LA NOCHE DEL
15 AL 16 DE ENERO
A las seis de la tarde del 15 de enero de 1881, la
batalla de Miraflores había concluido…. El dictador Piérola dispuso de algunas
horas para dictar sobre el mismo campo de batalla una serie de disposiciones
urgentes. Sólo a las once de la noche y cuando todas esas disposiciones habían
sido trasmitidas, emprendió la retirada cruzando el Rímac a la altura del
Cementerio y dirigiéndose por detrás del San Cristóbal al valle de Carabayllo[1].
Estación de Miraflores
En Lima, a las primeras
horas de la oscuridad: Para el soldado distinguido Torres el día sería largo una vez
llegados al Palacio de la Exposición, situada en el sur de Lima. Allí “(un) pelotón de jinetes en espera de los dispersos los encamina á sus respectivos
cuerpos. Delante de la puerta del parque diviso una mancha de gente tirada en el suelo….un poco más de ciento... ¡el
batallón!….,¡Cuántos han caído!..... pasan de seis aquellos (oficiales) de quienes hay constancia de estar muertos ó heridos…; de otros no se sabe el paradero, y es de presumir estuvieran aumentando ese número.
En cuanto a la tropa
era imposible apreciar las bajas ni
aproximadamente….Sombríos y mustios por el dolor por los muertos, y por la
vergúenza de no haber muerto, nos deslizabamos por la penumbra, silenciosos,
temiendo escuchar de las ventanas sin celosía
los denuestos de las mujeres …y me parecía que iba a oir de los labios de las madres y de las
hermanas, de las esposas y de
las hijas de los que hablan
caído, esta terrible imprecación: -i Cobardes
! ¿Por qué no han muerto ustedes
también
Las mujeres ahí en cambio guardan silencio o ayudan
a los heridos “algunas nos ofrecían pan y agua; y todas lloraban; unas
á sus muertos queridos, otras a su patria perdida....”
Vista de Lima
Después de permanecer
un largo espacio en palacio, tornamos a ponernos en marcha al Estado Mayor. En
una de las calles del tránsito
salió a su puerta á nuestro paso una mujer. Vestida de negro por el luto de la patria, que ya era también luto de su
hogar, la luna ilumina su rostro
pálido como el marfil y llegan a brillar
las canas, quizás prematuras, que chispeaban
entre su negra cabellera.….Al pasar ante ella nos interpeló con una voz trémula, como si temiera escuchar la respuesta
¿Vienen aún otros atrás? Y como nadie respondiera á su primera interrogación repitió con acento más trémulo: Díganme por el amor de
Dios ¿vienen otros atrás? El mismo silencio se prolongó…hasta que una voz clara
y dura como el acero salió de las filas.--No!
La mujer alzó al cielo su pálida fisonomía…, juntó las manos para implorar y se oyó un grito,…. Otra mujer
la estrechaba tiernamente en silencio.
Era
ya medianoche y “en el Estado Mayor nos distribuyeron ración doble de pan…. Uno de mis compañeros al verme
con los panes en la mano se me acercó:--Si no los quieres dámelos- me dijo, y se los dí.”[2]
Pedro
Rodríguez,
otro sobreviviente peruano de la batalla recordaba que la “fatiga que tenia era tanta y el dolor que sufría
en la costilla tan fuerte que deseaba descansar pero la noche venia y
extraviados en esos potreros era peligroso parar por los soldados dispersos que
en todas direcciones encontrábamos; felizmente nos reunimos con mas de 20 hombres
del Batallón N°2,…de Matalechuza un chino un guia llevándonos por tras del
Palacio de la Exposición hasta salir a los rieles del tren del Callao de donde
nos dirigimos a la cuadra de Bravo; de la esquina me separe y me dirigí a mi
casa. Ysabel y los niños se habían refugiado en el Consulado Español, la
cocinera y su marido habían quedado, subí con gran trabajo (a su habitación) e inmediatamenteme metí a la cama. Luego
vino mi ahijado Bentura Seoane y un abuelo a verme y preguntar por su hijo
aquel, momentos mas tarde vino Seoane. Me halle completamente extenuado por el
cansancio, por el hambre, por la sed y por el golpe de la bala,…; vino mi
suegro y mande avisar a Ysabel que estaba sin novedad.”
