El labrador y la serpiente

En una ocasión el hijo de un labrador dio un fuerte golpe a una serpiente, la que lo mordió y envenenado muere. El padre, presa del dolor persigue a la serpiente con un hacha y le corta la cola. Más tarde el hombre pretende hacer las paces con la serpiente y ésta le contesta "en vano trabajas, buen hombre, porque entre nosotros no puede haber ya amistad, pues mientras yo me viere sin cola y tú a tu hijo en el sepulcro, no es posible que ninguno de los dos tenga el ánimo tranquilo".

Mientras dura la memoria de las injurias, es casi imposible desvanecer los odios.

Esopo

domingo, 11 de junio de 2017

BATALLA DE TACNA (V)

BATALLA DE TACNA: VICTORIA



LA SUERTE DE LA ARTILLERÍA ALIADA: La 2. batería ejecutó su movimiento de cargar su material y desfilar inmediatamente sin ser ofendida por los fuegos enemigos, por hallarse en la parte más baja del repliegue citado, pero en su tránsito, el nutrido fuego del enemigo, que había pronunciado su ataque por ese lado y que avanzaba arrollando nuestra izquierda, había muerto y herido la mitad de su gente, entre ellos, herido su capitán Eduardo Águila, matando al mismo tiempo seis mulos conductores, cuyas cargas quedaron en el campo. Una vez en la altura, soportando un vivísimo fuego de fusilería y ametralladora, nos fue imposible hacer fuego, pues ya nuestras tropas estaban confundidas con las del enemigo.
La batería N° 1 del Perú “había quedado a la retaguardia, y en terreno más elevado, al cargar su material para seguir a la 2., fue víctima, así su tropa como sus acémilas, de nutrido fuego enemigo. Quedan heridos el Capitán Graduado Elías Bodero y Teniente Eduardo del Castillo. El jefe de la Brigada, Mayor Graduado Manuel Carrera y demás oficiales de la batería, no logran salvar sus piezas.
A su vez, “sección de a 12, que ocupaba el centro de las baterías N°1 y 2, por su naturaleza pesada, para seguir con la regularidad debida al movimiento de las anteriores, y hallándose más cerca de la ceja predominante de nuestras posiciones, a las órdenes del 2° Jefe Sargento Mayor Graduado Pedro Ugarteche, hicieron seis disparos, hasta que encontrándose acribillado por el fuego enemigo, y sin poder retirarse…, perdiendo toda su gente, y al Maestro Mayor de obreros Pedro Sánchez, que con sus subordinados, se ofrecieron a servir dichas piezas. Quedan contusos Sánchez, Eloy Caballero y Pedro Odriozola, se repliegan a la 2° Batería, donde intentan salvar sus piezas cuando ven la derrota “mandándole orden con el Alférez Pedro Carlín al Capitán Félix del Piélago, que se hallaba encargado del parque, se replegase hacia nosotros que nos dirigíamos siguiendo la oleada de dispersos, que cubría la entrada a Tacna, hacia el Alto de Lima, eran las 3 p.m.”
Desde la perspectiva boliviana, Murguía, jefe del Colorados, contaba que “La retiradada, después de un trabajo incesante de ocho horas de movimientos y de fuego, era en aquellos terrenos cuajados de eminencias arenosas, tan difícil como penosa; mas con gente hábil y arrojada, como la que me restaba de la División, no dudé por un momento en verificarla, rompiendo casi las filas enemigas y cuando éstas por el norte tenían dominadas las eminencias del valle y ciudad de Tacna. Solo me quedaba pues, una corta estension franca por el centro, inclinada al sur de la población y con acceso por un desfiladero, que era necesario franquear antes que el enemigo coronase completamente las cimas.
Así lo pretendí y fué allí donde cayó muerto con su cabalgadura el intrépido coronel Agustín López, comunicando, en calidad de mi voluntario ayudante, las órdenes que se le impartían…. Allí fué también donde cayó herido el bravo teniente coronel Felipe Ravelo (hijo) quedando en el campo. Transcurrirían dos minutos de este doloroso suceso, cuando una bala enemiga me atravesó la parte inferior de la pierna izquierda, dando instantáneamente muerte á mi caballo.
« Las bajas de mi diminuta fuerza continuaban, merced al inmenso número de proyectiles, ya que heridos sus primeros jefes, la retirada se hizo necesariamente mas lenta de lo que hubiese chachos, yo les enseñaré á ser valientes!...'' y da fierro á su caballo, tomando la delantera, y al convenido: la ruda faena contribuía no poco á tal lentitud. Bien, es cierto que apoyado en mí espada anduve cerca de dos cuadras y que el comandante boliviano Cornelio Duran de Castro se negó á facilitarme su caballo, ó á llevarme consigo, no estando él herido, aunque durante la refriega estuvo siempre en su puesto de honor.
«….Sirviéndome de apoyo mi espada, mi retirada y con ella, la salvación talvez, de mis diezmados soldados hubiera fracasado, á no ser por el noble desprendimiento…de un soldado del bravo escuadron de caballería del coronel peruano Gregorio Albarracin, que combatía, protegiendo no poco mi retirada, por el lado sur de agüellas eminencias» (le) fué solicitado por dos sargentos del batallón Alianza I o de Bolivia, para entregarme su caballo; lo que hace de inmediato…y pude encontrarme nuevamente á caballo y, mas que todo, en disposición de activar la retirada… Llegados á las faldas de los cerros que caen al sur de Tacna,, continuamos haciendo fuego en retirada, protegiéndonos muy en breve en las chacarillas pertenecientes al doctor Felipe Osorio y contiguas. La caballería enemiga que había descendido ya al llano, no se atrevió á internarse…(donde) desde las eras y arbolados, (…) la imposibilitaban para atacarnos con éxito.

