BATALLA DE TACNA: VICTORIA
LA SUERTE DE LA
ARTILLERÍA ALIADA: La 2. batería ejecutó su movimiento de cargar su material y desfilar
inmediatamente sin ser ofendida por los fuegos enemigos, por hallarse en la
parte más baja del repliegue citado, pero en su tránsito, el nutrido fuego del
enemigo, que había pronunciado su ataque por ese lado y que avanzaba arrollando
nuestra izquierda, había muerto y herido la mitad de su gente, entre ellos,
herido su capitán Eduardo Águila, matando al mismo tiempo seis mulos
conductores, cuyas cargas quedaron en el campo. Una vez en la altura,
soportando un vivísimo fuego de fusilería y ametralladora, nos fue imposible
hacer fuego, pues ya nuestras tropas estaban confundidas con las del enemigo.
La batería N° 1 del Perú “había quedado a la retaguardia, y en terreno más elevado, al cargar su
material para seguir a la 2., fue víctima, así su tropa como sus acémilas, de
nutrido fuego enemigo. Quedan heridos el
Capitán Graduado Elías Bodero y Teniente Eduardo del Castillo. El jefe de
la Brigada, Mayor Graduado Manuel Carrera
y demás oficiales de la batería, no logran salvar sus piezas.
A su vez, “sección
de a 12, que ocupaba el centro de las baterías N°1 y 2, por su naturaleza
pesada, para seguir con la regularidad debida al movimiento de las anteriores,
y hallándose más cerca de la ceja predominante de nuestras posiciones, a las
órdenes del 2° Jefe Sargento Mayor Graduado Pedro Ugarteche, hicieron seis
disparos, hasta que encontrándose acribillado por el fuego enemigo, y sin poder
retirarse…, perdiendo toda su gente, y al Maestro Mayor de obreros Pedro
Sánchez, que con sus subordinados, se ofrecieron a servir dichas piezas.
Quedan contusos Sánchez, Eloy Caballero y Pedro Odriozola, se repliegan a la 2° Batería, donde intentan salvar sus piezas
cuando ven la derrota “mandándole orden
con el Alférez Pedro Carlín al Capitán Félix del Piélago, que se hallaba
encargado del parque, se replegase hacia nosotros que nos dirigíamos siguiendo
la oleada de dispersos, que cubría la entrada a Tacna, hacia el Alto de Lima,
eran las 3 p.m.”
Desde la
perspectiva boliviana, Murguía, jefe
del Colorados, contaba que “La retiradada, después de un trabajo
incesante de ocho horas de movimientos y de fuego, era en aquellos terrenos
cuajados de eminencias arenosas, tan difícil como penosa; mas con gente hábil y
arrojada, como la que me restaba de la División, no dudé por un momento en
verificarla, rompiendo casi las filas enemigas y cuando éstas por el norte
tenían dominadas las eminencias del valle y ciudad de Tacna. Solo me quedaba
pues, una corta estension franca por el centro, inclinada al sur de la
población y con acceso por un desfiladero, que era necesario franquear antes
que el enemigo coronase completamente las cimas.
Así lo pretendí y fué allí donde cayó muerto
con su cabalgadura el intrépido coronel Agustín López, comunicando, en calidad
de mi voluntario ayudante, las órdenes que se le impartían…. Allí fué también
donde cayó herido el bravo teniente coronel Felipe Ravelo (hijo) quedando en el campo. Transcurrirían dos
minutos de este doloroso suceso, cuando una bala enemiga me atravesó la parte
inferior de la pierna izquierda, dando instantáneamente muerte á mi caballo.
« Las bajas de mi diminuta fuerza continuaban,
merced al inmenso número de proyectiles, ya que heridos sus primeros jefes, la
retirada se hizo necesariamente mas lenta de lo que hubiese chachos, yo les
enseñaré á ser valientes!...'' y da fierro á su caballo, tomando la delantera,
y al convenido: la ruda faena contribuía no poco á tal lentitud. Bien, es
cierto que apoyado en mí espada anduve cerca de dos cuadras y que el comandante
boliviano Cornelio Duran de Castro se negó á facilitarme su caballo, ó á
llevarme consigo, no estando él herido, aunque durante la refriega estuvo
siempre en su puesto de honor.
«….Sirviéndome de apoyo mi espada, mi retirada
y con ella, la salvación talvez, de mis diezmados soldados hubiera fracasado, á
no ser por el noble desprendimiento…de un soldado del bravo escuadron de
caballería del coronel peruano Gregorio Albarracin, que combatía, protegiendo no
poco mi retirada, por el lado sur de agüellas eminencias» (le) fué solicitado por dos sargentos del
batallón Alianza I o de Bolivia, para entregarme su caballo; lo que hace de
inmediato…y pude encontrarme nuevamente á
caballo y, mas que todo, en disposición de activar la retirada… Llegados á las
faldas de los cerros que caen al sur de Tacna,, continuamos haciendo fuego en
retirada, protegiéndonos muy en breve en las chacarillas pertenecientes al
doctor Felipe Osorio y contiguas. La caballería enemiga que había descendido ya
al llano, no se atrevió á internarse…(donde) desde las eras y arbolados, (…) la
imposibilitaban para atacarnos con éxito.
«Una vez cerca á Ios suburbios de la población
y viendo- inútil comprometer á ésta á los disparos de la artillería chilena,
que empezaba á hacer fuego ya desde las laderas del panteón de Tacna, ordené
cesar el fuego. Poco después se me incorporó el Teniente Coronel Olegario Parra
segundo jefe del «Aroma».* in-
terrogado por mí acerca del lugar en que había combatido, me contestó: que lo
había hecho en mi costado izquierdo (y) el
Teniente Coronel Zenon Ramirez, comandante Cornelio Duran de Castro y sargento
mayor José María Yáñcz con muchos de los que faltaban del escaso número del «Alianza». Allí les ordené que reorganizaran
la tropa y la condujeran al «Alto de Lima»,..pues mi herida sangraba
abundantemente y sentía debilitarse mis fuerzas, hasta imposibilitarme para
seguir con los restos del ejército…..asíleme casi exánime, en casa del
comerciante italiano Agustín Vignolo,
Campero, viendo que la derrota se pronunciaba,….recorrió á gran
galope de caballo á lo largo de la linea, clamando perseverancia, agitando
levantada en la mano derecha la enseña nacional,… hacia esfuerzos para contener
á los fugitivos. Un momento después tomaba lentamente camino de Pachia en son
de retirada. Eran las tres y media de la tarde.
Alberto del Solar dirá: “Nuestra
artillería no descansaba un momento. Ya muchas piezas habían coronado las cimas
de los cerros y quedaban listas para hacer fuego sobre la ciudad. Se veía
claramente que la victoria no tardaría en decidirse por nuestra parte. Los
ayudantes pasaban anunciando buenas noticias y los jefes pedían a sus soldados
aún un esfuerzo...:
-¡Van retrocediendo!... -gritaban- ¡El triunfo
es nuestro!... ¡Seguir avanzando!...
