CAMPAÑA DE TACNA: DESEMBARCOS.
COMBATES. Y DESIERTO (IV)
LA
LARGA MARCHA. EN EL DESIERTO: El
comandante Stuven, alista una
locomotora y recorre con ella algunos kilómetros hacia el interior. El ejército
permanecía en sus acantonamientos. Erasmo
Escala resuelve ocupar Moquegua,
y deshacer la guarnición peruana que la ocupa, eliminando cualquier tentativa
para inquietar el flanco o retaguardia del ejército en su marcha, en dirección
al sur, sobre la línea Tacna‑Arica.
La línea ferroviaria Pacocha-Moquegua es parcialmente revisada por el capitán Latham el
6 de marzo, quien no encuentra desperfectos en ella. El comandante Stuven sale el 8, a las 2 P. M., con un
convoy formado por la máquina Pacocha, dos carros estanques con
12.000 litros de agua a una nueva recorrida. Sesenta jinetes y 20 buines
escoltan a la escuadrilla de carrilanos y herramientas que conduce para el caso
de encontrar desperfectos en el camino. La cuadrilla de camineros limpia a
dinamita un relleno de piedras de cuatro y cinco toneladas que obstruían un
corte de rocas. Esta expedición termina por pernoctar a cinco kilómetros del
río. A la diana, después de un corto tiroteo sostenido por los buines con las
avanzadas peruanas, Stuven entra a El Conde, baja la bomba que lleva a
bordo, llena los estanques y regresa sin la menor novedad a Hospicio, en donde quedan los buines
con 16.000 litros de agua en los recipientes de la estación, y un telegrafista
para comunicar las novedades.
Avanzar hacia Tacna,
luego de asegurada la retaguardia con la conquista de Moquegua y la batalla de
Los Ángeles, implicaba un viaje, si se hacía por tierra, por “el extenso desierto que se extiende desde el
río Ilo al río Sama, cortado, a los dos tercios del camino al sur, por el río
Locumba.” Cada uno de estos ríos constituye un valle, largo pero estrecho.
Se trata “más bien profundas hendiduras
en la pampa, formadas por las aguas... Las paredes, casi a pique, miden desde
30 a 200 metros de altura, que impiden la entrada o salida de los valles. Para
el acceso, los moradores han tallado veredas de cabras para la gente de a pie,
y caminos más o menos practicables para caballerías.”[1]
Para llegar por esa zona hay dos caminos vistos por las fuerzas chilenas, el
primero el de Moquegua-El Conde-Jagüey-Buena
Vista, cuyo inconveniente es la llamada “Sierra del Bronce, entre El Conde y Jagüey, con sus ásperos senderos
tallados en la roca viva y sus precipicios tenebrosos. Los indios conductores
de arrías evitan este paso, cuya travesía demora veinticuatro horas.” Una
ruta más corta eso sí. El otro camino es la ruta Pacocha-Ite-Las Yaras, “que
bordea la playa, no tiene tráfico alguno, por la sucesión de collados de arena,
de dunas y alcores movedizos, que gastan a los animales. El viento marino levanta
nubes de polvo que sofoca y corta la respiración.”
El Estado Mayor chileno opta por un camino
intermedio, con etapas donde descansar y avituallar a las tropas y animales de
carga, especialmente con agua, el elemento vital del que carece la zona de tránsito.
Se trata de la ruta Pacocha-Hospicio-Bellavista
y Pacocha-Estanques-Las Yaras.
Cita Francisco Machuca que el plan sería como sigue:
1º
La caballería se adueñará de los valles de Locumba y Sama, limpiándolos de
enemigos; y cubrirá el frente del sector de operaciones para que las columnas
en marcha puedan efectuar la concentración en Sama con seguridad, caminando
paralelamente de a dos, con los cuerpos escalonados.
2º
La División I marchará por Hospicio, Río Seco y Locumba. Allí, acampada en el
valle de este nombre, esperará a la III, que por Estanques, y Río Seco, llegará
a Sitana sobre el río Locumba. Ambas divisiones marcharán paralelas, en
dirección a Buena Vista la I y a Las Yaras, la III. Las Divisiones I y III
avanzarán al valle de Sama y ocuparán respectivamente a Buena Vista y Las
Yaras, cuando las Divisiones II y IV lleguen a Locumba y Sitana.
3º
La II División saldrá de Moquegua, por Hospicio y Río Seco a Locumba; y
4°
La IV de Pacocha por Estanques a Sitana.
