EL 18 DE
ENERO:
ENTRADA DE LYNCH
AL CALLAO Y DE BAQUEDANO A LIMA
A la División Lynch se la destinó al puerto del
Callao, pero a las tropas chilenas, que apenas pudieron ver la ciudad de Lima “al cabo de un tiempo tuvoque dárseles
permiso a los Cuerpos que no la habían visto, para que dieran una vuelta por
ella,…, accediendo al justo reclamo de los rotos que decían: ‘¡Fueramos a morir
sin verla!’”[1]
Ese mismo día “veintidós transportes p 13 vapores trasladaron a el Callao los recursos
necesarios pnra el ejército chileno. Se desembarcó el día 18. Los
víveres, forrajes, vestuarios,
equipos, parque, útiles de ambulancia fueron almacenados en las bodegas de ferrocarril. Nuevamente se presentó el problema de la falta de dependencias para
el depósito de los bastimentos e implementos de
la Intendencia. "Tuvimos que
hacer el depósito eil Ia playa y a campo raso. En pocos días se habían levantado allí verdaderas
montañas de sacos de arroz, frejoles,
frangollo, charqui, grasa,
vestuario, equipo, carretones, aparejos y camillas. Y todo esto era necesario desembarcar, porque todo era
necesario y con urgencia"[2]
Escuela de Artes y oficios
Jirón Unión
El Atacama en Lima: “Al amanecer
del 18 la 1ª División se ponía en marcha hacia Miraflores. De aquí tomamos el
camino que conduce a Lima, y a las 12 del día llegamos a los suburbios de la
ciudad. En este trayecto encontramos al Ministro de la Guerra en Campaña(José Francisco Vergara), quien
dirigió al personal en nombre del gobierno, palabras de felicitación y elogio
por su conducta valerosa en las dos últimas batallas.
Poco
antes de llegar al Palacio de la Exposición ordené batir marcha al tambor. Los
soldados comprendieron que iban a entrar en aquella ciudad, cuyos habitantes en
todos los tonos nos habían dicho que no lo conseguiríamos, que antes
encontraríamos allí nuestra tumba; veían al fin coronados sus esfuerzos, sus
sufrimientos y sacrificios de toda especie; iban a pisar aquella orgullosa
ciudad que tanto les había costado conquistar. Aquellos que a causa de la
marcha se hallaban fatigados, que habían salido de filas y que avanzaban con
dificultad, los que habían ocultado sus heridas para poder entrar a Lima y que
apenas podían sostenerse, al oír la marcha que batía el tambor y el traspaso a
la banda de músicos que tocaba uno de los favoritos pasodobles del regimiento,
se apresuraron a embeberse en las mitades, olvidando el cansancio y las
dolencias.
Hospital Militar
Cañón en el fuerte San Cristobal
Tomó
el regimiento la formación de columna, y nadie hubiera podido sospechar al ver
a estos arrogantes soldados cubiertos del grueso polvo del camino y de la
pólvora de dos batallas que en aquellas filas iban oficiales y soldados
heridos. Jamás vi una formación más correcta, y al atravesar las calles de
Lima, llenas de extranjeros que veían desfilar silenciosos y ordenados a los
soldados-ciudadanos de Chile, me sentía orgulloso de ser uno de ellos y de
mandar este bravo regimiento…..
Al
llegar a la plaza de la Exposición la banda de músicos tocó nuestro himno
nacional. Al atravesar la plaza de la Exposición, un ayudante vino a decirme
que no debía tocarse la música para entrar a Lima. No hice caso a esta
observación, y el regimiento continuó la marcha al compás de sus himnos más
queridos. Hacía veinte y dos meses que estábamos en campaña, nos habíamos
batido en todas partes, y nuestros himnos, en el más solemne de momento era
nuestra sola recompense,
Al
pasar por las calles de Lima el Atacama marchaba a continuación del 2º de Línea.
