El labrador y la serpiente

En una ocasión el hijo de un labrador dio un fuerte golpe a una serpiente, la que lo mordió y envenenado muere. El padre, presa del dolor persigue a la serpiente con un hacha y le corta la cola. Más tarde el hombre pretende hacer las paces con la serpiente y ésta le contesta "en vano trabajas, buen hombre, porque entre nosotros no puede haber ya amistad, pues mientras yo me viere sin cola y tú a tu hijo en el sepulcro, no es posible que ninguno de los dos tenga el ánimo tranquilo".

Mientras dura la memoria de las injurias, es casi imposible desvanecer los odios.

Esopo

domingo, 11 de junio de 2017

BATALLA DE TACNA (I)


BATALLA DE TACNA: ACONTECIMIENTOS PREVIOS

En Las Yaras: Francisco Machuca describe los campamentos en esos días en Yaras y Buena Vista: “formados por verdes enramadas, carpas de lona y chozas de totora y fagina, presentaban el aspecto alegre y pintoresco…. Los ingenieros y pontoneros habían unido ambos pueblos por un puente sobre el río, que facilitaba el tráfico de la tropa. Se comía bien, se bebía buena agua: es cierto, mezclada con añejo aguardiente de Locumba, para evitar la crudeza del estómago y librarse de las tercianas. La ración de carne fresca, de charqui, de galleta y arroz, aumentaba con las verduras abundantes del valle.
Pero el Ejército chileno finalmente agotó los recursos del valle y las dificultades de transporte desde las bases logísticas de Pacocha e Ite. Dirá Arturo Benavides, del Lautaro, “harto tuvimos que sufrir de comidas, porque los daban media ración porque los víveres eran escasos los lejos que estaban para traerlos… El tabaco no se merecía, muy escaso que por un solo  cigarro se daba 20 centavos y eso era por cuasualidad que los muy tabaqueros tenían que pitar hojas de algodón” lo que si abundaba era la caña de azúcar pero provocaba enfermedades en las tropas por lo que se prohibió bajo pena de 50 palos a quien la infringiera, además de los sufrimientos de la propia terciana que causaba. La ración de carne se reduce en un cuarto, pero después se tiene que llegar sólo a la mitad. Se faena la carne de los mulas y burros, los lechones, los medianos y los pollos más viejos.
Cuenta Dublé Almeyda que en los primeros días en Sama “no tuvimos carne de buey ni víveres secos. La mala mar en Ite había impedido el desembarque de las provisiones. Hubo que recurrir al sacrificio de los burros para alimentar al Ejército, mientras llegaban los víveres. Aquí fue donde los soldados hicieron prodigios de viveza e inteligencia para salvar sus borricos, que tanto querían, de los sabuesos del comandante Bascuñán Álvarez que los buscaban para el alimento de nuestro Ejército. Y muchos lograron salvarlos. El campamento se extendía a la orilla sur del valle de Sama como dos kilómetros, cubierta de ramadas de hojas verdes en que vivían los soldados, entremezcladas las carpas o tiendas de los jefes y oficiales. En el fondo del valle tenían los soldados los burros que habían capturado en Moquegua, Ilo y Locumba, y que tanto les habían servido para llevar sus rollos, sus municiones, sus sacos y todo lo que constituye “la impedimenta” del soldado, hasta su pobre botín de guerra. ¡Si tendría razón para quererlos! Durante cuatro días nuestro alimento fue la carne de burro, y ya principiábamos a acostumbrarnos a ella cuando llegaron bueyes de Ite. Y hubo muchos que opinaron que era mejor la carne de burro.
Si en el día se hacía la instrucción de la tropa y seguía su entrenamiento, en las tardes “frescas y apacibles se consagraban a representaciones dramáticas, circo y títeres…En la noche de los sábados, hileras de soldados esperaban su turno en las carpas de los capellanes, iban de confesión para comulgar en la misa de la mañana siguiente.… El domingo se consagraba al reposo, Después de la misa… Al final, los capellanes llamaban a los que no tenían “Detentes”[1], para repartirles esta imagen de Jesús impresa en un trozo de paño, cosido al interior de la chaqueta.




