sean
importantes y colmen sueños muy
antiguos. En un caso se nos avisa un acontecimiento que no podemos hacer nada
por evitar. Llamaré a esta clase de predicción una profecía. Su valor
práctico consiste en que se nos advierte del hecho predicho, de tal forma que
podamos evitarlo o enfrentarnos con él preparados (posiblemente con la ayuda de predicciones de
la otra clase).
Opuestas
a éstas son las predicciones de la otra clase que podernos describir como
predicciones tecnológicas, ya que las predicciones de esta clase forman una
de las bases de la ingeniería. Son, por así decirlo, los pasos constructivos que
se nos invita a dar, si queremos conseguir determinados resultados. La mayor
parte de la física (casi toda ella, aparte de la astronomía y la meteorología)
hace predicciones de tal forma que, consideradas desde un punto de vista práctico, pueden ser descritas como
predicciones tecnológicas.
La distinción entre estas dos clases de
predicción coincide aproximadamente con la mayor o menor importancia del papel
jugado por los experimentos intencionados y proyectados, como opuestos
a la mera observación paciente, en la ciencia
en cuestión. Las ciencias experimentales típicas son capaces de hacer
predicciones tecnológicas, mientras que
las que emplean principalmente observaciones no experimentales hacen profecías.
No quiero
que se interprete esto en el sentido de que todas las ciencias, o incluso todas
las predicciones científicas, son fundamentalmente prácticas—que son
necesariamente o proféticas o tecnológicas y no pueden ser otra cosa—. Sólo
quiero llamar la atención sobre la distinción entre estas dos clases de
predicciones y las ciencias que a ellas corresponden. Al escoger los términos «profético» y «tecnológico», es indudable que quiero aludir a una característica
que muestra cuándo se les mira desde un punto de vista pragmático; pero con el
uso de esta terminología no deseo significar que este punto de vista sea necesariamente
superior a cualquier otro, ni que la curiosidad científica esté limitada a profecías
de importancia pragmática y a predicciones de carácter tecnológico. Si
consideramos la astronomía, por ejemplo, tenemos que admitir que sus hallazgos
son de interés principalmente teórico, aunque no carezcan de valor desde un
punto de vista pragmático; pero como «profecías»
son todos ellos semejantes a las profecías de la meteorología, cuyo valor para
las actividades prácticas es obvio.
Vale
la pena fijarse en que esta diferencia entre el carácter profético y el
ingenieril de las ciencias no corresponde a la diferencia entre predicciones a
largo y a corto plazo.
Aunque
la mayoría de las predicciones «de ingeniería» son a corto plazo,
también hay predicciones técnicas a largo plazo, por ejemplo, sobre el tiempo de
vida de un motor. De igual forma, las predicciones de la astronomía pueden ser
tanto a largo como a corto plazo, y
la mayoría de las predicciones meteorológicas son comparativamente a corto plazo.
La
diferencia entre estos dos fines prácticos —hacer profecías y hacer ingeniería—
y la correspondiente diferencia de estructura entre teorías científicas
encaminadas a estos dos fines, es, como se verá más tarde, uno de los puntos
importantes de nuestro
análisis metodológico. Por el momento sólo quiero destacar que los
historicistas, consecuentes con su creencia de que los experimentos
sociológicos son inútiles e imposibles, defienden la profecía histórica —la profecía de desarrollos sociales,
políticos e institucionales—contra la ingeniería social, como el fin práctico
de las ciencias sociales. La idea de ingeniería social, el planear y construir
instituciones, con el fin quizá de parar,
o controlar, o acelerar acontecimientos
sociales pendientes o inminentes, parece posible a algunos historicistas. Para
otros, esto sería una empresa casi imposible o una empresa que pasa por alto el
hecho de que la planificación política, como toda actividad social, tiene que
doblegarse al imperio superior de las fuerzas históricas.
16. La
teoría del desarrollo histórico
Estas
consideraciones nos han llevado al corazón mismo del cuerpo de doctrina, para el
que propongo el nombre de «historicismo»,
y justifican la elección de este rótulo. La ciencia social no es nada más que
historia; ésta es la tesis. No, sin embargo, historia en el sentido tradicional
de mera crónica de hechos históricos. La clase de historia con la que los
historicistas quieren identificar la sociología no mira sólo hacia atrás, al
pasado, sino también hacia adelante, al futuro. Es el estudio de las
fuerzas que operan sobre el desarrollo social, y sobre todo, el estudio de las
leyes de éste. Por tanto, se la podría describir como teoría histórica o como
historia teórica, ya que sólo leyes sociales universalmente válidas han sido
reconocidas como leyes históricas. Tienen que ser leyes de proceso, de cambio,
de desarrollo; no las seudoleyes de aparentes constancias o uniformidades. Según
los historicistas, los sociólogos tienen que intentar formarse una idea general de las tendencias amplias según
las cuales cambia la estructura social. Pero además de esto, deberían intentar
comprender las causas de este proceso, el funcionamiento de las fuerzas responsables del cambio. Deberían
intentar formular alguna hipótesis sobre las tendencias generales que se
esconden bajo el desarrollo social, de tal forma que los hombres pueden
prepararse para los cambios futuros y
acomodarse a ello por medio de profecías deducidas de estas leyes.