5°
La Artillería de montaña se distribuirá en las Divisiones, y la de Campaña,
seguirá a la II División con la escolta conveniente.
6º
Los directores de Correos y Telégrafos,…trasladarán las oficinas principales de
Locumba a Buena Vista, una vez que parta la I División.
De
Pacocha, arranca la línea de etapas, servida por ferrocarril, con estaciones de
tránsito en Estanques y Hospicio de las cuales se desprenden las líneas de
etapas servidas por recuas y piaras de mulas… Tres caminos de etapas se ponen
en servicio desde Locumba y uno de Sitana, para el abastecimiento del ejército,
en la zona de operaciones…..en las Cabezas de etapa descansaban las mulas, pero
los capataces y la dotación de la piara, cambiaban o reponían herraduras,
curaban las heridas de los animales, repartían la ración de agua y forraje,
para remendar después los aparejos y aperos consiguientes.
Los
ríos Locumba y Sitana proporcionaban agua en abundancia; pero se necesitaba
organizar dos Estaciones provisorias en Quebrada
Honda, equidistante de los valles de Sama
y Locumba; y la Cabeza, en esta villa…. el agua, cuyo almacenaje era fácil en los
depósitos de cal y piedra de Hospicio y Estanques. Para las Estaciones
auxiliares de Río Seco, los ingenieros y pontoneros construyeron en la
maestranza de Pacocha recipientes de hierro; y con duelas extraídas de las
bodegas del valle, enormes tinas que se armaban en los lugares de depósitos.[2]
Río Locumba
En Locumba se transformó
las casas ubicadas la Plaza de Locumba
en bodegas de víveres y forraje, dotadas de espaciosas salas, amplios
corredores y corrales seguros para las mulas.” Donde se encontraba situado
el Buin…..la distancia…entre Hospicio y Locumba, sube
a ciento once kilómetros y un tercio. Describe el área también Diego Dublé Almeyda: “desiertos de arena y ceniza de antiguas erupciones de
volcanes próximos. Esta gran extensión está interrumpida solo por dos valles
con agua, el de Locumba y el de Sama, a casi igual distancia uno de otro. De
modo que hay que enviar agua a la medianía de la ruta entre uno y otro valle
para las tropas que tengan que atravesar esos desiertos. Y aun así hay muchos
soldados que quedan en el camino rendidos por el cansancio de la marcha, por el
calor, y sobre todo por la sed. Los jefes han tomado la precaución de
subdividir lo más que se pueda los grupos de tropas en marcha, a fin de que el
soldado tenga más espacio, más aire. Casi no hay viento en estos lugares, de
manera que el soldado va acompañado de nube de polvo que se levanta al marchar.
Es muy general que a dos pulgadas de la arena que hay en la superficie del
terreno, aparezca polvo de ceniza, que removida por el pie, forma nubes que lo
desespera, lo ahoga y provoca sed. De aquí también la necesidad de dar descanso
al soldado cada veinte minutos para que pueda respirar aire limpio.”[3]
Regimiento Buin, en Antofagasta 1879
La primera unidad en partir desde Pacocha es la División Amengual el 8 de abril, “escalonando los cuerpos con un día de intervalo. El 8 se pone en marcha
el Esmeralda; el 9 Los Navales; y el 10 el Valparaíso. Se haría el viaje en
cuatro etapas: Estanques-Hospicio-Rio Seco-Locumba. La marcha fue horrible “sufrieron grandemente en las jornadas
diurnas. La tropa desesperada por el calor, la tierra y la sed, arrojaba los
rollos, las botas de repuesto y aún las frazadas y capotes, para alivianarse y
continuar el camino. Las consecuencias se hacían sentir en la noche, en que el
soldado, falto de abrigo se enterraba en la arena para combatir la baja
temperatura…. Un grupo de los más sufridos va adelante, separado buen trecho
del resto, formando avanzada. Los otros siguen atrás en desorden. Y no es
posible tampoco guardar la fila, pues cada soldado lleva más de veinte libras
encima. A la espalda un rollo de ropa y un par de botas de repuesto; al costado
derecho el bolsón de la ración seca; al izquierdo la caramayola con agua; al
hombro el rifle y a la cintura la canana con 100 tiros a bala”.