También las dificultades de las comunicaciones impedía conseguir ropa de repuesto por lo que pronto se desató una epidemia de piojos, “no obstante haberse organizado un servicio para lavar la ropa, permaneciendo desnudos mientras la lavaban y secaba”. Todo a la espera que los suministros llegaran
Mientras se armaba una base logística en Ite, pese a las dificultades, se continuaron enviando en columnas las vituallas necesarias, en la ruta Pacocha-Ite-Las Yaras, a la que se sumaba Hospicio ‑ Buena Vista y Estanques ‑ Las Yaras. Con la ventaja además, dice Francisco Machuca “quitó a Moquegua toda importancia estratégica; el enemigo no podía inquietar nuestras comunicaciones ni por la retaguardia, ni por los flancos.[2]
Pero desde Santiago se ordenó igualmente mantener guarniciones y desde Tarapacá se enviaron Los escuadrones 2º y 1º de Carabineros del Yungay; la artillería del mayor Jarpa; la brigada de Zapadores de Santa Cruz; y los batallones Chillán y Cazadores del Desierto. Estos cuerpos desembarcaron en Ite e hicieron la marcha del desierto entre la caleta y Las Varas”. Fue una marcha de 44 kilómetros e Hipólito Gutierrez del Chillán la recuerda años después, al salir con equipo completo, el 16 de mayo, primero subiendo desde la playa por los cerros, arenosos y con piedras, avanzando un paso y retrocediendo otro, tomando descansos “seguimos repechando muertos de cansados, soldados y oficiales, porque todos iban a pie. Venimos a concluir descubrir a la cumbre…a las once de la noche… Llegamos arriba cuasi sin vida, cuasi sin aliento, empapados de sudor llegamos y los recostamos como muertos….Descansamos como dos horas…yo no podía mover de maltra(ta)dos y mis compañeros también el sudor de la ropa toda mojada y frio donde se los había enfriado y una camanchaca  que empezó a caer más frio. Empezamos a marchar por unos arenales, en partes pisando en altos y bajos a porrazos por las piedras porque la noche estaba muy escura….hasta que los amaneció andando, ya algunos no llevaban agua porque en la noche se la habían tomado toda [3] y la poca que quedaba se guardaba temiendo que tuvieran la misma suerte que otros cuerpos que habían sufrido su falta la mayor parte de su camino, “ropa hallábamos mucha por el camino de la que habían botado los otros cuerpos, pero quien agarraba nada, Dios sabe cómo íbamos con la nuestro y también mucha botábamos nosotros por no llevar tanto peso”[4]. Pero esta vez el Estado mayor y el Ministro de Guerra habían enviado carretones de agua por el camino para abastecer a las tropas que venían extenuadas las que aprovecharon de descansar para evitar lo peor del calor, luego los soldados “seguimos la marcha bastantes maltratados y estropeados y con sueño, sin dormir toda la noche por unas pampas lóbregas, peladas, arenosas que en vez de ir para adelante para (a)tras, para (a)tras,….como a las cuatro de la tarde ya yo no podía más de cansado y de abollados los pies con ser que los daban descanso a las dos o una legua y me comencé a lamentar entre si y deseaba del no haber nacido a este mundo… Y seguimos la marcha a las oraciones”, a distancia aún del campamento aparecieron soldados del Lautaro con burros y mulas para llevar a los que estaban en peor condición, pues el regimiento tenía que llegar a Las Yaras donde acamparía lo que agregaba tener que seguir marchando, al menos en el valle y ya cayendo la noche.