«Una vez cerca á Ios suburbios de la población y viendo- inútil comprometer á ésta á los disparos de la artillería chilena, que empezaba á hacer fuego ya desde las laderas del panteón de Tacna, ordené cesar el fuego. Poco después se me incorporó el Teniente Coronel Olegario Parra segundo jefe del «Aroma».* in- terrogado por mí acerca del lugar en que había combatido, me contestó: que lo había hecho en mi costado izquierdo (y) el Teniente Coronel Zenon Ramirez, comandante Cornelio Duran de Castro y sargento mayor José María Yáñcz con muchos de los que faltaban del escaso número del «Alianza». Allí les ordené que reorganizaran la tropa y la condujeran al «Alto de Lima»,..pues mi herida sangraba abundantemente y sentía debilitarse mis fuerzas, hasta imposibilitarme para seguir con los restos del ejército…..asíleme casi exánime, en casa del comerciante italiano Agustín Vignolo,

Campero, viendo que la derrota se pronunciaba,….recorrió á gran galope de caballo á lo largo de la linea, clamando perseverancia, agitando levantada en la mano derecha la enseña nacional,… hacia esfuerzos para contener á los fugitivos. Un momento después tomaba lentamente camino de Pachia en son de retirada. Eran las tres y media de la tarde.
Alberto del Solar dirá: “Nuestra artillería no descansaba un momento. Ya muchas piezas habían coronado las cimas de los cerros y quedaban listas para hacer fuego sobre la ciudad. Se veía claramente que la victoria no tardaría en decidirse por nuestra parte. Los ayudantes pasaban anunciando buenas noticias y los jefes pedían a sus soldados aún un esfuerzo...:
-¡Van retrocediendo!... -gritaban- ¡El triunfo es nuestro!... ¡Seguir avanzando!...
Eran las dos de la tarde. A las tres el enemigo se batía en retirada, y una hora después se dispersaba por el valle, perseguido por nuestra caballería, que recogía multitud de prisioneros.