La
noción que de la sociología tiene el
historicista puede aclararse aún más si se ahonda en la distinción que he
trazado entre las dos diferentes clases de pronóstico —y la distinción,
relacionada con ésta, entre las dos clases de ciencia. En oposición a la metodología
cuyo fin fuese una ciencia social tecnológica. Una metodología de esta clase conduciría
a un estudio de las leyes generales de la vida social, cuyo fin sería el de
descubrir todos el que quisiera reformar las instituciones sociales. No hay
duda de que estos hechos existen. Conocemos, por ejemplo, muchas Utopías que
son impracticables sólo porque no los tienen suficientemente en cuenta. El fin
de la metodología tecnológica que estamos considerando sería el de proporcionar
medios de evitar construcciones irreales de esa clase. Sería antihistoricista,
pero de ninguna forma antihistórica. La experiencia histórica sería su fuente
de información más importante. Pero, en vez de intentar descubrir leyes del
desarrollo social, buscaría las varias leyes u otras uniformidades (aunque éstas,
dice el historicista, no existen) que
imponen limitaciones a la construcción de instituciones sociales.
Además
de redargüir de la forma ya discutida, tiene el historicista otra manera de cuestionar la posibilidad y
utilidad de una tecnología social de
esta clase. Supongamos, podría decir,
que el ingeniero social haya desarrollado un plan para una nueva estructura social,
apoyada en la clase de sociología que
usted propugna. Supongamos que este plan para una nueva estructura social,
apoyada en la clase de sociología que usted propugna. Supongamos que este plan es
al tiempo práctico y realista, en el sentido de que no entra en conflicto con los hechos y leyes conocidos de la vida
social, e incluso que está apoyado por
otro plan igualmente practicable para cambiar la sociedad de cómo es
ahora a como debe ser en la nueva estructura. Aún así, los argumentos
historicistas pueden demostrar que un plan de esta clase no merecería ser
considerado seriamente. A pesar de todo, continuaría siendo un sueño utópico e
irreal, precisamente porque no toma en cuenta las leyes del desarrollo histórico,
las revoluciones sociales no las traen los planes racionales, sino las fuerzas
sociales no las traen los planes racionales, sino las fuerzas sociales, como, por
ejemplo, los conflictos de intereses. La vieja idea del poderoso filósofo-rey que
pusiera en práctica algunos planes cuidadosamente pensados era un cuento de
hadas inventado en interés de la aristocracia terrateniente. El equivalente
democrático de este cuento de hadas es la superstición de que es posible
persuadir a un número suficiente de gente de buena voluntad por medio de
argumentos racionales para que tome parte en acciones planeadas. La historia
muestra que la realidad social es muy diferente. El curso del desarrollo histórico
nunca se moldea por construcciones teóricas, por excelentes que sean, aunque
estos proyectos puedan indudablemente ejercer alguna influencia junto con muchos
otros factores menos racionales (o incluso totalmente irracionales). Incluso cuando
un plan racional de esta clase coincida con los intereses de grupos poderosos, nunca
será realizado de la forma en que fue concebido, a pesar de que la lucha por su
realización se convertiría en una de los factores centrales del proceso
histórico. El resultado en la práctica será siempre muy diferente de la construcción
racional. Siempre será la resultante de una constelación momentánea de fuerzas
en conflicto. Además, en ninguna circunstancia podría el resultado de una
planificación racional convertirse en una estructura estable, porque la balanza
de fuerzas no tiene más remedio que cambiar. Toda ingeniería social, por mucho
que se enorgullezca de su realismo y de su carácter científico, está condenada a
quedarse en un sueño utópico.
Hasta
ahora, continuaría el historicista, los argumentos se han dirigido contra la posibilidad
práctica de la ingeniería social basada en alguna ciencia social teórica y no contra
la idea misma de una ciencia de esta clase. Sin embargo, pueden extenderse fácilmente
hasta probar la imposibilidad de cualquiera ciencia social teórica de tipo tecnológico.
