CAMPAÑA DE TACNA: DESEMBARCOS.
COMBATES. Y DESIERTO (I)
Concluida
la campaña de Tarapacá, el siguiente paso será asaltar la costa peruana situada
entre Ilo y Arica y derrotar los ejércitos aliados (peruanos y bolivianos)
situados en la zona. Para tal propósito se empiezan a concentrar las tropas
chilenas en los puertos de la costa tarapaqueña, a partir del 22 de febrero de
1880, dejando guarnecida en todo caso la región conquistada. Partirán hacia el
norte cuatro divisiones
Desde Pisagua empezará el embarque de las tropas, a
cargo de Erasmo Escala, mientras Rafael Sotomayor, quien estaba a bordo
del Abtao, desembarca para revistar
las guarniciones. “El embarque de las
impedimentas empieza el 18, y dura tres días; el 21 siguen a bordo el ganado,
la artillería y demás material del arma, con el parque general. Las piezas y
material pesado, fueron remitidas en la balsa fabricada por Stuven,
aprovechando la bonanza del tiempo.”[1]
Mapa de la Campaña. En azul los movimientos chilenos y la línea blanco-negro, la aliada
La estructura principal del Ejército chileno se
integrará por
La 1ª División o División Amengual. A cargo de Santiago
Amengual, e integrada por los regimientos Tercero de Línea y Esmeralda,
el batallón Navales, una batería del Regimiento de Artillería N° 2 y un
escuadrón del Cazadores
La 2° División o División Muñoz, a cargo del coronel Mauricio Muñoz, e integrada por los regimientos Segundo
de Línea, Santiago, batallones Atacama y Bulnes, una batería del
regimiento de Artillería N° 2 y un escuadrón del Cazadores.
La 3° División o División Amunátegui a cargo del coronel José Domingo Amunátegui e integrada por los regimientos Cuarto
de Línea y Artillería de Marina, los batallones Chacabuco y Coquimbo,
una batería del Regimiento de Artillería N° 2 y un escuadrón del Granaderos.
La 4° División o División Barboza, a cargo de Orozimbo
Barboza, e integrado por los regimientos Buin y Lautaro,
el batallón Zapadores, una batería del regimiento de Artillería N° 2 y un escuadrón de Granaderos. “Esta
tropa, menos los Granaderos y las mulas de la II División, que quedaron en
Pisagua, por falta de espacio, desembarcó, en Pacocha el 1º de Marzo….El
“Itata” y el “Matías” volvieron a Pisagua, por estos últimos restos que tomaron
tierra en Pacocha el 8, de Marzo.”[2]
Con la expedición lista, el 24 de febrero de 1880
llega el Huáscar a las 11:45
flamenado con el pabellón chileno, lo que incrementa la moral de los chilenos.
El monitor, reformado en el dique de Valparaíso, con la bandera chilena al
tope, viene a resguardar el puerto, en tanto la escuadra navega hacia Pacocha.
Al llegar a la zona de desembarco, frente a Punta Coles, que cierra por el sur la
bahía de Pacocha, el “Blanco”
pone señales de alistarse para fondear. A las 11:15 A. M. se largan las anclas;
los buques forman en línea. La lancha “Guacolda” reconoce la costa y como
nada de anormal se nota, el “Blanco” y el “Amazonas” envían a tierra
dos lanchas con gente, la primera remolcada por una lancha a vapor con un
pelotón de Artillería de Marina rumbo a la Caleta del Inglés; la segunda a remo, con diez hombres del “Esmeralda”
por la Caleta Dos Hermanos. Para el esmeraldino Alberto del Solar, en su diario de campaña relata: “Son las tres de la tarde…. Un cuarto de hora después llega
al Loa la orden de enviar a tierra un piquete del Esmeralda, que llevará la
misión de explorar la costa, escalar los cerros y plantar allí nuestro
pabellón. Todos
(los oficiales) nos precipitamos al
frente, solicitando de nuestro querido comandante Holley el privilegio de
llevar a cabo tan tentadora comisión….(Al elegido se le ve) radioso saltar al bote y tomar su puesto
allí con diez soldados que le acompañan. A poca distancia se le reúne otro bote
tripulado por gente del Blanco Encalada, desprendida casi al mismo tiempo del
costado de la nave capitana. Ambos bogan aceleradamente hacia la costa… Una
hora más tarde. ¡Abandonada! ¡La plaza se halla abandonada! Martiniano Santa
María (el oficial del Esmeralda) ha
plantado el pabellón nacional sobre el más alto de los morros y se procede al
desembarco que se lleva ordenadamente a término.”[3]
Pero no fue el único que se dirigió primero a la
playa, pues siguen dos lanchas con artilleros de marina y cuatro con
esmeraldinos; desembarcan sin dificultad, corren a reforzar la descubierta. El
Regimiento de Artillería de Marina, avanza a media falda por Punta Coles. Su comandante destaca
varias avanzadas: una por la cumbre; otra por la rivera del mar; otra a
vanguardia. Tras esta última sigue una compañía en dispersión; después el
Regimiento en columnas por compañías.