Repentinamente este se detuvo… El Atacama tuvo que hacer lo mismo y su cabeza
de columna quedó a la altura de cuatro bocacalles, donde se hallaban muchos
extranjeros viéndonos pasar. Uno de ellos dice: –“Que bonito puñal lleva ese
jefe”, y señala el que yo llevaba en la bota (El de Marconi). Fijo mi atención
en el grupo y con gran sorpresa veo entre los extranjeros al señor Miranda. El
mismo que en mayo de 1879 había hecho conmigo el viaje de Valparaíso a
Antofagasta… Bajé del caballo y fui a saludar al señor Miranda, diciéndole:
–“Vengo a cumplir mi palabra”. La sorpresa de este al reconocerme no fue menor
que la mía, al hacer memoria de mi despedida en Antofagasta[3].
A los sones del Himno Nacional y
del de Yungay el Atacama atraviesa “las calles hasta llegar a la Avenida del
2 de Mayo, por donde continuamos la marcha hasta Bellavista, a dos kilómetros
del Callao. Allí alojamos, justamente con el 2º de Línea, en el edificio que en
ese lugar existe para depósito de las harinas de Chile. El resto de la 1ª
División está acampando en el Callao, y el grueso de nuestro Ejército en Lima y
sus alrededores.”[4]
Municipalidad
Calle de los mercaderes
Plaza 2 de Mayo
Plaza Bolívar
Para el 19 sería el turno del coronel Lagos y la
Tercera División, tan afectada por la batalla de Miraflores, “Paró Lagos su caballo en un ángulo de la
Plaza, y ahí, como en acecho, severo el gesto, miraba desfilara sus niños,
encorvado sobre la silla, grande….Su fisonomía, más que morena tostada,
destácabase admirablemente sobre el marco del poncho blanco que lo cubría. Los
peruanos lo miraban sin acercarse…(la columna de la División) Se veían músicos con las armas con que
habían peleado; heridos que no habían consentido en privarse de la entrada a
Lima y que de allí fueron al hospital…. El Concepción llevaba una bandera
prendida en un coligüe y el Santiago, el regimiento querido de Lagos, sus
verdaderos niños, lucía una banderola de guías que era un trapo revolcado en
tierra y sangre. Los rotos del Santiago, al entrar a la plaza, no viendo al
Coronel, lo buscaban con los ojos…pero al descubrirlo en su medio escondite, se
les reía la cara…”[5]
La división Lagos atravesaba de banda en
banda la ciudad y el río por su puente histórico, camino de la chácara de
Aliaga. Era éste el campamento destinado a la 3.ª división por el lado norte,
mientras la división Sotomayor acampaba al pie de los cerros de Vásquez, que la
dominan por el sur.
el general
Baquedano se dirigió en la tarde de ese mismo día, 18 de enero de 1881,…Al
apearse en la puerta del palacio de gobierno, echó de ver que la gloriosa bandera
tricolor…, no había sido aún izada…y ordenó se levantara allí en permanencia….Los honores se harían el 20 de
enero, aniversario de la batalla de Yungay, cuando el Ejército chileno derrotó
al Mariscal Santa Cruz, jefe de la Confederación Perú-Boliviana y que le ganó a
Manuel Bulnes, futuro presidente de Chile, el título de Mariscal.
Pero la experiencia de la entrada misma a la capital
enemiga capturada no sería igual para todos los cuerpos chilenos. Para
Alberto del Solar y sus compañeros
del Esmeralda, 7° de Línea, la
espera en los alrededores de Chorrillos,
“el miserable y fétido cautiverio”
como lo llama el oficial esmeraldino, mientras que todos los días “recibíamos
noticias de la capital, por los que venían en comisión: sabíamos que, aparte
del magnífico hospedaje, los cuerpos que mantenían la ocupación gozaban ya de
los atractivos de una gran ciudad y se resarcían con usura de los pasados
sufrimientos de la campaña.”