Hemos visto que las empresas ingenieriles prácticas están condenadas al fracaso
por razón de hechos y leyes sociológicos muy importantes. Pero esto implica no sólo
que una empresa de esta clase no tiene valor
práctico, sino también que es poco firme teóricamente, ya que pasa por alto las
únicas leyes sociales importantes: las leyes del desarrollo. La «ciencia» sobre la cual supuestamente
reposaba también debió pasar por alto estas leyes, porque de otra forma nunca
hubiese ofrecido una base para construcciones tan poco realistas. Cualquier ciencia
social que no enseñe la imposibilidad de construcciones racionales sociales
está totalmente ciega ante los hechos más importantes de la vida social y ha
debido pasar por alto las únicas leyes de real validez y real importancia. La
ciencias sociales que intenten proporcionar una base para la ingeniería social
no pueden, por tanto, ser una descripción verdadera de los hechos sociales. Son
imposibles en sí mismas.
El
historicista sostendrá que, aparte de esta crítica decisiva, hay otras razones para
atacar a las sociologías técnicas. Una razón es, por ejemplo, que olvidan ciertos
aspectos del desarrollo social, como
es la aparición de la novedad. La idea de que podemos construir racionalmente
estructuras sociales nuevas sobre una base científica implica que podemos traer
al mundo un nuevo período social más o menos precisamente de la forma en que lo
hemos planeado. Sin embargo, si el plan está basado en una ciencia que cubre los
hechos sociales, no puede dar cuenta de rasgos intrínsecamente nuevos, sino
sólo de novedades de arreglo o
combinación (véase la sección 3). Pero sabemos que un nuevo período tendrá su novedad
intrínseca: un argumento que hace fútil toda planificación detallada y falsa toda
ciencia sobre la cual se base esta planificación.
Estas
consideraciones historicistas pueden ser aplicadas a todas las ciencias sociales, incluida la economía. La economía, por
tanto, no puede darnos ninguna información valiosa tocante a reforma social.
Sólo una seudoeconomía puede intentar ofrecer una base para una planificación económica racional. La economía
verdaderamente científica puede meramente revelar las fuerzas rectoras del
desarrollo económico a través de los distintos períodos históricos. Quizá nos
ayude a prever los rasgos generales de futuros períodos, pero no puede ayudarnos
a desarrollar y a poner en operación ningún plan detallado para ningún período
nuevo. Lo que vale para otras ciencias sociales tiene que valer para la economía.
Su fin último sólo puede ser «el poner al
descubierto la ley económica que rige el movimiento de Ia sociedad humana» (Marx).
17. Interpretación
contra planificación del cambio social
La
concepción historicista del desarrollo social no implica fatalismo ni conduce necesariamente
a la inactividad muy al contrario. La mayoría de los historicistas tiene una
marcada tendencia hacia el «activismo»
(véase la sección 1). (El historicismo reconoce plenamente que nuestros deseos
y pensamientos, nuestros sueños y razonamientos, nuestros miedos y nuestro
saber, nuestros intereses y nuestras energías, son todos fuerzas en el
desarrollo de la sociedad). No enseña que no pueda realizarse nada; sólo
predice que ni lo que sueña ni lo que la razón construye será nunca realizado según
se planeó. Sólo aquellos planes que encajan en la corriente principal
de la historia pueden ser eficaces. Ahora podemos ver exactamente qué clase de
actividad admiten los historicistas como racional. (Sólo son razonables
aquellas actividades que concuerdan con los cambios inminentes, y ayudan a que
éstos ocurran). La partería social es la única actividad perfectamente
razonable que nos queda abierta, la única actividad que sea posible apoyar en
la predicción científica.
Aunque
ninguna teoría científica puede, como tal, alentar la actividad (podría sólo desalentar
ciertas actividades como poco realistas), puede, de rechazo, dar ánimo a los que
sienten que deberían hacer algo. El historicismo indudablemente ofrece esta
clase de aliento. Incluso concede a la razón humana un cierto papel, porque es
el razonamiento científico, la ciencia social historicista, lo único que puede
decirnos la dirección que ha de tomar cualquier actividad razonable si quiere
coincidir con la dirección de los cambios futuros.
La
profecía histórica y la interpretación de la historia tienen, por tanto, que convertirse
en la base de cualquier acción social realista y reflexiva. En consecuencia, la
interpretación de la historia tiene que ser necesariamente la tarea central del
pensamiento historicista, y de hecho así ha ocurrido. Todos los pensamientos y todas
las actividades del historicista apuntan a la interpretación del pasado para
poder predecir el futuro.
