DERRUMBE EN LA CENTROIZQUIERDA
PERUANA. EL FIN DE LA BATALLA. REDUCTOS 3 4 Y 5
La Brigada Barboza se une al combate: Se continuó entonces
el fuego en avance, y lanzando a una el tremendo grito de: «¡Viva Chile!»;
avanzó el Coquimbo como furioso
torrente, saltando tapias, atravesando potreros,”. Frente al ataque los
peruanos abandonan las primeras tapias y luego las segundas, siendo fusilados
por los perseguidores chilenos. Finalmente llegan a nuevas posiciones.
La
otra unidad de la Brigada Barboza
era el batallón Quillota del comandante José Ramón Echeverría, era una unidad completamente bisoña que
ese mismo dìa había desembarcado en el muelle de Chorrillos “llegado de Pisco donde había estado cerca de
un mes de guarnición. Recibido a balazos por los propios nuestros que
equivocaron su traje de brin sucio con el de los peruanos, pero, aun con
este accidente de “fuego amigo”, los quillotanos siguen en pos del Coquimbo y
estabilizan la situación.
Cuenta
un quillotano que “(e)stábamos saliendo
del potrero cuando se rompió el fuego del combate por descargas cerradas…Lasa
bajas que nos hacía el enemigo eran muchas….Se le dio la orden a nuestro
comandante la orden de atacar al enemigo por el frente, en el punto en que
estaba mejor atrincherado y bien defendido, lo que en el acto se ejecutó ¡Qué
carrera ésta…! En avistando el batallón al enemigo grita un fuerte ¡viva Chile!
Y se rompe un fuego terrible. Muchos de nuestros compañeros iban quedando en el
camino, unos muertos y otros heridos, pero no cejaban en su marcha de avance y
de ataque al enemigo. Para dar mas empuje al ataque se dio orden de dispersarse
en guerrilla a todo el batallón.” El caos entre las tropas lleva a
mezclarse los regimientos, sigue el anónimo quillotano “se desparramaron muchos soldados por todos los potreros, y era de ver
la obediencia que estos prestaban a nuestros jefes….se juntaban con nosotros y
seguían adelante”[1]
Para cerciorarse de darle firmeza a la línea, Baquedano despachó desde el Barranco y por un camino
de atravieso la artillería de montaña de la Brigada Gana “que pertenecía a la división Lynch,
haciéndola custodiar por el regimiento de Artillería de marina y el batallón
Melipilla a través de los campos y de los senderos. Con este refuerzo la
brigada Barbosa adquiría la solidez debida”.
Otro oficial recordará que en esos momentos “el fuego es vivísimo, la artillería e
infantería atruenan los aires. Yo y mis ayudantes estamos bajo una bóveda de
fierro y plomo en movimiento; nuestra artillería a retaguardia hace un fuego
muy sostenido de cañón; nuestra escuadra manda bombas en todas direcciones;
notamos fuegos de infantería por nuestra espalda de nuestros grupos de tropas
perdidos en los potrerillos; están tirando muchos al vuelo; mucha gente está
cayendo por nuestros mismos tiros; ¡qué diablos!,…; granadas enemigas con
espoletas de tiempo revientan sobre nuestras cabezas, pero a una altura muy
grande; el efecto es precioso: parecen voladores de luces que se pierden en el
cielo y después revientan; mis ayudantes están muy contentos observando esta
fiesta de los diablos”.
La incursion de la caballeria
peruana: Recuerda Alberto del Solar[2],
veterano del Esmeralda, que una vez iniciada la batalla en toda su furia, “vimos que, por el Norte, y a paso de carga, avanzaba en
dirección a nosotros, con el propósito evidente de atacarnos en nuestra aislada
y débil posición, un fuerte destacamento de caballería enemiga perfectamente
organizado.
Resueltos a defender a todo trance la ambulancia y la
custodia de los prisioneros, nos reconcentramos al frente para batirnos, allí
primero, y atrincherarnos más tarde, si llegaba el caso, dentro del propio
caserío.