Eran las dos de la tarde. A las tres el enemigo
se batía en retirada, y una hora después se dispersaba por el valle, perseguido
por nuestra caballería, que recogía multitud de prisioneros.
EL ATAQUE DE LA CUARTA DIVISIÓN (BARBOZA): Al inicio de la batalla, la posición de la
derecha aliada (izquierda chilena) giraba en torno a un fortín, guarnecido con seis
piezas Krupp, modelo 1879 coronel Adolfo Flores. Nicolas Campero lo describe así: “una medialuna de un diámetro de 15 metros, poco mas o menos, hecha con
el único fin de cubrir a nuestros artilleros…pues estaba completamente
descubierto por detrás…parapeto hecho con sacos de arnas y laja deshecha,
sacada de la misma zanja abierta al pie de los sacos” En opinión de Campero
era muy alta por lo que sobresalía del glacis de la meseta que ocupaban los
aliados, siendo visible y fácil blanco de la artillería chilena y con el
inconveniente que si caía una granada la laja suelta se convertiría en metralla
La infantería instalada ahí, en primera
línea estaban los Batallones Lima Nº 11 y Cazadores del Cuzco perteneciente a la I División Peruana,
coronel Justo Pastor Dávila y de la VI
División Peruana, del coronel Cesar
Canevaro, Batallones Provisional de Lima y Cazadores
del Rimac.
Como Segunda Línea o Reserva estaba la
División de Reserva Boliviana del coronel Ildefonso
Murguia, con los Batallones Alianza 1º de Bolivia. (ex‑colorados de Daza) y Aroma. Y junto a ellos
los batallones Murillo y Zapadores. Finalmente la División
peruana de Nacionales, Comandante el Prefecto de Tacna Pedro Alejandrino del Solar, integrado por las Columnas Para, Gendarmes[1],
Tacna
y Artesanos.
Es decir la guardia cívica de la ciudad, personal apenas armado y poco
entrenado.
En el plan original se reforzaba con los
batallones de la Reserva Boliviana, pero en el curso de la batalla, tal como
relata Lizardo Montero “Los fuegos del enemigo se
desarrollaron por el ala izquierda, por cuya razón (Campero) me pidió refuerzos que
inmediatamente envié, haciendo avanzar los batallones Alianza
y Aroma del ejército boliviano que tenía a mis órdenes. Poco tiempo
después de enviado este refuerzo se comprometió el combate en toda la línea de
batalla. (Campero) pidió nuevos
refuerzos para el ala izquierda y sin vacilar mandé que marchara inmediatamente
el batallón Nº 2 Provisional de Lima. Los refuerzos enviados a la
izquierda me privaron por completo de refuerzos de reserva. Sin más tropas que
las que formaban en primera línea….”[2]
En el lado chileno, una vez organizada la
división, Barboza primero manda
explorar la línea delante suyo: “el Jefe de Estado Mayor de la división, sargento mayor don
Baldomero Dublé A., acompañado de su ayudante, alférez don Diego Miller A., se
adelantara a reconocer el terreno al frente”[3]
La artillería que se le había confiado,
acompañada por dos compañías del Lautaro sigue a los exploradores. A su vez “el batallón Cazadores del Desierto en formación
extendida, debía explorar las lomas que tenía a su frente e izquierda; Zapadores seguía en columna, precedido
por guerrillas, explorando también el terreno a la derecha de la división, y el
regimiento Lautaro, haciendo lo
mismo por el centro en igual formación; la caballería marchó oblícuo a la
izquierda a reconocer todo el terreno por ese lado.”
Las tropas chilenas avanzan hasta las 11 45, cuando
enfrentan unas lomas a 800 metros de distancia al frente suyo, los aliados
empiezan a disparar, con fusilería y artillería, la “que tenían colocada en un fortín oblícuo a la derecha de nosotros como
a 2.500 metros de distancia de nuestro frente derecho, y asimismo el resto de
la artillería que tenían a su izquierda y que en esos momentos vino a colocarse
al lado de la anterior, cuyos disparos ya había recibido la división durante su
marcha al frente.”[4]
La caballería aliada intentó una salida, pero la aparición de la chilena los
ahuyenta.
Finalmente se logra ubicar una buena posición para la
artillería, que seguía protegida por dos compañías de Lautaro. Entonces los
cañones Krupp chilenos empiezan a
hacer “certeros y nutridos disparos sobre
la artillería e infantería enemiga.”[5]
El relato del jefe de los gendarmes y
tacneños sigue así: “Me fue designado un
puesto en la reserva del ala derecha que se ordeno ocupar en las primeras horas
de la mañana del 26 del corriente. Después de cerca de dos horas de cañoneo,
rompieron los fuegos de fusilería por el ala izquierda y, comprometido el
combate en toda la línea se me ordenó atacar, lo que fue ejecutado en el acto[6]. Pero la superiodiad de
armas chilena lo obliga a retirarse, siendo “las últimas en apagar sus fuegos, cuando la mayor parte de ellas
estaban inutilizadas por el considerable número de muertos y heridos[7]….concluido el combate regresé a la ciudad con
la mayor parte de la fuerza de caballería que era lo único que me quedaba.
Pero no todo fue
valor, como reconoce él mismo: “Al primer
rechazo que sufrió el ala izquierda comenzó la deserción y la Caballería al
mando del coronel Rosas se ocupó en contenerla, empleanando la fuerza y
rechazando el ataque que aquellos hacían en su fuga.”
Los chilenos avanzan, hasta llegar a 40 metros de las
posiciones perú-bolivianas. A las 12 55 PM se lanzan a los atrincheramientos.
El ala, debilitada por los refuerzos enviados a la izquierda, se resquebraja al
no poder detener con su fuego de fusilería la carga de la infantería, emprende
la fuga inmediata de sus posiciones, siendo fusilados mientras huyen. “Al
notar que el enemigo se retiraba, la división apresuró su marcha de conversión
a la derecha, volviendo completamente y tomando las posiciones enemigas.”.
Claro que a diferencia de la izquierda aliada (derecha chilena), el ataque no
enfrentó a tantas tropas, que al final
del combate, por los traslados al sector más amagado, el de Camacho, sólo
contaba con
La caballería no tiene mayor participación, explica Barboza,
“porque el terreno era completamente
inadecuado para maniobrar y estaba dominado por los fuegos del enemigo.
Pero el ataque no sale barato a los chilenos. Entre los
muertos destaca el comandante del Zapadores, Ricardo Santa Cruz, quien perece al día siguiente
producto de las heridas recibidas. En total, 308 bajas, un 15 % de la fuerza
total del Zapadores.
Ya en Tacna,
cuenta Pedro Solar, a cargo de los
civiles y gendarmes de Tacna, “(r)eunido
en la plaza pública con el señor general Campero, dispuso este que
tomáramos el camino de Pachía hasta donde lo acompañé con mi fuerza en
formación y de donde nos separamos, tomando el señor general camino para
Bolivia.