“La marcha de
los más de tres mil infantes por el desierto fue patética. El calor espantoso,
sumado al aire reseco y al polvo que levantan miles de pies, hizo que las
gargantas de estos estoicos soldados se pusieran resecas y fueran afectadas por
la deshidratación….muchos de los soldados, para enfrentar la dura marcha, no
habían llevado sus caramayolas y otros simplemente no las habían recibido. Para
colmo, no recibieron las dos raciones de alimentos que reglamentariamente
debían llevarse, porque se suponía que en Estanque y Hospicio serían esperado con rancho
preparado….”[4]
El oficial del Esmeralda, Alberto del Solar, rememora esos acontecimiento en la marcha de su
unidad: “De la futura expedición sólo sabíamos
que debía llevarse a cabo por el desierto, venciendo un sinnúmero de
dificultades; que partiríamos por ferrocarril hasta un punto vecino, llamado el
Hospicio, para seguir desde allí a pie en jornadas de algunas leguas, con
dirección a Locumba, Sama y Tacna y, por último, que nuestro equipo habría de
ser lo más ligero posible, por lo pesado de las marchas, durante las cuales
estaríamos obligados a llevarlo personalmente en un simple rollo a la espalda.
…bien provistos de charqui, pan y otros alimentos, nos ocupamos enseguida de
pasar revista a la tropa, a la cual teníamos especial encargo de hacer toda
clase de recomendaciones para evitar, sobre todo, la carencia de agua y
víveres,... La una del día sería cuando nos pusimos en marcha, almacenados, por
decirlo así, en los vagones del ferrocarril insuficientes para contener las
numerosas divisiones. Los oficiales que tenían deberes de semana se acomodaban
de la mejor manera posible entre los soldados de sus compañías,…. Con el
corazón feliz y llenos de entusiasmo, hacíamos resonar cien «¡hurras!» que se
perdían entre el ruido de la locomotora y su tren, y el murmullo del
mar….Haciendo zigzag y trepando una empinada cuesta, apenas bastaban las
fuerzas de dos poderosas máquinas para arrastrar el convoy compuesto de mayor
cantidad de carros que los que ordinariamente hacen el servicio de la línea… La
dificultad de la ascensión, a cada momento más lenta, se hizo después de dos
horas insuperable[5],
pues a fin de aumentar la presión, los maquinistas habían agotado su depósito
de agua (provisión indispensable y preciosa en aquellas circunstancias por la
escasez que de ella había) hasta el extremo de ser necesario interrumpir la
marcha por falta de vapor.
Regimiento Segundo de línea en Antofagasta 1879
Estaba a
medio camino de Hospicio, “por tanto, la
orden de formación, y momentos después nos pusimos en marcha al paso de camino,
es decir, sin compás alguno; pero manteniendo siempre la distancia y llevando,
para más comodidad, el fusil terciado a discreción… El suelo que pisábamos era
movedizo y ardiente…. lo que la vista nos indicaba, los cerros de la costa, que
hacía tantas horas habíamos dejado a retaguardia, parecíannos aún de igual
dimensión, sin que uno sólo de sus detalles se borrase o atenuase siquiera ante
el poder de la distancia….. las sinuosidades de los pequeños montículos que se
destacaban al frente en el horizonte y en la dirección que seguíamos,
presentaban el mismo aspecto constantemente…. Al caer la tarde, es decir,
después de más de cuatro horas de marcha, que nos habían parecido eternas, no
era posible disimular más: todos confesábamos el cansancio y esperábamos con
ansiedad el momento de hacer alto…la experiencia, que me demostró que cada paso
que se da sobre la arena profunda y movediza equivale sólo a medio paso sobre
terreno firme, a causa de que el pie resbala hacia atrás haciendo que el cuerpo
se incline involuntariamente, todo lo cual contribuye a fatigarlo y aun a
extenuar las fuerzas en poco tiempo….Comenzaba ya a anochecer cuando empezamos
a descender un plano inclinado de terreno que, haciéndose más y más irregular,
convertía la marcha en un verdadero tormento. El rollo en la espalda, el
revólver con sus cien tiros y el sable del cinto aumentaban poderosamente la
dificultad,….acampado sobre las altas mesetas que forman muralla a los valles
profundos, únicos oasis de ese cruelísimo despoblado,.. al caer de la tarde la
temperatura cambia bruscamente, de modo que de insoportable por lo ardiente,
pasa a ser intensamente fría, y tanto que durante la noche las brisas heladas
entumecen el cuerpo, no bastando el abrigo más denso para entibiarlo.. Fue
necesario, pues, desenrollar el capote y cubrir con él las espaldas, alzando el
capuchón, con lo cual, más que de soldados parecía el regimiento una
peregrinación de silenciosos frailes franciscanos…El silencio absoluto e
imponente de la noche, turbado sólo por el ruido uniforme de los yataganes que
chocaban con las caramayolas de metal daba aún mayor sombra a ese cuadro de
tintas negras y monótonas
Pasaron dos horas más sin la menor novedad. Al
cabo de ellas, por el rumor que desde la cabeza de las filas venía
trasmitiéndose sucesivamente hasta las de mi compañía, pude cerciorarme de que
tocábamos el término de la jornada de aquel día y que el punto en que debíamos
acampar estaba cercano. Esta idea me dio nuevas fuerzas, cosa que debió suceder
igualmente a los demás, pues las hileras comenzaron a redoblar el paso.