Al llegar a una distancia suficiente, los jinetes
peruanos se detuvieron y, abriéndose, comenzaron a descargar sus carabinas.
Contestamos al fuego con brío.
Pero nuestra fuerza era por demás insuficiente: los
restos de una compañía casi deshecha el día anterior. El enemigo no sólo se
presentaba en número y condición muy superiores, sino que, reforzado por los
prisioneros que, en grupo considerable, podían hostilizarnos por la espalda,
aunque sólo fuese con el propósito de contribuir a desorganizarnos si nos veían
envueltos por los suyos, constituía un verdadero y serio peligro. En tal
situación, y considerando que la Escuela de Cabos se hallaba relativamente a
corta distancia, me ordenó el capitán Baeza que tomara un caballo y a toda
carrera tratase de llegar hasta el Esmeralda a pedir refuerzo.
Para llevar a cabo esta arriesgada comisión era
preciso pasar muy cerca del enemigo, abrigándose a medias tras de los tapiales
del camino, pero exponiéndose inevitablemente a ser visto. Monta en
un animal y se va intentando cubrirse con las cercas, pero es descubierto y los
disparos le siguen matando al animal. Del Solar al ver que siguen disparando se
hace el muerto. Estando ya en pie luego
de un rato se encuentra con el presbítero Salvador Donoso y juntos corren a la
Escuela de Cabos. El sacerdote queda atrás. Pero luego se da cuenta quela
defensa de la hacienda San Juan, rechaza la partida de caballería peruana.
Vuelve donde sus compañeros “donde se celebraba
con entusiasmo la correteada al escuadrón peruano.”
Baeza había logrado no sólo detener a éste, sino
batirlo, saliéndose resueltamente al encuentro, con lo cual lo había obligado a
volver bridas después de derribarle buen número de jinetes….Desde ese instante,
trepados en las alturas cercanas y mediante dos o tres anteojos de larga vista
que pudimos procurarnos, poniendo a contribución hasta a los propios oficiales
prisioneros (muy «calmados» ya -sea dicho de paso- de la volteada de cola de
sus irresolutos defensores), logramos todos darnos cuenta, aunque
imperfectamente, de lo que ocurría en los otros cuerpos combatientes.
Arturo
Benavides, del Lautaro contaría que luego que su regimiento había avanzado en
busca del combate , unas diez o doce cuadras, se les hace dar la vuelta: “corrió el rumor en las filas de que el enemigo venía
por la retaguardia a fin de iniciar un movimiento envolvente; y que ya había
tomado la Escuela de Cabos, edificio que quedaba a dos kilómetros aproximados
de nuestra retaguardia…, y que concentraba fuerzas para tomarnos entre dos
fuegos. Luego de marchar de vuelta 10 o 12 cuadras, se les da orden de volver a
su posición original. “…los peruanos habían hecho avanzar a
la caballería en dirección a la Escuela de Cabos, solo a fin de llamar la
atención a nuestros jefes hacia ese lado para hacerles distraer fuerzas…”[3]
Mientras
que en el frente de batalla el regimiento Valparaíso
luego de tomado el Reducto frente a él, el N° 2, avanza. Dice La Rosa, su
comandante: “corrimos hasta el pueblo de
Miraflores, en donde tomé varios prisioneros. Allí reuní como seiscientos
hombres de distintos cuerpos y varios oficiales que andaban sueltos, a los que
di mando en dicha tropa, y nos dirijimos en busca del enemigo, que ya
principiaba a huir en todas direcciones. Entre los oficiales de mi cuerpo que
me acompañaban se encontraban Pérez, ayudante Ramos, Puerta de Vera y Escala;
de otros cuerpos recuerdo al mayor Solís, del Aconcagua, capitán Gacitúa, del
Quillota, y muchos otros….