Por
el lado de los vencedores “A la 1 P.M. en
punto, las tropas de la división se apoderaron del campamento enemigo
tomándoles varias banderas y muchos prisioneros, continuando hasta las lomas
que dominan el valle de Tacna.”
En esta fase a la división Barboza
se agrega el 4° de Linea. La
división sin embargo espera órdenes, dejando la tarea de perseguir a los
peruano-bolivianos que huyen, a la caballería. La divisón permanece allí hasta
las 5 30, cuando se ordena “bajar a
acamparse a la orilla del río.”
El testigo, Florencio
Marmol, relata la retirada aliada tras la derrota: “¡Todo el mundo
emprendió la desastrosa retirada! ¡En vano los cornetas se reventaban el pecho
llamando a reunión a los dispersos! La retirada continuaba. ¡Cuántos cayeron en
ella! Un jovencito de los Libres del Sur, ya en el descenso de la barranca
hacia Tacna, recibió un balazo en el brazo derecho - continúa su marcha -
Momentos después, otra bala le hiere en la pierna del mismo lado - continúa su
marcha. - Pero en seguida, y como si desobedeciera a un mandato superior que le
ordenaba quedar en el campo, cae de bruces traspasado el pulmón por una bala.
CORACERO BOLIVIANO |
Los
chilenos, llegados a la ceja de la barranca, nos fusilaban por la espalda. Media
hora después, las calles de Tacna
ofrecían el cuadro más extraordinario. Principalmente la plaza de Armas y la calle
del Comercio, estaban materialmente repletas de soldados, oficiales y jefes de
todos los cuerpos, bolivianos y peruanos, en la mayor confusión, cubiertos de
polvo, bañados de sudor, muchos ensangrentados. Jinetes, infantes, artilleros -
fusiles, espadas, lanzas, - todo mezclado. Aquí entraba en una casa a examinar
sus heridas - allí, en las mismas aceras, se vendaban piernas y brazos
baleados; -de todas partes, principalmente de las casas del comercio
extranjero, salían a la puerta para ofrecernos agua, refrescos, cerveza.
También
por todas partes se oía el llanto de las mujeres tacneñas, recriminando a los
soldados bolivianos de haber sido ellos la causa de la derrota…En aquellos
momentos, llenas ya las calles por nuestro ejército derrotado, desembocó el
general Montero a la calle del
Comercio, seguido de sus ayudantes. Minutos después encontré en la misma calle
al mayor Gelabert con el brazo suspendido de un pañuelo: “¡Paisano! me dijo, ya
no hay más remedio que volver a nuestra tierra". En toda la calle había
cundido la voz de ¡a Pachia!
Varios
jefes y oficiales me manifestaron que no nos quedaba otro oriente que la Paz.
Recién entonces pensé en las consecuencias de la derrota y en el camino que yo
seguiría. En Tacna era imposible organizar una resistencia. No había nada
preparado de antemano - los restos del ejército se hallaban dispersos y
desmoralizados por la derrota - y en tales condiciones, en vano hubiera sido
toda tentativa, habiendo ya asomado a la ceja de la cuesta la boca de los
cañones enemigos, que acto continuo empezaron a arrojar sus balas sobre la
ciudad.
Aquella
masa de soldados, oficiales y jefes empezó a evacuar Tacna en dirección a
Pachia; pero sin orden y sin que nadie tratara de imponerlo - cada cual
marchaba a su antojo.[8]
Amengual relata la parte final de la batalla: “Llegados a las alturas que dominan
el valle y la población, punto en que se habían reunido los restos de los
cuerpos de la división, ordené que dos piezas de artillería de campaña (capitán Villarreal) llegaban en ese momento, hicieran 10
disparos a granada sobre los suburbios de la población, pues suponía que por
allí marchaban los restos del enemigo disperso. Enseguida descendimos al valle,
acompañados de 60 hombres de caballería al mando del comandante Bulnes; cerca
ya de la estación del ferrocarril, punto de entrada a la población, me detuve y
mandé al sargento mayor Francisco J.
Zelaya, que se había incorporado, con el fin de intimar rendición al
pueblo. Volvió pocos momentos después diciendo que le habían hecho fuego de la
estación. Entonces ordené que una ametralladora hiciese algunos disparos sobre
ese punto como asimismo una guerrilla que puse bajo las órdenes del coronel Niño. Como no fueron contestados estos fuegos, me dirigí a la plaza
acompañado de la caballería del comandante Bulnes y de la guerrilla del
Valparaíso, ordenando a la Artillería de Marina, que marchaba por el centro del
valle, se dirigiera a este punto.
En mi camino encontré a los cónsules, quienes me aseguraron
que las fuerzas enemigas habían tomado el camino del Alto de Lima y que la
ciudad estaba completamente abandonada.
Excusan los tiros lanzados contra el oficial parlamentario enviado,
responsabilizando a soldados dispersos en fuga. Pero lo que Amengual no
menciona es que también se había comisionado, por parte de Baquedano, a exigir
la rendición incondicional de la ciudad de Tacna. Ya en control de la ciudad,
se produce “un violento cambio de palabras entre los
coroneles señores Amengual y Vergara, por causa de etiqueta militar”, creándose una seria enemistad entre ambos
Termina por contar Amengual
que con la caballería “recorrí hasta dos
leguas hacia el oriente, y no habiendo encontrado enemigos, regresé a la
población, quedando así la ciudad por nuestra.”[9]
Avelino Cáceres, el futuro Brujo de los Andes, dirá en su parte de batalla:
“arrastrado por la corriente de los
soldados que se dispersaban en confusión, me encaminé hacia la ciudad de Tacna.
En mi tránsito encontré (a Campero)
quien me dijo que se habia dispuesto reunir las tropas en el Alto de Lima, en
donde debia hacerse una segunda resistencia al enemigo. Cumpliendo con esta
disposición, me dirijí al lugar indicado con una fracción de los cuerpos de mi
mando que me fué posible reunir, i al llegar a dicho punto se me avisó que la
reconcentración de fuerzas debia verificarse en Pachía, por lo que continué mi marcha hasta este último punto,
se fijó un nuevo punto: avanzar hasta
Tarata, en virtud de lo que proseguí mi marcha, llegando allí el 28 en la
tarde, con algunos oficiales e individuos de tropa de mi división.”
La 4°
División chilena se lanza contra
Montero, que presenta cruda resistencia al ataque. Los lautaros, casi todos repatriados del Perú, avanzan por la derecha….Santa Cruz por el centro con sus Zapadores. Wood con los Cazadores del
Desierto rebasa la extrema derecha de Montero y ataca el fortín de Flores por retaguardia. Amunátegui, después de algunos minutos de fuego,
ordena marcha redoblada; los cornetas de la línea repiten el toque; los cuerpos
avanzan con fuego cada vez más nutrido; los aliados, se empiezan a retirar
a buscar sus atrincheramientos “pero son fusilados por la espalda; otros
cuerpos peruanos y bolivianos, indistintamente, se dejan matar en sus puestos.
