LA SORPRESA
Las horas finales del armisticio: La verdad es que ninguna de las partes
involucradas mantuvo en la inactividad a las tropas bajo su mando[1].
Y, lo que es mas importante, ninguna confiaba en la otra. Como en todo otro
conflicto, los armisticios eran muy inestables.
Pero antes de
comenzar de nuevo el combate (que ambos bandos planificaban desatarse en algún
momento de la mañana (o madrugada, como en Chorrillos) había que situar las
tropas en los lugares apropiados, tanto para los atacantes como los defensores.
En los recuerdos
del veterano peruano Layseca, el Batallón Guardia de Marina se encontraba “tranquilo, ocupando…la chácara (sic) Armendáriz,
posición estratégica pues desde ahí dominábamos perfectamente todo el camino a
Barranco.” Mirando hacia el mar “notamos
que los buques de guerra (chilenos), que habían fondeado muy cerca de la
playa misma, abríanse a todo lo largo de la costa…. De lo que hablaba el oficial eran de las
maniobras que hacían las naves chilenas, que de escasa participación en la
batalla de Chorrillos, ahora tenían objetivos y campos de visión mucho más
amplios del lado izquierdo de la línea peruana (desde la perspectiva chilena).
Esas naves habían recibido la orden de situarse en
posición de tiro, pues el armisticio concluía a la medianoche del 15 de enero.
Las naves eran el Blanco Encalada,
el Cochrane, la O`Higgins, el Huascar y
la lancha Toro, esta última armada
con ametralladoras, para apoyo a las tropas que estaban más apegadas a la
costa. Para las naves mayores el objetivo primordial sería el fuerte Ugarte y
los reductos N° 1 y 2.
Sigue Layseca, “Justamente al mismo tiempo,
observamos que las tropas chilenas, en columna cerrada, avanzaban sobre Barranco, introduciéndose en las chácaras Pacayar y Larrión, habiendo entre los que marchaban y nosotros, una distancia
de ochocientos metros más o menos teniendo de por medio, la Quebrada Honda (o Armendariz).”[2].
Por el lado chileno cuenta el general Maturana, “Se había visto moverse en
el campo enemigo gruesas masas de tropas de un lado a otro. Se había notado que
el ala derecha peruana avanzaba hasta ponerse en son de combate muy cerca de
nuestra línea (entre 400 y 800 metros, según las fuentes). Se
habían observado diversos trenes que llegaban del lado de Lima, conduciendo
considerables refuerzos. Pero todos estos movimientos, que en realidad eran los
preliminares que hacían presumir una gran batalla próxima, se habían atribuido
al natural empeño del enemigo de prepararse para el combate del siguiente día,
en el caso de que las negociaciones entabladas no dieran resultado, o bien sólo
a una maliciosa ostentación de fuerzas y de posiciones formidables para obtener
ventajas en el ajuste de las condiciones preliminares de que se trataba”[3]
Por el lado de las tropas, estas se encontraban
ocupadas en sus menesteres, para preparar el rancho; “el Aconcagua,…llenaba en
esos precisos momentos sus caramayolas en un estanque vecino, dejando arrimadas
sus armas” dice Vicuña Mackenna que el dìa
“estaba
medio nublado hacia la cordillera, luminoso en su cenit, abierto al ocaso”.
El general Baquedano y su estado mayor cabalgan en
la primera línea haciendo observaciones de la línea peruana que pretenden
asaltar el 16, concluido el armisticio. Y Nicolás Pierola: “había (estado) recorriendo desde las 11 de la mañana sus
líneas hasta Vásquez;” a
continuación se trasladó al pueblo de Miraflores para el almuerzo que iba a
tener con representantes diplomáticos y militares europeos: los almirantes Stirling y Du Petit Thouars y
del comandante Sabrano, en la casa del banquero Schell.