La detención en la llanura de Hospicio fue
brevísima: el tiempo suficiente para renovar la provisión de agua y víveres. En
esta nueva jornada, la más larga y penosa de toda la campaña, debíamos
especialmente observar las instrucciones recibidas al abandonar Pacocha: mucha
economía de agua y de raciones, fusiles listos para todo evento, orden absoluto
en la marcha y silencio completo durante las noches en que debíamos acampar
sobre las armas.
Hasta Hospicio el terreno había sido, aunque un
tanto accidentado en partes, generalmente plano y tapizado de arena: a partir
de esta última estación, por lo contrario, las cadenas de cerros pedregosos, elevados
muchos de ellos y abundantes en inmensos precipicios y horribles desfiladeros,
deberían sucederse continuamente agregando nuevas dificultades a la
marcha….partimos al ponerse el sol del día siguiente, abandonando la dirección
que constantemente habíamos seguido hasta entonces y siguiendo, por tanto, una
perpendicular a la línea férrea que unía a Pacocha con Maquegua y cuya
estación, casi central, era Hospicio. Esto equivalía internarnos en el
desierto, protegidos sólo por las divisiones de retaguardia y separados
absolutamente de la escuadra, único centro de nuestros elementos y recursos….La
artillería, que había tomado otro camino, tuvo a su vez, todo género de
dificultades. Le era necesario en ocasiones, para continuar su trayecto,
abrirse paso por entre las colinas escarpadas, trabajando senderos
artificiales, a barreta y azada; suspender por ellos las pesadas piezas de
campaña, arrastrándolas por medio de series de parejas de mulas y caballos, a
la vez que los zapadores, dirigidos por los ingenieros del ejército despejaban
aún los tropiezos que de nuevo se presentaban.
Al cabo de algunos días,…en la mañana del día
veintiséis
(de abril), con los primeros rayos del
sol, al descender de nuevo de la planicie eterna, un grito unísono salido del
pecho de más de diez mil hombres rasgó los aires. -¡El valle! ¡El valle a la
vista!...
A la distancia,…verde, inmensa, esfumada entre
la bruma y las nubes confundidas, se dibujaba, bordeando el horizonte, una
línea accidentada y umbría... ¡Era el oasis de Locumba!
Precipitándonos (ésta es la palabra)…desde el alto borde en
que acaba el desierto y principia el oasis, oficiales, clases y soldados, sin
orden ni distinción de jerarquías, locos de contento y olvidándonos en absoluto
de nuestra fatiga, nos abalanzábamos hacia la orilla del río en cuyo seno
hundíamos la cabeza toda, bebiendo con ansia, con delicia indescriptible, de
sus aguas claras y dulcísimas.
En un instante, y pasados los primeros
alborozos del entusiasmo, tendíamos nuestras tiendas en el sitio que nos
parecía más pintoresco, y allí arreglábamos nuestro alojamiento, seguros de que
a la mañana siguiente podríamos regalarnos con algunas horas más de sueño, pues
no deberíamos emprender nueva marcha hasta haber refrescado completamente la
tropa y las bestias de carga.
Toda esa tarde la empleamos en descansar a la
sombra de los árboles y cuando, ya un tanto reparadas nuestras fuerzas, nos fue
posible movernos, nos dispersamos en pequeños grupos explorando el bosque y el
lado opuesto del río, pero sin apartarnos del campamento más de lo
conveniente,… Una parte del ejército, también, quedaba acampada en las alturas,
lista para dar, con la anticipación debida, la menor señal de alarma.