Palacio de la Exposición
Plaza de Armas de Lima. Al fondo la Municipalidad
Para
el Guardia Marina aún en el campo[3],
la noche reunió “los últimos
sobrevivientes, iniciose la marcha de retirada a Lima; por el camino, entre
surcos y grietas, encontrábamos soldados heridos, algunos de los cuales nos
insultaba creyéndonos huidos y los mas, nos pedían que les vengáramos…. Estos
momentos de depresión espiritual, nos había aniquilado completamente; todos
llevábamos como una constante visión, entre otros, el episodio del capitán
Asanza, quien, herido en un brazo, apenas fue vendado, con la izquierda empuñó
su espada, alentando a sus soldados a seguir en la lucha. El del teniente
Valega, quien, herido desde los primeros momentos de la refriega, se negó a
abandonar el campo de lucha, hasta el momento en que perdió el conocimiento,
como consecuencia de la fuerte hemorragia que le sobrevino.
El colombiano Vicente Olguín escribirá desde Lima,
respecto a las batallas que han ocurrido en las cercanías de la capital peruana,
“jefes, oficiales y soldados, cubiertos
no de laureles sino de polvo, llegaban a esta ciudad cuando aún se oía los cañones
del combate. Como complemento se hizo uso de la moderna y terrible invención de
las minas y bombas automáticas, de las que se hallaban sembrados los .contornos
de los principales fuertes como San Juan y El Solar….esas funestas bombas
estaban destinadas a hacer inmensa la desgracia de los infelices heridos que
quedaron en el campo, pues a causa del terror inspirado por las explosiones
súbitas que destrozaron hombres y mujeres en busca de sus deudos, nadie se
atrevió a recorrer esos parajes en donde los heridos agonizaban al lado de los
cadáveres horrorosamente fétidos, que ni perros ni gallinazos fueron a devorar.
Episodio de horror indescriptible han tenido lugar con esos pobres
heridos, abandonados con la más fría crueldad a dos leguas de una ciudad
populosa, entre cuyos habitantes hubo millares excusados del servicio militar
con la insignia de las ambulancias.”
Parque limeño
La suerte de los diplomáticos: Los que se encontraban junto a Piérola al inicio del combate, en el
poblado de Miraflores, una vez comenzado el tiroteo y el bombardeo de la
escuadra, según Robert Ramsay el Cuerpo Diplomático con sede en Lima “tuvo entonces que
batirse en retirada a pie por el campo, a fin de salir de la zona de peligro,
pero por tres cuartos de hora estuvo bajo fuego. Debe haber sido un espectáculo
más grotesco ver al viejo Almirante Stirling, St. John, al Capitán Stephens
(H.M.S. Thetis) y a todos los demás Ministros, saltando las murallas de adobe y
corriendo a campo traviesa, para salvar sus vidas. No hay duda de que
estuvieron en peligro, y tanto así que a Ancón llegaron rumores que habían
perecido el Almirante Británico y los Ministros de Italia e Inglaterra.
Cuenta un testigo (De Lisle) que el representante diplomático francés casi es partido
por la mitad por un soldado de caballería peruano. El de Estados Unidos, Christiancity se fue corriendo por todo el camino hasta
Lima, abrigo abierto y camisa desabotonada. El ministro de Francia muy sudado y
cansado, mientras el alemán requirió de la ayuda de un oficial francés,
apoyándose en sus brazos debido a su sobrepeso. Los que mejor llegaron fueron
los británicos, aunque tan polvorientos como los demás.
Marino británico, testigo de la campaña de Lima
El rumor llegó a las naves neutrales fue que el
almirante Stirling había sido muerto por disparos chilenos, lo que provocó que
las naves Triunfo y Victoriosa fueran preparadas para la
acción contra la flota chilena, hasta que recibieron telegramas informando lo
contrario. De Lisle comentará que
las tropas peruanas se desbandaron durante la noche saliendo los soldados
serranos hacia la cordillera sin comida ni nada. Muchos morirían y las rabonas
encabezaban ese desfile preparadas para las durezas que sus esposos sean incapaces
de enfrentar
Un
ciudadano británico, de ascendencia escocesa, rememorará en una carta[4]: “En la mañana del Sábado (15 de enero) comencé a sentir que era tiempo de abandonar la
ciudad y hablé muy seriamente sobre el particular con E. Wells, pero
descubrimos que habíamos quedado amarrados por Woodsend,….(quien se) las
arregló para recibir bajo su cuidado y en su casa a cierto número de señoras y
niños y entonces se marchó a Valparaíso…. Toda la mañana la pasé maldiciendo a
Woodsend porque, debo decirle, me sentía más bien amilanado, pero sin embargo,
resuelto a no abandonar la casa con todas las mujeres adentro.