EL ATAQUE DE LA CUARTA DIVISIÓN (BARBOZA): Al inicio de la batalla, la posición de la derecha aliada (izquierda chilena) giraba en torno a un fortín, guarnecido con seis piezas Krupp, modelo 1879 coronel Adolfo Flores. Nicolas Campero lo describe así: “una medialuna de un diámetro de 15 metros, poco mas o menos, hecha con el único fin de cubrir a nuestros artilleros…pues estaba completamente descubierto por detrás…parapeto hecho con sacos de arnas y laja deshecha, sacada de la misma zanja abierta al pie de los sacos” En opinión de Campero era muy alta por lo que sobresalía del glacis de la meseta que ocupaban los aliados, siendo visible y fácil blanco de la artillería chilena y con el inconveniente que si caía una granada la laja suelta se convertiría en metralla

La infantería instalada ahí, en primera línea estaban los Batallones Lima Nº 11 y Cazadores del Cuzco perteneciente a la I División Peruana, coronel Justo Pastor Dávila y de la VI División Peruana, del coronel Cesar Canevaro, Batallones Provisional de Lima y Cazadores del Rimac.
Como Segunda Línea o Reserva estaba la División de Reserva Boliviana del coronel Ildefonso Murguia, con los Batallones Alianza de Bolivia. (ex‑colorados de Daza) y Aroma. Y junto a ellos los batallones Murillo y Zapadores. Finalmente la División peruana de Nacionales, Comandante el Prefecto de Tacna Pedro Alejandrino del Solar, integrado por las  Columnas Para, Gendarmes[1], Tacna y Artesanos. Es decir la guardia cívica de la ciudad, personal apenas armado y poco entrenado.


En el plan original se reforzaba con los batallones de la Reserva Boliviana, pero en el curso de la batalla, tal como relata Lizardo MonteroLos fuegos del enemigo se desarrollaron por el ala izquierda, por cuya razón (Campero) me pidió refuerzos que inmediatamente  envié, haciendo avanzar los batallones Alianza y Aroma del ejército boliviano que tenía a mis órdenes. Poco tiempo después de enviado este refuerzo se comprometió el combate en toda la línea de batalla. (Campero) pidió nuevos refuerzos para el ala izquierda y sin vacilar mandé que marchara inmediatamente el batallón Nº 2 Provisional de Lima. Los refuerzos enviados a la izquierda me privaron por completo de refuerzos de reserva. Sin más tropas que las que formaban en primera línea….[2]
En el lado chileno, una vez organizada la división, Barboza primero manda explorar la línea delante suyo: “el Jefe de Estado Mayor de la división, sargento mayor don Baldomero Dublé A., acompañado de su ayudante, alférez don Diego Miller A., se adelantara a reconocer el terreno al frente[3]
La artillería que se le había confiado, acompañada por dos compañías del Lautaro sigue a los exploradores. A su vez “el batallón Cazadores del Desierto en formación extendida, debía explorar las lomas que tenía a su frente e izquierda; Zapadores seguía en columna, precedido por guerrillas, explorando también el terreno a la derecha de la división, y el regimiento Lautaro, haciendo lo mismo por el centro en igual formación; la caballería marchó oblícuo a la izquierda a reconocer todo el terreno por ese lado.
Las tropas chilenas avanzan hasta las 11 45, cuando enfrentan unas lomas a 800 metros de distancia al frente suyo, los aliados empiezan a disparar, con fusilería y artillería, la “que tenían colocada en un fortín oblícuo a la derecha de nosotros como a 2.500 metros de distancia de nuestro frente derecho, y asimismo el resto de la artillería que tenían a su izquierda y que en esos momentos vino a colocarse al lado de la anterior, cuyos disparos ya había recibido la división durante su marcha al frente.[4] La caballería aliada intentó una salida, pero la aparición de la chilena los ahuyenta.
Finalmente se logra ubicar una buena posición para la artillería, que seguía protegida por dos compañías de Lautaro. Entonces los cañones Krupp chilenos empiezan a hacer “certeros y nutridos disparos sobre la artillería e infantería enemiga.[5]
El relato del jefe de los gendarmes y tacneños sigue así: “Me fue designado un puesto en la reserva del ala derecha que se ordeno ocupar en las primeras horas de la mañana del 26 del corriente. Después de cerca de dos horas de cañoneo, rompieron los fuegos de fusilería por el ala izquierda y, comprometido el combate en toda la línea se me ordenó atacar, lo que fue ejecutado en el acto[6]. Pero la superiodiad de armas chilena lo obliga a retirarse, siendo “las últimas en apagar sus fuegos, cuando la mayor parte de ellas estaban inutilizadas por el considerable número de muertos y heridos[7]….concluido el combate regresé a la ciudad con la mayor parte de la fuerza de caballería que era lo único que me quedaba.
Pero no todo fue valor, como reconoce él mismo: “Al primer rechazo que sufrió el ala izquierda comenzó la deserción y la Caballería al mando del coronel Rosas se ocupó en contenerla, empleanando la fuerza y rechazando el ataque que aquellos hacían en su fuga.