Se oyen ya apenas los disparos en la zona de la costa, un
grupo de caballería peruana se acerca al reducto n° 2. Desde los fuertes San
Bartolomé, Del Pino y De La Calera se disparaba de cuando en cuando. Una
batería chilena se sitúa en los cerros y bombardea perpendicularmente a este
último puente. El camino real y los potreros se encontraba lleno de dispersos
que huían en medio de granadas y disparos de fusiles. La caballería intentaba
detener y reunir los dispersos y les disparaban. El fuego era devuelto. Nada
los detenía
Al retirarse el Concepción
peruano, junto a las demás tropas del Cuerpo de Ejército de Suárez, “No sé si porque
al emprender el avance hubiéramos oblicuado nuestra marcha á la derecha, ó
porque en la retirada lo
hubiéramos hecho á la izquierda,
resultamos al llegar á la linea un poco á la derecha de nuestra posición, por el lugar donde
estaba situada la artillería que flanqueaba la
izquierda del reducto N.o 2; y como ésta se batía también, he aquí que iba á abocar ya uno de los portillos
por donde asomaban su boca los canones,
cuando advertido por el ¡atrás! De uno de los artilleros, en el instante
mismo en que tiraban el estopin, me detuve rápidamente, librándome de ser cañoneado á boca de cañón[4].
Las
tropas peruanas, ya de vuelta, suben por una huaca, “por su cima, exhibiéndonos
en nuestro desfile al enemigo, que
en un momento la cubrió de muertes”
Y también eso implicó
que sino todo al menos gran parte del Concepción
peruano se situara a la derecha (peruana o izquierda chilena, del reducto N°
2)). En ese punto estaba también el Unión
“que desfilaba á la derecha, creí yo, y sin duda todos, que era la línea la
que se corría, y seguimos todos
la misma dirección.”. El Unión estaba siendo llevado por el mismo general
Silva, para apoyar las tropas de Cáceres y cerrar la brecha entre estas y las
de Suarez.
Dentro
del mismo reducto, “un grupo de soldados
del '"Unión" y de mi
batallón arremolinados al pie de un
rimero de cajas de munición”.
Pero estas eran para los fusiles Remington del Batallón N° 4 de la Reserva y ellos llevaban los Peabody. “La animación que en esos momentos reinaba
en el reducto es indescriptible: la
confianza y el entauiasmo se vean reflejados en todas las fisonomías, y los
labios proferían en
exclamaciones que anunciaban la
más enérgica resolución. La banda,
que tocaba el ataque de Uchumayo, daba su nota más alta en aquel concierto belicoso.
Mi propio entusiasmo fuera motivo bastante para agregar á ese
clamor patriótico mis ¡vivas! Al
Perú….Salí por el extremo derecho del reducto en unión de un soldado de mi batallón, llamado Poma. Al lado de la línea ferrea me encontré con un coronel que estaba con algunos individuos de tropa tras
el parapeto…., le pedí órdenes: me indicó que la acción se (desarrollaba) á vanguardia, y entonces uno exclamó: ¡muchachos, A la bayoneta y como no era baladronada lo que decía, saltamos el parapeto y non echamos campo adelante….
…Y en lado izquierdo de la línea chilena: Producida la derrota en los reductos de Miraflores,
los peruanos se hiceron fuertes en las casas del pueblo combatiendo al paso de
la tropa chilena. El lugar estaba minado, lo que causó más bajas en las tropas
chilenas. Miraflores, al igual que Chorrillos, también fue incendiado y
saqueado por la tropa chilena, así como fue bombardeado por la armada chilena
para facilitar su ocupación y desalojar a los defensores parapetados en el
pueblo. Los heridos fueron repasados y otros prisioneros fusilados. Los
comandantes chilenos ordenaron prender fuego a los depósitos de alcohol para
evitar mayores desmanes de la tropa, pero en el caos general, aquella orden no
fue cumplida totalmente.