Irene Morales, cantinera chilena
El viaje
de la división hasta Locumba ha
durado 10 largos días, donde debe esperar
a la Tercera División. Cuenta Alberto
del Solar de su estadía en Locumba:
“Era éste un caserío miserable con algunos
centenares de habitantes, muchos de ellos trabajadores de las haciendas
vecinas, entre las cuales figuraba como la más notable la del coronel limeño D.
Mariano Pío Cornejo, militar aguerrido y propietario opulento. Distribuidos por
divisiones los diferentes cuerpos, quedaron alojados en las casas, desocupadas
de antemano, como es fácil comprenderlo, por los empleados e inquilinos desde
el momento en que se supo la proximidad de nuestras tropas. Le tocó a mi
regimiento hospedarse en las magníficas posesiones del coronel Cornejo, donde,
sea dicho de paso, encontramos una considerable cantidad de víveres frescos que
nos fueron distribuidos por disposición superior, como justo impuesto de guerra
a que quedaban obligados sus dueños, según es costumbre en tales
circunstancias.
Tranquilos y sin novedades de ningún género
trascurrieron los días de Locumba. De nada carecíamos, pues el Valle, abundante
en legumbre y caza salvaje, nos brindaba toda clase de regalos, sin que nos
faltara aun lo accesorio. De allí, pues, que volviéramos a gozar de una cama
con sábanas y frazadas (las cuales nos procurábamos en las casas y en el
pueblo), de una mesa con cubiertos y manteles, de muebles de todos los usos y
hasta de un buen piano, dos o tres guitarras y otros instrumentos musicales que
hacían la delicia de nuestras tardes de fiesta. En ocasiones nos solíamos
llevar la banda de música (una de las más completas del ejército) a la terraza
del magnífico chalet del señor Cornejo, y allí deleitábamos el oído con los
trozos de ópera que nos eran favoritos”
Diego Dublé Almeyda
Incluso el viaje de dos personas puede ser
complicado, cuenta Diego Dublé, “El 29 de abril partimos de Pacocha con mi hermano Baldomero
a la estación de Hospicio, desde
donde nos dirigimos a los valles del sur a incorporarnos a nuestras respectivas
divisiones. Pasamos allí la noche del 30, y en la madrugada del 1 de mayo nos
dirigimos al sur, conduciendo nosotros mismos una mula…. El asistente de mi
hermano, soldado de infantería del 3º de
línea, había salido a pie antes del amanecer por la misma ruta que nosotros
debíamos seguir, ruta bien marcada ahora por las huellas de las tropas que por
allí han pasado durante los últimos días. A las 11 a.m. nos detuvimos a la
sombra de unas grandes piedras para almorzar y descansar dos horas, guarecernos
del fuerte sol del mediodía y dar también algún descanso y alimento a nuestras
cabalgaduras. A la 1 p.m. nos pusimos de nuevo en marcha. Pocos minutos después
divisamos en la llanura un soldado que avanzaba a pie delante de nosotros.
Pronto lo alcanzamos, parecía muy fatigado. Era asistente de mi hermano. Este
le dijo que montara en la mula de carga que llevábamos. Rehusó hacerlo; nos
dijo que no estaba cansado; que tenía mucha sed, y nos pidió agua.
Desgraciadamente no la teníamos: la de nuestras cantimploras la habíamos
consumido en el almuerzo. Le dijimos que subiera a la mula para llegar más
pronto al depósito de agua que estaba como a una legua de distancia. Volvió a
rehusar; dijo que más cómodamente llegaría a pie. Mi hermano le ordenó entonces
que colocara sobre la mula la mochila y un saco que llevaba. Así lo hizo, y nos
separamos de él dejándolo atrás, con la idea de verlo en pocos minutos más en
el depósito de agua. A poco andar sentimos la detonación de un tiro de
fusil,…vimos en el suelo al asistente de mi hermano…. El soldado estaba muerto;
tenía el cráneo despedazado; la bala le había entrado por debajo de la barba.
El infeliz se había suicidado con su propio fusil. La sed lo había vuelto loco.
