El golpe del
Coquimbo: El general Maturana, jefe del Estado Mayor General llega a la línea del frente
y ordena a la Brigada Amunátegui
dirigir el ataque de sus regimientos en
el claro de los reductos N° 5 y N° 6, pues se divisan columnas de Suárez que vienen a rebasar el flanco
derecho de las líneas chilenas. Se
despliegan dos batallones del Chacabuco
y después los del Cuarto de Línea.
El general
Maturana conduce personalmente al Coquimbo que enfrenta los fuegos de la
izquierda de Dávila, que avanza con ánimo de rebasar la derecha chilena. Se
coloca en paralelo a un callejón hacia
el cual se acerca a la Brigada Barboza.
Los peruanos avanzan con un batallón en guerrilla y los demás, detrás,
marchando en columna.
Maturana
ordena a Pinto Agüero que aguante
los fuegos hasta que el enemigo avance hasta 300 metros. Escondido el Coquimbo espera su oportunidad. Cuando
esto ocurre, justo cuando el terreno es un potrero llano, una descarga detiene
a las unidades peruanas desplegadas en guerrilla, las tropas que van detrás en
columna de marcha siguen avanzando y se amontonan. El fuego del Coquimbo se vuelve asesino ante
semejante blanco. Así lo relata V. Mackenna: El comandante Pinto Agüero
dio entonces la orden de desplegar el regimiento en guerrilla, yendo el primer
batallón a las órdenes del capitán ayudante Artemón Arellano y el segundo a las del mayor Luis Larraín Alcalde. Siete compañías formaron línea frente al
enemigo, y la 4.ª del Primer Batallón que
iba a quedar sumamente retirada del centro, a causa de la extensión de la
guerrilla, hizo un cambio de frente avanzando la derecha, por lo que formó
ángulo recto con el regimiento y cogió al enemigo de flanco….Enseguida rompió
sus fuegos con suma viveza, y bien pronto el combate se hacía encarnizado y
terrible. Al ver la marcha decidida e incesante del regimiento chileno, el
enemigo contuvo su avance como asombrado de que se hubiera puesto tan oportuno
atajo a su oculta maniobra, y parapetándose tras las innumerables tapias de los
potreros, hacía fuego de mampuesto por las aspilleras, perfectamente resguardado
contra los tiros de nuestros soldados.
El Coquimbo se
lanza hacia adelante, los peruanos intentan resistir en una línea de tapias
pero son expulsados del punto fuerte y tienen que seguir detrás de los que
huyen.
Durante
el combate, Daniel Riquelme cuenta
una historia de “un soldado del Coquimbo. Viejo cangallero[1]
poco menos…, habíase enrolado de voluntario en el comienzo de la guerra, y en
el Regimiento ejercía…el cargo de payaso de la compañía de volatineros que se
había formado para alegrar la vida de campaña. El Coquimbo llegaba al trote a
la línea de Miraflores, reforzando nuestra ala derecha. Pero tuvo que hacer
alto, medio a medio de la zona del fuego, para derribar a puños, topadas y
caballazos las tapias que impedían su avance. Granito de Oro (como lo llamaban), que ejercía sus funciones aun bajo las
balas, viendo trabajar y caer a sus compañeros, sacó del rollo un elegante
quitasol de señora, rateado en algún opulento retrete de Chorrillos,
cubriéndose con él, pataleaba tiritando, como quien capea un chaparrón:
-¡Jesús, qué aguacero tan fuerte! -gritaba Granito, con grandes aspavientos.[2]
El amago de la
caballeria peruana: Para sostener a los peruanos en
retirada, la caballería del Lanceros de Torata y el Escolta Presidencial avanza
contra el Coquimbo. Baquedano lanza
el Carabineros de Yungay y los
peruanos dan media vuelta y huyen.
Mientras que los Carabineros
parten saltando los cercos a través de
potreros de cultivo. Llegados a campo abierto cuando ven la huida de los
peruanos, se dirige contra los que persigue el Coquimbo y va a sablear en la pampa
San Borja.