El edificio donde tenía
lugar la comida era “una construcción
semi oriental, cubierta de paredes y techumbre de vidrios de colores, a manera
de conservatorio, con plantas trepadoras y vívidas flores en todas direcciones.”
El objetivo de la reunión era permitir, para el caso que cayera Lima, instalar
un área en el puerto de Ancón una zona protegida, especialmente para mujeres y
niños, protegidas por la marinería extranjera.
También en el edificio se encontraban los
diplomáticos que hasta ese momento habían intentado sentar a las negociaciones
a chilenos y peruanos, pero estosse encontraban haciendo antesala.
La comida era interrumpida de vez en cuando
anunciando los movimientos chilenos como agresiones a las que responder, así “el comandante general de la 1.ª división de
la reserva Dionisio Derteano,…solicitando hablar al dictador le hizo saber, en
presencia de los almirantes, que los chilenos invadían por todas partes la
planicie que se extiende delante de los atrincheramientos y coronaban las
alturas opuestas de aquella hondonada (Armendariz), albergándose al amparo de sus tapias. Le replicó el generalísimo
dando por testigos a los almirantes, que se calmara, que en el armisticio aquel
movimiento quedaba consentido,”
Otros mensajeros llegaban con mensajes más
graves: los chilenos “avanzaban en masa
sobre su frente y sus flancos.”[4]
Pierola empezó a enojarse. Otro ayudante enviado desde la línea de Miraflores
ni siquiera pudo entrevistarse con el Dictador. El “edecán de servicio, el comandante Jaimes, se encargó por él de
contestar que no había cuidado”.
En
el lado chileno: Desde su posición, “unos potreros abiertos que pertenecían a Aurelio García y García, el coronel Velásquez había colocado con rapidez
sus cañones, y hacía situarse en la cima de un molino de viento allí vecino a
su ayudante el capitán Juan Brown Caces
para que le informara minuto por minuto de los movimientos del enemigo. El
mismo subía con frecuencia a la azotea de la casa-quinta de García y García, y
con su anteojo recorría ansiosamente los horizontes, oyéndole sus ayudantes
exclamar a cada paso
la llegadade refuerzos a la línea peruana, en tropas, artillería y pertrechos.
Pocos minutos después y
haciendo el diligente jefe de estado mayor de la 3.ª división (Gorostiaga) las mismas observaciones desde una de las
torrecillas de la casa de cinco miradores, dirigía por escrito al jefe de su
división (Lagos), que en esos
instantes se hallaba a retaguardia, el siguiente significativo y alarmante
aviso: A las 12 y media p. m. Desde un mirador de la casa
italiana (en Barracones) observo que el enemigo refuerza
apresuradamente su línea; veo llegar infantería y caballería; el tren acarrea
fuerzas, conviene venga inmediatamente la división, disponga US. lo que guste. J. E. Gorostiaga”.
El general Baquedano “después de inspeccionar la línea ocupada por la brigada Barceló,
satisfecho de su actitud y acompañado por el coronel Lagos, atravesaba los
rieles hacia el oriente y visitaba el campo sembrado de potreros en que debían
acampar la primera y la segunda división. El general en jefe, completamente
dueño de la situación, avanzaba seguido de sus ayudantes y de los del general
Maturana con el guión del cuartel general a su espalda. Distaría en esos
momentos cinco cuadras al oriente de los rieles y sólo tres de la línea que en
esa altura guarnecía el batallón Riveiro[5],
compuesto de estudiantes.”[6]
Hasta ese momento se había impedido todo
movimiento preparatorio a la artillería, bajo la palabra Armisticio, porque él
no podía observar las líneas peruanas y no sabía exactamente qué pasaba.
Mientras cabalgaban le decía a Lagos Si no se someten esta noche a las doce mañana
esos caballeros amanecerán rodeados. Barbosa romperá el fuego por su
retaguardia, antes de amanecer y Ud. y la escuadra los envolverán por su
derecha. Todas las medidas están tomadas[7].