 Luego se trasladaron los batallones Valdivia, Caupolicán y Atacama Nº 2, para resguardo de la línea Pacocha-Hospicio. Estas tropas quedaron a las órdenes del coronel Gregorio Urrutia…. El Atacama marchó poco después a Hospicio, con orden de batir al enemigo, si se presentaba en ese sector, apoyándose entre la cuesta de Pacay y las primeras estribaciones de la Sierra del Bronce. Algunas partidas enemigas aparecieron por ese lado, pero el Atacama las batió, y las persiguió hasta el Conde, y habría seguido adelante, si una orden telegráfica del Comando Superior no le hace regresar a Hospicio.
El Ejército de operaciones (estaba) concentrado en Sama con víveres para quince días (se informaba a Santiago), municiones para dos días de batalla, cinco ambulancias completas, bagaje de 1.500 mulas aperadas, barriles y odres en cantidad suficiente y algunas decenas de carretas para víveres y municiones, esperan únicamente la voz de marcha. El Escuadrón de Carabineros de Yungay cubre siempre la guardia frente al enemigo; y la artillería y caballería con su ganado completo, forrajean en la margen norte del río. El Alto Comando se comunica por telégrafo con Pacocha y con la Moneda, por propios a Ite, vapor a Pisagua, telégrafo a Iquique y cable a Valparaíso.
El Estado Mayor se esfuerza en que el correo funcione correctamente. Cada dos o tres días llega al campamento la recua de mulas, con la palabra “Correo” en el collar. Gran día de jolgorio. La Administración iza bandera roja a la llegada de las valijas. Los cuerpos mandan un pelotón a recibir los sacos de su destino, que se distribuyen por compañías. Se reúnen en corro los amigos y “carretas”[5], para consumir las golosinas (y otros artículos enviados) Hilo y agujas; pañuelos y calcetines; tabaco, papel y hoja; detentes y escapularios del Carmen; huevos a la piedra y pan de leche; jabón y peines; calabazas con tapón ajustado…con pepitas de sandías, pelladas para horchata; hilos y vendas; harina tostada con arrope; quesos de cabra endurecidos y tortillas de rescoldo; dulce de papayas y mermeladas; y por fin, tarros de conservas[6]
Los Zapadores parten de Ite el 15 de mayo y el 16 la caballería rumbo a Sama. Al igual que Sotomayor y Velásquez. El jefe de Cazadores del Desierto, Jorge Wood, quedó de Comandante General de Armas de Ite. El 23 recibió orden de unirse al grueso en Las Yaras.