Así lo
cuenta Justo Abel Rosales: “Pasamos varios
fuertes, en los cuales sólo quedaba el repaso de los soldados. Al cholo que
encontrabamos vivo lo mataban sin pérdida de tiempo...Por las partes donde yo
pasé, encontré pocos cholos muertos, mezclados con italianos. Nuestros soldados
le daban balazos y bayonetazos y después los registraban...El pueblo de
Miraflores también fue saqueado, como Chorrillos y Barrancas...
Ataque y caída
del Reducto N° 3: La situación militar no podía sino
empeorar para los peruanos. La Brigada
Urriola y la Reserva de Martínez
estaban en el flanco derecho avanzando. La Brigada Martínez de la División
Lynch presiona por el frente. El reducto
N° 3 es el punto central de la resistencia. La caída sucesiva de los
oficiales peruanos provoca la huída de los restos de los defensores,
perseguidos por los chilenos. Hacía allá habían sido enviados los regimientos Buin y Chillán, antes destacados hacia el Reducto N° 2, para su nueva
tarea son acompañados por una sección de artillería “….se les hizo contramarchar al trote y avanzar por el camino del
centro, donde los contrarios sostenían porfiada y tenaz resistencia auxiliados por el San
Bartolomé y la batería de Krupp de montaña que habían colocado en ángulo
saliente para defender el mencionado camino.”[5]
Al estar cerca se lanzan a la carga ignorando las minas que estallan y el fuego
de fusilería.
El
flanqueo chileno se produce, caen los reductos en rápida sucesión, siempre
desbordados. Caceres se va retirando de cada uno a medida que caen. Herido en
la pierna, junto a un puñado de hombres llega al tercer reducto justo cuando el
coronel Colina cae muerto. Saliendo de ahí se va a donde están formadas las
divisiones Davila y Suarez. Pero ambos oficiales se niegan a moverse sin
ordenes.
En este reducto se encontraba José Enrique del Campo[6], (se incorpora como) soldado
al Batallón N° 6 de la Reserva, comandado por Narciso de la Colina, que se
ubicó en el Reducto N° 3, en la batalla de Miraflores. Estuvo entre los últimos
defensores del estandarte de su batallón, habiéndose elegido ocho guardianes
que juraron “luchar al lado del patrio pabellón hasta sacarlo triunfante de la
pelea; o sucumbir defendiéndolo”. Murió mientras levantaba el estandarte,
acompañándolo Ramón de los Heros, Juan La Fuente, José M. Hernando, entre
otros. También murió en dicha batalla su hermano Reynaldo del Campo.
Para la División Lynch, la que estaba en riesgo de
envolvimiento recibe el socorro del Coquimbo.
En su parte de la batalla dirà Lynch: al mando de su jefe el comandante don
Marcial Pinto Agüero, se formaba en batalla en medio de las balas enemigas, y
desfilando con la izquierda…, entró en línea con precisión admirable y sostuvo
el avance que por ese frente hacia el enemigo (el que se encontraba) apoyado por artillería de grueso calibre que
tenía en los fuertes y por una columna de caballería que amenazó nuestra
derecha.
La
unidad norteña recibió a eso de las
cuatro de la tarde orden de abandonar la posición que ocupaba, escalonado
frente a la izquierda enemiga y de marchar a contener su atrevido movimiento.
…y el Atacama…. Habíamos andado
durante veinte minutos cuando vimos al frente que llevábamos, un gran grupo de
soldados, no menos de 400 que se estrechaban a la muralla y a una casita
rodeada de árboles que allí había. Me adelanté para reconocerlos, y me encontré
con el señor Arrate Larraín, segundo jefe del 2º de Línea, y gran número de
oficiales y soldados de distintos cuerpos. Al verme, el primero me dice: “¿Qué
hacemos señor?” –“Avanza, esa es la orden”, le contesté. Varias voces se
levantaron. Todos los que han intentado pasar han muerto, decían.