El turno del Esmeralda
llega finalmente y marchan a Lima, llegando cuando “(c)omenzaban a encenderse los faroles del alumbrado público, cuando
entramos en la ciudad. El primer golpe de vista me pareció espléndido (el
mismo que cuando conoció París después).
Las numerosas iglesias, todas muy elevadas y dotadas generalmente de cúpulas,
le daban a mis ojos, y entre las sombras, aspecto casi monumental. Sus calles,
caprichosas y abundantes en edificios de estilo morisco, mirada entonces a la
claridad débil del gas que les disimulaba, como a una vieja sus arrugas, lo que
tienen de más chocante: falta de aseo, frescura y prolijidad en el exterior, me
impresionaron por lo mismo muy agradablemente.
A pesar de que nuestro ejército ocupaba desde hacía
dos semanas la ciudad, me pareció que la tranquilidad de sus habitantes no
había sido recobrada del todo….En dirección a la plaza principal, y desfilando
por frente a Santo Domingo, después de haber pasado por los edificios de la
Exposición Penitenciaría y otros llegamos al portal de Botoneros y cruzamos a
lo largo, dejando a nuestra izquierda el famoso palacio de los Pizarros, que de
tal no merece por cierto el nombre, pues a pesar del lujo y grandeza del
interior, el frontispicio y los costados más parecen cuartel que casa de
gobierno. Las numerosas revoluciones han dejado su huella en las paredes,
agujereadas como armeros por las balas de los asaltantes…. Veinte minutos más y
quedábamos espléndidamente alojados en la suntuosa escuela de Artes e
Industrias, uno de los mejores monumentos de Lima
Para del Solar, Lima, “juzgándola por sus monumentos, edificios, paseos
públicos, teatros y demás (ya que ni sus instituciones, ni la marcha general de
los diversos ramos de su industria y comercio podían ser apreciados en aquellas
circunstancias anormales), debía considerársela suficientemente avanzada en
aquella época... ha tenido siempre la reputación de ciudad de placer, notable
en sus mejores días. La riqueza, la independencia de carácter, el genio alegre,
bullicioso, hospitalario de sus habitantes, la belleza de sus mujeres, el fácil
acceso que allí encuentra el pasatiempo, han inspirado juicios que, emitidos
por extranjeros de diversas nacionalidades, la han dado a conocer generalmente
bajo tales puntos de vista.”
Proclama de Baquedano: Hoy, al tomar posesión, en nombre de
la República de Chile, de esta ciudad de Lima, término de la gran jornada que
principió en Antofagasta el 14 de febrero de 1879, me apresuro a cumplir con el
deber de enviar mis más entusiastas felicitaciones a mis compañeros de armas
por las grandes victorias de Chorrillos y Miraflores, obtenidas merced a su
esfuerzo y que nos abrieron las puertas de la capital del Perú.
La obra está consumada. Los grandes sacrificios hechos en esta larga
campaña obtienen hoy el mejor de los premios en el inmenso placer que inunda
nuestras almas cuando vemos flotar aquí, embellecida por el triunfo, la querida
bandera de la patria.
En esta hora de júbilo y de expansión quiero también deciros que estoy
satisfecho de vuestra conducta y que será siempre la satisfacción más pura y mas
legítima de mi vida haber tenido la honra de mandaros.
Cuando vuelvo la vista hacia atrás para mirar el camino recorrido, no se
que admirar más: si la energía del país que acometió la colosal empresa de esta
guerra, o la que vosotros habéis necesitado para llevarla a cabo. Paso a paso,
sin vacilar nunca, sin retroceder jamás, habéis venido haciendo vuestro camino
dejando señalado con una victoria el término de cada jornada. Por eso, si Chile
va a ser una nación grande, próspera, poderosa y respetable, os lo deberá a
vosotros.