LA PAZ, EN LA ÉPOCA DE LA GUERRA


En el bando chileno, el Ministro en Campaña, Rafael Sotomayor intentaba imponerse a Baquedano, con el argumento que el nombramiento del militar, como Jefe del Ejército expedicionario, era solo interino. Pero el conflicto se resuelve parcialmente con la muerte de Sotomayor de un ataque de apoplejía en Las Yaras el 20 de mayo, lo que genera inquietud en Santiago, que como mejor idea propone un triunvirato en el mando al enviar un telegrama: “A Lynch: Diga al general Baquedano que siga adelante las operaciones convenidas con el Ministro, poniéndose de acuerdo en todo con los coroneles Vergara y Velásquez”. Vergara se encontraba en Ite por asuntos del servicio. Inmediatamente se dirige a Las Yaras a conferenciar con el general Baquedano, sobre los asuntos de actualidad. Baquedano le recibe cariñosamente; le invita a comer y después a un paseo por corredores de la casa, en donde se trabaron en grata charla. Vergara trató varias veces de llevar la conversación hacia el funcionamiento del triunvirato; Baquedano se le escurría y le interrogaba a su vez; ¿Estamos de acuerdo? .... ¿Sí? ‑ Pues, entonces, todo bien, todo bien; y se engolfaba en cosas de diversa índole. El general barajó de esta manera todas las tentativas del coronel para entrar al espinoso tema del funcionamiento del triunvirato.[7]
Previamente a la batalla se hace un reconocimiento en fuerza. Dirá Dublé Almeyda: “Se dispuso un reconocimiento sobre posiciones enemigas. A las 2 a.m. del día 22 de mayo se pusieron en marcha hacia Tacna 400 hombres de caballería, 200 de infantería montada y 2 cañones Krupp de campaña, al mando del Jefe de Estado Mayor, coronel José Velásquez. Acompañaban también a estas fuerzas de reconocimiento todos los comandantes de divisiones y jefes de estados mayores divisionarios. A las 10 a.m. hizo alto la fuerza y después de algunos minutos que se emplearon en almorzar lo que cada uno llevaba consigo, continuamos la marcha hacia el enemigo. Cuando estuvimos como a tres mil metros de las posiciones que ocupa se hicieron algunos disparos con nuestros cañones, cuyos proyectiles cayeron sobre los parapetos de la línea enemiga. La artillería peruana contestó nuestro saludo, pero sus proyectiles cayeron a la mitad de la distancia que nos separa. Se recogieron dos (de sus proyectiles) y por ellos se vio que pertenecían a cañones ingleses de montaña, de los mismos que fueron tomados en la Batalla de San Francisco[8]. Algunas partidas de nuestra caballería se aproximaron hasta mil metros de la línea enemiga. Fue reconocido y estudiado el terreno en todo el frente y en los flancos. El viejo comandante de Guardias Nacionales, Roberto Souper, fue el que más se aproximó al ala derecha del enemigo en dirección a una fortaleza a merlones que allí se ve. Estuvo a punto de ser capturado, escapando a la caballería peruana gracias al buen caballo que montaba. De los datos que hemos podido obtener, calculamos que el enemigo que nos espera en sus atrincheradas posiciones llega a diez mil hombres. El éxito dependerá de la rapidez del ataque; en llegar pronto a sus trincheras. Reunidas todas las partidas en que se dividió el reconocimiento, emprendimos la marcha de retirada, después de haber hecho diez disparos de cañón sobre el enemigo, contestados por este con dieciséis. Llegamos (de regreso) al campamento de Sama, a las 7 p.m.”

En el Campo de la Alianza. El ejército aliado quedó a firme en el cerro del Intiorco, a siete kilómetros al noroeste de Tacna, camino a Sama. Aunque la ubicación del campamento presentaba inconvenientes para el aprovisionamiento de las tropas, en cambio se facilitaba la defensa. Por un lado se neutralizaba la superioridad de la artillería y caballería chilena, a la vez que cerraba cualquiera intentona sobre Tacna. El terreno arenoso afectaba a ambas armas y dificultaban el avance de la infantería.
En cuanto a la artillería las dos líneas de batalla establecidas sobre la cima de una meseta con ceja bastante pronunciada por el frente, no presentaban blanco alguno para que los cañones enemigos pudieran fijar la puntería. Además la artillería chilena carecía de shrapnells[9]; las granadas caerían detrás de las filas, o ante la ceja protectora de la planicie, internándose en la arena. En cambio los aliados, desde la altura, dominaban la pampa que sube gradualmente, hacia el Intiorco (el cerro donde ellos se ubicaban) y tenían a la vista al enemigo que necesitaba avanzar a pecho descubierto. La superficie humedecida por la camanchaca, formaba una costra sin consistencia que se rompía al peso de los soldados, cuyos pies se hundían hasta media calla en la arena muerta. Lo ventajoso, para los chilenos, es que las explosiones de las granadas de artillería aliada perderían algo de su fuerza al hundirse en el terreno.