Efectivamente, al
frente de la dirección de nuestra marcha teníamos un campo abierto hacia los
fuegos enemigos, y gran número de chilenos yacían en el terreno. Llegó al lugar
el coronel Martínez, que se había bajado del caballo, y me aconsejó hacer lo
mismo. Mandé al ayudante Marconi para que apresurase la marcha de los
atacameños que habían quedados atrás, mientras yo hacía derribar la tapia que
teníamos al frente.
El enemigo hacía
sobre aquel punto un fuego terrible de fusil y ametralladoras, y en este debía
aumentarse y concentrarse más a aquel lugar a medida que el grupo de soldados
fuese mayor. Sin hacer caso a la indicación de Martínez, grité a los soldados
que me siguiesen, e inclinándome sobre el caballo traté de pasar sobre el bajo
adobón, pero el animal no tuvo fuerzas para saltar y quedó sobre él
aplastándome la pierna derecha.
Mi situación era
difícil, pero me sentí asido por debajo de los brazos y que me sacaban de la
silla. Fui arrojado al otro lado de la tapia en medio de un grupo de soldados
que pronto pusieron de pie al caballo, volviendo a montar en él. Me había
sacado de aquel apuro mi asistente que cuidaba de mis caballos, el mismo que
había visto siempre cerca de mi en las situaciones peligrosas. Este soldado
bueno y generoso quedó muerto en aquel lugar (Francisco Martínez).
Pasé al otro
lado, es decir, donde principiaban nuevamente las tapias acompañado siempre del
fiel Marconi. A cubierto de los fuegos, vi con pesar que los pocos que me
acompañaron, la mayor parte habían quedado en el camino. La situación era por
demás angustiosa. Me dirigí al galope hacia la derecha de la dirección que
llevaba la marcha, y como a 300 metros encontré un lugar cerrado, por detrás
del cual podía pasar aquel grupo de gente que a cada instante aumentaba con los
que llegaban de nuestra izquierda. Llegue a él y conduje esta tropa del otro
lado de esa zona de fuego sin sensibles bajas.
Al regresar a su regimiento se entera que antes el coronel Martínez había llegado adelante de
sus soldados y se había adelantado a reconocer las posiciones enemigas…, hasta
unas tapias desmoronadas que tenía a su frente. Se apeó allí del caballo, miró
un trecho con su anteojo y volvió a subir a la silla para encaminar su brigada,
después de sostener un corto altercado de jerarquía con el jefe de estado mayor
de la tercera división, Gorostiaga, que allí se le presentó mostrándole el
camino. Siguió entonces el rudo veterano su camino, siempre taciturno, y al
apearse por la segunda vez de su caballo, una bala le atravesó el vientre. Y
mientras avanzaba con sus soldados, cae el muerto el capitán del Aconcagua Augusto
Northenflicht que se había precipitado con un puñado de valerosos soldados de
su cuerpo hacia los últimos atrincheramientos del enemigo y mientras una bala
le atravesaba la frente al saltar una tapia el denonado segundo jefe del
Atacama Rafael Zorraíndo recibía en la boca una bala... Además “el mayor Valenzuela, contuso; los capitanes
López, Puelma y Ramírez,…todos heridos de gravedad y varios otros del Atacama.
También fue herido en este sitio, el comandante Arrate Larraín.”
La vuelta que dio
la tropa para salvar el paso dificultoso fue la causa de que quedaran muchos
rezagados. La marcha por aquellos interminables potreros, saltando tapias,
había cansado a los soldados de un modo extraordinario. Sin embargo, todavía me
seguían como 400. Creí llegado el momento de contestar los fuegos del enemigo.
Esto serviría de descanso y entretenimiento a la tropa. Así se hizo. El enemigo
redobló los suyos.
A mi derecha veía
otra línea de tiradores que supuse fuese la del 2º de Línea…. Eran cerca de las 4 de la tarde y aún no había
recibido más orden que la del comienzo de la batalla, avanzar a la derecha….Después
de algunos minutos de fuego, el del enemigo aumentó de un modo extraordinario.