Media hora después estábamos en el depósito de agua, y referíamos a nuestros
compañeros aquel, para nosotros, doloroso accidente.Y este no fue el único
suicidio causado por la sed y los sufrimientos materiales de la campaña”
En
el lado de los Aliados: A fines de Abril, el Comandante en jefe del
Ejército boliviano, coronel don Eleodoro Camacho, indicó a sus colegas
peruanos, la conveniencia de la inmediata ocupación del valle de Sama, por ser
el punto más estratégico de esta zona: ….defendiéndolo, se tenía, caso de un
desastre, fácil retirada a la sierra”, contando el valle con agua y
leña. El almirante Montero se niega a tal planteamiento, dejando a sus
tropas bien guarnicionadas en Tacna, pues en caso de derrota podían retirarse a
Arica.
Desde el valle llegó a Tacna el coronel Albarracín
el 19 de abril, luego de ser expulsado de Sama y también propone volver a
recuperarlo. Camacho empieza a preparar a sus tropas pero el mismo día llega el
general Campero. El 21 se le designa comandante en jefe del Ejército Aliado. Y
se mantiene a los peruano-bolivianos en los alrededores de Tacna
La
ejemplar marcha de la Tercera División chilena: Muy
distinta suerte tendrá la Tercera División o División Amunátegui, la que parte
desde Ilo “Formó los batallones en
columnas paralelas por compañía, de derecha a izquierda”, integrada por el
Cuarto de Línea, Artillería de Marina, batallón Chacabuco y batallón Coquimbo.
“A la cabeza de cada cuerpo va la banda,
y a retaguardia, la guardia de prevención, con orden de no dejar un solo
rezagado y de cuidar las mulas con los fondos del rancho. Sigue a la infantería
una brigada de artillería de montaña, en batalla; y atrás las recuas del bagaje
y una masa de bueyes en pie. A la cabeza de la División se coloca el Comando en
jefe, y el Estado Mayor con sus ayudantes; y 800 metros adelante, la compañía
de descubierta en dispersión, con relevo cada veinticuatro horas.”
Soldado chileno de la guerra del pacífico con uniforme completo
Parten de Pacocha
el 22 de abril en la tarde dos horas después “se ordena alto y que las últimas compañías pasen a la cabeza de cada
batallón; y después, media hora de descanso. Se continúa extrictamente en esta
forma hasta el amanecer, en que la División arma pabellones en Estanques, sin dejar un solo individuo
rezagado. En la tarde del 23 bajo las mismas reglas, empezando su marcha en
el desierto por la noche y en la mañana. Se llega a Río Seco, en el que permanecen el 24 al 25 hasta el anochecer ese
último día cuando comienza la marcha por la última etapa que cumplen el 27 de
abril, en Sitana, a las 9 de la
mañana, en el valle de Locumba
Ahora la Primera
y la Tercera Divisiones parten en la
tarde del día 28 desde el valle de Locumba hacia el de Sama a 55 kilómetros de
distancia, entrando de nuevo a la pampa desértica y el 29 se detienen en Quebrada Honda en medio del desierto
hasta el anochecer cuando se reanuda la marcha. Ambas divisiones se mueven a 11
kilómetros de distancia entre ambas. Y a las 10 de la mañana del día 30 en la
mañana la Primera División llega a
su objetivo en Buena Vista, orilla
norte del Sama y la Tercera e n la orilla sur, en Las Yaras
Baquedano, comandante en jefe, llega a Las Yaras y ordena la salida de la
Segunda División desde Moquegua cuando se le unan partidas enviadas al interior
requisando reces. El ministro Sotomayor
ordena que partan de inmediato lo que termina por cumplir el coronel Muñoz. Sale entonces en la medianoche
del 27 al 28 de abril por la ruta El
Conde-Hospicio-Río Seco-Locumba
La Segunda
División o División Muñoz abandona Pacocha. Marcha durante la noche y a la
mañana siguiente acampa en Estanques,
donde la tropa recibe víveres y agua en abundancia. La primera etapa del viaje
está cumplida
Stuven conduce dos convoyes, con tres estanques, dos carros de víveres y
forraje y dos de municiones, con orden de dejar el agua en el camino, y llevar
las vituallas y parque a El Conde.
Dejan 10.000 litros de agua en Estanques
y marchan a Hospicio. Las máquinas
suben muy despacio, circunstancia que aprovechan los rezagados para treparse a
los carros, lo que aumenta el peso a lo menos en treinta toneladas[6]
dañando una de las locomotoras. Con una sola máquina empuja el convoy hasta Hospicio.