Los chilenos avanzan, hasta llegar a 40 metros de las posiciones perú-bolivianas. A las 12 55 PM se lanzan a los atrincheramientos. El ala, debilitada por los refuerzos enviados a la izquierda, se resquebraja al no poder detener con su fuego de fusilería la carga de la infantería, emprende la fuga inmediata de sus posiciones, siendo fusilados mientras huyen. Al notar que el enemigo se retiraba, la división apresuró su marcha de conversión a la derecha, volviendo completamente y tomando las posiciones enemigas.”. Claro que a diferencia de la izquierda aliada (derecha chilena), el ataque no enfrentó a  tantas tropas, que al final del combate, por los traslados al sector más amagado, el de Camacho, sólo contaba con
La caballería no tiene mayor participación, explica Barboza, “porque el terreno era completamente inadecuado para maniobrar y estaba dominado por los fuegos del enemigo.
Pero el ataque no sale barato a los chilenos. Entre los muertos destaca el comandante del Zapadores, Ricardo Santa Cruz, quien perece al día siguiente producto de las heridas recibidas. En total, 308 bajas, un 15 % de la fuerza total del Zapadores.
Ya en Tacna, cuenta Pedro Solar, a cargo de los civiles y gendarmes de Tacna, “(r)eunido en la plaza pública con el señor general Campero, dispuso este que tomáramos el camino de Pachía hasta donde lo acompañé con mi fuerza en formación y de donde nos separamos, tomando el señor general camino para Bolivia.