El grupo de oficiales decidió entonces volver en
dirección al “sitio que ocupaban con la
artillería los jefes Velásquez y Wood en los potreros de García y Bregante. Impaciente por su
inercia y agitado de vehementísimas sospechas, el comandante general de la
artillería le había rogado en dos o tres ocasiones le permitiese hacer fuego
sobre las trincheras que tenía al frente; pero el general se limitaba a
contestar: «¡Armisticio! ¡Armisticio!». Solicitando Wood tropas para
proteger a su artillería, Lagos, objeto de la petición le respondía con sonrisa irónica le replicó: «¡Hombre, no
quieren por lo del armisticio!..»[8].
No habían pasado sino unos cuantos
minutos…cuando Baquedano se dirigía de regreso de la extrema derecha
de la división Lagos hacia su centro, es decir, al punto en que cortaban
aquella en dos trozos los rieles, se sintió de repente una rápida crepitación
de fusilazos y enseguida, con intervalo de algunos minutos, un fuego tan
horrísono y nutrido de toda la línea enemiga….Las avanzadas
del batallón N° 4 de la reserva, o según otros las del de Marina[9], que estaba en su
cercanía, habían roto el fuego sobre el grupo[10].
Esos primeros disparos fueron contestados prontamente. Y empezaron
a aumentar, culpándose los unos a los otros del rompimiento del Armisticio.
Nos cuenta Vicuña
Mackenna que “la brigada Barceló (o N° 2 de la Tercera División) se hallaba
definitivamente formada en el espacio comprendido entre los rieles y el mar al
abrigo de las altas tapias de las chácras y potreros del Barranco.” Situándolos en orden los regimientos se
alineaban asì: “el Concepción apoyado a la playa (con el
inconveniente que en su sector se había derribado la tapia y se encontraba una
suave loma); más a la derecha el Caupolicán, luego el Valdivia, y el Santiago.” Pero entre el Santiago y el Valdivia quedaba un claro provocado por “el callejón o
camino público que conduce de Chorrillos a Miraflores. Para que la línea
quedara toda comunicada, hice romper las paredes divisionarias de potrero a
potrero” apoyando ese intervalo
con dos piezas de artillería.
En cambio la Brigada
Urriola “sólo podía presentar en línea el batallón de Navales y el regimiento Aconcagua (1300 hombres en total), y aun el segundo
batallón del último regimiento, apenas saciado de su sed, comenzaba a entrar en
línea conducido por el jefe de estado mayor de la División Lagos, J. E.
Gorostiaga y el mayor don Julio Argomedo”[11]
Como se ve, el lado
izquierdo de la División Lagos estaba protegido por la Brigada Barceló, pero no
así el derecho. En la posición “aislada más allá de los rieles en la
abierta pampa de Miraflores” se encontraba
el Navales en primera línea y cuya
derecha descansaba en un grupo de árboles gruesos, enfrentando con un codo
fortificado del enemigo, que por la disposición de las tapias que lo guarnecían
en aquella parte tenía tropas en tres direcciones, además de numerosos cañones,
entre los reductos número 2 y número 3. Pero el Navales tenía su
propia derecha en el aire, es decir se encontraba solo (ya que la izquierda de
ellos, el Aconcagua recién se estaba tomando posición) para enfrentar a los
batallones peruanos Arica, Manco Capac, Ayacucho y Libres de Cajamarca, Libres
de Trujillo, Tarma, Concepción, Libertad y 23 de Dicimebre, Inca y Ancash.