La precisión de sus punterías también era notable, lo que no extrañamos cuando
después supimos que a nuestro frente teníamos al batallón número 6 de la reserva de Lima (es decir el Atacama estaba al frente del Reducto N° 3), compuesta de gente de condición superior a
la del soldado que siempre maneja bien su arma. También teníamos al frente otro
cuerpo que llevaba en los kepies la palabra “Roma” (los bomberos de la
compañía Garibaldi, es decir la colonia italiana), que parecían extranjeros a juzgar por los pocos muertos de ellos que
encontramos en nuestra marcha de avance, de tipo muy distinto al del peruano.
Al efecto que
causaban los fuegos de la infantería enemiga, vino a agregarse el de algunas
bombas del fuerte San Bartolomé que reventaban con espantosa detonación a
nuestra cercanía. Nuestros fuegos eran flojos a causa de la poca tropa que
cubría nuestra línea de batalla. Esta circunstancia dio aliento al enemigo y
avanzó sobre nosotros. Al mismo tiempo se presenta por nuestra derecha un jefe
que con voz alta nos dice que la caballería enemiga nos carga por ese costado.
Así relata la situación Estanislao del Canto[7]
“llegué hasta situarme como a 200 metros
de La Palma, quedando el regimiento al abrigo de una pared de adobones como de
un metro de altura y en donde había un ángulo que dominaba el terreno
descubierto con dirección al norte y al oriente….en esta posición permanecí sin
hacer fuego porque no se veía enemigo alguno sino únicamente el humo de dos
ametralladoras….frente a este fuerte se habían demolido las paredes divisorias
de la propiedad del terreno y en una distancia de a lo menos 200 metros”.
Reforzada la línea con varios regimientos (Atacama,
Cuarto de Línea, Naval, etc) permanece alrededor de una
hora “y habiendo concebido la idea de un asalto al fuerte, me mantenía
constantemente de pie observando las ametralladoras que hacían nutrido fuego,
hasta el extremo que nadie podía ponerse en pie sin que fuese muerto o herido….”
Pasa el tiempo y ya pasadas las 5 PM “observé
que los fuegos de las ametralladoras habían disminuido y entonces hice correr
la voz a toda la tropa que se encontraba detrás de la tapia que inmediatamente
que se le diese aviso la saltasen para irnos al asalto sobre el fuerte; y yo
observaba minuciosamente con mi anteojo espiando el momento oportuno en que se
fuese a cambiar el tambor de la ametralladoras para dar la voz del asalto”.
Cuando los servidores del arma empezaron la operación de cambio, del Canto dice
en alta voz “ ‘Muchachos no hay que
quedarse nadie; pues ya no hay peligro para asaltar el fuerte, porque las
ametralladoras ya no hacen fuego, a la una, a las dos, a las tres y a la carga’. Como por encanto toda la fuerza
marchó en dirección al fuerte y vio que sus defensores lo abandonaban en el
acto. La mayor parte de la tropa tomó un camino que había en dirección al
oriente”. Eran los varios centenares sino miles de chilenos que iban hacia
el fuerte de La Merced.
Oficial chileno
El regimiento Talca,
cuando los peruanos abandonan sus trincheras el
Talca, junto a otras unidades corren hacia delante y llegaron jadeantes al último Reducto, el Fuerte de la Merced. Corrían por
todas partes los soldados chilenos sin orden alguno y llegaban a esa trinchera,
que los cholos habían cuidado de abandonar prudentemente cuando los primeros
soldados llegaban disparando sus rifles a la cumbre del elevado Fuerte; este
hizo explosion.