El general Juan José Pérez, jefe del Estado Mayor aliado, hace cavar fosos para dos líneas de infantes y construir reductos con sacos de arena, independientes, para emplazar en ellos las piezas de artillería.   El más importante, se encontraba en el ala derecha de los aliados.
Los ejercicios se sucedían mañana y tarde con simulacros de defensa contra posibles ataques, ya al centro, ya a las alas. El Generalísimo (Camacho) multiplicaba las maniobras sobre el flanco izquierdo, al que creía más amenazado por el enemigo.
Ya el día 10 de mayo, apenas acampado, forma una división especial con toda la caballería de ambos ejércitos, encargada de la vigilancia de la pampa a cargo del  coronel  Juan Saravia y Espinosa, pero no impide los reconocimientos, tanto de Bulnes como de Lagos.
El reconocimiento chileno, a cargo de Velásquez, realizado el día 22 causa impresión en los aliados, que reavivan las precauciones. Para la próxima batalla y para poder distinguir a su personal, el Estado Mayor Aliado dispone que los edecanes y ayudantes de campo del Director de la Guerra usen una escarapela tricolor punzó y verde que llevarán en el quepí para su reconocimiento. Los comandantes generales de división usarán un gallardete especial en sus divisiones respectivas, para que pueda servir de punto de reunión cuando se toque llamada a retaguardia de la línea, o adonde dicho comandante crea conveniente, a fin de que la tropa dispersada en el campo de batalla, vuelva a formar en orden, reconociendo su gallardete, que debe ser el centro de su reunión, evitando de este modo la confusión de los cuerpos.
Los jefes de cuerpo, cuando se mande cesar el fuego para hacer cualquiera maniobra, obedecerán inmediatamente dicho toque, castigando severamente al que no dé cumplimiento, a cuyo efecto se mandará repetir con toda la banda de cornetas el toque indicado, además de las voces de mando que repetirán los jefes y ayudantes. Para evitar el espionaje, el Estado Mayor establece que ningún particular podrá penetrar en el campamento sin el pasaporte respectivo; la persona que carezca de él será considerada como espía y castigada como tal.

CAMPERO Y SU CÓNYUGE

El coronel Camacho[10] había reservado para última hora la formación de sus tropas en orden de batalla y formará cuatro divisiones de primera línea y una de Reserva. Organiza, finalmente, su línea de batalla el mismo día 24 de mayo.
El comandante del 2° Ejército del Sur, del Perú, informó que había llegado a Torata y pedía órdenes a Campero. El general Pérez, jefe de Estado Mayor General, acusa recibo a la nota del coronel Leiva el 24 de mayo y le ordena que procure acercarse a la quebrada de Locumba para inquietar la retaguardia del enemigo. Si fuere atacado por fuerzas superiores, debe retirarse a Candarave. Sin embargo la nota le llega a Leiva cuando la batalla había terminado, lo que hace inútil toda las instrucciones.
Campero el día 25 renuncia a su mando argumentando que en este día cesaba su investidura presidencial, por la reunión en La Paz de la Convención Nacional, que tomaba a su cargo la suma del Poder público. Envía simultáneamente la orden del día[11] destinada a los ejércitos, al contralmirante peruano Lisandro Montero y coronel Eliodoro Camacho, quienes se niegan a darle curso, con el propósito que siguiera en su puesto, lo que consiguen.
Ese día también se había capturado una recua de mulas, cargadas de agua, en las vecindades de la Quebrada Honda. Los Húsares de Junín, entran al campamento con 31 mulas aparejadas y dos prisioneros, un cabo y un soldado chilenos, que fueron sometidos a interrogatorio por el propio general en jefe y en seguida enviados a la cárcel de Tacna[12].
Situados los chilenos en el área de Quebrada Honda, cuenta el general Barceló, que a las 7 de la tarde “alojó la división formada en batalla, disponiendo que de cada batallón se mandase una compañía de gran guardia, avanzadas a vanguardia, 1.000 metros sobre la línea para asechar los movimientos del enemigo, cerrando la izquierda la del Atacama. Las órdenes que cada una de ellas recibió, además de la de vigilar estrictamente al enemigo, acampado a una y media legua, poco más o menos, de distancia, la de no disparar sus rifles aunque fuesen atacadas, sino la de incorporarse a sus respectivos cuerpos (regimiento 2° de línea, Regimiento Santiago y batallón Atacama).
A las 10 P.M. se sintieron tres tiros aislados, que no se contestaron, y a las 2 A.M. del 26, igual cosa, sintiéndose mayores cuatro horas después.