En tanto, Baquedano se
acerca lentamente con su fuerte reserva, cuya sola vista quita toda esperanza a
los aliados.
El Coquimbo llega “a las trincheras pisando los talones del
enemigo, que trata de resistir. El ataque a la bayoneta remata los últimos
grupos de resistencia frente a los coquimbanos. Un soldado sube por el espaldón
pero es fusilado, sin embargo el centro en derrumbe es aprovechado por los
chilenos que se lanzan por el claro.
En la retaguardia, recuperados y
amunicionados vuelven al campo de batalla, hacia el sector de la Tercera
División. La artillería de montaña, adelantada aprovecha de bombardear a los
aliados que se retiran en masa. “Los
cuerpos continúan la persecución sin amainar el mortífero fuego. La retirada
enemiga pasa de la derrota a la más completa dispersión.” En la persecución
y tras subir una loma se encuentran con la ciudad de Tacna
Los clarines del Cuartel General tocan alto la marcha; los cornetas de
los regimientos repiten la orden, pero la derecha, que divisa la formación de
un grueso núcleo en la hacienda de Para, baja al valle, deshace a esa gente, y
le corta el camino de Arica. Eran las 2:30 P. M.
Se forma nuevamente la línea y los soldados entreverados para el
ataque final, buscan sus compañías y los cuerpos se reorganizan, listos para
entrar nuevamente en batalla. Oyese en esto, un estruendoso vocerío por la
izquierda, y luego los acordes de la Canción Nacional. El general recorre la
línea, erguido y radiante, sobre su corcel de guerra. Los jefes salen a su paso
a darle cuenta de las novedades del día. Al enfrentar al Coquimbo saluda su estandarte,..dice;
la he visto adelante, adelante. Que avance la escolta. Se adelanta el cabo
Miguel de la C. Vera con la sagrada insignia en la cuja, y a su derecha el cabo
Domingo Meléndez, bayoneta armada. Es cuanto queda de la escolta[10]. El general levanta su
kepí, saluda el estandarte y exclama conmovido: ¡Glorioso! ¡Glorioso!
El general dispone que
a.
mayor Rafael Vargas que descienda al valle a
perseguir al enemigo que huye al interior, con su 2º Escuadrón de Carabineros
de Yungay.
b.
los cuerpos pernocten sobre el campo de
batalla y nombren comisiones de oficiales y tropa para recojer a los heridos,
tanto amigos, como enemigos,
c.
la IV División bajo a media falda para hacer
la gran guardia.
d.
la ocupación de los edificios fiscales para
Hospitales de sangre,
e.
se dé a reconocer como Comandante de la
Plaza al coronel don Samuel Valdivieso,
f.
se destine el edificio de la Prefectura para
depósito de los jefes y oficiales prisioneros
g.
la I División acantonada entre Para y Tacna
reciba los prisioneros de tropa.
Poco después, el general envía al Supremo
Gobierno el parte de la acción, por propio a Ite y de ahí, a Iquique al
comandante Lynch en el vapor “Toltén”[11].
En Santiago (como el
resto del país) se recibe la noticia con júbilo.
...Y LA ENTRADA CHILENA A TACNA: Para Diego
Dublé Almeyda, el término de la batalla significó de ser de los primeros en
entrar a la ciudad. Cuenta él mismo que acompañado “de un
sargento de caballería, me dirigí a la ciudad de Tacna, previniendo a mi
asistente y designándole el lugar donde debía armar mi tienda de campaña, a fin
de encontrarla lista a mi regreso para descansar…. Después de una hora de
marcha entré a Tacna. Recorrí algunas callejuelas y llegué a una calle ancha
con buenos edificios, escapando de uno que otro disparo que nos hicieron desde
el interior de algunas casas. En una esquina había una plancha que decía:
“Avenida del 2 de Mayo”. Allí me detuve un momento. Salió del almacén de la
esquina un italiano que nos observó con curiosidad. El sargento me dijo:
“¿Quiere mi comandante que a la derecha del 2 ponga un 6?” Y, al mismo tiempo,
me señalaba la plancha que estaba escrito el nombre de la calle. Me agradó la
ocurrencia del sargento y le dije que lo hiciera. Este se acercó al italiano
que nos observaba y le pidió un tintero, que se apresuró a facilitar…..El
italiano me informó que las tropas chilenas habían entrado por otra calle. Me
dijo que ignoraba donde hubiese sido conducido el general Pérez, pero que en un
edificio que estaba al fin de esa calle y que la cerraba por el oriente, se
había establecido un hospital. Me dirigí a él; tenía el edificio la apariencia
de una iglesia. En la puerta había varios individuos con el distintivo de la
cruz roja. Pregunté si en ese hospital estaba el general Pérez, –“no señor, me
contestó uno de ellos, el señor General está en aquella casa de altos”. Y al
mismo tiempo me mostraba una como a 200 metros de distancia. Allí me dirigí, y
al llegar a la puerta vi que salía una joven llevando en sus manos una taza. Al
verme palideció y se puso a temblar. Después de saludarla atentamente le
pregunté si allí estaba hospedado el general Pérez. Trepidó un instante para
contestarme. Al fin me dijo: “Está arriba, suba Usted”. Bajé del caballo y en
ese instante la joven atravesó corriendo la calle y entró a una casa del
frente. Dejé mi caballo al cuidado del sargento y subí la escalera[12]. En la casa “vi un grupo de mujeres aterrorizadas por mi
presencia.” Las saluda y habla con la mayor de ellas, pidiendo ubicar al
general Pérez, encargo que le había hecho Baquedano, para ofrecerle su ayuda.
Sabiéndolo herido. Lo hacen pasar y lo que ve es a “un anciano de gran estatura, flaco, de color blanco, con su uniforme
desabotonado y y ensangrentado. Su cabeza estaba cubierta de vendas….Un casco
de granada le había roto el cráneo.” Le transmite el mensaje de Baquedano,
el ofrecimiento de ayuda. Y posteriormente se retira. “Al día siguiente fueron estos enviados de orden del General en Jefe.”
De
allí parte en busca del coronel Amengual.
“Llegué a una de las calles principales,
donde encontré al señor Rafael Gana, que me condujo al hotel donde se hallaba
aquel jefe con sus ayudantes y jefes de cuerpos, sentados a una abundante mesa.
Le comuniqué la orden del general respecto a la ocupación de la ciudad. Fui
invitado a comer, lo que hice con un apetito extraordinario. Allí se decía que
la comida que consumíamos había sido mandada preparar por los jefes peruanos
para celebrar el triunfo de ese día…..Concluida la comida, pensé en regresar al
campamento del Alto de Alianza. Me acordé de mis compañeros,…. Al señor Gana le
dije si podía darme algo para llevar al campamento, lo que se hizo: “varias cajas de conservas, una de galletas y cuatro o cinco botellas de
ricos vinos. El sargento que me acompañaba arregló en su montura la mitad de
estas provisiones, y yo en la mía el resto de ellas, y nos dirigimos en busca
del campamento ya entrada la noche. Más de una hora empleamos en llegar a él.