El peligro es ahora serio para los peruanos, por lo que se
ordena avanzar fuertes guerrillas a su frente, ordenando a su propia Escolta y a los lanceros de Torata, es decir, a toda su caballería (unos quinientos
jinetes) que cargase. Desde las líneas peruanas “de repente vimos a nuestra izquierda levantarse una gran nube de polvo:
‘Nuestra caballería carga!’, oímos decir, y todas las miradas se dirigieron
ansiosas hacia una masa como de 200 caballos que salvó al galope unos mil
metros del camino que conduce a San Juan. Se detuvo el grupo súbitamente. Dos o
tres jinetes se desprendieron de él y se pusieron a hacer tiros de revólver. La polvareda nos impidió ver más”[3].
Frente a esa amenaza asoma el Carabineros de Yungay. Esa unidad y su jefe, el “comandante Bulnes, colocado en línea en las
calles del Barranco junto con los Granaderos, recibía en efecto orden de ir a
galope a rechazar el peligroso avance de la caballería por nuestra derecha, y
salvando tapias y potreros, estuvo en pocos minutos en aptitud de obrar.
Dirá un oficial del 4°
de línea, testigo presencial, que el “coronel
Urrutia que avanzaba junto con nosotros, anteojo en mano, pudo ver que el felón
enemigo ocultándose tras unos tapiales estaba también a corta distancia nuestra
y podía cortarnos mientras un ataque de caballería nos amenazaba por el frente.
Sin pérdida de tiempo ordenó al coronel Amunátegui formar allí mismo su línea
de batalla para resistir el ataque que nos preparaba. Mientras tanto mandó a su
propio hijo, que le servía de ayudante a pedir al general en Jefe un cuerpo de
caballería.” El coronel Gregorio
Urrutia “jefe de estado mayor de la
1.ª división” recién había visto a su hijo, quien era también ayudante morir
por una granada disparada desde el San Bartolomé, dirige al Cazadores “a un campo despejado donde podía
organizarse y cargar. Mas apenas había destacado el bizarro Bulnes una mitad a cargo del teniente Aníbal Godoy y dado la voz de:
«¡carguen!»; huyeron como en todas partes los jinetes peruanos, a todo el
correr de sus caballos. Los siguieron de cerca los Carabineros, perdiendo
algunos de sus soldados y…con esta maniobra,…., la extrema derecha de los
chilenos quedó limpia de enemigos, algunos de los cuales habían osado llegar
hasta las casas de San Juan donde tomaron prisioneros tres sirvientes de
ambulancia. Y concluye el oficial del 4° de Línea “En tanto la infantería, formada una nueva línea de pelea, avanza al
trote y al grito de “Viva Chile”, se lanza a la refriega.”
Para ese momento de la batalla, la Brigada Barboza, reforzada por el Artillerìa de Marina y los
cañones de la Brigada Gana, se aproximaban rápidamente sobre la izquierda
peruana, adelantada luego de abandonar sus posiciones seguras y atrincheramientos.
…Y en el reducto N° 4….A cargo del batallón
N° 8 de la Reserva, desde las 3 PM, oían la violencia de la batalla que se
producía en la derecha peruana (reductos 1 al 3). Esa zona del campo de
batalla, el lado derecho del reducto estaba protegido por el cuerpo de Juan
Pastor Dávila (2671 plazas), que iba desde el Reducto N° 3, hasta el 4 (o de
derecha a izquierda desde la perspectiva peruana): batallones Huanuo,
Paucarpata, Cazadores de Junín, Cazadores de Cajamarca, Columna Guardia Civil,
batallones Camaleros, La Mar, Pichincha y Piérola.
Se
escucha la orden prepararse para los fuegos. El coronel José Gonzalez asume el mando del reducto, quien era subjefe del
Estado Mayor de la reserva. Con el tiempo y a medida que se acercan las 5 PM
avanzan los chilenos por los cañaverales de la hacienda de Villa, en dirección
del reducto.
