17 DE ENERO
DE 1881: TRES MIL CHILENOS EN LIMA
En el campamento chileno, en la mañana, se recibía una
comunicación desde Lima:
Municipalidad
y Alcaldía de Lima.
A mi llegada ayer a esta capital, encontré que gran parte de las tropas
se habían disuelto, y que había un gran número de dispersos que conservaban sus
armas, las que no había sido posible recoger. La guardia urbana no estaba
organizada y armada hasta este momento; la consecuencia, pues, ha sido que en
la noche los soldados, desmoralizados y armados, han atacado las propiedades y
vidas de gran número de ciudadanos, causando pérdidas sensibles con motivo de
los incendios y robos consumados.
He tenido el honor de hacer presente al honorable cuerpo diplomático
esto mismo, y han sido de opinión que lo comunique a V. E., como lo verifico.
El representante diplomático británico informaría a su
cancillería “los chilenos se portaron
bien; acordaron diferir su entrada por 24 horas y enviar a la ciudad sólo 3.000
hombres bien seleccionados…Al observar a este gallardo destacamento militar
todos comentaban ‘ahora podemos entender nuestras derrotas’”
Entrada del Ejército chileno a Lima
El representante de Italia Perolari Malmgnata “parecían
batallones que regresaban de los ejercicios. Lo que espcialmente llamaba la
atención era el aspecto marcial y europeo de los chilenos, tan distinto, me
duele decirlo, de los soldados indígenas del Perú, que si bien estaban vestidos
y armados ala europea, parecían en general, marmotas. Estos son hombres como
nosotros, exclamó al ver a los soldados chilenos, un marineros de la
Garibaldi….”
Ese día, a las 4 AM en el regimiento Granaderos a
caballo se tocó la diana y tras el aseo y desayuno se ordenó formación para
revista a las 6 AM. José Miguel Varela
rememora “Todos estábamos los mejor
presentados posible y de lejos la gente se veía impecable. Al observar de cerca,
se veían los zurcidos en los uniformes y botas lustrosas, pero con sus suelas
abiertas en las puntas, en muchos de los casos.” Luego de las 12 AM se sirvió
rancho caliente, “lo que no veíamos desde
hacía dos días”.
A las cuatro de la tarde se ordenó formar por
escuadrones y enfilamos al Camino Real, donde se reunieron las demás unidades:
Buin, Zapadores. Bulnes, Cazadores del Desierto y Artillería.
“Formamos en un
camino flanqueado por añosos sauces. Primero dos compañías del Cazadores, luego las bandas de músicos
del Buin y Zapadores, reunidas en una sola,. Tras ellos, el general Saavedra,
sus ayudantes y el Estado Mayor. A continuación, dos escuadrones del Granaderos
y, detrás de nosotros los batallones del Buin,
Bulnes y Zapadores, seguidos por la banda de músicos del Bulnes. Los
infantes eran seguidos por parte de la artillería Krupp. Cerrando la formación
marchaban otras dos compañías del Cazadores”.
Para el Alférez del Regimiento de Artillería Nº 1
N. de la Sotta[1],
esa tarde, una “agitación desconocida se
notaba en nuestro ejército, ocasionada por un cercano acontecimiento….Serían
las dos i media de la tarde, poco mas o ménos; el redoble del tambor i el toque
de cornetas hacía correr presurosos a la fila a los soldados que les había
cabido, en suerte, entrar ese día memorable a Lima[2]…..Marchábamos
por la carretera de Miraflores a Lima. Nuestros soldados silenciosos
como si cada cual comprendiera la
grandiosidad de este memorable hecho, comentaban
interiormente nuestra próxima entrada. Hora i media nos bastó para
ponemos a las puertas de la capital. Durante ese trayecto, no habíamos
encontrado absolutamente a nadie. Las cercanías i alrededores de Lima
estaban completamente desiertos i silenciosos no se veía un ser humano, un
animal siquiera: aún los gallinazas mismos, habían huido para ir a reunirse en
gran número hácia nuestra derecha ya mui cerca de Lima. Dos cuadras nos
faltarían para entrar en la población, i desde ahí podíamos divisar, dominados
por la mas soberana impresión, los innumerables i tétricos campanarios de sus elevadas
torres,...