Almirante francés Du Petit Thouars
A las dos de la tarde, el teniente abanderado del
almirante Stirling, que ha estado en Lima durante todo el tiempo que ha durado
este asunto, me contó que las negociaciones de paz habían fracasado y que el
Cuerpo Diplomático no había conseguido que el General chileno Baquedano
garantizase que la propiedad neutral sería respetada por sus soldados, - lo que
creo que nadie en sus cabales podría haber esperado que pudiera hacer, - y,
tomando en consideración la probabilidad de lucha callejera e incendios, y la
suerte corrida por Chorrillos, todos nos sentimos a mandarnos cambiar. Yo
entonces volví a la casa y estaba hablando sobre el particular con Reid, cuando
Danburry, de Gibbs y Co.,…irrumpió en la casa y nos dijo que evacuáramos a
todos inmediatamente y que nos dirigiéramos a la Estación de Ancón a
tomar un tren especial. Entre tanto, los 175 refugiados de la casa de Gibbs y
Cía., ya habían partido a tomar el tren y el combate se iniciaba. Reid y yo
inmediatamente pusimos en camino a la Sra. Rey, a sus tres niños y a sus
sirvientas, pero el apuro era tan grande que todos tuvimos que partir sin otra
cosa que lo que llevábamos puesto….
La estampida hacia la estación del ferrocarril fue
tremenda y la situación y el espectáculo desagradables, pues todas las mujeres
lloraban y aullaban de una manera espantosa, mientras a la bulla general se
mezclaba al rugido del cañón que cada minuto se iba poniendo más fuerte y
cercano[5]. El
tren partió después de un retardo considerable, llegando a Ancón cuando se
estaba oscureciendo (y la batalla terminada).
Jirón de la Unión. Lima
Todos esperaban poder embarcarse en algún buque de
guerra, pero, como la mayor parte de ellos ya habían llenado sus espacios y
algunos otros – el “Shannon” entre éstos, - tenían órdenes del Almirante de
estar preparados para entrar en acción y listos para hacerse a la mar, fue
imposible que pudieran acoger nuevos refugiados.
La razón por la que la nave británica y otras no
aceptaron refugiados la explica el propio Robert
Ramsay: los almirantes británico y francés empeñaron su palabra de
honor con el Cuerpo Diplomático, - el que informó al General Baquedano, - que
si no garantizaba la propiedad de los neutrales, y los soldados la destruían,
la flota neutral inmediatamente destruiría a la flota chilena en el Callao; de
allí la orden dada al ”Shannon” de prepararse para actuar y de estar listo para
hecerse a la mar. Que esta amenaza salvó a Lima de ser destruida es indudable,
pues si en la noche del Sábado los chilenos hubieran perseguido a los peruanos
que se retiraban de la ciudad, habrían habido luchas callejeras y Lima habría
sufrido la misma suerte de Chorrillos, Barranco y Miraflores.
La
batalla (en Miraflores) continuó hasta la tarde y,
entonces, como anteriormente, los peruanos se arrancaron y los chilenos
quedaron dueños del campo sin que, - Habiendo podido hacerlo, - entraran a Lima
esa noche pues, de otra manera, la capital peruana estaría hoy indudablemente
hecha una ruina perfecta.
Tranvía de sangre. Lima
En los
alrededores de Miraflores “la noche triste, nebulosa y fría
que sucedió a la batalla…, pasó sin señalada novedad en el campo profundamente
dormido de los vencedores.” Así describe esa noche del 15 al 16 de enero de
1881 Vicuña Mackenna, “A
esos de las diez y media de aquella noche, se presentó en las avanzadas que
mandaba, diez cuadras adelante de la estación de Miraflores, el capitán del
Caupolicán don Eduardo Kinast, el coronel peruano Cavero trayendo cinco fusiles
por delante de su caballo,…Por él se supo que Lima estaba postrada y que no
tardaría en rendirse. Piérola había huido.”