Se
ordenan contener los tiros que no abundan las municiones, existe una caja por
soldado (100 tiros). Se ordena llevar el rancho a las tropas. De pronto “una falange de gente dispersa invadió el
reducto, produciéndose la confusión y la alarma, que felizmente pudieron
dominarse. Era que la fuerza de línea que al mando del coronel Aguirre (jefe
del batallón Piérola) se encontraba de
avanzada como a 50 metros, hacia el flanco derecho, ocupando una pequeña huaca,
después de consumir los pocos pertrechos con que contaba, se retiró en
desorden.
…siguiendo con el
Atacama…: La excitación del jefe
(no lo identifica) que nos daba esta
noticia, (el intento de la caballeria peruana) su estado de ánimo muy alarmado, el desorden de su uniforme, todo esto
tuvo su natural consecuencia. La tropa principió a abandonar la línea de
batalla y a ocultarse detrás de las tapias que había a nuestra retaguardia para
defenderse de la caballería. Hubo entonces necesidad de echar mano al revólver
para contener la defección. No obstante, un buen número de bravos continuó en
sus puestos. Ordené
al ayudante Marconi que fuese a las tapias de retaguardia a hacer salir la
gente, lo que ejecutó en el acto. Cuando volvía de cumplir su cometido, una
bala lo deja mortalmente herido.
Vuelto a la línea
de batalla me convencí que la situación era difícil. Sostenían el fuego muy
pocos de nuestros hombres. Casi todos se habían ido a retaguardia, detrás de
las tapias, donde permanecían acostados o sentados e indiferentes a todo. El
enemigo avanzaba hacia nosotros, aunque lentamente. Anduve como 200 metros a la
derecha, y allí encontré al comandante del 2º de Línea, d Estanislao del Canto,
que, revolver en mano, contenía en la línea de batalla a los pocos que lo
acompañaban. Le había sucedido más o menos lo mismo que a mí. Le pregunté que
órdenes había recibido, y me contestó: “Ninguna: me bato como me parece mejor”.
Lo que habían hecho casi todos los jefes de cuerpos.
Observándole la
presencia de caballería a nuestra derecha, me dijo que era nuestra. Al mismo
tiempo notó que regimientos completos del Ejército chileno andan a gran
distancia a la derecha y retaguardia de la posición que ocupamos. Comprendo
entonces que la situación es mala solo en apariencia; pero ¿cómo hacerla
comprender a nuestros soldados? Convinimos con Canto en hacer tocar dianas a
los cornetas que tiene a su lado, y nosotros corriendo a caballo, con nuestros
kepies agitándose en la mano gritamos: “¡Hemos triunfado, el enemigo en
derrota!”
A estas voces
repetidas hasta enronquecer, salieron de detrás de las tapias no menos de dos
mil hombres de distintos cuerpos gritando ¡Viva Chile! Aprovechamos ese momento
de entusiasmo de las tropas para avanzar sobre en enemigo, seguidos al trote
por los soldados que ahora todo lo atropellan en su camino.
….y en el reducto N° 4. Al perder su apoyo a la derecha (de la línea peruana) bien
por causa de la disposición de los reductos 4 y 5 (su posición respecto al terreno),
los chilenos penetran la línea defensiva peruana ya desguarnecida, para empezar
a atacar por el flanco y la retaguardia, que no tenía mas defensa que la tapia
que daba hacia el camino real y a la que se había hecho abrir un portillo.