Ahora siendo honrado el Navales no enfrentó de inmediato el ataque de esta
fuerza pero aun sumando la totalidad del Aconcagua, llegarían a los 1600
hombres contra 2600. La violencia del ataque y el número de bajas (“62
muertos, 226 heridos y a más 12 oficiales, tres de ellos muertos“) indica que
el Navales estaba poco protegido, de
ahí que perdiera siete portaestandartes y aún con apoyo de un batallón del
Aconcagua tuviera que retroceder
En la zona del principal
ataque peruano (las tropas de Caceres) “los peruanos habían recurrido a
la estratagema de colocar sus kepís sobre los morros para fingir una línea de
batalla imaginaria, mientras que, rodilla en tierra, fusilaban a sus
adversarios por las aspilleras. La mayor parte de los cuerpos peruanos,…tenían
sus municiones….en verdaderos rimeros…, en el suelo, y así se explica la
extraordinaria actividad del fuego”[12]
…En el lado peruano….: En la mañana del 15 Cáceres recorrió todo su sector,
cuidando de que se distribuyera una copa de ron y su correspondiente rancho a
cada uno de sus soldados; ordenando el adecuado emplazamiento de su débil
artillería; dictando otras varias disposiciones de combate y, principalmente,
arengando a sus tropas. Al percatarse que las guerrillas enemigas se situaban a
500 metros de su frente, Cáceres hizo notar al general Silva que la tregua era
violada, a lo que el otro oficial contestó que “teníamos
que cumplirla rigurosamente.“
Al
momento del inicio de la batalla, Cáceres estaba ocupado organizando el
traslado de un cañón pesado de la corbeta Unión, destinado al frente para instalarla
en una cureña preparada al efecto. En ese menester es cuando escucha el ruido
de los disparos. Ordena que el coronel Lecca, del Reserva N° 2, envíe una
compañía a la Quebrada Armendariz con el objeto de negar esa posición a los chilenos.
Soldados peruanos
Miembro
del Estado Mayor del Ejército peruano, el “coronel
Velarde, obedeciendo las órdenes que le impartiera el coronel Cáceres, hacía
conducir de la izquierda a la derecha dos piezas de artillería, comenzó el
fuego…”. Repitamos otra vez que en los relatos cada uno culpa al otro del
inicio de la batalla
Recuerda Manuel Layseca que como
a las 2 30 “los buques de la escuadra
chilena rompían los fuegos, el batallón de marina se abría en guerrilla y se
iniciaba el combate en todo nuestro frente.…”. A su vez el soldado
distinguido, Juan Torres Lara,
rememorará: “Desde los primeros momentos de la batalla el
fuego de la artillería era casi tan nutrido
como el de la fusilera: tronaban los cañones
de gran calibre de la escuadra enemiga; tronaban los cañones de nuestra bateria ‘Alfonso Ugarte"’ y tronaba la artillería de ambos ejércitos:
la batalla era un trueno
prolongado.”.
Por
el lado chileno, “habíamos terminado de
almorzar y estábamos en reposo, cuando cerca de las dos de la tarde sentimos
los atronadores y reiterados disparos de la artillería peruana de Miraflores y
–a los pocos minutos- el sonido de los cañones navales…. No hubo necesidad de
orden alguna y todos se levantaron velozmente, se colocaron las guerreras y
quepí, los que andaban descalzos se pusieron las botas y se hicieron de sus
armas….no deben haber pasado ni diez minutos cuando se sintieron las trompetas
de “formación” y el regimiento ya estaba listo…”[13].
Un
oficial enviado a pedir órdenes, encuentra a Baquedano y al estado mayor en el camino hacia la vía férrea que se
dirigía a Miraflores. A la vuelta
trae las novedades “los peruanos habían
abierto fuego contra el general Baquedano
y su Estado Mayor, cuando efectuaban un recorrido observando las posiciones de Miraflores.” Luego que llega el
comandante de la unidad Muñoz, quien
regresó de Chorrillos donde estaba,
aparece un ayudante del comandante general de la caballería, el coronel
Letelier, que dio orden al Granaderos de avanzar hacia un alto en Barrancas.
Al poco rato de situarse en su nueva posición y se suman los regimientos Carabineros y Cazadores.