 Por el lado de los vencedores “A la 1 P.M. en punto, las tropas de la división se apoderaron del campamento enemigo tomándoles varias banderas y muchos prisioneros, continuando hasta las lomas que dominan el valle de Tacna.” En esta fase a la división Barboza se agrega el 4° de Linea. La división sin embargo espera órdenes, dejando la tarea de perseguir a los peruano-bolivianos que huyen, a la caballería. La divisón permanece allí hasta las 5 30, cuando se ordena “bajar a acamparse a la orilla del río.
El testigo, Florencio Marmol, relata la retirada aliada tras la derrota: “¡Todo el mundo emprendió la desastrosa retirada! ¡En vano los cornetas se reventaban el pecho llamando a reunión a los dispersos! La retirada continuaba. ¡Cuántos cayeron en ella! Un jovencito de los Libres del Sur, ya en el descenso de la barranca hacia Tacna, recibió un balazo en el brazo derecho - continúa su marcha - Momentos después, otra bala le hiere en la pierna del mismo lado - continúa su marcha. - Pero en seguida, y como si desobedeciera a un mandato superior que le ordenaba quedar en el campo, cae de bruces traspasado el pulmón por una bala.
CORACERO BOLIVIANO
Los chilenos, llegados a la ceja de la barranca, nos fusilaban por la espalda. Media hora después, las calles de Tacna ofrecían el cuadro más extraordinario. Principalmente la plaza de Armas y la calle del Comercio, estaban materialmente repletas de soldados, oficiales y jefes de todos los cuerpos, bolivianos y peruanos, en la mayor confusión, cubiertos de polvo, bañados de sudor, muchos ensangrentados. Jinetes, infantes, artilleros - fusiles, espadas, lanzas, - todo mezclado. Aquí entraba en una casa a examinar sus heridas - allí, en las mismas aceras, se vendaban piernas y brazos baleados; -de todas partes, principalmente de las casas del comercio extranjero, salían a la puerta para ofrecernos agua, refrescos, cerveza.
También por todas partes se oía el llanto de las mujeres tacneñas, recriminando a los soldados bolivianos de haber sido ellos la causa de la derrota…En aquellos momentos, llenas ya las calles por nuestro ejército derrotado, desembocó el general Montero a la calle del Comercio, seguido de sus ayudantes. Minutos después encontré en la misma calle al mayor Gelabert con el brazo suspendido de un pañuelo: “¡Paisano! me dijo, ya no hay más remedio que volver a nuestra tierra". En toda la calle había cundido la voz de ¡a Pachia!
Varios jefes y oficiales me manifestaron que no nos quedaba otro oriente que la Paz. Recién entonces pensé en las consecuencias de la derrota y en el camino que yo seguiría. En Tacna era imposible organizar una resistencia. No había nada preparado de antemano - los restos del ejército se hallaban dispersos y desmoralizados por la derrota - y en tales condiciones, en vano hubiera sido toda tentativa, habiendo ya asomado a la ceja de la cuesta la boca de los cañones enemigos, que acto continuo empezaron a arrojar sus balas sobre la ciudad.
Aquella masa de soldados, oficiales y jefes empezó a evacuar Tacna en dirección a Pachia; pero sin orden y sin que nadie tratara de imponerlo - cada cual marchaba a su antojo.[8]
Amengual relata la parte final de la batalla: “Llegados a las alturas que dominan el valle y la población, punto en que se habían reunido los restos de los cuerpos de la división, ordené que dos piezas de artillería de campaña (capitán Villarreal) llegaban en ese momento, hicieran 10 disparos a granada sobre los suburbios de la población, pues suponía que por allí marchaban los restos del enemigo disperso. Enseguida descendimos al valle, acompañados de 60 hombres de caballería al mando del comandante Bulnes; cerca ya de la estación del ferrocarril, punto de entrada a la población, me detuve y mandé al sargento mayor Francisco J. Zelaya, que se había incorporado, con el fin de intimar rendición al pueblo. Volvió pocos momentos después diciendo que le habían hecho fuego de la estación. Entonces ordené que una ametralladora hiciese algunos disparos sobre ese punto como asimismo una guerrilla que puse bajo las órdenes del coronel Niño. Como no fueron contestados estos fuegos, me dirigí a la plaza acompañado de la caballería del comandante Bulnes y de la guerrilla del Valparaíso, ordenando a la Artillería de Marina, que marchaba por el centro del valle, se dirigiera a este punto.

En mi camino encontré a los cónsules, quienes me aseguraron que las fuerzas enemigas habían tomado el camino del Alto de Lima y que la ciudad estaba completamente abandonada. Excusan los tiros lanzados contra el oficial parlamentario enviado, responsabilizando a soldados dispersos en fuga. Pero lo que Amengual no menciona es que también se había comisionado, por parte de Baquedano, a exigir la rendición incondicional de la ciudad de Tacna. Ya en control de la ciudad, se produce “un violento cambio de palabras entre los coroneles señores Amengual y Vergara, por causa de etiqueta militar”, creándose una seria enemistad entre ambos
Termina por contar Amengual que con la caballería “recorrí hasta dos leguas hacia el oriente, y no habiendo encontrado enemigos, regresé a la población, quedando así la ciudad por nuestra.[9]