El “Blanco” pone señales de desembarco
general; las lanchas se llenan de tropas, que abordan el muelle remolcadas por
el “Toro”, la lancha a vapor, y los
botes a remo de la armada. A la 1:15 los buques se acercan a la playa, a la
1:30 se iza la bandera en tierra por los ayudantes de Estado Mayor, saludada
por todas las bandas de a bordo.
La escala está fuertemente atrincada a los pilotes
superiores; no hay quien la arríe; los marineros suben como gatos, largan las
cadenas, y se activa el desembarco, por la balsa muelle construida en Pisagua
que se acopla al muelle fijo.
En la tarde, acampan en tierra el Buin,
los Navales,
Artillería
de Marina, Coquimbo, los Pontoneros y parte de caballería y
Artillería. La “Magallanes” abandona el fondeadero a las 5 P. M. rumbo a Arica; a las 6, llegan el “Toltén”
y el “Abtao”, a tomar su colocación. Poco después la “Chasseur”
solicita lugar para fondeo, en el cual no interrumpa las operaciones del
desembarco, Larga anclas a estribor del “Blanco”.
En tierra, a las 6 PM, se establece el servicio 50
cazadores a caballo salen hacia el interior, a la descubierta; tres compañías
del Navales
cierran la izquierda, entre el valle y la ciudad; un batallón del Buin
marcha a las alturas de la derecha; y todo el Regimiento Esmeralda cubre el
campamento, como gran guardia.
Pacocha significó “extensas bodegas para la Intendencia, Parque y Bagaje; casas cómodas y
espaciosas, para los diversos servicios y personal del ejército; iglesia,
estación de ferrocarril, y demás comodidades de una población nueva, en pleno
desarrollo comercial,… el muelle cuya posición hizo fácil la translación a
tierra de las enormes impedimentas del ejército, situado en el centro, del
puerto….sobre pilotes de fierro, con cubierta de madera, que arrancan de un
macizo de cal y piedra. Al extremo existe un donkey a vapor con una luz para
facilitar el trabajo nocturno…obras de agua potable…Una poderosa bomba, en esos
momentos a cargo, de un mecánico portugués que siguió en funciones, levanta el
agua, y mantiene el nivel necesario para el consumo. El agua va del estanque a
las fuentes de la ciudad por una cañería de fierro, de 1,50 m. de diámetro, que
la distribuye en los pilones de cada esquina; un ramal se desprende a la
estación del ferrocarril, que abastece la maestranza, locomotoras, y, los
estanques suplementarios de las próximas estaciones de Salinas y Hospicio; otro ramal, conduce agua al muelle, para los donkeys y buques surtos,
en la rada….El valle que se abre más arriba de Pacocha es un verdadero paraíso
con sus bosques seculares, de árboles de los trópicos, y sus plantaciones de
olivos, higueras, guayabos, algodoneros, paltos, limoneros, naranjos,
chirimoyos, pero muy insalubre…con las tercianas y las fiebres palúdicas…..la
adquisición del ferrocarril con la maestranza, locomotoras, coches de
pasajeros, carros de carga y la máquina telegráfica intacta….El jefe de telégrafos, Figueroa, se
establece en la oficina principal, cuya máquina se halla intacta, e intercepta
los despachos que pasan por Hospicio, centro telegráfico en donde convergen los
hilos de Tacna, Moquegua, Arequipa y Pacocha”[4]
Alberto del Solar
El 26 en la tarde, zarpan para Pisagua, los
transportes “Angamos”, “Loa” e “Itata”, en busca de la IV División. La vida de