El
fuego peruano apenas molestó a los atacantes pues la fuerza que defendía ese
lado del reducto equivalía a una cuarta parte de una compañía. El coronel Gonzalez se sube al parapeto para ver
por su anteojo que pasaba más allá del muro defensivo, pero una bala lo echa
por tierra, matándolo casi al instante. El fuego se había generalizado en el
reducto. Los chilenos cubiertos en los carrizales fronterizos y aprovechando
las sinuosidades del terreno disparaban sobreseguro y bien cubiertos. Ya a las
5 30 el ataque chileno se hacía insostenible para los defensores. El comandante
Carvajal, sucesor de Gonzalez, ordena retirada por la
izquierda. Las tropas se retiran haciendo fuego y sin desbandarse
Para el Atacama (y los demás cuerpos que avanzaban por ese
lado) y tras caer el reducto N° 4, “nos
juntamos con el comandante Canto y nos dimos un abrazo de satisfacción. Creímos
que el día era nuestro. Continuando en la marcha de avance llegamos a un fuerte
de la línea enemiga (el penúltimo de su izquierda. Reducto N° 5), atravesando unos fosos con agua. Esta
posición fue abandonada por sus defensores antes que nosotros llegáramos a
ella. Desde aquí vimos que el enemigo huía hacia Lima.
En este avance,
batiéndonos con el enemigo que huía, el cabo del Atacama, Julio Villanueva, ataca
al portaestandarte del batallón de Reserva de Lima (el del N° 6), lo
vence en lucha cuerpo a cuerpo, se apodera de la insignia y la entrega al
teniente de su compañía, Labbé Tagle, para salvarla de otros soldados que
trataron de arrebatársela. El comandante Canto se detiene en el fuerte a reunir
a su regimiento.
El intento de
carga de caballería del Sr Ministro Vergara:
Los Carabineros de Yungay habían sufrido algunas bajas luego de querer
continuar su asalto sobre la línea peruana de infantería, luego de corretear a
la caballería del Escolta y el Lanceros de Torata. Los encuentra el ministro de
Guerra, José Francisco Vergara, quien enterado de lo ocurrido va en busca de
una posición mejor para el desempeño de la caballeria, que había tenido muchos
problemas hasta ese minuto. Cuando recibe la información de Vergara, parten los
Carabineros y juntos avanzan, hasta que se encuentran con “unas zanjas y tapias infranqueables”[4].
Acompañando a la caballería desde su movimiento hacia la
derecha chilena, se encontraban dos baterías del Regimiento de Artillería N° 2,
dirigida por Manuel Jarpa, la que se instala para apoyar a la caballería, y
relata en su parte “establecí varias
piezas en batería y mandé romper el fuego sobre las de San Bartolomé, cuyos
disparos con cañones de grueso calibre y
grande alcance, no solo llegaban, sino que pasaban por mucho la línea en que me
encontraba. Viendo que mis tiros eran cortos, sin embargo de disparar a toda
alza, aun cuando alcanzaban al enemigo que huía , no así a las baterías del
enemigo, y que, por el contrario las puntería de este, por momento se hacían
mas certeras, al extremo de caer dos granadas a ocho o diez metros mas delante
de mis baterías, que salvándolas de rebote no me hicieron baja alguna…”
Entonces solicita a Vergara, que ya estaba de vuelta, unos treinta miembros del
Carabineros de Yungay, para que tiren de las piezas hacia adelante para poder
responder acertadamente los fuegos desde el San Bartolomé. Vergara, dándose
cuenta que la batalla ya estaba ganada y anochecía, denegó la petición y le
ordenó que se retirara, por lo que junto a la caballería chilena toman rumbo a
Miraflores.
Estando en eso Baquedano ordena el regreso de la caballeria.
Convergen todos los regimientos en dirección a la entrada de Miraflores,
llegando el Carabineros, Cazadores y Granaderos, “donde en un campo de unas cinco cuadras de largo nos formamos divididos
por unidades. El coronel Letelier –que era el comandante de la Caballería-
dispuso el regreso a Chorrillos por el Camino Real de los regimientos
‘Cazadores’ y ‘Carabineros’ y a los pocos minutos hizo lo mismo con los
granaderos, pero dejando en ese mismo lugar y hasta nueva orden, una compañía….(siendo
las 6 PM) las tropas peruanas huían
desbandadas…cruzando a través de MIraflores, en cuyo acceso sur poniente estaba
estacionada nuestra compañía”. A los pocos minutos arde Miraflores. El oficial a cargo expresa
que los chilenos no han sido los responsables ya que no hay tropas de esa
nacionalidad ahí. Y ahora era también pasto de la artillería del San Bartolomé
y el San Cristobal. Para el anochecer con refuerzos de caballeria y la ciudad
en paz, hacen patrullajes. Si se les disparaba desde alguna casa el
procedimiento era el mismo: rodeaban la casa, intimaban rendición y con
negativa o sin respuesta arrancaban la puerta y entraba un grupo de soldados
que terminaban todo.