Nos guiaban los fuegos de nuestros soldados que habían hecho con los muebles
del lujoso campamento peruano para preparar el rancho. Allí encontré armada mi
tienda, y a continuación la del coronel Amunátegui,
a quien le comuniqué que era portador de muy ricas provisiones. Se mandó en
busca de los otros jefes que pronto llegaron. En la tienda de Amunátegui se arregló la mesa (un bombo
de la banda de músicos) y se colocaron abiertas las cajas de conservas; las
galletas suplían el pan. Aquel fue un espléndido banquete que arregló con
elegancia el comandante Toro Herrera. Hubo un brindis por la patria, por las
familias y “absent friends”.
EL CAMPO DE LA ALIANZA TERMINADA LA BATALLA: Durante
la batalla tanto chilenos como aliados practicaron el repase de los heridos que
se encontraban en el avance como en la retirada de las tropas en medio del combate,
pero esa práctica terminaba con la batalla misma. Luego los heridos quedaban a
cargo del vencedor. Es así como el Ejército chileno se encontró con miles de
heridos, sólo en el bando invasor, eran 1.642, y por el lado aliado quizás el
doble. Y aunque las ambulancias de todos los bandos participaron en la atención
de heridos, así como todo el personal médico y parte de la población de la
misma Tacna, sin embargo no darían abastos.
Relata la
enfermera boliviana Ignacia Zeballos Taborga[13] destinada a la Ambulancia peruana: “Al día siguiente me dirigí al lugar donde fue la batalla, llevando
carne, pan y 4 cargas de agua, acompañada de dos sanitarios; al pasar por ese
lugar y al ver mortandad tan inmensa se partió mi corazón y lloró sangre…el
cuadro no sólo era de mortandad, tenía un elemento vivo , pero mucho más triste
que la figura de los muertos; mujeres vestidas con mantas y polleras
descoloridas, algunas cargando una criatura en la espalda o llevando un niño de
la mano, circulaban entre los cadáveres; encorvadas buscando al esposo, al
amante y quizás al hijo, que no volvió a Tacna. Guiadas por el color de las
chaquetas, daban vueltas a los restos humanos y cuando reconocían al que
buscaban, caían de rodillas a su lado, abatidas por el dolor al comprobar que
el ser querido al que habían seguido a través de tantas vicisitudes, tanto
esfuerzo y sacrificio, había terminado su vida allí, en una pampa maldita, de
una manera tan cruel, desfigurado por el proyectil polvoriento y ensangrentado,
convertido en un miserable pingajo de carne pálida y fría que comenzaba a
descomponerse bajo un sol sin piedad y un cielo inmisericorde,….” .
RABONAS. MUJERES QUE ACOMPAÑABAN A LAS TROPAS |
La visión
trágica parte también a los heridos: “un periodista chileno describió en
"El Ferrocarril de Tacna", el estado de los heridos y la atención que
recibían en los distintos puntos de socorro instalados en Tacna, en una casa
particular encuentra heridos al coronel Camacho y al Teniente coronel Ravelo. “Desde el amanecer del 27 de mayo salí a
recorrer la ciudad... Me dirigí a las ambulancias. La boliviana, perfectamente
atendida, asilaba a unos 900 heridos entre jefes, oficiales y soldados; la
peruana no menos de 600. Se convirtieron en hospitales de sangre el teatro,
ubicado al final de la Alameda, la recova y un edifico próximo a la estación. Varios
heridos estaban en casas particulares. En una de ellas encontré al Coronel
Camacho, herido por un casco de granada cerca de la ingle, más abajo del
estómago….En la misma habitación que el
coronel Camacho vi al teniente coronel Felipe Ravelo, jefe de los Colorados..."(2)
Cuenta
Felipe Ravelo hijo, en una carta la suerte de su unidad y su salvada
provisional estando herido, pero ahora prisionero[14] “…De
540 hombres han quedado 300 cadáveres y 60 heridos. A mí me hirieron en la
pantorrilla muy al principio y seguí batiéndome hasta que, llena ya la bota
granadera de sangre, volví a recibir un segundo balazo en el muslo izquierdo,
hirieron a mi caballo en la cabeza, me desmayé y caí al suelo. Recuperé el conocimiento en brazos de jefes y
oficiales chilenos, que me llevaron a la ambulancia presentándome
mil consideraciones. Murguía también herido. Muertos varios oficiales. Heridos
casi todos.
Dirá el “Jefe de la
Ambulancia Boliviana, Dr. Zenón Dalence, en sus impresiones hechas sobre la
batalla, ve llegar inconciente a Felipe Ravelo: “Apareció un jefe chileno de pequeña estatura, barba cana y anteojos (capitán don Pablo Silva
Prado). Traía en las
ancas de su caballo al Teniente Coronel Felipe Ravelo, que comandó a los
Colorados, a quien había encontrado tendido en la pampa, con una
herida que le fracturó uno de los huesos de la pierna izquierda…".
Para Diego
Duble Almeyda, El día 27 de mayo y
subsiguientes fueron tristes, dedicados a recoger y conducir a las ambulancias
nuestros heridos y a enterrar a nuestros queridos muertos. Una de las pérdidas
más sensibles para nosotros fue la del comandante don Ricardo Santa Cruz, a
quien dimos sepultura en el cementerio de Tacna, acompañándolo su hermano
Joaquín, el comandante Toro Herrera y yo. Los demás tenían deberes que cumplir
en otros lugares. Los que están lejos y reciben noticias de los triunfos se
alegran y divierten porque no presencian las escenas dolorosas que se producen
después de la batalla. No ven los cadáveres de los que pocas horas antes eran
nuestros alegres compañeros; no presencian los sufrimientos de los heridos, ni
de las terribles amputaciones; no reciben las confidencias y últimos encargos
de los que agonizan. Todo esto produce mucha tristeza y el espíritu queda
enfermo. Es verdad que el placer de haber ganado la batalla es inmenso, pero
luego desaparece al contemplar sus horrores[15].
Después de un combate, por muchos días, la atmósfera es solo de tristeza.
Una mirada más cruda de lo que es realmente el
resultado de una batalla lo da el cirujano Víctor
Körner Andwandter
en su diario, tras la batalla y hasta tarde, “continuamos en busca de los heridos del campo, formando un pequeño
campamento en donde podíamos atenderlos con más comodidad, hasta que la
oscuridad de la noche interrumpió nuestra fatigosa tarea.
Nos encontrábamos a pocas cuadras de las
trincheras abandonadas del enemigo. Avanzando las horas el campo comenzó a
cubrirse de una neblina que poco a poco se fue transformando en una mojadora
camanchaca. En esta situación se nos presentó el problema de cómo proteger a
los más graves de nuestros heridos de la humedad y del frío de la noche. Para
ello tuvimos que recurrir a los muertos que yacían sobre la arena en los
alrededores, en su mayor parte bolivianos, despojándolos de sus chaquetas para
cubrir con ellas a los más necesitados; tarea desagradable por cierto, y más
difícil de lo que uno se imagina, a causa de la extrema rigidez cadavérica de
los miembros.