La sorpresa nocturna: Los arrieros chilenos que habían tomado la delantera, son tomados prisioneros  por los Húsares de Junín y llevados a presencia de Camacho”. En una biografía del general Campero, se relata “El escuadrón peruano Húsares de Junin chocó con una avanzada contraría y capturó a ésta 60 (31 en verdad) mulas cargadas con agua y tres arrieros conductores. Fueron  conducidos á la tienda del General Campero, quien descubrió asi que el ejército agresor marchaba resueltamente sobre Tacna y que se componía de 22 mil hombres bien armados (15.000 realmente) y estaba situado en Quebrada Honda. Los datos acumulados por el Estado Mayor General del ejército aliado asignaban al ejército chileno un efectivo de 22.000 hombres; la declaración antojadiza del cabo Araya corroboró la efectividad del número de tropas de Baquedano. Así Narciso Campero empieza a planear una sorpresa nocturna en Quebrada Honda, lo que apoyan Montero y Camacho y demás jefes militares presentes, peruanos y bolivianos.
A las doce de la noche 25 /26 emprende la marcha el ejército aliado, llevando a la cabeza buenos guías naturales del lugar, en dirección a Quebrada Honda.
Los cuerpos forman a 200 metros al norte de los atrincheramientos en el siguiente orden: Como Vanguardia la VI División peruana, coronel Canevaro, con los batallones, Provisional de Lima y Cazadores del Misti. II División boliviana, coronel Zapata, con los Batallones Sucre Nº 2, Viedma Nº 5 y Padilla Nº 6. III División peruana, coronel Suárez, con los batallones Pisagua y Arica. División boliviana, coronel González, con dos batallones. Todos ellos a las del coronel Belisario Suárez.