La caída del
reducto N° 4 y explosion del Reducto N° 5:
El Coquimbo
(junto al resto de la brigade Amunátegui),
que en pocos momentos había rechazado y puesto en fuga los numerosos cuerpos
peruanos que marchaban a la cabeza del avance…Esta vez su objetivo es el
Reducto N° 5, el de La Merced defendido
con obstinación por los peruanos, que allí,…tenían por auxiliar formidable mina
subterránea que estalló con horrísono estrépito.
En el reducto N° 4
la Brigada Martínez o Reserva rompe
la defensa en el lado izquierdo de la línea y el reducto N° 5 es la Brigada Amunátegui
la que se dirige contra él, y rompe por la izquierda. Ambas convergen hacia los
flancos, penetrando por la retaguardia en los reductos y acaban con las
guarniciones al arma blanca.
Para las 5 30 PM
la línea cede y cae completamente y no se tuvo mas que “perseguir la derrota
peruana hasta un Fuerte (de la Merced) que, con gruesa artillería y formidables
trincheras, hay no lejos de San Bartolomé. Allí hizo alguna resistencia el
enemigo; pero no fue sino para aumentar sus víctimas, que fueron numerosas. A
este Fuerte de la Merced, …llegaron reunidas fuerzas de todas las Divisiones
chilenas, excepto la…División Sotomayor que operaba por el lado de Monterrico.
El
Fuerte de la Merced estalla por los aires, por carga de dinamita subterránea en
los momentos que las tropas chilenas lo habían capturado. El estruendo fue
espantoso en el sector del Fuerte y los alrededores. El suelo tembló a larga
distancia. Las tropas chilenas que iban llegando a la base del Fuerte de la
Merced, todos al trote, se pararon de sorpresa…Medio minuto les bastó a los soldados chilenos para salir de tal
sorpresa, pasada la cual, emprendieron la carrera y rodearon el Fuerte de la
Merced destruido por la explosión, poniéndose a las espaldas de él.
Diego Dublé
Almeyda, testigo de la situación, la
describe: “pudimos ver el asalto que un
puñado de nuestros soldados daban al último fuerte de la izquierda (fuerte de
la Merced) que aún ocupaban, y defendían los peruanos.
Aproximadamente
como cien hombres subían por sus flancos, dirigidos por un oficial a caballo, a
quien, con el comandante Martínez, aplaudíamos desde el punto en que nos
encontrábamos. Dos veces los asaltantes fueron rechazados, pero a un tercer
esfuerzo dominaron el fuerte. Se les oía el grito de ¡Viva Chile! y los
soldados parados sobre los cañones enemigos hacían flamear la bandera chilena.
Nosotros no podíamos sino aplaudir desde el lugar donde nos hallábamos y
saludar a los bravos asaltantes en unión de los soldados que nos rodeaban y que
ansiosos observaban el arrojo de sus compañeros. Pero repentinamente sentimos
una fuerte explosión, la atmósfera se cubrió de humo y de polvo, y la tierra se
estremeció como sacudida por un fuerte temblor. La fortaleza peruana había
volado por medio de traidora mina. Un silencio sepulcral se siguió. Los
soldados que nos acompañaban, espantados, miraban hacia el lugar de la
explosión: nadie murmuró una palabra. Ese silencio era la plegaria que todos
dirigían por los bravos que allí habían sucumbido cumpliendo con su deber.”[5]
Ya no
quedaba ni cholo vivo y de los chilenos fueron muy pocos los que cayeron…. Se
supo que el individuo que hizo estallar la mina, fue tomado por los soldados
chilenos furiosos y muerto a bala y bayoneta, hecho lo cual le prendieron
fuego. En efecto, se vio ardiendo a pocos pasos de los restos del Fuerte de la
Merced a un hombre, todo destrozado. Sin embargo, pese a
lo espectacular de la explosión, no causó la destrucción que parecía entre las
tropas atacantes, pues estas ya lo habían superado en su carrera.