Todo cuanto veíamos contribuía a darle al cuadro, que
se nos ofrecía, el mas negro i doloroso sombraje. A una ya mui poca distancia i
un tanto a nuestra izquierda, divisamos un hombre que sombrero en mano i
agitándole por el aire, quería ser el primero en darnos la bienvenida, quizás
de verdadero placer o de temor. Por fin, llegó el momento supremo.
La cabeza de nuestra columna entraba a la capital por
la portada de la Exposición. Hasta ese momento, habíamos marchado en
silencio sin que un ruido extraño al de nuestras piezas de artillería le
hubieran podido turbar. La corneta de nuestro regimiento de Artillería a la
cabeza era la primera en turbar el doloroso silencio que reinaba en la ciudad,....Al
entrar a la plaza de la Exposición, se hizo hacer alto nuestra columna, para
impartir algunas órdenes: poco después seguíamos la marcha. La banda del
regimiento num. 1 de Artillería fue la primera en hacer oír en la ciudad,
nuestros himnos de victoria[3]….Fueron
diversos pasos dobles que, mas que marchas triunfales, parecían fúnebres….El
desfile de nuestras tropas se hacía en el mayor silencio.
El silencio i monotonía que reinaba en la ciudad era
aún mayor e imponente. Parecíase asistir a un gran acto funerario, seguido
de un innumerable cortejo.
En el recodo que hace la Esposicion nos esperaba un
regular jentío, compuesto en su mayor parte por los hombres del bajo pueblo,
estranjeros i uno que otro desvergonzado pijecito, que con el sombrero de pelo
al ojo, el pantalón ajustado, el cuello cosido al chaquet, la corbata
verde o amarilla con un resaltante prendedor azul o
lacre i la indispensable varillita, miraban
impávidos i sin el menor rasgo de dignidad nacional nuestra entrada victoriosa en
la capital de su país.
Grande era la ansiedad de los curiosos que
encontrábamos durante nuestro tránsito: cada cual, admiraba mas sorprendido, ya
la robusta talla de nuestros valientes soldados, ya la corpulencia i brios de
nuestros ájiles caballos, ya nuestros mortíferos, Krupp, la imponente columna
de nuestros infantes, los aguerridos escuadrones de caballería, etc....
Habíamos pasado la plaza de la Exposición: la cabeza
de nuestra columna entraba por la calle de la Unión. Desde ahí se notaba la ciudad
completamente embanderada….(y) todas absolutamente
todas, representaban distintas nacionalidades. Lo que por el momento nos
llamaba mas la atención, era ver que rara era la casa que no pertenecía a
distintas nacionalidades; en donde se leían los siguientes letreros
pegados a las puertas o ventanas:
Casa Francesa, Nacionalidad Inglesa, Bajo la protección del Imperio
Alemán, Familia Rosa bajo la protección del Imperio Ruso, etc.
El desfile de nuestras tropas seguía en el mayor orden
i mejor compostura.Los cuerpos de infantería, marchando en columna, abarcaban
todo el ancho delas calles. El eco de las marchas triunfales, el redoble
del tambor, el toque de corneta, hacía agitar violentamente
nuestros corazones. Un temblor involuntario, escalofríos de
emoción sentíamos al recorrer vencedores esas calles de la aletargada Lima.
El desfile de nuestras tropas seguía por las calles de
Baquijano, Boza, Merced,etc., causando el estupor i admiración inmensa de los
que encontrábamos a nuestro paso.
Así como los curiosos que presenciaban nuestra entrada
se veían a cada momento mas i mas sorprendidos, así cambien nosotros
participábamos de cierta admiración, aunque muy diferente de la de ellos.