Hecho todo esto, nos tendimos sobre la arena,
no sin antes proveernos de uno de los rifles “Comblain” botados en el campo, y
de algunas cápsulas para cualquiera emergencia durante la noche. Durante el
combate ni tampoco al día siguiente supimos nada acerca de nuestra ambulancia,
colocada seguramente a gran distancia a retaguardia. Después de pasar una noche
relativamente tranquila, sin otra perturbación que la llegada de algunos
soldados extraviados que preguntaban por el camino a Tacna, vimos llegar por la
mañana algunos vehículos con gente encargada de recoger los heridos (en número)….insuficiente, así que quedamos con un
grupo de unos veinticinco heridos; esperando que volvieran en su busca.
La distancia hasta el pueblo era considerable,
de más o menos dos leguas, así que podíamos esperar su vuelta sólo en la tarde.
Pero las horas pasaban sin que llegaran las ansiadas carretas. Resolvimos
entonces que Rosende emprendiera la marcha al pueblo para apurar el envío de
auxilio. Pasé así la noche solo con los 25 heridos, sin tener que darles ni
agua ni otro alimento que unos pocos granos de maíz tostado que había
encontrado en las faltriqueras o en los morrales de los bolivianos.
LAS CONSECUENCIAS DE LA GUERRA. HERIDOS CHILENOS
Ya es la
mañana del 27 y nada ha pasado en cuanto a ayuda, sin agua ni recursos alguno,
decide partir a Tacna a pie, a donde llega luego de dos horas de marcha. Busca
al coronel Amengual: “La guardia apostada
en la puerta de la casa me dijo que el coronel estaba almorzando en compañía de
varios oficiales. A pesar de que el aspecto de mi persona, después de las
trasnochadas y días de ayuno, sin agua de bebida y menos para la limpieza,
estaba lejos de ser correcto, me hice conducir al comedor donde el Coronel me
recibió sentado en la cabecera de la mesa, y ahí mismo le di cuenta de la
situación en que se encontraba el resto de los heridos de la división que me
había tocado cuidar en el campo de batalla hasta esa mañana. Describí
exactamente donde se encontraba el grupo, e insistí en la urgente necesidad de
enviar inmediato socorro. En mi presencia el Coronel dio la orden a uno de sus
ayudantes de despachar sobre la marcha los vehículos necesarios para recoger a
aquellos infelices.
Hecha esta diligencia urgente, fui a
presentarme al Dr. Allende, quien dispuso que me pusiera a las órdenes del Dr.
David Tagle Arrate, a quien le había tocado hacerse cargo del hospital del Mercado
instalado en aquel edificio situado en la Alameda de Tacna, donde se habían
reunido unos 400 heridos chilenos y algunos bolivianos.
Los heridos, entre los cuales había también
algunos enfermos, habían sido instalados en el gran patio cubierto del Mercado,
empedrado con las pequeñas piedras de río, tal como se encuentran muchas de las
veredas de las calles atravesadas de Santiago, acostados algunos en camillas o
angarillas, la mayor parte en el suelo, sobre algunos sacos vacíos o frazadas.
Sólo unos pocos tuvieron la suerte de conseguir un colchón que mereciera este
nombre. En el teatro, donde había instalado otro hospital, aun de mayor
capacidad que el del Mercado, las condiciones en que se encontraban los
enfermos, también dejaban mucho que desear por la estrechez de las localidades
y la pésima ventilación.
Se
disuelve la ambulancia a la que pertenecía, repartiéndose entre los centros de
atención improvisados: el Dr. Gorroño,
nuestro jefe, atendía algunos pequeños hospitales establecidos en casas particulares,
Rosende fue destinado al hospital del teatro, yo quedé en el del Mercado y el
resto del personal estaba disperso en otras partes.
Pero para ser más justo, según los recuerdos
de José Miguel Varela, se comandan a
las unidades de caballería, o al menos algunos, que empiecen a acelerar la
recogida de heridos. En su caso, a las órdenes de la Ambulancia N° 2, Santiago,
y así cuenta el testigo: “a cargo del
doctor Víctor Korner. El médico tenía su largo delantal blanco, parecido a una
sotana, lleno de sangre y se notaba que no había dormido prácticamente nada y
estaba sentado en una silla plegable, bajo un toldo, bebiendo un tacho de
café…nos dijo que lo esperáramos mientras descansaba un poquito, ya que era la
primera vez que se sentaba en casi veinte horas…. Estuvimos toda la mañana
recorriendo el extenso campo de muerte ….debemos haber transportado unos
doscientos heridos, que encontramos dispersos, hasta la Ambulancia… De allí,
apoyados en los carros de la Intendencia, iniciamos el traslado de los lesionados,
muchos de ellos ya casi cadáveres, hasta la ciudad de Tacna….nos encargamos de
desembarcar de las carretas a cientos de heridos en el Mercado de
Tacna….terminado nuestra tarea como a las seis de la tarde…”
Para Alberto del Solar, sin un rasguño en la
batalla, hay mucha felicidad “¡…ni la
sed, ni los cabeceos, ni las piernas porfiadas, ni estas remendadas botas, este
traje destruido y estas barbas de chivato (con todo lo cual debo parecer un
postillón después de cincuenta leguas de diligencia), son bastantes a disminuir
el regocijo con que pienso en la hora de mi entrada triunfal…¡Haberse batido
ayer en Tacna y hallarse hoy sano y salvo y cristiano de pólvora!... ¡Dormir
pronto en la ciudad, probablemente en una deliciosa casa, como en Locumba! ¡Comer
en el hotel con un chateau! ¡Tirar estos harapientos arreos de uniforme!
¡Pasearse, como hecho de nuevo, por las calles, guiñar el ojo a las
tacneñas!... ¿Hay felicidad mayor en el mundo?...
DIVERSAS IMÁGENES DE TACNA DE LA ÉPOCA
Al día
siguiente, el 28 de mayo, escribe: “El
día ha amanecido hoy hermosísimo. La acción ha debido costar al enemigo gran
número de bajas y pertrechos de toda especie, pues en la tarde, al recorrer el
campo, he podido apreciar en toda su importancia nuestra victoria. Algunos
amigos, artilleros, nos invitaron ayer a comer en su campamento.
Alrededor de las fogatas, encendidas con leña
del valle de Tacna, hemos recordado de nuevo los diversos incidentes de la
batalla y cada una de las observaciones hechas particularmente. Todos estamos
de acuerdo en creer que los peruanos no volverán a atacarnos y que mañana
muchos de nosotros dormiremos en la ciudad.