Justo Abel Rosales contará años después
que ya iniciado el combate “algunos de
nuestros soldados, asustados por la sorpresa y las balas, no se cuidaban de
apuntar a las tapias donde partía el fuego contrario, sino que afirmaban el
cañon del rifle en la muralla y tiraban a las nubes, figurándose tal vez que el
mayor ruido y no las certeras punterías deciden un combate. Fue preciso que yo
y otros oficiales les hiciéramos comprender que así perdían tiempo y cápsulas (munición)
Solo entonces asomaron las cabezas,
apuntaron bien y disparaban, perdiendo poco a poco el temor”[14]
Cañones de la Chacabuco
El papel de la
Armada: El almirante Riveros había bajado a tierra a ponerse
de acuerdo con el general Baquedano para la combinación de las fuerzas en la
batalla que se preveía. Vuelto rápidamente a bordo de su nave, los buques
chilenos toman parte en la acción que se desarrollaba, con las piezas de largo
alcance, enviando sus granadas contra el Reducto “Alfonso Ugarte” (ubicado a espaldas del Reducto Nº1, más cerca de
la costa) y los vecinos fuertes (Reductos Nº1 y Nº2), que responden con sus
cañones de grueso calibre.
Narra al respecto Vicuña Mackenna, “Fondeados o sobre sus máquinas se
encontraban, con su proa al norte desde el amanecer y por previa combinación,
frente a la rada abierta de Miraflores, que es la misma de Chorrillos, nuestros
buques artillados con piezas de mayor alcance”.
Las naves “con sus
costados a tierra por el norte” en cuestión eran, “el Huáscar (Condell), el Blanco (Riveros),
la O’Higgins (Jorge Montt), y la lancha Toro (Asenjo). La Pilcomayo se
había dirigido en la mañana al fondeadero de Chorrillos conduciendo al
almirante Riveros llamado por el general en jefe….antes que Riveros pudiera
volver a tomar el mando “se
sintió el ruido lejano del cañón y comenzaron a llegar hasta Chorrillos los
proyectiles enemigos. En tal emergencia, el capitán don Carlos Moraga que
mandaba la Pilcomayo ordena de mottu proprio disparar sobre los atacantes,
“En esos propios instantes el almirante
Riveros llegaba a la escala del muelle de Chorrillos, y embarcándose a toda
prisa marchaba a tomar su puesto en el Almirante Blanco.
Durante dos horas
largas nuestros buques, que habían comenzado el fuego sólo diez minutos después
del asalto de los peruanos, dispararon no menos de 357 proyectiles, en esta
forma: 40 el Blanco con
sus cañones de proa (de 8 pulgadas), 93 la O’Higgins (3 cañones de 7 pulgadas), 101 la Pilcomayo y hasta El Toro jugó dieciséis veces su pequeño cañón de proa. En
cuanto al Huáscar[15] (armado con dos piezas de 8 pulgadas), situado a más de cinco mil metros de la
orilla para aprovechar el campo de tiro de sus grandes piezas, batía toda la
línea peruana hasta cerca de Vásquez, de tal manera que una de sus formidables
bombas cónicas, penetrando por el muro de un lejano reducto, mató al estallar
sesenta a ochenta de sus defensores.