Mas atrás marcharán el resto del Ejército, menos las dos divisiones de la izquierda. Y como Retaguardia la V División peruana, coronel Alejandro Herrera, con los batallones Ayacucho Nº 3 y Arequipa Nº 7. La División boliviana, general Acosta con dos batallones. Y en la cola de la columna iba la caballería.
Los enfermos y rancheros quedan a cargo de los campamentos, avivando los fuegos. Sin embargo, para esa época del año (invierno) la camanchaca (neblina muy espera) se levanta. Los guías se orientaban por las estrellas por lo que al no poder verlas, empiezan a perderse. Para las 2 ½ de la mañana los cuerpos empiezan a perder su colocación, y a poco, se desorientan absolutamente. Los guías no consiguen ponerse de acuerdo acerca de la dirección, ni siquiera de dónde se encuentran ellos mismos.
A las dos y media de la mañana se aproximaron á Campero, á gran galope de caballo, por diferentes rumbos y simultáneamente, los Coroneles bolivianos Eliodoro Camacho y Miguel Castro-Pinto, á insinuarle la observación de que estaban extraviados, aunque muy lejos ya de su punto de partida. Campero entonces, dio en medio camino la orden de "hacer alto", y al son de una palmada sobre la frente, exclamó con profunda amargura: "¡este es un nuevo San Francisco!" Reunió á los guias y uno de ellos le dijo: vamos mal.. Los guías estaban desorientados. Los cuerpos perdieron su rumbo al punto de cambiar recíprocamente su posición los de izquierda y derecha. Se hizo expuesto ser sorprendidos al sorprender. Solo la 5 a División llegó á las cuatro de la mañana á tocar con al enemigo. El Coronel peruano Suarez, tropezó con un centinela chileno, y estaba á punto de romper fuegos. Preséntesele en ese momento á tendido galope de caballo un Ayudante del General Campero…. Presentó el Ayudante á Suarez la orden de contramarchas
Así relata este episodio un oficial boliviano[13], integrante de la División de Belisario Suárez, de la que formaban parte “los cuerpos Padilla, Canevaro, Arica, Sucre, Viedma, Tarija” estos recorrieron “un trayecto de seis leguas entre ida y vuelta, porque se nos hizo extraviar a derecha e izquierda por la mala dirección del rumbo”. Sigue el oficial altiplánico “El batallón Padilla vino a retaguardia de los demás cuerpos de infantería y a horas 4 A. M., descubrió la presencia del enemigo” al disparar un centinela chileno “perdido del lado del costado izquierdo.
Cuando reciben la orden de retirarse, “al rayar el día, segui­mos marchando en retirada, cuando su artillería nos despidió varias descargas de bala rasa y bombas, las que cesaron al llegar nosotros a más de la mitad del camino, sin duda porque nos alejamos bastante y no podrían los enemigos adelantar con facilidad.
Las tropas reciben más tarde la orden de volver a sus posiciones originales. Las divisiones Herrera y Acosta, que no pueden ser ubicadas, y por lo tanto, no conocen la orden de retirada, se cargan demasiado a la derecha, rebasando la línea general y marchando rectamente a chocar con la II División Chilena, tendida en la ceja Sur de Quebrada Honda.
En el campamento chileno, por la izquierda, cubría la gran guardia el batallón Atacama, que tenía como descubierta la compañía del capitán Rafael Torreblanca. Los centinelas de éste perciben al enemigo entre la neblina; lo co­munican a su capitán, éste a su comandante Martínez (jefe del batallón), quien se apresura a dar conocimiento al coronel Velásquez, que en ese momento tomaba café con el general Baquedano. Nuestro Cuartel General ordena a las avanzadas replegarse a la línea, en el mayor silencio; y a los cuerpos, estar listos para recibir al enemigo, con descargas cerradas, tan pronto como diera la orden de romper el fuego. El coronel Velásquez hace avanzar dos piezas de campaña de la brigada Frías, a la línea del Atacama.
Los aliados atacantes (las divisiones Herrera y Acosta), sin saber que los chilenos esperaban listos, notándose aisladas, inician un movimientos retrógrado. Recién a las 7 A. M. llegan de vuelta al campamento.
A esa misma hora, estando ya de día, dice Barceló en su parte, “se observó que el enemigo, en gran número, estaba como a cuatro cuadras de distancia de nuestras grandes guardias. Fue entonces cuando, de orden superior, mandé desplegar en guerrilla las compañías ligeras de cada batallón de la división, a 300 metros a vanguardia de ésta, donde permanecieron esperando el ataque del enemigo, quien, en lugar de emprenderlo, válido de sus ventajosas posiciones, se replegó a su campamento. Momentos después, la artillería enemiga rompió sus fuegos….sobre nuestras guerrillas que, sin contestar con sus rifles, a causa de la mucha distancia que mediaba, ni recibir daño alguno, permanecieron impasibles en su puesto