En las dos últimas sangrientas batallas, vuestro valor realizó
verdaderos prodigios. Esas formidables trincheras que servían de amparo a los
enemigos, tomadas al asalto y marchando a pecho descubierto, serán
perpetuamente el mejor testimonio de vuestro heroísmo.
Os saludo otra vez, valientes amigos y compañeros de armas, y os
declaro, que habéis merecido bien de la patria.
Felicito especialmente a los jefes de división, general Sotomayor y
coroneles Lynch y Lagos, por la serenidad que han manifestado en los combates y
por la precisión con que han ejecutado mis órdenes; a los jefes de las brigadas
y a los jefes de los cuerpos, por su arrojo y por el noble ejemplo que daban a
sus soldados; a éstos, en fin, por su bravura sin igual.
Debo también mis felicitaciones y mi gratitud a mi infatigable
colaborador el general don Marcos Maturana, jefe de estado mayor general, al
comandante general de artillería, coronel don José Velásquez, que tanto lustre
ha dado al arma de su predilección; al comandante general de caballería y jefes
que servían a sus órdenes.
En cuanto a los que cayeron en la brecha, como el coronel Martínez, los
comandantes Yávar, Marchant y Silva Renard, los mayores Zañartu y Jiménez y ese
valiente capitán Flores, de la Artillería, que reciban en su gloriosa sepultura
las bendiciones que la patria no alcanzó a prodigarles en vida.
Cumplido este deber, estrecho cordialmente la mano de todos y cada uno
de mis compañeros de armas con cuyo concurso he podido realizar la obra de tan alto
honor y de tan inmensa responsabilidad que me confió el gobierno de mi país.
La caída de Lima en Santiago de
Chile: “El 19, a eso de las 8 de la noche, se me apareció el telegrafista agitado
casi sin poder hablar, con un parte: ‘¿Qué hay?’, le dije ‘¿buenas o malas?’
Balbuceando me contestó: parece que son buenas. Tomé el papel y vi que en él me
decía don Antonio Alfonso que se divisaba un vapor enfarolado. Pocos momentos
después volvió con otro parte en que decía que el vapor disparaba voladores.
Hice llamar a los ayudantes de la comandancia para disponer que los artilleros
estuviesen listos en el Santa Lucía para hacer una salva; mandé llamar a los
Ministros y al Intendente. En el intertanto había brotado en la plazuela de La
Moneda un enjambre de chiquillos que supieron, Dios sabe como, que habían
buenas nuevas y que principiaron a gritar ¡vivas! Y a decir que se habían
tomado Lima. Pocos momentos mas tarde la plazuela, los patios y las piezas de
La Moneda estaban llenos de gente que devoraba telegramas que se sucedían. La
noche entera fue de fiesta….”[6]
ancon
EPÍLOGO
Después
de la batalla. La cosecha de la guerra[7]:
El
día 18 de enero el campo de batalla de Miraflores se veía así: “Desde medio camino 6 antes, comenzaron á percibirse las emanaciones del campo de batalla, y á medida que nos
aproximábamos se iban haciendo más insoportables, á pesar de las esencias que llevábamos para
contrarrestarlas…..Poco después comenzábamos
a ver por las ventanillas los despojos de nuestros muertos en la
carretera y potreros
adyacentes….. Trazaban nuestra ruta el tendal de nuertos que sembraban el suelo hasta el portillo que desembocaba hacia la carretera y la
estación. La mayor parte de esos despojos
pertenecían á reservistas del
batallón "Riveiro" (N.O 4) víctimas de su abnegada obstinación
en la defensa del reducto 2. Por
más que íbamos contemplándolos atentamente, se hacía difícil reconocer quiénes fueron en vida….eran ahora
monstruos jigantezcos de faz violada o negruzca,....