En su parte,
después de la batalla, el jefe de la Batería Alfonso Ugarte escribiría que a
las 11.45 A.M., los blindados Blanco
Encalada y monitor Huáscar,
seguidos de la corbeta O'Higgins y
cañonera Pilcomayo, navegaron con rumbo
al N.O., hasta la altura de los baños (de Miraflores), y dando frente a mi batería, navegaron proa a tierra.“ Se informa de inmediato a su superior que la
escuadra chilena tomaba posiciones para bombardear. Los buques “evolucionaron hasta
ubicarse a la distancia de 4 a 5.000 metros, quedando al frente el Blanco y la Pilcomayo, flanquéandolos por el sur la corbeta O'Higgins, y por el
norte, el Huáscar, permaneciendo en esta actitud hasta las 1.30 P.M., cuando llegó su superior jerárquico con orde de “no romper sus
fuegos”. Pero al empezar el fuego
de fusilería en las líneas del frente empezó a disparar “enfilando las
piezas Rodman sobre el ala izquierda del ejército enemigo,….al mismo tiempo que
la sección Parrot hacía fuego sobre los buques.”[16]
Le Leon, el teniente francés,
cuenta que las naves chilenas “estaban a cuatro mil metros por término medio de la
batería Ugarte, tomaba oblicuamente las
líneas de Miraflores. Las mareas dificultaban el tiro. De este modo, muchas
balas caían al pie o a mitad de la altura de la ribera. Pero la mayoría
alcanzaron ya sea la batería, o las líneas. La pieza del (fuerte Ugarte) cae en el foso, el terraplén había
sido demolido por el tiro de la escuadra”[17]
Bateria de los lados de uno de los blindados gemelos chilenos (Blanco y Cochrane)
….Desde el fuerte el Pino:....El 15, nos hallábamos reunidos los oficiales cuando
una descarga de fusilería nos anunció el ataque de los chilenos a los reductos
de Miraflores. Algunos oficiales, cogidos de pánico, huyeron a todo escape,
bajando el cerro con una agilidad de galgo. Quise ordenar que se les hiciese
fuego, mas el jefe del fuerte me lo impidió: -Deje usted que los cobardes se
vayan, me dijo[18].
Y la artillería: Desde los primeros disparos los artilleros (chilenos) no cesaron
en realidad de disparar por elevación a su retaguardia sobre los parapetos
enemigos. El mayor Frías arrastró la
batería de campaña del capitán Ortúzar
hacia la izquierda y comenzó a batir el fuerte Alfonso Ugarte a poco más de mil metros de distancia en la línea
recta. El mayor Gómez hacía otro tanto en la derecha con la batería Nieto y en el centro se mantenían los
capitanes Flores, Besoaín y Montauban bajo el mando personal del coronel Velásquez.
La artillería del
regimiento (del) comandante Wood se dividía
asimismo en dos mitades, mandando una sección de campaña aquel valeroso jefe y
otra el mayor Perales, mientras que
las piezas de montaña eran distribuidas por igual acierto por derecha e
izquierda mandadas por sus jefes González
y Herrera. A la que se agregó “la brigada de montaña del mayor Jarpa (baterías Von Keller y Ferreira)
que llegaron de Chorrillos al trote largo de sus mulas, poco después de roto el
fuego.”[19]
Durante la batalla, las baterías de Wood, situadas detrás
del Navalas se retira a nuevas posiciones, mientras las baterías de Velasquez
continúan con su fuego de apoyo, con sus baterías Frias Gonzalez y Gómez.
Durante el combate “una granada cae en el
centro de la batería Nieto y le pone cinco hombres y un alférez fuera de
combate.” Otro alférez recibe un disparo de rifle. El capitán Flores
también muere y la batería Ortuzar pierde cuatro oficiales.