La nuestra era ocasionada por el tristísimo aspecto de
la ciudad. La mayor parte de nosotros, conociéndola nada mas que por la
historia o por el testimonio mas o menos cierto o apasionado de alguien,
creíamos ir a conocer algo, si no superior a nuestra bella Santiago, por lo
menos igual i comparable….El desengaño de esta idea nos causó el despecho que
nos ocasiona el despertar de un agradable sueño, en medio de la severa i triste
realidad.
Sus calles tortuosas, su pavimento del todo
descuidado; sus casas edificadas sin gusto ni simetría en su mayor parte,
luciendo en sus sobresalientes i antiquísimas ventanas, terrosos enrejados a
manera de cárceles o conventos, contribuían a darle un aspecto por demás
ruinoso i triste.
Santa Catalina
La columna entra a Lima. Llegan a la Plaza de la
Merced, donde se sitúan en espera mientras se adelantan una compañía del
Cazadores, el General Saavedra, su Estado Mayor y ayudantes. “Luego de unos minutos y a los sones del
Himno de Yungay, no pusimos en marcha, hacia el Palacio de los Virreyes. Al
enfilar por la amplia explanada vimos a lo lejos al general Saavedra, con sus
oficiales detrás y en la última fila una compañía del Cazadores, en posición de
revista a las tropas que nos aproximábamos. En forma disimulada miraba hacia
las ventanas de las impresionantes mansiones y comercios, que en su mayoría estaban
cerrados, salvo algunas en que había izadas banderas italianas, inglesas,
francesas y de otros países, en cuyos balcones estba grupos familiares
completos, que aplaudían nuestro marcial paso. En el resto de las casas
señoriales casas se notaban, detrás de los cristales, leves movimientos de
cortinas, lo que demostraba que nos estaban observando.”[4]
Al detenerse la columna frente al Palacio de los
Virreyes, se ordena firme y presentar armas, quedando en posición de atención.
SE oye el presenten armas, colocando las armas en posición de rendir honores,
suena el himno nacional y la bandera chilena empieza a izarse sobre el Palacio
de Pizarro, la sede del gobierno peruano. Terminada la iza de la bandera se
inicia el desfile ante el general.
A las siete de la tarde las unidades parten en
diferentes direcciones con sus bandas musicales interpretando diversas
melodías. Las baterías al Cuartel
Santa Catalina, el Buin en la
antigua cárcel de Lima (los presos habían escapado en la noche anterior o
habían sido libertados); Zapadores
en el cuartel de la Guardia Cívica de Lima y Caballería en el Cuartel de los Barbones, en el Agustino.
Finalmente el Bulnes, como unidad de
policía y guardia de la capital peruana ocupó con dos compañías el Palacio de
Gobierno y el resto el Teatro Municipal, ubicado frente al Palacio.
Carcel de Lima
Cuenta el artillero de la Sotta, “En
la plaza de Armas los diversos cuerpos que formaban la división, principiaron a
tomar el camino de sus respectivos cuarteles. Nuestra batería de Artillería del
primer rejimiento tomó el camino de Santa Catalina. A las 5 i media de la tarde
llegamos por la calle de Mercaderes a la Plaza, de Armas. Recorrimos un
costado de ésta por el lado del Portal de Judíos, i luego nuestra batería de
Artillería tomaba la calle de Melchor Malo para dirigirse al fuerte de Santa
Catalina, lugar que se nos había designado para nuestro alojamiento.
En nuestro tránsito, basta el cuartel, nos llamó
varias veces la atención la diversidad de nombres que tenían las calles; pues
cada cuadra tiene uno diferente; de manera que casi sería preciso hacer un
estudio profesional de algunos meses, para poder conocerlas por sus respectivos
nombres.
Serían las 6½ de la tarde, cuando llegamos al cuartel
de Santa Catalina, verdadera fortaleza construida bajo el virreinato de
Abascal, i reedificada en tiempo de Piérola. El mencionado cuartel era el
que ocupaba la Artillería peruana, el parque general de guerra i maestranza.
Ocupada una estación como de ciento veinte metros cuadrados, i su construcción
hecha a la antigua española es muy sólida i segura.
