LA
OFENSIVA CAMBIA DE DUEÑO
...Llega la
Reserva de Martínez….: Las tropas de la
Reserva se “habían mantenido en sus posiciones, desde que comenzó el fuego, (ordenados) en columna, echados en los potreros al reparo de las tapias, pero las
bombas peruanas solían caer en sus filas matando algunos soldados. Traía esto
inquieto y desazonado al comandante Marchant
que recorría a caballo sus filas alentándolas…; de suerte que cuando sonó la
corneta que daba la señal de avance, un murmullo de alegría resonó en todas las
hileras, e inmediatamente, al toque de trote”[1].
El Zapadores, Valparaiso y Tercero de Línea toman por los rieles del ferrocarril que une
Chorrillos y Miraflores. Al llegar a la línea de tiro “(el) Comandante Martínez avanza con los
Regimientos “Zapadores” y “Valparaíso” por la izquierda chilena; y el
Regimiento 3º de Línea por la
derecha. Toda la 3º División estaba en fuego con las tropas peruanas
asaltantes, atacando por la izquierda el Regimiento de Línea “Santiago” y el Batallón “Naval”, y por la derecha el Regimiento
“Aconcagua”.
Recién a las 3:25 se siente en la primera línea, por sobre
el ruido de la batalla, “el toque de ataque de una corneta, seguido de un
gran ruido de voces y gritos de “Viva Chile” y otros. Era la 1º División Lynch
que llegaba al trote y maniobraba hacia la derecha chilena a ocupar su posición
en la línea. Varios Jefes, que ya veían el sudor correr por las frentes de sus
soldados por la fatigosa y forzada marcha, les gritaban para alentarlos: -¡Animo
muchachos!. No hay que desmayar, que “navales” y “aconcagüinos” están casi
hechos pedazos.
Banda musical del Valparaíso
Los “Navales”, con el Regimiento “Aconcagua” (o al menos los que sobrevivían
al ataque), ya desplegado a la izquierda de él y el refuerzo del
Regimiento 3º de Línea; vuelve
al fuego y Urriola recobra
sus posiciones anteriores poco a poco. Pero el Aconcagua “se vio
luego en la imposibilidad de atacar unido, por las dificultades que presentaba
el terreno. Había el peligro de saltar las tapias, en cuya operación eran
muchos los que caían. Unos grupos siguieron por el flanco, otros de frente y
algunos se quedaron, porque no teniendo oficiales, pues otros también se
dispersaron en los distintos grupos, no hallaron qué camino tomar. Soldados de
otros cuerpos hacían lo mismo.”[2]
Frente a la llegada de los
refuerzos chilenos, Cáceres y Canevaro tocan retirada
y vuelven a su puesto en los atrincheramientos. Los atacantes peruanos,….retrogradan
a sus posiciones anteriores, con sus filas muy raleadas….[3] Todas las tropas peruanas
situadas entre la costa y el reducto N° 2 se habían lanzado, alrededor de 4.500
soldados peruanos contra inicialmente 2.600 chilenos a los que posteriormente
se suma un millar mas, consiguen frenar el asalto. La derrota no había estado
tan lejos para la División Lagos al menos.
….Y en el lado
chileno, también arriba la División Lynch (3:00-3:30 PM): Se ordena, para acelerar la marcha de la División Lynch, que
se salga campo traviesa: “derribando
tapias, saltando acequias de regadío y avanzando siempre diagonalmente hacia la
derecha para dejar campo expedito a la formación de sus diversos cuerpos, el
coronel Lynch llegaba una hora después de rotos los fuegos a su línea de tiro y
lanzaba al frente, al Segundo de Línea.
Luego llegan el Chacabuco y el 4° de línea (la Brigada Amunátegui).
El regimiento Atacama,
como otras unidades “Viendo que la
caballería demoraba tanto en pasar, que otro regimiento (la Artillería de
Marina) viene echándoseme encima por nuestra retaguardia, aumentando el
desorden en aquel endiablado callejón; que los soldados no pueden soportar el
calor producido por el ardiente sol aumentado, por el incendio de edificios
inmediatos; que las bajas del regimiento aumentan a cada instante sin poder
nosotros contestar al fuego enemigo; y considerando que el mejor guía que podía
tener para darme cuenta de la posición del enemigo eran sus propios fuegos, di
orden a los atacameños de saltar la muralla del lado derecho del callejón.
Aquí nos
encontramos en un gran potrero. Continuamos la marcha hacia el oriente,
soportando el fuego del enemigo que no podíamos contestar por la rapidez de
nuestro paso. Atravesamos una sucesión de potreros tapiados.
Los soldados al
saltar las murallas caían heridos o muertos por las balas enemigas. Me coloqué
a la cabeza del regimiento que marchaba por hileras, y al llegar a cada tapia
–que se componía generalmente de dos adobes– hacía que algunos soldados echasen
abajo el adobe superior. Así el resto de la tropa que nos seguía podía pasar
cubierta en parte del fuego enemigo, y mi caballo podía saltar sobre el adobón
inferior, sin tener yo que andar buscando por donde pasar sin desmontarme.[4]
Esta unidad marca la extrema izquierda (chilena) de la
línea, porque a su derecha van, sucesivamente el Atacama, Talca, Colchagua y Chacabuco. La marcha de flanco recibe el fuego de la fusilerìa, “costando inauditos esfuerzos a sus oficiales
mantenerlos en línea.”
La Brigada se extiende en línea de combate cuando tiene
suficiente campo de tiro, ahí se despliega de izquierda a derecha (en la
perspectiva chilena), batallón por batallón. Se tienden en guerrilla los dos
batallones del Segundo de Línea; siguen los del Atacama, del Talca y del
Colchagua.
Sigue relatando el jefe del Atacama que “Tan pronto que entramos a los potreros,
principiamos a encontrar rezagados de todos los cuerpos que nos habían
precedido, y muchos heridos de los que habían sostenido los primeros fuegos del
enemigo.
Llegamos a un
potrero bastante extenso, y aquí, cubiertos por una tapia contestamos el fuego
de los peruanos, cuya larga línea de batalla la podíamos medir o calcular por
los interminables humos de sus trincheras. En este lugar me alcanzó el coronel Juan Martínez, jefe de brigada, a quien
pregunté si había recibido órdenes superiores o si tenía alguna que darme. Me
contestó que no, y que le parecía bien la posición que yo había tomado.
En este momento
pasa por nuestra retaguardia el Colchagua,
con su comandante a la cabeza, animando a su tropa que va a tomar posiciones
más a nuestra derecha. Al fin, vemos que viene un oficial de Estado Mayor. Es
el teniente coronel Estanislao
Gorostiaga que trae la orden de que mi regimiento avance más a la derecha
hasta colocarse al frente del ala izquierda enemiga. En consecuencia
suspendimos nuestros fuegos y continuamos a la derecha marchando al paso, para
que la tropa no se fatigase. Las tapias que frente a la línea nos servían para cubrirnos
de sus fuegos. Al pie de ellas encontramos heridos y rezagados, lo mismo dentro
de las zanjas. Volvimos a encontrarnos con el inconveniente de las tapias que
había que salvar.”[5]
El corresponsal Caviedes también dice, que a la llegada del Colchagua, al llegar a la línea de
fuego “había comenzado a cebarse el
desaliento. Por más que los respectivos oficiales animaban sin
cesar a su gente nadie quería ser el primero en exponerse a las balas del
enemigo, que disparaba desde sólo cinco o seis metros de distancia. El capitán-ayudante del Colchagua Adolfo Krug, que iba al mando del primer batallón, estaba ya ronco
de animar a su consternada tropa, y al oír uno de los soldados sus voces, se
atrevió a decirle: -¡Vaya, capitán! ¿Por qué no va usted
adelante? Entonces todos nosotros le seguiremos. El capitán
Krug aceptó el reto del soldado, y en compañía del capitán del mismo Colchagua Pedro
A. Vivar, que llevaba en la mano una bandera chilena, saltó intrépidamente
las tapias, arrastrando con su ejemplo a la entusiasmada tropa. Krug recibe
un balazo pero la bala se desvía al chocar con el poncho que llevaba terciado,
pero al capitán Vivar una bala lo mata instantáneamente.
Todos, con el
capitán Krug a la cabeza, asaltaron como un rayo las tapias del frente, haciendo
espantosa carnicería en el atrincherado enemigo, que ni aun tuvo tiempo para
poner pies en polvorosa[6].
Oficiales del Regimiento Granaderos a caballo
El
veterano peruano Torres Lara,
recordará que “Ias tapias del campo enemigo se cubrieron de pronto de uniformes negros, y un
número de tropas notablemente superior al nuestro avanzó en bien nutridas filas
á reforzar á los suyos; su línea mucho, mas extensa, rebalzaba con gran exceso nuestra
izquierda. No había, pues, más
remedio que la retirada; no podré decir si la iniciativa se dió en nuestras propias
filas o si la orden la recibimos
de la línea por el corneta,…:
todo lo que sé es que la emprendimos al trote, pero con calma y orden, sin dejar por un momento de hacer frente al
enemigo. Demás es decir que éste sufria también los fuegos de nuestra línea que
no lo dejaron avanzar mucho terreno[7].
Sigue Cáceres en
sus Memorias, ahora lamentándose: “Sólo requeríamos
refuerzos para empuñar resueltamente el éxito. Esperaba con vehemencia que los
sectores de la izquierda apoyasen nuestro avance, embistiendo contra el enemigo
en pleno retroceso. Y lo esperaba fundamentalmente, pues no existía seria
amenaza proveniente del valle de Ate. El foco de la refriega hallábase en el
ala derecha.
Pero no recibimos
ningún refuerzo, ni siendo apoyados por las tropas de la izquierda, nos
sentimos a poco extenuados e incapacitados para continuar el ataque con el
ímpetu y pertinacia que exigía el estado de la lucha. Solo la derecha de
Suárez, un batallón de la división Canevaro, había acompañado nuestra
acometida.
Consecuentemente
decrecía la impulsión del contraataque y no quedaba otro recurso que
interrumpir el seguimiento del enemigo por el fuego. Y luego asaz amargo, hube
de tomar la resolución de suspender el combate y ordenar el repliegue general,
el cual fue ejecutado sin que el enemigo intentara perturbarlo.
Cuenta el general Pedro Silva que se puso precipitadamente
en camino para el Barranco, y cuando me aproximaba a los puntos más avanzados
de la línea, se me dió aviso de que fuerzas enemigas habían invadido por el lado
del mar nuestro flanco derecho.” Esa noticia no podía ser peor porque
podría empezar de ahí una maniobra de envolvimiento hacia la izquierda peruana,
empujándolos hacia los cerros y al mismo tiempo podrían tomar Miraflores y
privarlos de la estación de ferrocarril sita en el lugar y que servía de nudo
principal para sus comunicaciones con Lima y centro de distribución de los
suministros que llegaban. De ahí que “mandé
al capitán don Pedro Carrillo y tras él al mayor Montoya, mi ayudante, para que
pidiesen al coronel Dávila dos de los batallones que estaban a sus órdenes, y
yo, acto contínuo, me encaminé, buscando el trayecto más corto, hacia el punto
que se decía amenazado[8]…
Al llegar al sector de Barranco “me
impuse de que el aviso era falso, y que sin amenaza de los enemigos por ese
flanco, con sólo los tiros de mar, los nuestros habían abandonado los parapetos
tras de los cuales se les había colocado y corrían despavoridos[9].
Como pude los contuve y regresé luego al camino principal para aproximarme a la
línea.
COMBATE Y CONQUISTA DEL REDUCTO N° 1. COMIENZA EL FLANQUEO
DE LA LÍNEA PERUANA
En el Reducto N° 1: Recordará Pedro Rodríguez, oficial del Batallón N° 2 de la Reserva, que “cuando
las guerrillas enemigas estaban a tiro de nuestros rifles se las recibió con un
nutrido fuego del reducto; la 5° compañía sin mando en esos instantes entran en
combate porque su situación en el reducto, que era la derecha, no lo permitía,
pues la línea de nuestro ejercito activo se extendía a la derecha del reducto
en una línea oblicua convergente al camino del Barranco,…. Entre los soldados
clases y oficiales, “todos impacientes de
ofender al enemigo iban ocupando los puestos que dejaban los de las otras
compañías para descansar o enfriar sus rifles. Tres veces fueron rechazados de
frente los chilenos y dos por los costados, el fuego en esa parte era
nutridísimo, las balas silbaban por los aires, la escuadra chilena hacia fuego
también del mar, dos (granadas) cayeron
en los muros del reducto, levantando una nube de polvo, las de la artillería de
tierra pasaban por alto. Situado a su izquierda, al lado del mar “se hallaba el Libres de Trujillo había un fuego nutridísimo rechazando al enemigo
que no se atrevía a avanzar después un solo paso”
Dirá
un testigo peruano al que cita Vicuña Mackenna: “Qué fuego se hacía allí! (desde el reducto N° 1). ¡Qué cantidades de plomo vomitaban los
Remington!, ¡qué sangre fría y desprecio por la muerte! Uno que otro, tal es la
verdad, levantaba los brazos y jalaba el gatillo; pero muchos también
descubrían el busto, apuntaban con sangre fría y disparaban. Algunos graduaban
la mira, observaban el efecto de su tiro,….. Una de las ametralladoras
colocadas en la cortina del reducto se descompuso, otra hizo fuego hasta el
último momento. El oficial que la dirigía daba vueltas al manubrio como si se
hubiese hallado en un simulacro.”
El general Pedro Silva había solicitado
dos batallones de refuerzos antes y ahora, en el “tránsito se me presentó el ayudante, sargento mayor Montoya, que
conducía al Batallón Unión, remitido
por el coronel Aguirre y al mando del teniente coronel Rosell”. El otro
batallón le informó Montoya, lo había
tomado el mismo Piérola para situarlo hacia la izquierda, donde él estaba.
Relata este hecho un participante de la batalla: “regresaba ese ayudante con un pequeño cuerpo mandado por un capitán,
cuando se le apersonó un oficial argentino, de los que habían llegado la
víspera, exigiéndole que le entregase esa fuerza, de orden suprema.”
Montoya se negó. Al poco rato llegó el coronel Bardales Arévalo, ayudante de
Piérola. Le reitera la orden y le tiene que obedecer. Montoya regresa donde
Dávila y le da explicaciones al coronel Aguirre cuando se lo encuentra. Este
último le entrega el batallón Unión.
Al
llegar donde Pedro Silva, este alto oficial y el teniente coronel José Rossel,
llevan a la unidad al combate, la que siendo “de reciente formación, se manifestó algo acobardado, pues sobre su
marcha fueron víctimas de las balas enemigas varios soldados, logré con algunos
esfuerzos hacerlo entrar en acción y reemplazar las muchas bajas que había
sufrido el esforzado Batallón Marina…. Enseguida me ocupé de hacer proveer a
los cuerpos de municiones, experimentando contínuamente algunas decepciones,
pues la tropa, acobardada, sólo pensaba en dispersarse, porque la
desmoralización se había hecho general.”
Detalle de la defensa de un reducto peruano
El ataque de la División Lagos: Son las 3. 30 de la tarde, ya más de una hora de combate
llevan peruanos y chilenos. La artillería de la flota había empezado a
debilitar seriamente las posiciones peruanas, especialmente cuando consiguieron
silenciar las piezas del fuerte Alfonso
Ugarte, por lo que las granadas navales caían sobre los atrincheramientos y
los reductos que estuvieran a su alcance. Con más daño aún porque los tomaban
por el flanco[10]
La
defensa peruana recae sobre el Guardia
Marina y el Guardia Chalaca y
las demás unidades de Cáceres, Libres de Trujillo, Jauja y Callao. O lo que resta de ellas, luego del fallido asalto a la
línea chilena.
En
ese momento se encontraban en la Quebrada Armendáriz tanto el Santiago como el Tercero y Cuarto de Líneas
asì como el Caupolicàn. A su vez el Concepción (que baja por el acantilado)
avanza por el lado de la playa, con el agua hasta la cintura, atraviesan la
hondonada “desalojaban a bayonetazos de unos hornos de
cocer teja que tenían a su frente al enemigo, y dejando nobles vidas esparcidas
en su itinerario, llegaban a la meta con 106 bajas. El batallón Caupolicán, que espaldeaba al Concepción
(y a ambos, un batallón del Tercero de
Línea), también avanzó. El comandante José María del Canto había hecho salir un momento hacia, y en
obedecimiento a una orden general del comandante Barceló, la compañía de
guerrilla del Caupolicán a las órdenes de…Enrique Bernales De Putron, y al
asaltar la tapia que a todos protegía al grito de: «¡Viva Chile!», redoblaba el
entusiasmo de los que quedaban.
Y como por la interposición de un
muro lateral no oyese la voz de: «¡carguen!»; el comandante del segundo
batallón don Anacleto Lagos, se trepó a la tapia fronteriza. También el cirujano
don Rodolfo Serrano…,
que retirado del cuerpo médico servía ahora de ayudante al coronel Lagos. Este
“había ido de hilera en hilera
recomendando a los soldados del Santiago (que a la verdad no lo necesitaban) no
dar cuartel, y así lo cumplieron. Serrano (hermano del héroe de Iquique) “se disputaba ser el primero en asaltar las
trincheras y animaba a la tropa y la dirigía al lugar de más peligro”.
Frente a ellos estaba un puente desbaratado, sujeto al fuego de las líneas
peruanas. Las tropas se abalanzan.
Lagos inicialmente había enviado al Concepción
con la mitad de sus tropas en guerrilla, al mando del capitán Gregorio Tejeda, acompañadas por las
guerrillas del Caupolicán, el Valdivia y el Santiago. Primer objetivo era el barranco o quebrada, avanzan sin
disparar pues nada consiguen con sus tiros contra las defensas aspilladas
peruanas, una vez tomada se lanzan sobre la primera trinchera, en medio de la
confusión de las unidades, hasta que cubren el terreno con cuerpos pero llegan
al choque de bayonetas, que les hace ceder a los peruanos la primera línea de
trincheras y retirarse a las tapias situadas al otro lado.
Las Brigadas Barceló,
Urriola y Martínez, avanzan a la orden de “fuego en avance”; bajan a la Quebrada Amunátegui “y sube la ladera norte y asalta la muralla
que siguen las ondulaciones de la ceje de las quebradas donde el enemigo resiste”. El combate se
traba al arma blanca. Son los regimientos “Concepción
y Santiago y al Batallón Caupolicán, los que se precipitaron con decisión sobre
la primera línea de atrincheramientos, arrojando de allí al enemigo a bala y
bayoneta y apoderándose de todo el extremo derecho de aquella importante
posición.
En otro punto de la línea, para los peruanos el ataque recién lanzado se transformaba
en atrincheramiento y luego retirada. Narra el soldado peruano Torres: “Tomamos
indeterminadamente por la izquierda de los rieles y muy pronto estuvimos en lo
más ardiente de la acción. Todo el campo estaba sembrado de gente acostada por
el suelo”.
Se trata de los muertos, agonizantes y heridos que no pueden moverse por sus
propios medios, todos producto del intenso combate.
Torres se da cuenta que está
casi solo, los demás se “habrían
dispersado buscando abrigo para batirse; algunos habrían caído. Se protege
detrás de unos “montecitos de piedra”: varios muertos lo rodeaba, y á su abrigo
se quejaba un herido cuyos clamores no más lastimaban,….. Uno sólo,…., se batía allí. Al encontrarse con
nuestro refuerzo y oportuna compañía, nos señaló una bandera enemiga
diciéndonos: -Apunten allá. Ondeaba
aquélla tras de la tapia humeante con el
fuego que nos hacían…… Por algunos
momentos observé la advertencia del compañero, dedicando mis fuegos á aquella
insignia odiosa.” Se da cuenta entonces del malgasto de municiones, ya que
en verdad le disparaba a un trapo de tela, mientras los chilenos disparaban al
cuerpo de los peruanos. Entonces apunta a otra parte.
“La lluvia de balas, entretanto, era
tan constante y tan bien dirigida, que no cesaban de salpicarnos los pedruzcos y guijarros que levantaban. Pasó algún tiempo,
cuando un chasquido distinto del producido por el choque de las balas en el
suelo, me hizo volver la cabeza
á la izquierda, y vi á mi compañero que
se incorporaba y en seguida caía con
un chorro de sangre en la
frente; se agitó un instante convulsivamente
y quedó inmóvil…..Otro rato más pasó hasta que el único compañero que me
quedaba exclamó:--Ya cayó! ¡ya cayó! En efecto, la bandera ya no se veía; pero un momento después reapareció á este lado de la tapia al frente de
los suyos que avanzaban.
Desde el lado derecho de los peruanos, los
chilenos avanzaban, por lo que antes de quedar a merced de ellos, el
distinguido Torres se retira junto con su accidental compañero en dirección al
Reducto N° 2, el cual “había abierto
totalmente sus fuegos ante el avance de
los chilenos, y al volvernos á la línea parecía un volcán en erupción.
-Capaz van á matarnos...... ! exclamó
mi compañero ….entre la espesa nube de humo y polvo que nos envolvía, no era
difícil de que alguna parte de la línea nos confundieran con el enemigo….sabía yo perfectamente que habían
muchos, quizá la mayor parte,
que no hacían sino sacar sus fusiles y
tirar adelante” sin apuntar
o mirar a donde disparaban.
Toma
entonces el soldado distinguido, por “la
zanja que hay al lado de los rieles; pero parecía que aquella era el
lecho de un río, un río, sí, de plomo: ¡aquello sí era correr bala! Volví á
salir y, pasando los rieles, me encaminé diagonalmente
á la izquierdas (derecha de la línea), precisamente á donde estaba todo el
hervor de la batalla.“
Los chilenos, que
avanzaba ya en gran número, no se fijaban en mí,…. Yo continué á la carrera
llevando mi shakó en lo alto y
agitándolo para prevenir la confusión….llegando por fin á la tapia, que pasé de
un salto, escuchando la voz del cabo Rodríguez de la 1° compañía del
"Concepción” que me decía:
Compañero, te había visto y desde lejos te conocí” sus compañeros le
ayudan a subir evitando que caiga sobre el cuerpo de un joven teniente, muerto
al pie de la tapia “Con la parte superior
del rostro, donde estaba la
herida, cubierta por un pañuelo, sólo
se le veía al muerto la parte inferior, sobre la que, contrastando con
la palidez cadavérica, resaltaba un bigote negro y fino, casi un bozo
todavía…..“. El soldado peruano Torres seguiría combatiendo.
Relata el mayor Fuenzalida, a cargo inicialmente del
Santiago (cuando caiga herido Barceló tomará el mando de la Brigada), “avancé directamente a las trincheras
cargando a la bayoneta hasta desalojar
al enemigo” que se retira a la linea de tapias que está situada
detrás. Continúa avanzando con el primer batallón del Santiago por la izquierda
del camino (Real) , mientras marchaba el 2° por la derecho de las trincheras
enemigas, con fuego en avance, así va expulsando de línea de tapia a linea de
tapiaa los peruanos. Hasta que llegan a la línea de tapias que enlazaba a los
reductos. Al llegar al reducto N° 1 trata de flanquearlo pero no lo consigue a
la primera vez.
Cáceres, para evitar el flanqueo por los terrenos por
donde se descendía a los baños de Miraflores pide al coronel Lecca que le facilite una compañía que
es situada en el lugar, y ordena que se echen al suelo y hagan fuego desde ahí.
Mientras los cañones de la flota chilena disparan ya sobre el fuerte Ugarte y
sobre la línea peruana “causándonos daño
y desmoralizando las tropas” porque a diferencia de los batallones de la
Reserva, estaban fuera de los refugios que significaban los reductos.
El general Pedro Silva narra en su parte de guerra: “vi que una gran parte de tropa de los
batallones Concepción, Veintiocho de Julio y Manco Cápac, abandonando las tapias que
les servían de parapeto, cedían terreno” mientras sus oficiales intentaban
detenerlos. Aparecen los generales Machuca y Segura pero son heridos
simultáneamente allí. El mismo Pedro Silva es desmontado pues su caballo recibe
dos balazos. Entonces abandona la línea dejando al Coronel Cáceres a cargo de
todo.
La fatal crisis de municiones peruanas: el avance chileno se produce especialmente en la zona
ubicada entre los acantilados de la costa hasta el Reducto N° 2. Por el lado de
la División Lagos, su comandante ahora viendo firme su línea decide atacar en
la zona de la quebrada Amunátegui, con el propósito de empezar a flanquear la
posición peruana, con primero objetivo el ala izquierda (desde la perspectiva
chilena) del Reducto N° 1 que se halla sin protección.
Ayudados por una repentina crisis de munición peruana, el fuego
destructor se ve disminuido. Se cuenta en el bando del Rimac que “(al) mandarse traer más munición, un equívoco o un error, hizo que nos
trajeran munición Peabody, cuando lo que necesitábamos era Remington calibre 43. Entre tanto, el coronel
Fanning había fallecido. El comandante Isaac Chamorro,…, acababa de ser herido;
herido también el coronel Suárez. Entonces, asumió el puesto de jefe del
Guarnición de Marina el sargento mayor Sarrio, quien,…, comisionó al
subteniente Domingo Gamio, para que, por todos los medios disponibles,
recogiera la munición que en sus cartucheras tenían los soldados muertos y los
heridos, para así, poder dar munición a los que aún se mantenían en pié,
quienes por recomendación especial debían quemar tiro por tiro,…. La retirada
había comenzado por efecto de la falta de munición, pues al notar el enemigo de
que ya no disponíamos de una sola bala, reaccionó violentamente, renovando el
ataque,…..
A su vez, Andrés Cáceres, “comenzó entonces a
recorrer la línea, animando a jefes y oficiales e impartiendo las órdenes que
juzgaba oportunas para asegurar mejor la resistencia….Los jefes de los cuerpos
hacían, por su parte, prodigios de resistencia. Esta tenacidad en el combate,
la actividad del señor coronel Cáceres, su denuedo, sus disposiciones, la
cooperación de su estado mayor y de sus ayudantes, y también la resistencia
perseverante y brava opuesta por los batallones 1 y 2 del ejército de reserva
(que defendieron los reductos de su sector, al mando de Lecca y Ribeyro), todo
esto dio origen a que el enemigo fuese rechazado por dos veces.
“El coronel Cáceres dirigía su anteojo sobre las polvaredas
que pudieran indicar tropas en marcha. Refuerzo ninguno. Eran, mientras tanto,
las 4 p.m., y el fuego enemigo continuaba con gran vivacidad… Hacía más de tres
horas que combatíamos, y sin embargo ¡no recibíamos ningún refuerzo! Cáceres,
desesperado, decía confidencialmente en un grupo: “No tenemos ya municiones,
estamos perdidos”.
Cáceres reemplazaba su primer caballo, que ya expiraba
atravesado por una bala; los batallones, aunque diezmados, resistían,…cuando la
escasez de municiones se dejó sentir. Solicitados refuerzos de las inactivas unidades
del ala izquierda (Ejército de Reserva en su mayoría), no obtuvieron “respuesta favorable”. Pierola no se
presentó en el frente y “permaneció en
Vásquez con sus ayudantes y el coronel Echenique, jefe del ejército de reserva”.
Mucho
más atrás de la línea el coronel del Valle[11], subjefe del Estado
Mayor peruano, la tarea encomendada era la de traer algún escuadrón de
caballería para apoyar las en ese momento, victoriosas fuerzas peruanas que
avanzaban en una segunda oleada. Ya se había enviado a un ayudante en su
búsqueda pero este no había vuelto. Ahora Varela cabalgaba en su búsqueda, sin
encontrarlo. Entonces se dirige a donde se sitúa el Escolta, unidad de
caballería, situado en el camino Real que que conduce a Limatambo, pero tampoco
puede hacer uso de la unidad pues esta se encontraba ebria y ni el oficial a
cargo de ella ni el propio del Valle pudieron ejercer mando sobre los soldados.
Al regresar para dar cuenta de su misión se encuentra con la sorpresa que el
General Silva ha sido herido y retirado del combate. Entonces nota que “algunos de los cuerpos que sostenían el lado
(derecho de la línea peruana) cedían
en dispersión al impulso del enemigo, traté de contenerlos. Como alegasen
algunos que se retiraban por falta de municiones hice romper inmediatamente
varios cajones para proveerlos de ellas y hacerlos regresar, pero no pude conseguirlo, porque de los pocos
que por mi intimación se acercaban a tomarlos , unos se escapaban cuando yo
acudía a detener nuevos dispersos, y otros decían que no calzaban las
municiones en sus rifles ,lo cual sucedió efectivamente con algunos , y otros
lo tomaban como pretexto . Sin casi nadie que le ayudara en esa tarea ni
tener apoyo de los oficiales de los batallones que ahora huían fracasa en su
intento. Llega en eso el ayudante Germán Echecopar buscando a Pedro Silva o a
Varela para informarle que Piérola estaba en la izquierda y encargándole la
distribución de municiones para las tropas.
Se dirige
al teniente coronel Marcos Suárez, quien es uno de los
oficiales encargados del Parque (amunicionamiento) del Ejército, y este le
informa que “no existía allí una sola de
las mulas que quedaban de la administración, como tampoco los encargados de
ellas , y que el servicio del Parque estaba casi abandonado”. Usando la
escolta del Estado Mayor logra enviar algunas cajas de municiones a las tropas
en primera línea que resisten, pero esta operación empieza a paralizarse porque
“algunos soldados obedecían solamente
hasta tomar el cajón y separarse del Parque, tirándolo después al suelo y siguiendo la dispersión de los infantes que
más pronunciada se hacía a cada momento….(además)…tres carretas llegadas con municiones de Limatambo no pudieron avanzar
a la línea donde los enviaba el coronel Carrillo y Arisa, porque los carreteros
abandonaban a estas, al ver que algunos proyectiles caían a su lado e
hirieron o mataron una de las mulas.”
Del Valle se queja amargamente que del personal total del Estado Mayor, la
mayor parte oficiales (más de 100), “al
extremo de no haberse dispuesto de cuatro en un momento dado, pues parece que
al dispararse los primeros tiros en San Juan (Chorrillos), hubieran creído muchos terminados sus
compromisos. Otros desde antes se encontraban ausentes, y otros pocos por estar
mal montados o haber perdido en el
combate sus cabalgaduras dejaron de prestar asimismo sus servicios.”
Por minutos la batalla pierde intensidad, hasta que las filas chilenas
empiezan a ordenarse, al mismo tiempo, dice V Mackenna, “llegó el tan deseado Parque y mediante esto, las armas volvieron a
repletarse de balas y el fuego se hizo más nutrido.” Pero las tropas
chilenas no deseaban avanzar mucho más allá, al enfrentar una pampita, pero por
“un callejón que atraviesa estos potreros
y que es el camino real de Chorrillos a Miraflores, a cuyo último punto se iban
aproximando poco a poco los soldados chilenos, vieron avanzar un Pelotón de
Infantería, llevando adelante una gran bandera chilena. Al verla todos los chilenos,
saltaron las tapias y se presentaron a pampa rasa frente a la trinchera
peruana. Dispersados en guerrilla avanzaban a esa hora todos los cuerpos
chilenos en los potreros. De todas partes se sentían los toques de carga. Todos
trataban como podían. Mucha gente se iba quedando atrás, de cansada y de sed.”
Cae el Reducto N°
1: Recuerda un veterano de la batalla, Pedro Rodríguez Rodríguez del Batallón N° 2 de la Reserva, unidad que era la
guarnición del reducto N° 1, que el avance chileno: “serian las 4 ¾ de la tarde cuando las tropas de la derecha principiaron
a (retirarse)… los soldados
penetraron en desorden al reducto, sin jefes, ni oficiales, no tenían
municiones los mas (y) los que la
tenían continuaron batiéndose.
El cañon “colocado
en el camino cerca de los rieles reventó y la ametralladora se dañó, quedo pues
ese espacio libre de defensores” y fue por ahí que empezaron a colarse los
chilenos. La 5° compañía del batallón empezó su combate “haciendo un fuego incesante y destructor en las filas enemigas; pero
gran parte favorecidos por las tapias avanzaban para flanquearnos”. Y fue
en eso que Rodríguez bajó del parapeto y oyó “decir al Coronel Cáceres que
allí se encontraba, que el enemigo nos flanqueaba, que ya se encontraba en
posesión de la acequia y de los tapiales contiguos”.
La escasez de
municiones había dado motivos para enviar a algunos soldados y oficiales a
buscar pertrechos con los que batirse “viendo
que no regresaban, con algunos compañeros nos dirigimos tras de las tapias
cerca al reducto y paralelos al camino, para hacer fuego, en estas
circunstancias recibí un golpe de una bala en la costilla, probablemente fue de
rebote, pero fue tan serio que por el momento me dejo inmóvil, como el rifle se
había descompuesto momentos antes me dirigí al potrero donde estaba el batallón
Libres de Trujillo por la zanja tras
del reducto, tras de una tapia estuve descansando y viendo si
podía conseguir un rifle y municiones, entonces pasaron (algunos
compañeros) adelantándose hacia
Miraflores, diez minutos mas tarde note que los chilenos avanzaban de frente a
la estación (de Miraflores) para
cortarnos por la retaguardia, y antes de que llegaran apresure la marcha por
entre una acequia de agua, pues las balas llovían. Logra salir de allí,
llegando a la estación de Miraflores y estando allá vi a Correa y Santiago que se iba a Lima a todo escape con sus
ayudantes. Le grite diciéndole que por que nos abandonaba, dio vuelta la cara y
siguió su carrera.
Considerando que los chilenos seguirían la dirección del
camino, que habrían muchos disparos terribles en la noche, tome el lado de la
Magdalena, por donde no podrían desde luego emprender una persecución los
enemigos, las balas zumbaban por mi cabeza y de las de los otros que seguían
esa misma ruta, nos metimos a un platanar y seguimos la marcha por entre los
potreros.
A las
cuatro de la tarde finalmente cae el Reducto N° 1. Los sobrevivientes se
retiran hacia Miraflores y otra parte, con Cáceres a la cabeza se repliegan al
Reducto N° 2, sabiendo que una vez flanqueado podía ser atacado por la
retaguardia.
Desde el Fuerte El Pino, el soldado Manuel
Gonzalez Prada recordará que el “día de
un sol magnífico….veo las masas de tropas chilenas embistiendo los reductos,
retrocediendo y volviendo a embestir, por tres o cuatro veces. Diviso aún los
reflejos de espadas blandidas por oficiales para detener y empujar a los
soldados. Más de un momento me figuré que los enemigos huían en completa
derrota; pero desgraciadamente observé que el último reducto de nuestra derecha
(el N° 1) había sido flanqueado y que algunos batallones de la Reserva eran
palomeados (sableados por la caballería chilena) en la fuga[12].
El
regimiento Quillota, ubicado en la Segunda Brigada de la División Lynch,
cuenta Francisco Figueroa, que luego de traspasar las diferentes defensas
peruanas y caer sobre el Reducto N° 1 “nuestros
bravos soldados encontraron unos montones de cebollas y unos fondos con comida,
cuyos fondos agujereados por las balas habían desparramado el caldo; algunos
combatientes se pusieron a comer tranquilamente, sin cuidarse de la lluvia de
balas que les caían; antes bien, con chistes comentaban la caída de algunos de
los compañeros que eran heridos; chistes que manifestaba desprecio por la vida el que las pronunciaba:
¡Vaya ho! ¡Te desgraciaste tan luego ho! ¿Compañero porque no esperaste hasta
pelear en Lima? Pierde cuiado que ya te vengaremos compañero; y así otras por
este estilo. Satisfechos sus estómagos o comiendo cebollas crudas seguían
batiéndose con más animosidad. Peruanos que se hacían los muertos eran
fusilados sin compasión; y esta determinación la tomaron desde que
sorprendieron a algunos haciéndole a los chilenos fuego por la espalda. El
capitán don Juan de J. Balbontín escapó de un acto felón de esta clase.
Caballería junto a la división Lagos: El regimiento
Granaderos a caballo llega al galope. “A
medida que nos íbamos acercando donde combatían las tropas de la División
Lagos, veíamos la enorme mortandad causada por los peruanos, ya que el suelo
estaba tapizado de infantes chilenos muertos o heridos, algunos de los cuales
tendido seguían disparando contra las posiciones peruanas”. El terreno no
era favorable a la caballería, por lo que “se
ordenó la dispersión por compañías en línea y se realizaron diversas cargas
contra unidades de infantería peruanas, ya que la caballería de ellos se
replegó al ver llegar nuestro regimiento… El regimiento se dividió en piquetes
aproximadamente de veinte jinetes, cada uno al mando de un oficial. Nos
ocutlábamos detrás de las tapias, agachados sobre la montura para que no vieran
nuestras cabezas y cuando veíamos que se producía un espacio entre nuestras
fuerzas y las enemigas, salíamos al galope tendido, la mitad de los jinetes
disparando con sus carabinas y la otra sableando a cuanto peruano alcanzábamos.
Estas incursiones las repetimos –al menos en mi sección- unas diez o doce veces
y luego de asestar cada golpe, nos ocultábamos en la próxima serie de de tapias
de adobes, para seguir avanzando de la misma manera, dejando tras de nosotros un
reguero de enemigos muertos”.
[1] Hempel
[2]
http://razonyfuerza.mforos.com/669699/10086916-zapadores/
[3]
http://razonyfuerza.mforos.com/669699/10086916-zapadores/
[4] Dublé Almeyda, Diario de Campaña
[5]
http://www.ejercito.cl/archivos/departamento_historia/cuaderno_8.pdf
[6] Corresponsal Caviedes
[7] Recuerdos de un distinguido
[8] En el camino se encuentra con Piérola,
quien iba acompañado por algunos oficiales
[9] Al parecer la llegada del general Silva
fue alrededor de las cuatro a cinco de la tarde. Tanto por lo que dice de la
huida de los soldados como el agotamiento de las municiones.
[10] Ya hemos visto que para los peruanos,
mas alla del ruido y el polvo que levantaban las granadas navales chilenas, no
causaban mayor daño físico
[11] Conforme al parte que escribe este
mismo oficial. Ahumada P. Tomo IV pag 486 y ss
[12] Recuerdos del soldado peruano Manuel González Prada, publicado en http://www.voltairenet.org/article144675.html
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