La
batalla se hace general: Los del Cuarto de
línea, cuenta un oficial, Aun no concluíamos de almorzar cuando recibimos precipitada
orden de avanzar hacia Barranco poniéndonos en movimiento a las 12 AM (la unidad se encontraba a retaguardia de la 1° Brigada de
la 1° División, en dirección a Barranco, por la línea del ferrocarril).Mas o menos a la 1 PM (en verdad pasadas
las 2 PM) llegó hasta nosotros el redoble
de un nutrido fuego de fusilería…. Eso obligó a dar órden de acelerar nuestra
marcha, para que atravesando el pueblo de Barranco, formáramos la derecha de
nuestra línea de batalla. Al ejecutar esta maniobra vimos que la Artillería y
el regimiento de Valparaíso se retiraban apresuradamente, hostigados de cerca
por el enemigo…. Avanzan al trote, “salvando
chacras y arboledas y bajo los fuegos de un enemigo que, oculto y muy distante
nos causaba algunas bajas que no podíamos aún vengar…”
El batallón Quillota, bisoños y todo, también participa en la batalla, casi
recién llegado al zona de guerra “….cuando
principiaron las primeras descargas sorpresivas de Miraflores, la 1ª División
del Ejército, a que nosotros pertenecíamos, salió de los potreros a colocarse
en el camino principal de Chorrillos a Barranco. Nosotros éramos los últimos, o
más bien, formamos a la cola; y el General en Jefe don Manuel Baquedano, pasó
por delante de nuestro batallón y al enfrentar a nuestro Comandante Echeverría,
preguntó: qué batallón era este. Nuestro comandante contestó: “El Quillota,
señor general, que se muere por pelear”. “Bien, bien”, dijo el general,
siguiendo su camino.
No
pasarían cinco minutos cuando llega un ayudante y le da a nuestro jefe la orden
de avanzar a marcha forzada por el camino del ferrocarril al encuentro del
enemigo, que avanzaba su ala izquierda en marcha, puede decirse, triunfal, para
envolvernos. Al pasar por delante del regimiento Valparaíso, este nos vivaba,
abrazada las manos de algunos de los nuestros, y hasta el heroico coronel
Marchant abrazó a nuestro mayor señor Ramírez.” [20]
Muy atrás de la línea, en la Escuela de Cabos, cuenta Alberto del
Solar que “Las (dos) de la tarde serían[21],
cuando de pronto sentimos por el Norte el eco de una descarga, seguida de otra
y luego de otra más... El fuego se producía hacia el lado de Miraflores, y
arreciando poco a poco en intensidad, acrecentaba su fragor con el bronco
estampido de piezas de grueso calibre. Al cabo de diez minutos no era ya el eco
de descargas aisladas lo que oíamos: era el cañoneo de una verdadera batalla.
¿Qué sucedía? No tardamos en saberlo: los peruanos,
violando informalmente el pacto, nos atacaban de sorpresa en momentos en que
nuestras tropas, desprevenidas del todo, se ocupaban, unas en ordenar sus
filas, otras en acarrear agua; cuáles en preparar su rancho, cuáles en
transportar heridos a las ambulancias o lavar la ropa, etc., todo al amparo de
un armisticio solemne. Sin perder tiempo acudimos a las armas. El capitán Baeza
hizo formar su pequeña fuerza, la sacó afuera y rodeó con ella el caserío,
aprovechando del mejor modo posible el corto número de soldados de que disponía[22].
Los heridos chilenos se hallaban tranquilos; los
prisioneros peruanos sumamente agitados. Cuenta Nicanor Molinare “Los peruanos no podían dejar de manifestar la alegría
al ver el desbande de nuestra primera línea y hasta se permitían manfiestarse
especialmente. El capitán Lecaros del Esmeralda…viendo aquello, dijo a un
subteniente; tome este anteojo, observe el campo y si por desgracia se
pronuncia la derrota (sic) fusile a todos los prisioneros enemigos que están en
esta Escuela. Está bien, contestó el oficial recibiendo el anteojo.
Subsecuentemente después, todos los oficiales peruanos se retiraron a lo mas
profundo de sus cuadras y el silencio mas pavoroso se hizo en sus alojamientos[23].