guarnición en ese lugar no fue para nada placentera, tal como relata Alberto
del Solar: “Nos hallábamos en un
puerto miserable y privado de los recursos más indispensables. En efecto, el
pueblecillo de Pacocha no merece ni el nombre de tal: le sobra el de villorrio
o caserío. A nuestra llegada entrábamos como en una ciudad de muertos: ni una
sola de las casas estaba habitada, de modo que los regimientos se hospedaron en
ellas de rondón. El sólo edificio medianamente importante era el ocupado por el
general en jefe y su séquito…. Entre las circunstancias que hacían más
insoportable aún nuestro campamento de Pacocha, se destacaba como muy principal
la de una horrible plaga de moscas y mosquitos que poblaban el aire en tan
enorme cantidad, que durante las horas más ardientes del día penetraban por
millares en nuestras tiendas y nos mortificaban de mil maneras, especialmente
en la comida, en el sueño de la tarde y en la lectura. Al caer de la noche,
afortunadamente, se recogían, pero sin abandonar el interior de las tiendas. En
el estrecho espacio superior de la tela que, como se sabe, tiene generalmente
la forma de un cono, se reunían agrupados en masa compacta, haciendo el efecto
de tapizar de negro toda esa región.
Sometidos a la abundante, pero poco variada
ración de campaña, carecíamos en absoluto de los placeres de la mesa, que por
primera vez echábamos de menos. ¡Ni restaurantes, ni fondas, ni siquiera la más
ordinaria de las cocinerías en qué regalar el paladar con algún plato nuevo!
Nuestra cocina era servida por los asistentes, convertidos a la vez en
panaderos y lavanderos, pues en muchas ocasiones no nos era posible obtener en
tiempo oportuno el «amasado» del ejército…. El tiempo iba a deslizarse otra vez
entre ejercicios militares y monótonas guardias de cuartel, que harían más
pesados aún los insoportables calores de la estación en aquella atmósfera
siempre ardiente e impura…. Acampados al pie de montes de arena, que daban
principio a un desierto de desesperante aridez, nuestra vista carecía por
completo de la delicia, no comprendida hasta entonces, de poder posarse sobre
las verdes alfombras de la campiña y las hojas de los árboles.
Nuestros temas de conversación, agotados casi,
por la falta de variedad en los acontecimientos, no nos distraían ya. Sabíamos
de memoria, a fuerza de leerlos, los pocos libros, propios y ajenos, que
lográbamos tener en las manos; de suerte que la llegada de los periódicos de la
patria, con la correspondencia de la familia, era un acontecimiento colosal que
nos volvía locos de placer a la vez que nos prestaba materia para unos cuantos
días de charla.
En los días más insoportables de calor y de
fiebre, recuerdo que solíamos reunirnos en grupo de amigos bajo las tiendas de
campaña y allí tratábamos de inventar algo que pudiera distraernos. Las ideas
más locas y más peregrinas se nos ocurrían entonces, y era de verse cómo
celebrábamos hasta lo más trivial y ridículo.
Convertidos en verdaderos colegiales, nuestros
gustos se hacían pueriles, de suerte que nos acontecía lo que al prisionero que
tras largos años de calabozo encuentra placer en la observación del objeto más
insignificante: una piedra de la muralla que se va desgastando, un insecto que
trabaja su agujero o, como Picciola en el delicioso romance de Saintine, una
flor que crece entre las rendijas del pavimento.