[1] “Detente, el Corazón de Jesús está conmigo”. Las madres, las mujeres, las hijas, las hermanas o las amigas, cosían un Detente al forro de la blusa, de cuantos partían al norte, que empeñaban su palabra de no separarse de este recuerdo. Todos cumplieron la promesa.
[2] En aras de la libertad de prensa en Chile se daba a conocer toda la información al público, con lujos de detalle, lo que hará que “El Ministro suplente de Guerra y Marina, Gandarillas, en un arranque de indignación, escribía al Intendente del Ejército, señor Dávila Larraín: “Si este país no fuera lo que es, todos los gandules de los diarios debían estar disecados y colgados de los faroles de la ciudad”.
[3] El texto lo hemos transformado para que pueda leerse bien, el autor era un minero de las salitreras se presume.
[4] El texto transformado para que pueda leerse bien, el autor era un minero de las salitreras se presume.
[5] Llamábase “carreta” al compañero partícipe de las penas y alegrías comunes a la pareja; juntaban la ración, el rollo de uno servía de cama y el del otro de cobija; en las marchas se sostenían mutuamente, y en caso de enfermedad el sano cuidaba del enfermo.
[6] Machuca, Francisco, Las Cuatro Campañas de la Guerra del Pacífico, Volumen II
[7] Machuca, Francisco, Cuatro Campañas de la Guerra del Pacífico, tomo II. Hay que hacer notar el profundo desprecio y casi odio por los civiles que muestra el texto (Sotomayor y Vergara) y su claro apoyo a las posturas de los militares profesionales contra los que llama cucalones. El texto se encuentra afectado por cuestiones políticas pues es una manera de apoyo a la Dictadura de Ibáñez (1927-1931) contra los civilistas de la época, y  cuando el gobierno de Ibáñez manifestaba un claro apoyo popular
[8] Conocida también como Batalla de Dolores
[9] Se trata de proyectiles de artillería que estallaban sobre las tropas, desperdigando metralla y sus propios restos en dirección al suelo
[10] General boliviano, nació en Cochabamba el 6 de junio de 1826. Vivió varios años en Lima, donde estudió, regresando a Bolivia en 1843, ingresando a la Escuela Militar. Durante su carrera militar participó en varias revoluciones, llegando a ser desterrado. Para la guerra del Pacífico, fue nombrado Comandante General de la 6° División, viajando a Tacna, pero problemas con el presidente Daza, tuvo que regresar a Bolivia. Murió en Chile en 1908

[11] Con sujeción al artículo 1º del protocolo celebrado en Lima a 5 de Mayo de 1879 y aplicado por analogía a los que hoy comandan el ejército de Bolivia y del Perú, lo establecido por dicho artículo por los respectivos presidentes:
            Artículo 1º.‑ Desde esta fecha queda encargado del mando en jefe de ambos ejércitos el señor Contralmirante don Lisandro Montero.
            Artículo 2º.‑ En caso de muerte o imposibilidad de S. S. el general contralmirante, lo reemplazará como es natural S. S. el comandante en jefe de Bolivia, coronel don Eliodoro Camacho, mientras S. E. el Gobierno del Perú resuelva lo conveniente.
            Artículo 3º.‑ El infrascrito queda desde esta fecha, sujeto a las órdenes del general y en su caso del comandante en jefe del ejército y listo para ocupar el puesto que se le designare.

[12] El cabo Araya pertenecía al Batallón Coquimbo y es quien relata lo sucedido: Tan pronto como los Húsares entran al campamento aliado, estallan los vivas al Perú, a Bolivia, y a los bravos Húsares de Junín. El ejército en masa rodea a los felices exploradores, felicitándoles a grandes voces. Aquello era un delirio. Pronto divisan a los dos prisioneros y los gritos de alegría se cambian en aullidos de furor; no hubo insulto que no se nos prodigaran, ni amenazas que no profirieran; como no podían acercarse, amenazaban con los puños y yataganes. Por fortuna los Húsares eran disciplinados y pudieron llevar los prisioneros a la carpa del general en jefe. Ante este, los interroga sobre el Ejército chileno. Con la información proporcionada “El general llama a un ayudante y da algunas órdenes. Luego se llena la carpa de jefes. Araya se va a un rincón para hacer menos bulto. Campero se pasea. Todo el mundo guarda silencio. El enemigo se ha movido de su campo, dijo el generalísimo; indudable; Baquedano toma la ofensiva; con seguridad, mañana lo tendremos a la vista.Y valiéndose de un ayudante y señalando al cabo Araya, agrega: Que lleven a éste y a su compañero a Tacna…. En el campamento, querían lincharlos; a la entrada a Tacna, toparon con la caballería de Albarracín que los interroga y mal humorado por las contestaciones levanta el chicote, Araya esquiva el golpe .Al atravesar la ciudad, las mujeres y chiquillos les arrojan barro y piedras; las cholas y cochabambinas, entre voces insultantes, piden a la escolta que los larguen un ratito para condimentar un picante de chilenos.

[13] Del parte de batalla del Batallón Padilla, expedido en La Paz, en Junio 18 de 1880

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