En la toma del Fuerte caen en el asalto un joven subteniente José Rafael Salinas; el subteniente del Coquimbo don Daniel Mascareño,…los capitanes Machuca,
Rahausen,….y los subtenientes Arroyo, y Pedro Juan Covarrubias,… Entre los que
volaron en el aire al estallar la mina, se contó a un subteniente del Atacama
llamado Juan Luis Rojas.
El Coquimbo,
dirigido ahora por el capitán Artemón
Arellano, se lanzó a consumar la obra
que se le había encomendado…., saltando las tapias,
atravesando a carrera la angosta extensión de los potreros, fusilando a los
pocos que alcanzaba a cortar, pronto llegó a la linde meridional de la zona
pedregosa a cuyo largo se hallaban extendidas las tropas de la primera
división, y sin detenerse continuó…., mientras los peruanos se acogían
nuevamente tras las tapias del frente, detenidos por los cuerpos que se
hallaban allí acantonados.
Desde la Escuela de
Cabos, centro de atención de heridos y de prisioneros, Alberto del Solar, del Esmeralda,
cuenta que a esa hora“…por lo que nos era
dable observar, por el visible y progresivo avance hacia el Norte de masas
enteras de tropas precedidas de nuestro tricolor, por manera cómo la
caballería, rodeando o saltando tapias y corriéndose más hacia el mar, se
reconcentraba sobre puntos determinados, y sobre todo por la firmeza con que
nuestros artilleros sostenían y avanzaban sus posiciones, por todo ello,
juzgábamos, repito, que las armas de Chile afianzarían poco a poco la victoria
definitiva con otro triunfo inmediato y grandioso. Y así fue, en efecto: al
terminarse el día, los fulgores de un nuevo incendio…empezaron a iluminar el
horizonte. ¡Miraflores ardía como Chorrillos!
En Barranco flameaba nuestra bandera; los cañones del San
Bartolomé y del San Cristóbal habían enmudecido... Pero los de nuestra escuadra
tronaban aún, en sus salvas victoriosas, a la vez que al fuego graneado de las
filas sucedían toques marciales de trompas y clarines; vivas entusiastas;
exclamaciones ardorosas y hasta repiques de campanas: todos esos ruidos
triunfales, en fin que, escuchados por nosotros desde lejos, y para concluir
hacia la hora de la puesta del sol y entre la atmósfera humedecida por la
niebla que, poco a poco, había empezado a velarnos la visión lejana del
combate, surgió de pronto en el horizonte un hermoso arco iris...
Apoyando uno de sus extremos en las altas mesetas de
la Tablada y el otro sobre los escombros humeantes de Chorrillos, abarcó
durante algunos minutos todo el campo de batalla, como el más bello de los
arcos triunfales, o la más diáfana de las aureolas de gloria... y de paz.
Ahora avanza la Brigada Barboza apoyada por el Regimiento
Artillería de Marina, batallón Melipilla
y la artillería de la Brigada Gana. Muchas tropas avanzan hacia el norte, al
grito de ¡A Lima! ¡A Lima!
Conteniendo a la
tropa. Dice Dublé Almeyda que sigue su
avance, junto al Atacama y diversas unidades, todas confundidas. “Desde cada altura veo que nos sigue en
dispersión un inmenso número de individuos. Al llegar a un ancho camino,
encuentro al comandante de la Brigada,
Arístides Martínez, que se ha
detenido cerca y al flanco derecho del último fuerte de la izquierda enemiga,
tratando de contener a nuestra tropa que avanza y avanza.