Avelino Cáceres, el futuro Brujo de los Andes, dirá en su parte de batalla: “arrastrado por la corriente de los soldados que se dispersaban en confusión, me encaminé hacia la ciudad de Tacna. En mi tránsito encontré (a Campero) quien me dijo que se habia dispuesto reunir las tropas en el Alto de Lima, en donde debia hacerse una segunda resistencia al enemigo. Cumpliendo con esta disposición, me dirijí al lugar indicado con una fracción de los cuerpos de mi mando que me fué posible reunir, i al llegar a dicho punto se me avisó que la reconcentración de fuerzas debia verificarse en Pachía, por lo que continué mi marcha hasta este último punto, se fijó un nuevo punto: avanzar hasta Tarata, en virtud de lo que proseguí mi marcha, llegando allí el 28 en la tarde, con algunos oficiales e individuos de tropa de mi división.”
La 4° División chilena se lanza contra Montero, que presenta cruda resistencia al ataque. Los lautaros, casi todos repatriados del Perú, avanzan por la derecha….Santa Cruz por el centro con sus Zapadores. Wood con los Cazadores del Desierto rebasa la extrema derecha de Montero y ataca el fortín de Flores por retaguardia. Amunátegui, después de algunos minutos de fuego, ordena marcha redoblada; los cornetas de la línea repiten el toque; los cuerpos avanzan con fuego cada vez más nutrido; los aliados, se empiezan a retirar a buscar sus atrincheramientos  “pero son fusilados por la espalda; otros cuerpos peruanos y bolivianos, indistintamente, se dejan matar en sus puestos.
En tanto, Baquedano se acerca lentamente con su fuerte reserva, cuya sola vista quita toda esperanza a los aliados. El Coquimbo llega “a las trincheras pisando los talones del enemigo, que trata de resistir. El ataque a la bayoneta remata los últimos grupos de resistencia frente a los coquimbanos. Un soldado sube por el espaldón pero es fusilado, sin embargo el centro en derrumbe es aprovechado por los chilenos que se lanzan por el claro.
En la retaguardia, recuperados y amunicionados vuelven al campo de batalla, hacia el sector de la Tercera División. La artillería de montaña, adelantada aprovecha de bombardear a los aliados que se retiran en masa. “Los cuerpos continúan la persecución sin amainar el mortífero fuego. La retirada enemiga pasa de la derrota a la más completa dispersión.” En la persecución y tras subir una loma se encuentran con la ciudad de Tacna
Los clarines del Cuartel General tocan alto la marcha; los cornetas de los regimientos repiten la orden, pero la derecha, que divisa la formación de un grueso núcleo en la hacienda de Para, baja al valle, deshace a esa gente, y le corta el camino de Arica. Eran las 2:30 P. M.
Se forma nuevamente la línea y los soldados entreverados para el ataque final, buscan sus compañías y los cuerpos se reorganizan, listos para entrar nuevamente en batalla. Oyese en esto, un estruendoso vocerío por la izquierda, y luego los acordes de la Canción Nacional. El general recorre la línea, erguido y radiante, sobre su corcel de guerra. Los jefes salen a su paso a darle cuenta de las novedades del día. Al enfrentar al Coquimbo saluda su estandarte,..dice; la he visto adelante, adelante. Que avance la escolta. Se adelanta el cabo Miguel de la C. Vera con la sagrada insignia en la cuja, y a su derecha el cabo Domingo Meléndez, bayoneta armada. Es cuanto queda de la escolta[10]. El general levanta su kepí, saluda el estandarte y exclama conmovido: ¡Glorioso! ¡Glorioso!
El general dispone que
a.    mayor Rafael Vargas que descienda al valle a perseguir al enemigo que huye al interior, con su 2º Escuadrón de Carabineros de Yungay.
b.    los cuerpos pernocten sobre el campo de batalla y nombren comisiones de oficiales y tropa para recojer a los heridos, tanto amigos, como enemigos,
c.    la IV División bajo a media falda para hacer la gran guardia.
d.    la ocupación de los edificios fiscales para Hospitales de sangre,
e.    se dé a reconocer como Comandante de la Plaza al coronel don Samuel Valdivieso,
f.      se destine el edificio de la Prefectura para depósito de los jefes y oficiales prisioneros
g.    la I División acantonada entre Para y Tacna reciba los prisioneros de tropa.

Poco después, el general envía al Supremo Gobierno el parte de la acción, por propio a Ite y de ahí, a Iquique al comandante Lynch en el vapor “Toltén”[11]. En Santiago (como el resto del país) se recibe la noticia con júbilo.