El oficial del Esmeralda, José
Larraín (oficial chileno) dirá De pronto se siente una descarga pavorosa y
formidable, comprendiendo que aquello era sencillamente una nueva batalla... En
aquel momento la batalla era general, pues se nos combatía desde San Juan hasta
el mar, formando la línea una herradura, cuyo centro lo ocupaba la Escuela de
clases donde estábamos.....El ruido de la batalla se apagaba a ratos sin
interrumpirse jamás el desfile de los heridos; llegaban jefes y oficiales en
mucha proporción, todos ensangrentados y con los semblantes descompuestos. Al
ver tanto numero, tanta sangre, ya creíamos que nadie sobrevivirá y teníamos
una congoja como no recordamos haberla tenido otra vez semejante...todo el
regimiento estaba despechado y aturdido por la cólera...la Patria perdida .y
allá el enemigo paladeando ya el triunfo... tenia que correr mucha sangre
todavía[24].
Respecto
a los servicios médicos, narra Machuca[25]
“el doctor Allende Padín traslada a
Chorrillos a la 1° ambulancia del doctor Arce, repartida en tres secciones ,
para la recepción de los heridos…; la 2° ambulancia del doctor Gorroño queda a cargo del Hospital
de Sangre de la Escuela de Cabos; y la 3° del doctor Prado, marcha a la línea
de combate , con sus cinco secciones, engrosadas por una sexta , llegada del
sur, a cargo de Guillermo Castro. El doctor Prado establece una sección en
Barranco y entra en línea de combate con las cinco restantes. Terminada la
batalla ocupa un chalet en Miraflores , y ahí establece el Hospital de Sangre”.
Victor Castro se le encarga la confección de la dieta caliente para los heridos, tras lo cual se dirige
junto a 300 auxiliares chinos, “se dirige
al campo de batalla a dirigir personalmente la evacuación de los caídos hacia
las carpas de los cirujanos.”
[1] He acá un punto de controversia. En las
versiones peruanas el armisticio dejaba a las tropas estáticas donde se
encontraran al momento de celebrarse (por lo que moverlas tal como hizo la
división Lagos era una infracción grave). En las versiones chilenas, se acordó
que el armisticio no limitaría al Ejército chileno, que el acuerdo sólo
implicaba no hacer fuego ni avances ofensivos, pero si les autorizaba a mover
sus tropas en su distribución, siempre que no entraran en combate.
[3] Parte de la batalla de Miraflores del
general Maturana
[4] Según Vicuña Mackenna se trataba de los
regimientos Navales y Aconcagua que empezaban a tomar posición
[5] Se refiere a Ribeyro, el batallón N° 4
del Ejército de Reserva, a cargo del Reducto N° 2
[6] Mackenna, V. La campaña de Lima
[7] idem
[8] idem
[9] Ribeyro, sobre el
inicio de la batalla, sindica a tropas del Guarnición de Marina, como las que
iniciaron el fuego, disparando sobre Baquedano. El Guarnición de Marina, lo
describe Vicuña Mackenna, “no era sino la antigua columna Constitución
encargada de suministrar guarniciones militares a los buques de la armada” hoy
diríamos infantería de marina.
[10] Mackenna, V. La campaña de Lima.
[11] Explica V. Mackenna que la Brigada
Urriola había sido debilitada pues el “Bulnes, recogía heridos y muertos en
Chorrillos, y el Valparaíso (estaba) incorporado a la reserva”
[12] Idem
[13] Jose Miguel Varela, Un veterano de tres
guerras
[14] Justo Abel Rosales, Mi campaña al Perú,
segunda parte, página 215
[17] Recuerdos de una misión… página 137-138
[18] Recuerdos del soldado peruano Manuel González Prada, publicado en http://www.voltairenet.org/article144675.html
[19] Mackenna, V.
[20] Epistolario de Francisco Figueroa Brito
[21] Erróneamente señala las 4 PM
[22] Del Solar, A Diario de Campaña
[23] Citado en Anecdotas de la guerra del
Pacífico, tomo II página 78
[24]
http://es.slideshare.net/javi270270/remenbranza-de-la-batalla-de-lima-13-y-15-de-enero-de-1881-2886175
[25] Machuca, Cuatro Campañas de la Guerra
del Pacífico, tomo 3 página 448
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