La visita al campo de batalla ha renovado todas
mis impresiones de anteayer. He tenido particular complacencia en recorrer los
puntos en que, si la memoria no me engaña, debí hallarme en mayor peligro. De
paso he reconocido los cadáveres de muchos soldados de mi regimiento…. Durante
todo el día las ambulancias han recorrido las alturas de la Alianza y a cada
instante pasan camillas con heridos de las tres nacionalidades. Los pobres
cholos llevan un aire de víctimas sacrificadas y de cierta expresión de dulzura
en el semblante. Los bolivianos, por lo contrario, no sé si será idea, pero
parecen tener más conciencia de que han caído prisioneros y denotan una especie
de ferocidad rebelde que no les va mal…..En cuanto a los nuestros, a pesar de
que las torturas de sus horribles heridas les descomponen la fisonomía, se
manifiestan altivos y ufanos del triunfo. Todos les dicen palabras de
confraternidad y alivio y les baten palmas…. Los que han logrado bajar al
pueblo y vuelven llenos de provisiones, tales como frascos de licor y cigarros,
se apresuran a rodear a los heridos para participarlas con ellos.
….Nos ha parecido inútil levantar tiendas:
hemos dormido bajo nuestras mantas extendidas sobre pabellones de fusiles. El
tiroteo cesa enteramente en los alrededores y los últimos ecos de la batalla
han expirado en todo el valle.
LA COSECHA DE LA GUERRA. ENTIERRO |
Un ejemplo, el Hospital en el Mercado: José Miguel Varela
describe ese hospital improvisado, “el
piso era pavimentado con pequeñas piedras de río y como casi no había camas, a
la mayoría de los heridos los tuvimos que colocar en el suelo sobre sacos
vacíos y algunas frazadas. Muy pocos pudieron ser puestos en camillas o
angarillas. La congestión y hacinamiento era tal, que los médicos, para poder
atenderlos, debían pasar por encima de sus pacientes. Los gritos y lamentos
llenaban el amplio patio techado y dolía el alma ver a tantos hombres
desangrándose y a los pobres médicos y practicantes haciendo esfuerzos
sobrehumanos por tratar de salvarlos…recorríamos las hileras de los moribundos
dándoles de beber agua o simplemente sujetándolos muy fuerte para que no se
movieran mientras les hacían las curaciones o las terroríficas amputaciones, a
cuchillo y sierra. Los hombres sangraban mucho y en el piso empedrado se
formaban charcos de sangre…”
UNIDOS EN LA MUERTE. CADÁVERES DE AMBOS BANDOS |
El
cirujano-estudiante Víctor Korner ve las cosas peor, al referirse a los
heridos: “En el hospital del Mercado el
mayor inconveniente era el excesivo número de heridos. Fue preciso disponerlos
en largas hileras, uno al lado del otro de tal manera que había que pasar por
encima de uno para poderse poner en contacto con el siguiente. Estas largas
hileras estaban separadas entre sí por estrechos pasillos. Nuestro testigo
se queja de las condiciones y que no se hubiera “hecho una requisición de un número suficiente de colchones para la
habilitación indispensable de los hospitales.”
En uno de los costados del gran patio
principal, existían algunos departamentos o piezas más pequeñas en donde era
posible aislar los enfermos cuyo estado lo exigía. De ayudantes para los
servicios menudos, la limpieza, repartición de la comida, etc. servían los
soldados de la guardia instalada en un cuarto contiguo a la puerta principal
que daba a la Alameda. Nosotros, los dos médicos acomodamos nuestro alojamiento
en una pequeña pieza en frente de la guardia, al lado de la puerta.
La tarea que teníamos que cumplir diariamente
en atender aquel enorme número de enfermos, era por demás pesada. En la imposibilidad
material de poder cambiar y renovar diariamente los vendajes a todos los
heridos, a los más leves a menudo les tocaba su turno día por medio y aún a los
dos días.
Este hecho es confirmado por el mismo José
Miguel Varela, quien declaró que “Recuerdo
perfectamente haber escuchado a alguno de la ambulancia decirle a otro
practicante que no le cambiara el vendaje a determinado herido, ya que debían
hacerlo cada dos días, porque no había más vendas”
El material de curación comenzó a escasear muy
pronto, y teníamos que recurrir, a falta de hilas o algodón preparado, al
algodón crudo tal como se recogía de la mata. Después de algunos días vino a
visitar el hospital e imponerse de las condiciones en que se encontraban los
heridos, el General Baquedano en persona. Recorrimos los pasillos estrechos que
dejaban entre sí las tupidas filas de los heridos, acostados en el suelo o en
sus míseras camas. El General escuchaba con benevolencia los justificados
reclamos de la gente, dirigiéndoles con su modo entrecortado de hablar, algunas
palabras de aliento; pero al quejarse uno de los heridos de que no se le
hubiera curado su herida desde hacía dos días, se volvió airado para
preguntarme por la razón de esta negligencia. ¡Tuve que explicarle a mi General
lo que pasaba en el servicio y que no era indispensable el cambio diario de los
vendajes en las heridas leves! Concluido este incidente, seguimos en la visita.
El resultado práctico de esta inspección fue
enteramente nulo. Las cosas siguieron en la misma forma deficiente, sin
aumentar el personal médico, y sin mejorar las condiciones de los enfermos.
Es fácil imaginarse los inconvenientes y
dificultades que en esta situación y con medios tan primitivos, teníamos que
vencer para hacer las curaciones y sobre todo para practicar las operaciones,
inevitables en algunos casos.
RABONA |
RABONA |
Dos graves inconvenientes se agregan a los ya
indicados: 1º La plaga de las moscas, que a consecuencia del inevitable desaseo
se multiplicaron de una manera extraordinaria. ¡Sus larvas aparecían en los
vendajes húmedos y aún en las heridas mismas!; y 2º ¡La plaga de los piojos!
¡No hay para qué entrar en detalles! Cuando tarde en la noche después de
desocuparme, me retiraba a mi dormitorio, tenía que comenzar por despojar mi
ropa interior de estos asquerosos y molestos huéspedes para poder dormir y
gozar del necesario descanso de la noche!
Después de permanecer un mes y medio en este
puesto, tuve noticias de que la dirección intentaba enviar al sur una partida
de aquellos heridos que se encontraban en estado de soportar el viaje. Con este
motivo fui a hablar con el Dr. Allende para conseguir que me encomendara esta
comisión, a lo cual él accedió. Se escogieron unos 100 enfermos y heridos y
algunos oficiales con los cuales me fui a Arica para embarcarlos en el
transporte Limarí.… Salimos de Arica a principios de julio y llegamos a
Valparaíso después de una navegación feliz de seis días….entregué los heridos a
los hospitales a los cuales estaban destinados y el mismo día seguí viaje a
Santiago,…
En Tacna, Alberto
del Solar, rememorará despreocupado “Tacna es
una bonita ciudad. Sus calles, aunque algo angostas, con edificios bajos como
los de la generalidad de las que conservan el carácter que les imprimió la
dominación española, guardan, sin embargo, cierta regularidad. Me han llamado
sobre todo la atención las indias bolivianas, denominadas rabonas, que se
hallan en gran número, por no haber podido las más seguir a sus fugitivos
camaradas….chatas de cara, y de cuerpo robustas, desgreñadas y vestidas con
bayetas de colores fantásticos; muchas de ellas llevan sus hijos a la espalda,
en una bolsa, a la manera de los indios del Chaco y de Arauco. Hablan un idioma
especial que no es precisamente el quichua, y que se asemeja más al aimará,
pero que, probablemente, participa de ambos. Según se nos ha dicho, estas
indias sirven mucho a su ejército durante las marchas, ayudando a los soldados
a llevar el rollo, la caramayola y aun el rifle, pues son tan fuertes como
ellos e igualmente resistentes a las fatigas.