Mientras que en Lima el oficial inglés, teniente Carey Brenton, quien actuaba como
observador en el Ejército peruano narra que “(a)l
observar que los chilenos no tenían intención alguna de completar su victoria
aquella noche, fui con esta información adonde el contralmirante Stirling, a la
legación británica. Al ir llegando a Lima, las tropas peruanas se reunieron en
la plaza frente al palacio de la Exposición. Esa fue la última vez que vi al
ejército peruano en formación, pues una o dos horas después de su llegada,
regresaron a sus cuarteles y allí los oficiales se cambiaron a trajes civiles y
los batallones se disolvieron poco a poco, desapareciendo de la vista. Allí también me despedí del coronel Cáceres”
A las ocho y
media de la noche acompañé al contralmirante a palacio, donde se desarrollaban
consultas entre los ministros extranjeros, los comandantes navales y aquellos
miembros del gobierno peruano que aún permanecían en Lima. A las once
recibí órdenes del contralmirante
Stirling de ir con mi colega francés e italiano al cuartel del general Baquedano con una bandera de tregua y
pedirle fijar una entrevista con los ministros extranjeros y comandantes
navales, así como que atrasara su avance sobre la capital hasta que dicha
entrevista hubiera tenido lugar.
Manuel Baquedano
Poder transportarse hasta el campamento chileno no fue
fácil, pues el personal no estaba dispuesto al viaje, pues “la misma locomotora había sido usada más o
menos una hora antes para llevar una batería contra el enemigo (además que) los chilenos estaban muy encolerizados por
lo que consideraban entonces una traición de parte de los peruanos (ni les
interesaba) considerar que la diplomacia
extranjera carecía de toda culpa. Los funcionarios del ferrocarril “sostenían que la línea estaba probablemente
minada. Sin embargo, el maquinista era inglés, y cuando se le explicó que si no
se lograba hablar con el general chileno este probablemente avanzaría e
incendiaría Lima al amanecer, arrancó la máquina…”
En el camino, recorrido con lentitud, fueron detenidos
“por los centinelas de avanzada del
enemigo a la entrada de Miraflores y vi que los oficiales no parecían estar de
buen humor. Uno que hablaba inglés me aseguró que no valía la pena el ir a ver
al general, quien estaba muy irritado por lo que había sucedido y no habría de
darme, creía él, ninguna respuesta favorable.”
Mientras
hablaba con estos oficiales, se dispararon dos tiros contra la máquina desde un
cañón de campaña cercano, felizmente sin efecto. Uno de los oficiales se fue al
galope a detener el fuego antes de que dispararan más tiros. Luego se nos vendó
los ojos y fuimos conducidos ante un coronel, que era el jefe de los puestos de
avanzada, quien después de que le explicamos nuestro asombro, así como la
sorpresa de todos los ministros y almirantes europeos ante el comienzo de las
hostilidades durante el armisticio, nos permitió proseguir a Chorrillos en
busca del general, ya sin vendas sobre los ojos.
Todo el
camino de Miraflores a Barranco estaba cubierto con hombres y caballos muertos
y los cuarteles a los que nos llevaron (la Escuela de Cabos) para encontrar al general estaban llenos de heridos, muchos yacían en
toda la plaza, y era terrible escuchar los quejidos.
Después de
conversar un rato con el general Maturana, el jefe del estado mayor chileno, le expresamos, como ya habíamos hecho con el comandante de los
puestos de avanzada, nuestra sorpresa ante el comienzo de la batalla. Entonces
salió a relucir que el general Baquedano, con algunos otros oficiales, se había
acercado mucho a la avanzada peruana cuando estaban reconociendo las posiciones
enemigas y, como se hizo fuego sobre ellos, la lucha se hizo general. Muy pocos
de los oficiales chilenos aseveraban que los peruanos habían realmente avanzado
antes de que empezara el tiroteo ni, incluso, después….Ambas partes, sin
embargo, parecen haber estado demasiado prontas para entablar la lucha….
Como no
podíamos hallar al general Baquedano[6],
transmitimos nuestro encargo al general Maturana quien nos aseguró en nombre
del comandante en jefe, que no se haría ningún avance sobre Lima antes de que
se llevara a cabo la entrevista deseada. Esto, por supuesto, siempre y cuando
los peruanos no atacaran a los chilenos, en cuyo caso, nos dijo el general, no
podría él responsabilizarse por lo que pudiera ocurrir.