Vista de Lima
La caballería sin embargo no permanecería mucho tiempo
descansando en su cuartel sino que en la madrugada fue sacada para apoyar el
patrullaje del Bulnes, por lo que fueron destinados al centro de la ciudad. El
motivo fue que “las turbas de derrotados
soldados peruanos” reanudaron el saqueo. El escuadrón de Varela es enviado
al Mercado de Abastos, tras recorrer una doce cuadras “pudimos comprobar que había algunos extranjeros armados defendiendo a
tiros sus locales, ante los ataques de la numerosa soldadesca peruana ebria y
armada. Ante nuestra presencia los saquedadores intentaron resistir, pero
pronto fueron apresados y trasladados en arreo hacia la vacía cárcel…. Esta fue
la única acción de la noche, pero sé que se repitió en muchos sectores de la
ciudad. Cuando amaneció, los prisioneros sumaban cerca de medio millar, entre
ellos unos doscientos delincuentes comunes que habían escapado de la cárcel el
16.”
En la ciudad de Ancón: A la mañana (del 17 de enero) el Capitán Mc Kechnie me invitó a desayunar en
el “Shannon”, así es que, después de dejar a las señoras sin novedad, tomé un
bote y Mr. Milne me proporcionó un buen baño que fue muy bienvenido, pues me
encontraba tremendamente sucio sin haberme cambiado las ropas por cerca de 60
horas.
A la noche siguiente fui con Hawkins a su puesto de
avanzada y estaba tan cansado que me dormí un rato en la arena. El frío era la
razón por la cual había resuelto tratar de no dormirme ya que sólo tenía un
sobretodo liviano y, si bien al acostarme me sentía lo suficientemente
abrigado, no pasaba mucho tiempo sin que el frío me despertase. Afortunadamente
salimos de Ancón el martes, puesto que ya estaba todo tranquilo en Lima y, debo
decirlo, me alegré mucho de regresar.
Vista de Lima, al centro el Rimac y el puente de piedra que lo cruzaba
Cuenta Vicente Olguin que la “entrada del Ejército chileno: En la tarde del lunes 17
entraron a Lima los primeros batallones chilenos, que la salvaron ocupándola,
(con) actitud digna, circunspecta y grave… hizo su entrada con una
moderación que ponía de manifiesto la disciplina de los soldados y la sensatez
de sus jefes, así como sus triunfos habían atestiguado su bien dirigida bravura”[5].
Otro
testigo (Ramsay) contará que “los chilenos entraron en Lima en la tarde el Martes
(al día siguiente que los desórdenes se aplacaron), en perfecto orden,
constituyendo un gran espectáculo. Primero venían los 30 cañones Krupp con
todas sus cureñas y servidores de las piezas, después dos regimientos de
infantería y, finalmente tres regimientos de espléndida caballería. Las bandas
tocaron música muy tranquila, ninguna canción nacional ni nada que pudiera
ofender, y después de marchar alrededor de la plaza, los soldados se fueron
tranquilamente a los cuarteles. La bandera chilena se ha izado ahora en el
Palacio y todo está muy quieto y espero que los soldados serán embarcados muy
pronto de regreso[6].”
[2] En el caso de la
artillería batería de campaña del rejimiento num. 1 de Artillería al mando del
Capitán don Fidel Riquelme; seguía a éstas dos baterías de campaña del segundo
regimiento mandadas por los Capitanes Nieto i Montanban. TAmbien iban el
Comandante del rejimiento num. 1 de Artillería don Carlos Wood i Mayor don
Ramón Perales, del mismo
[5]
Relato del
ciudadano colombiano Vicente Holguín en
http://www.bicentenariochile.cl/index.php?option=com_content&view=article&id=121:ocupacion-de-lima-relato-del-ciudadano-colombiano-vicente-holguin&catid=15:guerra-del-pacifico&Itemid=9
[6] Robert Ramsay en
http://www.bicentenariochile.cl/index.php?option=com_content&view=article&id=119:ocupacion-de-lima-carta-de-robert-ramsay-sturrock-18-de-enero-de-1881&catid=15:guerra-del-pacifico&Itemid=9
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