La miseria que reina en Tacna entre el bajo
pueblo parece horrorosa. Y, sin embargo, el ejército no carecía de víveres a
pesar del bloqueo de Arica. Dicen los extranjeros que todos los días había
bailes y fiestas, y que los más celebrados entre los jefes han sido los
bolivianos, mientras estuvieron al frente de las fuerzas.
De cierto jefe se asegura que se hacía escoltar
en las calles por un séquito de más de veinte ayudantes, de modo que a larga
distancia podía saberse por el ruido de los sables la aproximación de tan
interesante persona. Parece, también, que el mismo empleaba la mayor parte de
su tiempo en banquetes y darse bombo. Tenorio por naturaleza, se hacía notar
entre las bellas por sus fastuosos obsequios y por los retratazos, a modo de
serenatas, que encomendaba a las mejores bandas de sus regimientos.
Muy indignados están, en general, los
extranjeros y aun las mujeres peruanas con la conducta de sus defensores. Si ha
de creerse a la vox populi, los derrotados que pasaban por las calles saqueando
los almacenes y, en especial, los puestos de licores, eran apostrofados por las
mujeres del pueblo, quienes les querían obligar a volver al campo de batalla,
con todo género de insultos pero, sin lograr hacerse oír. Los peruanos culpan
de su derrota a los bolivianos y éstos a los peruanos. La verdad es que los
regimientos de Campero han sufrido un sinnúmero de bajas.
[1] Pedro A. Solar era el
jefe de la unidad, y el mismo lo describe “Nombrado por el general en jefe del primer ejército del sur, comandante
general de las fuerzas de gendarmería y policía que estaban a mis órdenes, como
prefecto del departamento, las organicé agregando a ellas el escuadrón
gendarmes de Tarapacá que puso a mi disposición el coronel d. Luis F. Rosas,
prefecto de aquel departamento y los cuerpos de reserva movilizable formados
por el comercio, agricultores y naturales de Tacna. El día del combate presenté
en el campo una fuerza efectiva de 750 hombres de la columna gendarmes, 60 de
policía, 50 lanceros del escuadrón gendarmes de Tacna; 43 tiradores de los
gendarmes de Tarapacá y poco más de 400 ciudadanos armados.
Lizardo Montero, publicado en
http://www.laguerradelpacifico.cl/Partes/Tacna/Partes%20Tacna.htm
[6] Barboza lo
cuenta en su parte de la batalle: En
esta misma marcha de ataque, hubo que rechazar al enemigo a la bayoneta.
[7] El comandante d. Napoleón R. Vidal, primer
jefe de la columna gendarmes recibió dos heridas, una de ellas de gravedad, así
como el capitan graduado Rosendo Barrios, el capitán d. Samuel Alcázar, que
comandaba la columna de agricultores, fue muerto en el campo de batalla.
[8] Mármol, Florencio
Recuerdos de Viaje y Guerra http://alvarosarco.blogspot.cl/2015/04/recuerdos-de-viaje-y-de-guerra.html#more
[10] El subteniente abanderado don Carlos Luis Arrieta fué herido gravemente
y reemplazado por el subteniente don Juan Gualberto Varas, que herido, murió
ocho días después. Sucediéronle los sargentos de la escolta Juan Nepomuceno
Oyarce y Cristian Helberg, ambos muertos, y los cabos de la misma, Daniel Díaz,
muerto, y Bernardo Segovia, herido
[13] Nacida el 27 de
junio de 1831 en la “Enconada”, hoy Municipio de Warnes del departamento de
Santa Cruz. Contrajo nupcias dos veces, enviudando en casos, muy
prematuramente…. se trasladó a la ciudad de La Paz, donde bajo el oficio
de costurera logró subsistir. (Participa)
en actos revolucionarios, tales como la
quema del Palacio de Gobierno,. En su tierra natal sorprende el inicio de
la Guerra….ella “se movilizó adhiriéndose
al “Escuadrón Velasco” o “Rifleros del Oriente”, marchando a lomo de caballo
hasta la ciudad de La Paz. En esta ciudad, vestida con el uniforme militar de
su difunto esposo el Teniente Blanco se enlistó en las filas del Batallón
“Colorados”, con quienes partió rumbo a Tacna. Al llegar a Tacna, se incorporó
como enfermera de la “Cruz Roja”, en ese entonces conocida como
“Ambulancia”….Montada en su mula colaboró activamente cargando a los niños de
las “Rabonas” (esposas o madres de los soldados que los acompañaban para proveerles
comida y ropa limpia) y los rifles de los soldados. Durante las batallas
Doña Ignacia, socorrió y curó a los soldados heridos” y los retiró del
campo de batalla. En 1880 la Convención Nacional “la declaró “Heroína Benemérita de la Patria”, confiriéndole el título
de “Coronela de Sanidad”, otorgándole una medalla de oro y asignándole una
pensión vitalicia de 40 pesos mensuales. Fallece el 5 de septiembre de
1904 en La Paz
(Fuentes: Comité Cívico Pro-Mar
Boliviano de Santa Cruz de la Sierra, Sociedad de Estudios Geográficos e
Históricos de Santa Cruz y Cruz Roja Boliviana. Artículo escrito por Franz
J. Zubieta Mariscal)
La Cruz Roja en Bolivia se instala o se
reconoce el 16 de Octubre de 1879, creándose “cuerpos de ambulancias, ajustándose
a la situación de la campaña y a las prescripciones de la Convención
Internacional. Se dio el nombre de Servicio de Ambulancias Militares de la Cruz
Roja, estableciéndose de esta manera la existencia, el origen del movimiento de
la Cruz Roja Boliviana.
Para que prestara servicio en las
ambulancias peruanas se le ordenó pedir autorización y el Jefe de Estado Mayor
Boliviano Gral. Castro Arteaga le entregó la insignia de la Cruz Roja, con un
brazalete blanco, con una Cruz Roja…..grupos de enfermeras, ayudantes y auxiliares
encabezadas por Andrea de Bilbao Rioja,
cumplieron el deber de socorro y auxilio a miles de soldados heridos y
enfermos.
[14] carta del propio
Felipe Ravelo le cuenta a su cuñado Zenón Zamora residente en Sucre: “Tacna. 2 de junio de 1880. Posteriormente morirá producto
de sus heridas.
[15] REpetición del acerto del Duque de Wellington: Sólo
una batalla perdida es peor que una batalla ganada, al referirse al espectáculo
sangriento del campo de Waterloo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario