EL 13 DE ENERO
Chorrillos (o San Juan), desde Miraflores. Los efectos de la derrota en
la batalla: Para las tropas del Ejército de
REserva instalado en la línea MIraflores, la batalla de Chorrillos o mas bien
la derrota tuvo su manifestación más patenten en “el camino de Barranco a Miraflores (que) estaba sembrado de dispersos, que huían en el mas espantoso desorden:
unos heridos arrastrándose, otros pidiendo auxilio, unos con armas, otros sin
ellas, llenos de sangre y la ropa hechos pedazos…por el terraplén de la vía
férrea un largo cordón de gente; por el medio de los potreros también corrían
los soldados en pequeños grupos…. Varias compañías de los batallones se
desplegaron en guerrilla y pequeñas fuerzas de caballería se escalonaron en los
puntos más aparentes para cortarles el camino de Lima.” Recuerda el coronel
Ribeyro jefe del batallón N° 4 de la reserva, que losprimeros fugitivos que vio
eran los de la banda de música del batallón Callao. Él y los coroneles Lecca y
Colina deciden situar sus tropas para cerrar el paso de los soldados que huían
de Chorrillos.
A medida que avanzaba la hora la
imagen de la derrota se hcía más clara: “la
caballería llegaba a bandadas, las mulas cargadas de municiones y de aparejos
para los cañones de montaña, los cañones y ametralladoras rodados: caballos sin
jinete a galope tendido; artilleros, coroneles, jefes de oda graduación
inundaban las avenidas del ferrocarril, formando una espantosa confusión.
Algunoas batallones entran íntegros n nuestra línea (el Concepción, la División
Pereira, que queda formada a la izquierda de la línea del ferrocarril. A las 10
AM aparece Piérola y su Estado Mayor (entre otros los generales Buendía, Seguro
y el coronel Sanchez). Ordena que la disivión Pereira se instale en las tapias
entre cada uno de los reductos. Aunque es un gran refuerzo para la línea de
Miraflores, otros “se escapaban. Se les
hacía tiro de rifle pero se escondían en las zanjas y seguían huyendo.”
Ribeyro dirá a su vez que “contuvimos, no
sin gtrabajo, esa avalancha. Un oficial que huía se me enfrentó ‘¿con qué
derecho me detiene Ud? Ud no es mi jefe’ Con el derecho que me dan las
bayonetas de mis soldados”. Un sargento incluso le llegó a apuntar con el
fúsil, pero fue desarmado rápidamente. “Estos
derrotados fueron distribuidos en los espacios que había entre reducto y
reducto”.
Desde
el Callao cuenta Layseca: “Era el 13 de enero de aquel año. Muy
distintamente percibíamos desde el Callao, el intenso cañoneo de la batalla de
San Juan. Todos ardíamos en ansias de recibir lo más pronto posible, la orden
de marcha hacia el campo de las operaciones. Tal vez era la vehemencia que nos
llenaba el espíritu, que bien poco faltó para que nos insubordináramos, porque
nos parecía que habíamos dejado olvidados (sic).”
Entierro de soldados peruanos y chilenos caidos en MIraflores
EL
14 DE ENERO
La marcha del Guardia Chalaca: Manuel Loayza, del batallón Guardia Peruana, parte a las “11 y 30 de la mañana de
ese mismo día, con el júbilo más grande, escuchamos la orden de ponernos en
marcha hacia el campo de batalla. Llegamos a Lima en un tren del F.C.C. y desde
la Estación de Desamparados, iniciamos la marcha hacia el sur. Momentos
después, marchaba al lado nuestro el bizarro batallón Guardia Chalaca, formado
por la más brillante juventud del Callao. La marcha desde Lima la
hicimos hacia la hacienda Vásquez, llegando a ese sitio en las primeras horas
de la noche, debiendo, momentos después, seguir marcha sobre Miraflores, a
donde llegamos a punto de media noche. No fue la única unidad enviada desde Callao
para reforzar la línea Miraflores. A él se sumó el Guardia de Marina y la
Guardia Urbana, sacados a toda prisa de las defensas del principal Puerto
peruano.
Sigue Loayza en su relato, en cuanto a que el “batallón
nuestro estaba materialmente rendido, de cansancio y de hambre, pues desde
nuestra salida del Callao, no habíamos probado alimento alguno; a mas de esto,
en el campamento, no habían tenido la preocupación, pero logramos descubrir un
carro de galletas, con lo cual pudimos
reconciliarnos medianamente.
Se
nos señaló para acampar, un potrero, desde el cual, con la angustia y el rencor
en el corazón, podíamos percibir el resplandor siniestro del incendio de
Chorrillos originado por las tropas chilenas; el pueblo ardía por tres partes.
Mientras estábamos sumidos en la macabra contemplación de aquel espectáculo
bárbaro, se nos presentó un industrial italiano, que había logrado fugar de la
ciudadela incendiada. Este señor, nos refirió como, después de la entrada del
invasor a Chorrillos, la soldadesca habíase entregado al saqueo más vergonzoso,
arrasando cuanto a su paso encontraba, sin respeto alguno por las fuerzas de la
civilización. Terminado el saqueo, siguió contando el italiano, los soldados se
dieron a la bebida en forma desenfrenada, a punto tal, que los mismos jefes
amedrentados, por temor de que sus secuaces se sublevaran y les hicieran daño,
tuvieron que encerrarse en el rancho del general Pezet.
La
relación que hiciera este súbdito italiano, inspiró al entonces coronel Andrés
A. Cáceres, lo mismo que al coronel César Canevaro, la idea de marchar al
asalto y reconquista de Chorrillos, esa misma noche, penetrando a la ciudad,
precisamente por los puntos en los cuales
el incendio hacía estragos. Efectivamente, momentos después se comunicaba a
la Guarnición de Marina, a tres cuerpos de reserva, a una fracción del batallón
Jauja y a la Guardia Chalaca, para que se movilizaran, en plan determinado,
sobre Chorrillos. Cuando recién las tropas habíanse puesto en
marcha, la orden llegó a conocimiento de la superioridad, la que, quien sabe
porque razón, mandó suspender la marcha y que las unidades volvieran a sus
posiciones.
Un oficial inglés dirá mas tarde
que Piérola, luego de verificar las líneas en la madrugada y viendo que los
chilenos se contentaban con reorganizar sus fuerzas y no montaban un ataque sorpresa
en las horas de la noche o muy temprano, decide regresar a su cuartel general,
donde “encontró al coronel Iglesias,
quien fuera tomado prisionero el día anterior y enviado por los chilenos, bajo
palabra, para señalar a Piérola la futilidad de seguir resistiendo y exigir, a
nombre del general chileno, que se entregaran las posiciones miraflorinas antes
de abrir las negociaciones. Se me informó que esta exigencia fue rechazada de
inmediato. El mismo requerimiento fue hecho durante la tarde por un oficial
chileno y fue nuevamente denegado.
En la rada de Chorrillos, el Almirante Galvarino
Riveros hace entrar primero a la cañonera Pilcomayo. El Comandante
Moraga efectúa con toda felicidad la operación de fondeo. Tras la estela de su
buque, sigue el Toltén (vapor de ruedas), el Huanay (con víveres
hasta los topes), el Avestruz (con el Parque General) y el Paquete de
Maule (con el material sanitario). A su vez el velero 21 de Mayo
fondea en la Caleta de Chira, con personal de Ambulancia, a cargo del cirujano
1º don José del C. Contreras, que presta atención a 70 heridos, en gran parte
peruanos.
Morro Solar al fonfo, visto desde MIraflores
En dicha caleta el almirante Riveros ordena
desembarcar a todos los cirujanos de la Escuadra chilena, con sus practicantes
y ayudantes. Envía así mismo a tierra, agua en barriles y víveres suficientes,
para las tropas cercanas a la caleta.
El general Baquedano, después de visitar la
Intendencia, pasa a las Ambulancias, que desarrollan prodigiosa actividad.
Baquedano ordena a Quintín Quintana que con su Regimiento de chinos, cave
profundas fosas para el entierro de los muertos y si falta tiempo, amontone los
cadáveres enemigos y proceda a quemarlos. Los 500 chinos puestos a
disposición del Servicio Sanitario, prestan inapreciables servicios en la
recolección y transporte de heridos.
En la mañana reciben los heridos caldo, carne cocida
y té caliente, pues la Ambulancia lleva bueyes en pié y los útiles
necesarios.
Además se activa la búsqueda de heridos, que han
permanecido ocultos mientras se desarrollaba la batalla a su alrededor. Llega a
tanta el ansia por alejarse del campo de batalla, que 30 heridos hicieron la
caminata a Lurín, a buscar refugio en el Hospital volante del doctor Jacinto
del Río, quedado ahí con los 200 enfermos incapaces de llevar las fatigas de la
marcha hasta el campo de batalla.
Hay que buscarlos con prolijidad, pues algunos se
desmayan por la pérdida de sangre. A falta de perros amaestrados, los chinos
desempeñan a maravilla este servicio. A las 8 AM nubes de chinos con sus
decuriones, recorren trincheras, quebradas, cañaverales, zanjas, sin encontrar
heridos (vivos). Hacinan después los cadáveres para proceder al
enterramiento o la incineración.
El plan para un ataque nocturno peruano: Cáceres al observar
que las tropas chilenas en la noche estaban saqueando e incendiando Chorrillos,
pensando que es su oportunidad para devolver un golpe a los chilenos y creyendo
que todo el Ejército chileno se encuentra en tal menester, propone a sus
superiores realizar un ataque nocturno con los sobrevivientes de la batalla y
con aquellas unidades que apenas combatieron y se retiraron íntegras.
En sus memorias, Andrés Cáceres “sugirió al dictador Nicolás de Piérola un
ataque nocturno sobre Chorrillos, aprovechando que la tropa chilena se
dedicaba “al saqueo y a la borrachera” y “no estaría en condiciones de
oponer una firme resistencia a un ataque nocturno, sorpresivo y vigoroso”. Este
plan fue desechado por Piérola porque el ejército chileno estaba en los
alrededores de Chorrillos “y los que saquean son unos cuantos”.
Ha habido quienes sostienen que tal ataque habría
sido exitoso y habría expulsado al invasor chileno, pero Carlos de Piérola
Villena, hermano del presidente Piérola,…coronel y jefe del batallón Guardia
Peruana N° 1, que luchó en el Morro Solar, en donde cayó herido y prisionero rechaza
tal acerto y escribió en una ocasión: “… concibe usted, señor General, que
el alto comando del Ejército chileno, que no estaba compuesto de reclutas,
hubiera podido permitir, teniendo a retaguardia al enemigo, que sus tropas se
entregaran al saqueo, al incendio y a la embriaguez, exponiéndose a ver, en
pocas horas, truncada la victoria en desastrosa derrota? Cierto es, que en la
tarde y noche del 13 de enero, pequeños grupos del elemento colecticio del
Ejército chileno, tolerados por sus jefes, pudieron dar pábulo a sus crueles
instintos dentro de la citada villa, pero sin duda alguna todo intento, de
parte nuestro, para batir a sus ocupantes, habría sido ahogado al punto por la
enorme masa de las tropas vencedoras”.
Por lo demás el ataque nocturno es una de las
operaciones más complicadas desde el punto de vista militar por la escasa o
nula visibilidad (aunque ahora atenuada por el incendio de Chorrillos), por
parte de tropas que en buena parte fueron ya derrotadas y con su moral dañada
(sin contar que el Ejército de Reserva, dada su inexperiencia y poco
entrenamiento) habría visto la alta posibilidad de encontrarse con tropas
amigas y tirotearse con ellas.
Se cita un texto (caracterizado por su
anti-baquedismo) que “narra que después de la batalla, el ministro de Guerra
José Francisco Vergara y él (autor) ocupaban la casa de Aurelio García y
García en Chorrillos a las 2.30 pm, mientras que el general Baquedano y otros
militares ocupaban la casa de la familia Pezet y la de la familia del
diplomático chileno Joaquín Godoy, pero que una hora después empezaban los
saqueos de las casas por los soldados chilenos y que debido a los tiroteos y al
desorden, el ministro y su comitiva abandonaron Chorrillos a las 5 pm y lo
propio hizo Baquedano a las 10 pm.
“Como nos iría esta noche si los peruanos con un poco de audacia
vinieran a atacarnos en número de cuatro mil! Todo esto se lo lleva el
diablo” dijo el ministro Vergara según el autor del
texto.
Vista aérea del sector donde se situaba el Reducto N° 5 (imagen de 1944)
Sigue el autor que el “coronel Canevaro le decía
a Piérola: con mi fortuna i con mi vida le respondo a usted que esta noche doi
cuenta de los chilenos si me confía cinco o seis mil hombres para ir a
sorprenderlos, en medio del desórden i borrachera que inevitablemente les
habría traído el saqueo a Chorrillos, i cuya prueba está ahí, en aquellas
llamas que divisamos. Un momento después el campo enemigo se movía, i seis o
siete mil hombres marchaban sobre nosotros, habiendo alcanzado a avanzar cerca
de dos millas. Sin embargo se detuvieron a medio caminoy se devuelven.
Concluye ese autor “si no la detienen i emprenden el ataque, el coronel
Canevaro da cuenta de nosotros, tal como se lo prometía a Piérola”.
En su libro “Las batallas de Chorrillos y
Miraflores y el Arte de la Guerra”…del general ecuatoriano Francisco Javier
Salazar, quien vivió en Lima durante la guerra expresa que “la noche de
ese día, suponiéndose que todo el ejército chileno había de estar entregado á
la embriaguez y al desórden, á consecuencia del saqueo de Chorrillos, se pensó por
parte de los peruanos en sorprenderlo atacándolo con unos 6,000 hombres”.
Salazar no menciona quien propuso ese ataque, pero si que pensó en hacerlo.
En la recopilación de documentos de Pascual
Ahumada relata que “En la noche del 13 se proyectó un ataque enemigo con
el batallón Guarnición de Marina i las fuerzas de los coroneles Cáceres y
Canevaro. Ignoramos por qué no se llevó a cabo”. Lo confirma Paz Soldan en
su biografía de César Canevaro “El momento era propicio para darle un golpe
seguro.- De acuerdo con el general Cáceres, hizo entonces avanzar su división
sobre Chorrillos, pero cuando sus fuerzas se aproximaban al Barranco,
recibieron orden de contramarchar, y ocupar sus anteriores posiciones”. Manuel
Layseca, sobreviviente de la batalla de Miraflores de las filas del batallón
Guarnición de Marina, declaró que su batallón llegó el mismo día 13 a Lima,
procedente del Callao, por ferrocarril, tras lo cual caminaron a Vásquez y
luego a Miraflores. Una vez ahí, un italiano que llegó de Chorrillos, les dijo
que la soldadesca chilena había saqueado el pueblo y “… los soldados se
dieron a la bebida en forma desenfrenada, a punto tal, que los mismos jefes,
amedrentados por temor de que sus secuaces se sublevaran y les hicieran daño,
tuvieron que encerrarse en el rancho del general Pezet. La relación que hiciera
este súbdito italiano, inspiró al entonces coronel Andrés A. Cáceres, lo mismo
que al coronel César Canevaro, la idea de marchar al asalto y reconquista de
Chorrillos, esa misma noche, penetrando a la ciudad, precisamente por los
puntos en los cuales el incendio hacía estragos. Efectivamente, momentos
después se comunicaba a la Guarnición de Marina, a tres cuerpos de reserva, a
una fracción del batallón Jauja y a la Guardia Chalaca, para que se movilizaran
en plan determinado sobre Chorrillos. Cuando recién las tropas habíanse puesto
en marcha, la orden llegó a conocimiento de la superioridad, la que, quien sabe
por qué razón, mandó suspender la marcha y que las unidades vuelvan a sus
posiciones”
Dejando en la duda de quién fue la idea del ataque
nocturno (Cáceres y/o Canevaro) el plan si existió y la
contraorden de Piérola. Ahora si éste tendría posibilidades de éxito, al menos
ellos creían en la posibilidad de éxito. Dice un autor peruano que identifica
al Esmeralda, al Tercero de Línea y al Atacama como intervinientes en esos
hechos, pero considerando que fueron al menos el Atacama quedó debilitado por
la batalla más que los otros dos habría que excluirlos. Otra posibilidad es que
fuera multitud de soldados pertenecientes a diversas unidades más que
regimientos enteros (fuera que por el tamaño del pueblo de Chorrillos, que daba
habitación a 3.800 habitantes, no es mucho espacio para situar muchos soldados
en esas actividades, más si hay una incendio que devora todo el pueblo en
cuestión).
Oficial peruano de línea
De acuerdo al historiador militar ecuatoriano Salazar, el objetivo del
ataque “… no podía ser uno de estos dos: ó empeñar una batalla absurda y á
tientas en medio de la oscuridad de la noche, ó bien, únicamente, causar terror
en el ánimo de los enemigos. Si se intentaba lo primero, el número de 6,000
hombres habría sido á todas luces insuficiente para vencer á 20,000 soldados
orgullosos con la victoria, de los cuales, dando de barato que hayan habido
unos 2,000 desparramados por la población en el estado de beodez, los demás se
hallaban reunidos en sus campamentos. A lo ménos así lo aseveran los partes
oficiales que se han publicado (y las memorias de los
combatientes chilenos), así resultan de los informes de carácter privado que
hemos podido recoger, y esto es también lo más natural y verosímil. Si se
pretendía lo segundo, dicho número habría sido perjudicial, por excesivo; pues
nadie ignora que las sorpresas se hacen con poca tropa, ora para evitar que no
caiga ella misma en la confusión que se intenta producir en la del adversario,
ora para que si no sale bien de la empresa, el desastre sea en todo caso
insignificante”.
El historiador militar peruano Carlos Dellepiane, escribió sobre este
tema que “… otros escritores quieren ver un triunfo decisivo si los
peruanos hubieran atacado en la noche del 13 la población de Chorrillos, donde
una parte de las tropas chilenas se habían entregado a los más tristes
desbordes. Pero creemos, a pesar de la “Carta Política” del chileno Manuel J.
Vicuña[1], que esas tropas
desbandadas no llegarían a un par de miles de hombres que no restaban capacidad
combativa a las divisiones invasores estacionadas sobre Chorrillos y San Juan,
con la división Lynch en segundo escalón al pie del Morro. Para justificar tal
afirmación de que los chilenos desbandados y saqueadores no pasaban de dos mil
basta tener presente que entonces, y aún ahora, los alcoholes almacenados en
Chorrillos no alcanzan para embriagar a ese número de hombres”.(17)
La medida del dictador Piérola de detener el ataque fue buena y
prudente, pero hubiera sido mejor si se hubiera realizado un ataque con tropas
ligeras como sugiere el historiador militar Salazar.
En el relato del día siguiente, narra Alberto del
Solar, que para el Esmeralda, el día 14, “…fue de
relativo descanso para nuestro regimiento. Se le dio como misión custodiar la
Escuela de Cabos con los numerosos prisioneros y heridos que allí había, y
defenderla a todo trance si era atacada por las tropas que el enemigo seguía reconcentrando
en la vecindad.
Algunos
de nosotros aprovechamos la mañana para recorrer el campo y recoger
personalmente a nuestros heridos. Habíamos tenido numerosas bajas: seis
oficiales y más de ciento cincuenta individuos de tropa. Los demás cuerpos de
la división no sufrieron menos, sobre todo el Buin.
Hacia
el anochecer, empezó a correr el rumor de que se «negociaba» entre los
ejércitos beligerantes. Se decía que dos parlamentarios habían partido del
cuartel general con el objeto de intimar al Dictador la rendición incondicional
de Lima, mediante lo cual se evitaría las consecuencias de un nuevo y estéril
derramamiento de sangre, sobre todo si, como podía colegirse de los
preparativos que se divisaban en el campamento enemigo, se proponía éste resistir
aún al avance de nuestras armas victoriosas.
Entrada
ya la noche, supimos que, en efecto, se había enviado a D. Isidoro Errázuriz
como parlamentario, pero que éste no había tenido éxito en su gestión. Piérola
se preparaba a resistir de nuevo, y reconcentraba sus fuerzas en Miraflores.
Artilleros peruanos
Una
segunda batalla tendría lugar, pues, al día siguiente. Rendidos de cansancio,
nos acostamos con tal convicción.
En cuanto al ciudadano colombiano Vicente Olguín, “(el) 14 por la
mañana la mayor parte de los extranjeros organizados en ambulancias se
dirigían al palacio de la Exposición, en donde desde la víspera prestaban
importantes servicios a los heridos que llegaban en el ferrocarril. Un
movimiento general y un sordo rumor agitaban la multitud ahí reunida cuando el
pito anunciaba desde lejos la llegada del tren de Miraflores, y las colonias
tomaban sus camillas para recibir a los heridos o salían a buscarlos a los
barrios apartados de la ciudad[2].”
Para Pedro
Rodríguez Rodríguez[3],
desde su reducto, el N° 1, bajo las órdenes del coronel Lecca e integrante del
Batallón N° 2 de la Reserva, el día 14
de enero empezó a las 5 AM cuando lo “llamaron para tomar rancho, era un
poco de arroz con agua y algunos pedazos de carne; no tome sino unos tragos del
caldo, por estar caliente y era necesario reanimar siquiera de ese modo el
entusiasmo.
A las 11 ½ se noto un grupo de gente con una bandera blanca, era
el Sr. Iglesias que reuniéndose de parlamentario mandado por los Chilenos,
para prepara la paz y evitar mas derramamiento de sangre. En la tarde vino
otro, en la noche fueron al campamento enemigo dos parlamentos como de parte
del Director y otro del Cuerpo diplomático. La noche la pasamos en los
parapetos, ese día nos toco hacer la guardia de la entrada al reducto, los
números en las escuadras; Candamo se retiro del reducto esa tarde, igual cosa
hizo D. Ricardo Rosel, me toco hacer centinela a las 8½ pm. El rancho estaba
pésimo, y no comí sino un pedazo de carne y otro de galleta.
Como había mucho viento, a las 11 p.m. me retire (un) rato al
rancho a descansar, en unos momentos me vino a la memoria la idea de mi mujer y
de mis hijos, que me causo un profundo sentimiento, al considerar que quizá
dentro de de pocas horas iba a quedar ella viuda y ellos huérfanos, lo que mas
me afligía era el no dejarles nada para subsistir,
El ruido producido por unos disparos cerca del Barranco me (despertaron) y
me obligo a salir precipitadamente del rancho y dirigirme al parapeto
donde estaba [mi puesto]. Los tiros provenían de unas avanzadas. No pude
conciliar el sueño, el frío me obligo también a buscar un poco de agua caliente
para tomar una taza de yerba Luisa, una zamba que espendaba vendiendo un pésimo
te, se negó a prestarme y alquilarme un jarrito donde poder recibir el agua
hervida, que una chola me daba para hacer la yerba Luisa; felizmente un
Señor Panizo cabo del batallón, me dio una taza aipude reanimar el cuerpo
debilitado por el frío, la falta de sueño y por el hambre.
A su vez en el regimiento Aconcagua, Justo Abel Rosales recuerda que “Se corrió
en el día la noticia de que el general Baquedano había mandado un parlamentario
a Piérola, intimando la rendición de Lima. Cuando todos creíamos que pronto
saborearíamos los buenos frutos de la paz, llega el Comandante
Bustamante...diciéndoles que íbamos a marchar camino a Lima, donde era preciso
pelear hasta vencer o morir. Por eso supimos que la paz solo había sido un
sueño...
Continua el oficial británico A las seis de la tarde, luego de reunirse en
consejo con todos los comandantes de divisiones y brigadas, Piérola solicitó
por telégrafo a Lima que vinieran los ministros extranjeros, y, luego de
consultar con ellos, fui comisionado por el señor St. John, a las once de la
noche, para llevar una carta al general chileno, acompañado por el teniente
Conde Royck de la marina italiana.
Tuvimos un poco de dificultad en lograr que el maquinista echara a andar
su locomotora a esa hora de la noche pues él temía que los chilenos hubieran
levantado los rieles o minado la ruta. Como para aumentar sus preocupaciones,
cuando ya nos alistábamos para partir, se disparó una ráfaga de tiros
justamente fuera de la estación. Esto lo alarmó tanto que lo hizo retroceder de
nuevo.
Sin embargo usando una dosis de persuasión y otra de amenazas,
arrancamos la locomotora con el ténder delante, fijándonos bien en la condición
de los rieles. Una bandera blanca iba desplegada en el ténder y tocábamos
continuamente el silbato hasta que nos dio el alto la avnazada chilena. Tras
corta demora, empezamos a buscar al general Baquedano.
No fue cuestión fácil. Fuimos primeramente
llevados a un gran cuartel que quedaba en las afueras de Chorrillos y que había
sido convertido en hospital provisional (este era el lugar donde pocas semanas
atrás asistí a la ceremonia de la presentación al batallón Piura de su nuevo
estandarte y el medallón grabado "Victoria o Muerte", y donde conocí
al mayor Castilla). Luego fuimos conducidos a través de las ruinas humeantes
del pueblo, donde casi no había casa intacta, para seguidamente retornar a las
tiendas del cuartel general, donde me encontré con el capitán de fragata
Acland. Este me pidió que informara al ministro británico que él consideraba
peligrosísimo que cualquier mujer o niño permaneciera en Lima, en caso de que
los chilenos avanzaran sobre ese lugar en plena euforia por la victoria, ya que
no habrían de respetar vidas ni propiedades y Lima podría correr la misma
suerte que Chorrillos. Finalmente fuimos llevados donde el general Baquedano;
al entregarle la carta que nos había sido encomendada, recibimos la respuesta
oral de "siete de la mañana", con la que volvimos donde los ministros
a Miraflores.
[1] En 1881 se publicó
el libro “Carta Política” del chileno Manuel Jesús Vicuña, que en realidad es
una extensa carta pública dirigida al político y diplomático chileno Adolfo
Ibáñez. El libro fue publicado por la imprenta del diario La Actualidad, un
diario chileno que se publicaba en Lima durante la ocupación. Esta obra era
contra la candidatura del general Manuel Baquedano a la presidencia de Chile y
critica las medidas que él tomó durante las batallas de Lima y por este motivo
fue cerrado y su máquina –que era del diario El Peruano- llevado a Chile por
órdenes del contralmirante chileno Patricio Lynch.
[2] Relato del ciudadano colombiano Vicente Holguín en
http://www.bicentenariochile.cl/index.php?option=com_content&view=article&id=121:ocupacion-de-lima-relato-del-ciudadano-colombiano-vicente-holguin&catid=15:guerra-del-pacifico&Itemid=9
[3]
http://www.academia.edu/3653463/Unas_cartas_desde_el_Reducto_de_Miraflores_1881
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