Por esta parte del gran potrero de tantos recuerdos para mi, no habían muchos
muertos; uno que otro solamente jaloneaba la fúnebre ruta; por el centro, con
sus patas estiradas, tamaña como un elefante, la mula blanca. A una cuadra o
poco más del reducto, estaban los despojos
que buscábamos; un arco de sangre señalaba
en la tapia el sitio en el que lo recliné un momento, y la traza de su cuerpo
al descenderlo para acostarlo. Ahí estaba, si; enormemente crecido, negro como
los otros….con sus manos
crispadas, su aspecto hórrido y con sus emanaciones.” Aunque los familiares
intentaron “abrir la fosa; (sin
embargo) la tierra era dura, todos
estabamos trastornados por el ambiente, y
la tarea se hacia larga y pesada”.
Dos soldados chilenos se acercan y ofrecen su ayuda, con la intención de ser
pagados lo que el otro entiende y les ofrece una gratificación El oficial a
cargo de los chilenos se acerca. Preocupado uno de los deudos pregunta “-¿No se
molestará ua jefe?...... -Por qué
pu flor, contestó; toos somo
cristianos. El oficial llegó y se
puso á contemplar la labor.” Terminada la labor se
hace un breve responso. Nuestro testigo se acerca al oficial “Me faltaba ahora dar el último adiós á
los que estaban allá….-¿Se puede
ir?...... interrogué al oficial que
había cambiado con mi tío algunas
expresiones de respetuosa urbanidad.-¿Como
nó? me contestó; no han venido a ver a sus muertos?-Y agregó: -Vaya
á ver lo que no volverá á ver en su vida.
Y en seguida agregó: -Voy á enseñarle
el fenómedo más raro de la guerra;
y pasando él la tapia y yo detrás, nos encaminamos hacia la que flanqueaba el costado derecho del
reducto.
Soldado del Atacama
Al llegar al portillo
que tan peligroso había sido en
los penultimos momentos de la
batalla, reconocí por su posición,
que no por su figura, al que con tanta desesperación había clamado por la ambulancia…. Estaba el muerto con la
cabeza hacia abajo y sólo se
apoyaba en el suelo con la mano derecha y en el borde de la tapia con la corba contraria; la otra pierna surgía recta apuntando al cielo con el pie…..-Este era un cabo del regimiento Santiago, me explicó el chileno; al saltar la tapia recibió la muerte y quedó sobre ella en
equilibrio. Después, durante la noche, seguramente
la tapia se desmoronó y el cuerpo, que ya había adquirido la rigidez cadavérica, se deslizó suavemente, quedando en la posición en que se encuentra.
En la franja del terraplén de la línea ferrea
contemplé otro fenómeno ….Era un chileno, también; tenia una rodilla en
tierra y avanzaba la otra pierna
en la actitud de tirador, en la que scguramente fue muerto: con su faz…en la que se reflejaba, no la cólera sino el dolor, con su
vista vidriosa alzada al cielo y con sus brazos extendidos....Avanzamos
un poco más y nos encontramos en el terreno en el que había tenido lugar lo más
tempestuoso de la lucha; casi no había ahí un palmo de tierra que no hubiera sido regado cen la sangre de
algún peruano ó con la de algún
chileno. Para abarcar mayor espacio nos
encamidamos, pasando por delante
del reducto, á la huaca que sobresalía
en esta parte…; atravesé por
entre los muertos con la cabeza
descubierta….Lo primero que miré al llegar á la meseta fué el cadáver de un chileno......”
[3] En esa
oportunidad, recuerda Dublé Almeyda “a quien yo había dicho: –“Hasta la vista en Lima señor
Miranda”. La despedida que en forma de broma había yo hecho a aquel caballero
venezolano –pues entonces nadie pensaba que nosotros pudiéramos llegar a Lima–
se había convertido en realidad.”
[6] Carta de Anibal Pinto, citada en Mellafe R. y Pelayo
M. La guerra del Pacífico en imágenes, relatos, testimonios; página 267
[7] Memorias de un distinguido.
No hay comentarios:
Publicar un comentario