A su vez, los del Lautaro, al llegar a la linea de
fuego reciben la orden de desplegarse en guerrillas y avanzar al trote pero sin
disparar. “De pronto estalló una bomba…y
luego otra…y muchas mas. El enemigo tenia sembrado el campo con bombas
semienterradas, que estallaban al tocarlas. Por ello fueron heridos algunos
soldados y clases. Y siempre al trote, pero con grandes precauciones,
continuamos avanzando hacia unos murallones que se divisaban como a un
kilómetro, desde los que nos hacian nutrido fuego. Cuando se acortó la
distancia se nos ordenó ‘fuego en avance’[8].
Las compañías
desplegadas en guerrilla en línea de tiradores y con sus sostenes y reservas,
también desplegados en guerrilla, avanzaron con toda corrección hacienda
nutrido fuego….Las punterías peruanas eran pésimas y solo hacían una que otra
baja…. Antes de llegar a los murallones donde el enemigo se había parapetado
aprovechándolos como trincheras, el fuego de nuestras filas arreció y el del
enemigo comenzó a disminuir. A derecha e izquierda continuaba el combate con encarnizamiento, a
juzgar por el fragor que llegaba… A poco disminuyó y acabó por extiguirse.”
…lejos en la extrema derecha
chilena…. La artillería del mayor Gana, se
coloca en el cerro Amarillo y comenzó a cañonear a la línea peruana, sobre las
tropas de Tenaud (las de la reserva peruana situadas a la izquierda en el campo
de batalla, y que no intervinieron en la batalla). Es su única participación,
así como la del batallón Melipilla y el Artillería de Marina, que les
acompañaba como protección. Como lo cuenta el mismo Gana[9]
“Despues de recorrer un camino casi al
trote (llega a la posición de la División Sotomayor, quien le ordena) seguir en avance hasta tomar colocación en
los Cerros del Sur (Cerro Amarillo), bajos
los fuegos de la artillería San Bartolomé y otras, y batir desde ahí a las
gruesas columnas de infantería enemiga que marchaban ya por ese punto. Mediante
el despliegue en guerrilla del regimiento Lautaro, Melipilla y los fuegos de
nuestras baterías se consiguió hacer cambiar de rumbo al enemigo
[1] Castagneto, Piero Corresponsales de
guerra en la guerra del Pacífico, página 514
[2] Del Solar, Alberto; Diario de Campaña
[3] Benavides Santos, Arturo. Seis años de
vacaciones página 124-125
[4] Pero el efecto de la detonación en el timpano auditivo me dura aún al escribir estas líneas
(1): un silbido tenaz que no cesa un momento y que al principio me atormentaba
al extremo que poco me faltó para enloquecer.
[5] Chorrillos y Miraflores. Batallas del
Ejército de Chile. Crónicas de Eduardo Hempel, corresponsal de guerra,Pagina
149
[6] Nació en Lima en 1836 siendo sus
padres don José C. Del Campo y doña Carmen Corpancho. Fue dirigente del gremio
de tipógrafos, siendo fundador de la Sociedad Tipográfica. Más adelante llegó a
ser Presidente de la Sociedad de Artesanos. Contribuyó con los diarios El
Artesano y El Obrero, voceros de la clase obrera. Se encontró entre los
fundadores de la Sociedad Independencia Electoral, luego Partido Civil,
apoyando decididamente la candidatura de Manuel Pardo. En 1877 fue candidato a
diputado suplente por el Partido Civil, como representante de los artesanos.
[7] Memorias militares, página 130 y ss. Se
notará que la descripción de Del Canto se centra en él, con su habitual falta
de modestia no menciona otros oficiales que aquellos relacionados en caso de
inferioridad jerárquica, como es el caso del papel del Atacama por ejemplo.
[8] Las tropas
avanzan contra las posiciones realizando "fuego en avance", es decir
separados en dos líneas, la primera de ellas dispara rodilla en tierra,
efectuada la descarga la línea completa se arroja al suelo, avanzando entonces
la segunda línea que a unos metros de la primera realiza la misma operación
[9] Ahumada, P. Tomo IV pág 438
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