Soldado chileno
Stuven parte para El Conde a las
6:30 P. M. con un estanque vacío y dos carros de víveres y forraje, para volver
con agua al alba del siguiente día, a proveer a la División Muñoz que debe
llegar en la tarde. No obstante que en El
Conde se encuentran 900 hombres de caballería chilena, Stuven avanzó con todo cuidado. A diez kilómetros, se nota la falta
de cuatro rieles, obstáculo reparado en media hora por los camineros. Sin
embargo mientras cae la noche y la visibilidad disiminuye se produce un
accidente al encontrar otro tramo dañado, éste sin rieles ni durmientes, y la
máquina desriela. La cuadrilla caminera, ayudada por los empleados, se pone a
la tarea de levantar la máquina y reparar la vía, a la cual faltan los
durmientes y diez rieles tirados al abismo. La consecuencia es que las tropas
chilenas que avanzan por el desierto peligran de morir de sed.
Muñoz, sin saber lo del accidente (no hay telégrafo y el estafeta enviado a
avisarle se dirige por otra ruta), deja Estanques
en la tarde del 13. El terreno “(t)odo
era un arenal. En otras partes el terreno estaba cubierto de un polvillo suelto
sin ninguna vegetación. En la medida que nos alejábamos de la costa elaire se
tornaba seco y caliente y casi no corría brisa” para aprovechar el fresco
de la noche. Al llegar a Hospicio
encuentra sin agua disponible. Allí se arman pabellones y la división, rendida,
queda en el suelo agotada y en espera de la llegada del tren con agua. Para
paliar la falta de agua el coronel Muñoz
ordena requisar todas las bestias, incluso la propia y manda tropa a cargo de
oficiales, con todas las caramayolas, a buscar agua al río. A la una de la
mañana, llega el precioso líquido. Se distribuye a razón de cinco caramayolas
por compañía; es decir, diez litros para cada 125 hombres.
Llega
el nuevo día que amenaza ser ardiente por el calor de la mañana. Cerca de las
doce, algunos soldados se levantan, miran al oriente para cerciorarse si viene
el tren; nada se divisa; ponen el oído en los rieles, ningún ruido se percibe;
entonces, a buscar agua, gritan; al río, al río... y marchan en tropel. El
coronel, ante tal acto, de indisciplina, hace tocar tropa. Los cuerpos forman,
salvo algunos grupos de desesperados que no oyen las bandas. Para hacerlos
regresar, hace disparar cinco granadas a vanguardia de los desobedientes;
estallan los shrapnhells; los dispersos exclaman: Mátenos mi coronel;
preferimos morir fusilados.[7]
Desde Hospicio,
Baquedano envía casi toda la caballería que tiene, “llevando cuanto envase pudiera contener agua para sedientas y casi
enloquecidas tropas…en el camino (me encontré) con las mulas de la artillería que acompañaba a la infantería que iban
a buscar agua a Conde”
Mientras Stuven
consigue recolocar la máquina y hacerla pasar por una línea provisoria, por lo
que continúa su viaje, a las 3 30 PM y
entra a la estación de El Conde,
llena los estanques y sale con 25.000 litros al encuentro de la II División.”¡El tren! ¡El tren!” exclama la tropa,
al divisar el penacho de humo que repecha la ladera. Se bajan unas tinas a
ambos lados, y se llenan del precioso líquido. La tropa bebe a sus anchas. Como
ochenta individuos que vienen atrás muy extenuados, reciben agua mezclada con
vino, traída por 200 jinetes enviados por Baquedano, con 100 caramayolas de
añejo Moqueguano y 100 de agua fresca del río.
Regimiento Chillán
La división penetra al valle a las nueve de la
noche. Gritos de alegría saludan la verde alfombra de los pastos, los tupidos
emparrados cuajados de racimos maduros, frescos y jugosos. El general ordena
vivaquear dos días en los alrededores de El Conde, para que la tropa se reponga
y haga la policía personal, lave la ropa y se bañe en el río.
A
las 12 de la noche del 29/30 continúa a Río Seco; descansa y sigue caminando
hasta las 5 P. M. del 30, en que entra a Sitana. Acampa en el valle los días 1
y 2 de Mayo; a las 5 P. M. sigue a Sama por el camino trillado; a mitad de la
jornada encuentra víveres y agua, lo que le da fuerzas para continuar la ruta,
hasta las 10 A. M. en que acampa en pleno desierto. A las 2 P. M., nuevamente
andando; como a diez kilómetros divisan gran número de infantes dispersos en la
pampa; son los compañeros de las Divisiones I y III que vienen con las
caramayolas llenas, y a ayudarles a llevar el rollo, la canana y aún los
rifles.