Por eso no es de extrañarse que al fin
jugáramos, como los muchachos, a las sesiones de congreso o al carga burro,
faltándonos poco para entretenernos con soldaditos de plomo….”
En
el lado Aliado: El Gobierno del Perú,
por su parte, al crear los ejércitos del Norte, del Centro, y dos del Sur tenía
que defender zonas muy extensas. Y al perder el dominio del mar quedaba sujeto
a una estrategia completamente defensiva, esperando a los chilenos dónde ellos
decidieran atacar.
Sargento Peruano
Entre los Ejércitos del Sur, el Segundo, cuya sede
se encuentra en Arequipa, empieza a reforzar al Primer Ejército (situado al norte
del primero) con tres batallones, los que quedan al mando del Coronel Agustín Gamarra, quien llega con el
nombramiento de Comandante de la 1ª División del II Ejército del Sur,
dependiente directo del Ministerio de Guerra, como unidad independiente. A
Principios de Febrero entra a Arequipa después de revistar al batallón Canchis (coronel Manuel A. Velasco) y
al Canas, (coronel Martín Álvarez). La tercera unidad era el Granaderos del Cuzco (coronel Manuel A.
Gamarra) el que se encontraba en Moquegua. Cada uno de estos batallones
incompletos debía elevar sus efectivos a 600 plazas, según disposiciones
terminantes emanadas de la capital.
El Ministro
de Guerra del Perú, entregó plena
libertad de acción (dependería única y directamente del Ministerio) y dió al
coronel Gamarra órdenes precisas:
a. conservar la línea de
comunicaciones, a toda costa, entre Montero (ubicado en Tacna)-Arequipa-departamentos del sur, para lo cual se establecería en Moquegua,
enlazando Arequipa con el Almirante Montero.
b. vigilar el puerto de
Pacocha, para dificultar en lo posible el acceso de fuerzas
enemigas; y en caso de retirada, inutilizar
todos los elementos de movilidad que pudieran aprovechar los invasores.
Gamarra se traslada a Moquegua, en donde acampan los Granaderos del Cuzco y el Batallón Vengadores de Grau, ex‑columna “Huáscar”, del comandante julio Cesar Chocano. Ordena al Canchis que se traslade de Tambo a
Moquegua, y al Canas a Torata, ya
que el prefecto de Arequipa tenía un buen núcleo de tropas a cargo del coronel Juan Francisco Goizueta, comandante de
la 2ª División del II Ejército del Sur, para resguardar el camino de Mollendo.
Oficial Chileno
Gamarra llega a Moquegua el 12 de
Febrero, y se encuentra con la novedad de que los dos cuerpos que debían
ingresar a su 1ª División, los Granaderos
del Cuzco y el Vengadores del Grau,
forman una 10ª División del I Ejército, a cargo del coronel Manuel Velarde, dependiente del Cuartel
General de Arica y por disposición de éste, Velarde recibe orden de hacerse de disponer de dichas unidades. Chocano, comandante del Vengadores de Grau, exhibe las
comunicaciones del Gobierno de ponerse a las órdenes de Gamarra. El coronel Velarde,
ante las órdenes del Ministerio, cede y remite a Montero copia de las
instrucciones de la Secretaría de Guerra.
Gamarra recibe los dos cuerpos disputados el 25, y
el 27 se presentan los chilenos en Pacocha, por lo que las instrucciones se
interferir el desembarco del enemigo o
destruir el material de movilización, se hacen impracticables ante la falta de
concentración de las tropas disponibles. Abandona Pachoca y se concentran en el
Alto de la Villa, para conservar
intacta la línea de comunicaciones de Montero. Hace ingresar a sus fuerzas a la
Gendarmería de Moquegua (Manuel A.
Gómez) y la Guardia Civil de Infantería,
con lo que alcanza a un efectivo de 2.000 combatientes. Establecido el Cuartel
General en el Alto de la Villa, envía a los Gendarmes montados, a vigilar el
valle, hasta las cercanías de Hospicio,
a medio camino entre los campamentos chilenos y peruanos y queda en espera de
los acontecimientos.
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