Arístides me hace
notar el peligro que corre esa gente si llega a Lima o a sus inmediaciones
(teníamos fresco el ejemplo de Chorrillos con sus horrores), y me pide le ayude
a contenerla. Nos dedicamos a esta difícil, pero necesaria operación,
deteniendo a los soldados que allí llegaban. En poco tiempo se reunieron como
dos mil hombres.
El fuerte San
Bartolomé con sus gruesos cañones principió a enviarnos sus proyectiles con muy
malas punterías; pasaba sobre nosotros o iban a hacer explosión a nuestra
retaguardia sin causarnos daño alguno. Tranquilizada la tropa, más por el
cansancio que la agobiaba, que por nuestros esfuerzos, los soldados se echaban
al suelo.
Aproximándose la
noche reuní a los atacameños que en ese punto se encontraban (200), y me dirigí
a acampar al lugar donde había quedado Canto. Me siguieron casi todos los
soldados que allí había de distintos cuerpos, y ya de noche hicimos alto en un
potrero rendidos de cansancio, de hambre y de las emociones del día. Reuní a
los oficiales del Atacama: faltaban más de la mitad de aquellos valientes. De
36 que era la dotación del regimiento, quedaban solo 16. Veinte habían caído,
incluyendo al coronel Martínez que antes había mandado el Atacama[6]
Sigue ahora V Mackenna: A este tiempo, aparecía
por el lado de Lima, un bellísimo arco iris, lo mismo que en Chorrillos. El sol
se entraba ya cuando se dio por terminada la acción, coronada con la gran
victoria chilena. Los soldados chilenos daban atronadores vivas alrededor del
Fuerte de la Merced, gritando unos “Vivan los coquimbanos”; otros “Vivan los
santiaguinos”; “Vivan los del “Aconcagua”. Y así, cada uno gritaba para su
Regimiento. A ese preciso tiempo, llegaba al galope, Félix Briones, mayor del
Estado Mayor de la 3º División y el teniente coronel Gorostiaga del Estado
Mayor General y trataron de reunir a todos los soldados chilenos que por allí
andaban y restituirlos a sus cuerpos respectivos.
La suerte del fuerte Ugarte: A las “4 P.M. fue reforzada la escuadra con dos lanchas cañoneras, haciéndose,
por consiguiente, más nutrido el fuego que se nos hacía, quedando la batería
dominada por cuatro radios de fuego”
Posteriormente a las 5 PM y
tras agotar la munición, el jefe del fuerte recibe la orden de retirada, luego
que el coronel Rosa Gil, a cargo del batallón Callao, le informara del avance
de los chilenos. La guarnición de artilleros se traslada hacia el fuerte Santa
Catalina. Inutiliza el arma principal, el cañón Rodman e incendia los dos
barriles de pólvora que le quedaban y se retira a la capital, llegando a las 7
PM. Al menos así lo relata el jefe de la guarnición, José Díaz, en su parte. Lo
interesante es el tiempo indicado: desde las 5 PM cuando ya nada quedaba por
hacer y la llegada a Lima, distancia que no era mucha.
Por
su parte en el regimiento Esmeralda,
según relata José Larraín (oficial chileno) el comandante Holley y su ayudante viniendo
del mismo campo de batalla dieron la orden de marchar (les había llegado el
aviso que por la línea férrea venía el tren blindado en dirección a Chorrillos,
asi que salieron en su búsqueda)… Al
llegar a una línea de cadáveres, como si todo un ejercito se hubiera desplomado
en una sola fila, de improviso abrimos los ojos y comprendimos que
pisábamos el suelo en que, sin cejar un paso, se habían batido los nuestros
durante el día. Allí estaban las tapias con aspilleras; mas lejos los reductos;
aquí los heridos y los muertos y desparramados, allá y acullá, los
rifles, morrales, caramañolas y mil útiles abandonados. Todo aquel abandono y
esta tranquilidad, el silencio y las ruinas y aquel destrozo nos hizo
comprender que el enemigo había huido de su campo...ya el rumor de la pelea no
la percibíamos, en medio de todo comprendimos que estábamos vivos[7].
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