¿Puede
el historicismo ofrecer esperanza o ánimo a los que quieren ver un mundo mejor?
Sólo un historicista que tenga una concepción optimista del desarrollo social,
que lo crea intrínsecamente «bueno» o
«racional», en el sentido de que
tiende intrínsecamente a un estado de cosas mejor, más razonable, podría ofrecer
una esperanza de esta clase. Pero esta opinión equivaldría a una creencia en el
milagro político y social, ya que niega a la razón humana el poder de
realizar un mundo más razonable. De hecho, algunos escritores historicistas influyentes han predicho optimistamente
la llegada de un reino de libertad, en el cual los asuntos humanos podrían ser
planeados racionalmente. Y enseñan que la transición del reino de la necesidad,
en el que actualmente sufre la humanidad, al reino de la libertad no puede ser
hecha por la razón, sino—milagrosamente— sólo por la dura necesidad, por las
ciegas e inexorables leyes del desarrollo histórico, a las que nos aconsejan que
nos sometamos.
A los que deseen un aumento de la influencia de
la razón en la vida social, el historicismo sólo puede aconsejar que estudien e
interpreten la historia para descubrir las leyes de su desarrollo. Si una interpretación de esta
clase revela que son inminentes cambios que
corresponden a su deseo, este deseo es entonces razonable, pues está de acuerdo con la predicción científica. Si ocurre que el desarrollo futuro tiende hacia otra dirección,
el deseo de construir un mundo más razonable se convierte en enteramente irracional;
para el historicista no es entonces nada más que un sueño utópico, El activismo puede ser justificado en tanto esté
de acuerdo con los cambios futuros y les ayude a realizarse.
Ya he
mostrado que el método naturalista, según lo ve el historicismo, implica una teoría
sociológica determinada —la teoría de que la sociedad no cambia, o no se desarrolla
de manera significativa. Nos encontramos ahora con que el método historicista
implica una teoría extrañamente semejante a ésta— la teoría de que la sociedad
cambiará necesariamente, pero a lo largo de un camino predeterminado que no
puede cambiar, por etapas que predetermina una necesidad inexorable.
«Cuando una sociedad ha descubierto la ley
natural que determina su propio movimiento, ni aun entonces puede saltarse las
fases naturales de su evolución ni hacerlas desaparecer del mundo de un plumazo.
Pero esto sí puede hacer: puede acortar y disminuirlos dolores del parto».
Esta formulación, debida a Marx[2], representa excelentemente la posición historicista. Aunque no
propugna ni inactividad ni verdadero fatalismo, el historicismo
sostiene la futilidad de cualquier intento de alterar los cambios futuros
pendientes; una peculiar variedad de fatalismo, un fatalismo en cierto modo
referido a las tendencias de la historia. Ciertamente, la exhortación
«activista»: «Los filósofos sólo han interpretado el mundo de diversas
formas: la cuestión, sin embargo, es cambiarlo»[3]; puede ser recibida con
mucha simpatía por los historicistas (dado que «mundo» significa aquí la sociedad humana en desarrollo) a causa del
énfasis que pone sobre el cambio. Pero está en conflicto con las doctrinas más significativas
del historicismo. Porque según lo que acabamos de ver ahora, podríamos decir: «El historicista sólo puede interpretar el desarrollo social y
ayudarlo de varias formas; sin embargo, su tesis es que nadie puede cambiarlo».
18. Conclusión
del análisis
Se
podría pensar que mis últimas formulaciones se desvían de mi confesado
propósito de esbozar la posición historicista lo más nítida y convincentemente posible,
antes de proceder a criticarla. Porque estas formulaciones intentan mostrar que
la inclinación de ciertos historicistas hacia el optimismo o el activismo es
incompatible con el resultado del análisis historicista mismo. Podría parecer
que esto implica la acusación de que el historicismo es incoherente. Y se puede
objetar que no es honrado el permitir que crítica e ironía se deslicen en una exposición.
No
creo, sin embargo, que fuese justo este reproche. Sólo los que son optimistas o
activistas primero, e historicistas después, pueden tomar mis observaciones
como críticas adversas. (Habrá muchos
que lo sientan así: los que originariamente fueron atraídos al historicismo por
sus inclinaciones hacia el optimismo o
el activismo). Pero los que son primariamente historicistas deberán tomar mis
observaciones no como una crítica de sus doctrinas, sino sólo como críticas de
todo intento de unirlo al optimismo o al activismo.