A
las 5:30 entra la II División al valle, saludada con dianas y el himno de
Yungay, de las bandas del ejército ahí acampadas.[8]
Finalmente la Cuarta
División y la artillería esperan en Pacocha
y Hospicio, a la espera de la orden
de marcha. Sotomayor temiendo que la artillería quede atrapada en el desierto
opta por ordenar desembarcarla en la caleta de Ite, junto a la División Barboza. Baquedano no pensaba lo mismo pero se impuso el criterio de Sotomayor, aun cuando Ite tenía el
inconveniente de la mar, muy picada y que paralizaba cualquier desembarco.
Durante cuatro días, luego de llegada a la caleta, no se pudo desembarcar a
nadie y finalmente la mar se calma, desembarcando del Zapadores, Tercero de Línea y el Lautaro el 28 de abril. “Con
mucha dificultad se desembarcó, pues el mar estaba tan bravo que ni se pudo
fondear, y fue necesario dejar a bordo el equipo” los cuerpos solo marchan
en una sola línea, dice Francisco Machuca, pero en el recuerdo de Arturo
Benavides, oficial en el Lautaro, “la
división se dividió en dos columnas que marcharon paralelamente, pero separadas
por varias cuadras o kilómetros…. Como a las diez de la mañana se emprendió la
ascensión de los escurridizos cerros… Al llegar a su cima…divisamos el plomizo
desierto que se extendía por el horizonte en todas direcciones”[9].
Pero no avanzaron y de hecho tuvieron que bajar el cerro porque la artillería había
quedado embarrancada en la playa con sus ruedas hundidas hasta cerca de los
ejes y los caballos desenganchados porque los animales al hacer un mayor
esfuerzo más se hundían en la arena. Las tropas tuvieron que sacar las piezas a
fuerza de músculo hasta la cima del cerro, luego de cumplida la tarea a media
tarde se ordenó marchar, aprovechando la oscuridad que caía.
Imágenes actual del valle del Locumba
Entonces en la
marcha el agua empezó a agotarse. Se hizo una pausa por unas horas para
descansar y luego seguir marchando, ahora con un “un frío muy intenso y espesa camanchaca (neblina costera), nos impedía ver a pocos metros… Nos
pusimos a marchar antes de aclarar… Luego salió el quemante sol que a poco
reverberaba en la arena; y el calor fue aumentando hasta ser intensísimo.
Momentos después la arena no se podía tocar: quemaba. Al comenzar la marcha,
los soldados se manifestaban animosos, pero a poco cesaron las conversaciones y
después de algunas horas se marchaba sin orden y algunos murmuraban… La sed por
momentos se hacía más y mas intensa…El sol quemaba materialmente, produciendo
dolorosas escoraciones en la piel, y no corría ni la más ligera brisa que
refrescara la atmósfera de fuego… Volvieron a desorganizarse las filas y a poco
se marchaba en desorden…el espectáculo que se ofreció a mi vista me
consternaron. Varias decenas de rifles y gran cantidad de equipo se encontraba
tirado en una gran extensión. Los tormentos de la sed desesperaron a muchos
soldados, y arrojando armas y equipos se habían dirigido por el camino les
parecó más corto al Río Sama”. Otro error. “El comandante Bulnes que
acampa en Poquera parte al instante con diez cargas de agua, y las caramayolas
llenas…..La IV División se arrastra penosamente durante cuatro jornadas; en las
dos últimas, los tercerinos, tiran a pulso las piezas durante los dos últimos
días, pues las mulas estaban cansadas. Por fin el 3 de abril ingresa la
División al frente del Sama”[10]
La ordalía del Ejército chileno paraba allí, al
menos con la que lo castigaba la naturaleza y la improvisación.
[5] Dirá el mismo del Solar que “observábamos
cómo las ruedas de la locomotora, sin fuerzas para prenderse a los rieles,
resbalaban furiosamente agitadas por el violento empuje de los pistones que
imprimían convulsiones bruscas al convoy entero”
[6] A lo que había
que sumar la Intendencia
aumentó la carga, a última hora, con fondos y útiles de rancho, unas para dar
de beber al ganado, material de la Ambulancia Valparaíso, y la guardia de estos
bagajes.
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