Por cierto,
nos vimos en una situación muy delicada cuando, durante nuestra conversación,
se iniciaron disparos desde el fuerte San Cristóbal sobre los puestos chilenos
de avanzada. Naturalmente, estábamos ansiosos por comunicarnos cuanto antes con
nuestros respectivos almirantes para que se tomaran los pasos necesarios para
evitar que volvieran las hostilidades al amanecer; pero como se sabía que el
general Baquedano[7]
tenía una carta que quería enviar, y como no se le podía encontrar, se decidió
que el oficial italiano y el francés regresaran rápidamente a la legación
británica en Lima con la promesa del general Maturana, mientras que yo
permanecía allí para traer la carta del general Baquedano.
Los refugiados en Ancón: Muchos extranjeros y peruanos habían huido a Ancón y esa ciudad “estaba en el estado en que lo encontramos, es decir,
con todas las casas desocupadas, pero así y todo, la vida que por tres días
llevaron esas pobres mujeres, y también la mía, la de Reid y la de cuantos
buscaron refugio en Ancón fue lejos de ser placentera. Debo tratar de
describirla. Además de la Sra. Rey también trajimos del tren a su madre y a sus
cuatro hermanas, lo que constituía una numerosa compañía de mujeres. En llegando
a Ancón tuvimos la suerte de tomar posesión de una pieza que tenía un catre con
colchón, una silla y una mesa chica. Durante tres días esa fue la habitación de
8 mujeres y tres niños.
Ancón
Afortunadamente, al lado de afuera de la puerta de la
pieza había un pequeño escaño y como aquí el clima es templado, podían estar
siempre afuera. El siguiente problema fue la necesidad de platos, cucharas,
etc., pues ellas tenían solo uno o dos de estos utensilios. Lo que al comienzo
parece ser serio fue la escasez de provisiones y si no hubiera sido por el
“Shannon” y más tarde por un buque americano y otro italiano, los
refugiados se habrían muerto de hambre. El capitán D’Arcy inmediatamente
comenzó a enviar en las mañanas, galletas, agua, arroz, carne envasada y chocolate
caliente, y fue él quien, en el hecho, alimentó a la gente. Yo mismo
experimenté la gran generosidad del capitán D’Arcy y de sus subalternos, de la
siguiente manera: que subí a bordo y obtuve algunas cositas para la Sra. Rey,
como leche condensada para sus pequeños, y espontáneamente me regalaron muchos
pequeños objetos. Reid volvió a Lima el domingo (16 de enero) y regresó con Rey, que había resultado ileso y además
con un cordero que tenían en nuestra casa. Envié el cordero al “Shannon”, lo
hice matar, cocinar y devolver, de manera que, gracias a mi influencia con el
“Shannon”, la familia Rey tuvo algunas comodidades que muy pocas otras podían
conseguir, y es por ello que no acierto a comprender su actitud, porque nunca
en mi vida me he encontrado con gente peor agradecida.
Estaban evidentemente molestos por no haber sido
admitidos a bordo, pero no cabe duda de que si a los buques los hubieran
llenado de gente, permitiendo la aglomeración, habrían estado mucho más
incómodos de lo que estuvieron. La gente, en general, se ha mostrado tan mal
agradecida…. En combates, el 95 (por ciento) del total, han probado ser tan temerosos y cobardes,
que se han constituido en el hazme reír de todos los extranjeros aquí. La Sra.
Rey se desmayó… a la llegada.
[1] Publicado en El Mercurio Peruano, Revista Mensual de
Ciencias Sociales y Letras, Año II, Volumen III, número 13, Lima, Perú, julio
de 1919. Juan Pedro Paz Soldán. En http://cavb.blogspot.cl/2010/10/la-noche-que-los-comandantes-de-la.html
[3]
http://www.voltairenet.org/article168178.html
[4]
http://www.bicentenariochile.cl/index.php?option=com_content&view=article&id=119:ocupacion-de-lima-carta-de-robert-ramsay-sturrock-18-de-enero-de-1881&catid=15:guerra-del-pacifico&Itemid=9
[5] El ataque
peruano en MIraflores
[6] En verdad no los
quiso recibir porque se hallaba en su tienda, levantada entre la hacienda San
Juan y la Escuela de Cabos. La excusa
que da es que se encuentra recogido
[7] La tienda de campaña del general Baquedano había sido instalada en el
promedio del camino recto de San Juan a Chorrillos, a pocos pasos de la ramada
que al abrigo de unas tapias albergaba al ministro de la guerra.
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