No
todas las formas del activismo quedan así criticadas como incompatibles con el historicismo,
naturalmente, sino sólo algunas de sus formas más extravagantes. En comparación
con un método naturalista, sostendría un historicista puro, el historicismo empuja
y anima de hecho a la actividad a causa de su énfasis sobre cambio, el proceso,
movimiento; sin embargo, no puede ciertamente aprobar a ciegas
Toda
clase de actividades como razonables desde un punto de vista científico; muchas
posibles actividades no son realistas y su fracaso puede ser previsto por la
ciencia. Esta, diría, es la razón por la que él y otros historicistas ponen
límites al campo de lo que puedan admitir como actividades útiles y también la
razón por la que es necesario acentuar estas limitaciones en cualquier análisis
claro del historicismo. Y podría sostener que las dos citas de Marx (en la sección
anterior) no se contradicen entre sí,
sino que son complementarias; que aunque
la segunda (y más antigua) tomada por sí sola podría, quizá, aparecer como
ligeramente demasiado «activista»,
sus justos límites quedan determinado por la primera; y si la segunda hubiese llamado
la atención de activistas demasiado radicales y hubiese influido en ellos para
que abrazaran el historicismo, la primera debería haberles enseñado los justos
límites de toda actividad, aunque con esto enajenase sus simpatías.
Me parece, por estas razones, que mi exposición no es injusta, sino que simplemente despeja
el terreno en cuanto concierne al activismo. De igual manera, no creo que mi
otra observación en la sección anterior, la que se refiere a que el optimismo
activista puede apoyarse únicamente en la fe (ya que se niega a la razón el
papel de realizar un mundo más razonable) haya de considerarse como una crítica
del historicismo. Puede aparecer contraria a los que son primariamente
optimistas o racionalistas. Pero el historicista consecuente sólo verá en este
análisis una útil advertencia contra el carácter romántico y utópico tanto del
optimismo como del pesimismo en sus formas corrientes, y también del racionalismo.
Insistirá en que un historicismo verdaderamente científico tiene que ser
independiente de estos elementos; que sencillamente tenemos que someternos a
las leyes del desarrollo existentes, de la misma forma que nos tenemos que
someter a la ley de la gravedad.
El
historicista puede ir aún más lejos.
Puede añadir que la actitud más razonable que se pueda tomar es la de acomodar
el propio sistema de valores a los cambios futuros. Realizado esto, se
puede llegar a una forma justificable de optimismo, ya que cualquier cambio es
para mejor si es juzgado por este sistema de valores.
Ideas
de esta clase han sido de hecho sostenidas por: algunos historicistas, y han
sido desarrolladas en forma, de una teoría moral historicista bastante
coherente (y bastante popular): lo moralmente bueno es lo moralmente
progresivo; es decir, lo moralmente bueno no es lo que va por delante de su
tiempo al acomodarse a aquellas normas de conducta que serán adoptadas en el
período por venir.
Esta
teoría moral historicista, que podría ser descrita como «modernismo moral» o «futurismo moral» (a la que corresponde
un modernismo o futurismo estético), concuerda bien con la actitud
anticonservadora del historicismo; también puede ser considerada como una
respuesta a ciertos problemas de valoración (véase a sección 6, sobre Objetividad
y valoración). Sobre todo, se puede ver cómo la indicación de que el historicismo;—que
en este estudio sólo es examinado con seriedad, en cuanto que es una doctrina
sobre el método—podría ser amplificado y desarrollado hasta convertirse en un sistema
filosófico completo. O, dicho de otra forma: parece probable que el método historicista
naciera como parte de una interpretación filosófica general del mundo. Porque no hay duda que desde el punto de vista de la
historia, aunque no del de la lógica, las metodologías se derivan normalmente
de doctrinas filosóficas. Tengo intención de examinar estas filosofías
historicistas en otra parte[4]. Aquí sólo criticaré las doctrinas
metodológicas del historicismo, según fueron presentadas más arriba.
[1] Los dos primeros párrafos de esta sección se insertan ahora para reemplazar un pasaje más largo omitido en1944 por causa de la escasez del papel.
[2] Prefacio a El capital.
[3]Esta exhortación también
es debida a Marx (Tesis sobre Feuerbach); véase
anteriormente, al final de la sección 1.
[4] Después de escribir
esto, se ha publicado La sociedad abierta
y sus enemigos (Londres, 1945; ediciones revisadas, Princeton, 1950,
Londres, 1952; tercera edición, Londres, 1957; traducción castellana Buenos
Aires, 1957). Aludía yo aquí especialmente al capítulo 22 de este libro, intitulado
«la Teoría Moral del Historicismo».
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