...Y LA ENTRADA CHILENA A TACNA: Para Diego Dublé Almeyda, el término de la batalla significó de ser de los primeros en entrar a la ciudad. Cuenta él mismo que acompañado “de un sargento de caballería, me dirigí a la ciudad de Tacna, previniendo a mi asistente y designándole el lugar donde debía armar mi tienda de campaña, a fin de encontrarla lista a mi regreso para descansar…. Después de una hora de marcha entré a Tacna. Recorrí algunas callejuelas y llegué a una calle ancha con buenos edificios, escapando de uno que otro disparo que nos hicieron desde el interior de algunas casas. En una esquina había una plancha que decía: “Avenida del 2 de Mayo”. Allí me detuve un momento. Salió del almacén de la esquina un italiano que nos observó con curiosidad. El sargento me dijo: “¿Quiere mi comandante que a la derecha del 2 ponga un 6?” Y, al mismo tiempo, me señalaba la plancha que estaba escrito el nombre de la calle. Me agradó la ocurrencia del sargento y le dije que lo hiciera. Este se acercó al italiano que nos observaba y le pidió un tintero, que se apresuró a facilitar…..El italiano me informó que las tropas chilenas habían entrado por otra calle. Me dijo que ignoraba donde hubiese sido conducido el general Pérez, pero que en un edificio que estaba al fin de esa calle y que la cerraba por el oriente, se había establecido un hospital. Me dirigí a él; tenía el edificio la apariencia de una iglesia. En la puerta había varios individuos con el distintivo de la cruz roja. Pregunté si en ese hospital estaba el general Pérez, –“no señor, me contestó uno de ellos, el señor General está en aquella casa de altos”. Y al mismo tiempo me mostraba una como a 200 metros de distancia. Allí me dirigí, y al llegar a la puerta vi que salía una joven llevando en sus manos una taza. Al verme palideció y se puso a temblar. Después de saludarla atentamente le pregunté si allí estaba hospedado el general Pérez. Trepidó un instante para contestarme. Al fin me dijo: “Está arriba, suba Usted”. Bajé del caballo y en ese instante la joven atravesó corriendo la calle y entró a una casa del frente. Dejé mi caballo al cuidado del sargento y subí la escalera[12]. En la casa “vi un grupo de mujeres aterrorizadas por mi presencia.” Las saluda y habla con la mayor de ellas, pidiendo ubicar al general Pérez, encargo que le había hecho Baquedano, para ofrecerle su ayuda. Sabiéndolo herido. Lo hacen pasar y lo que ve es a “un anciano de gran estatura, flaco, de color blanco, con su uniforme desabotonado y y ensangrentado. Su cabeza estaba cubierta de vendas….Un casco de granada le había roto el cráneo.” Le transmite el mensaje de Baquedano, el ofrecimiento de ayuda. Y posteriormente se retira. “Al día siguiente fueron estos enviados de orden del General en Jefe.
De allí parte en busca del coronel Amengual. “Llegué a una de las calles principales, donde encontré al señor Rafael Gana, que me condujo al hotel donde se hallaba aquel jefe con sus ayudantes y jefes de cuerpos, sentados a una abundante mesa. Le comuniqué la orden del general respecto a la ocupación de la ciudad. Fui invitado a comer, lo que hice con un apetito extraordinario. Allí se decía que la comida que consumíamos había sido mandada preparar por los jefes peruanos para celebrar el triunfo de ese día…..Concluida la comida, pensé en regresar al campamento del Alto de Alianza. Me acordé de mis compañeros,…. Al señor Gana le dije si podía darme algo para llevar al campamento,  lo que se hizo: “varias cajas de conservas, una de galletas y cuatro o cinco botellas de ricos vinos. El sargento que me acompañaba arregló en su montura la mitad de estas provisiones, y yo en la mía el resto de ellas, y nos dirigimos en busca del campamento ya entrada la noche. Más de una hora empleamos en llegar a él. Nos guiaban los fuegos de nuestros soldados que habían hecho con los muebles del lujoso campamento peruano para preparar el rancho. Allí encontré armada mi tienda, y a continuación la del coronel Amunátegui, a quien le comuniqué que era portador de muy ricas provisiones. Se mandó en busca de los otros jefes que pronto llegaron. En la tienda de Amunátegui se arregló la mesa (un bombo de la banda de músicos) y se colocaron abiertas las cajas de conservas; las galletas suplían el pan. Aquel fue un espléndido banquete que arregló con elegancia el comandante Toro Herrera. Hubo un brindis por la patria, por las familias y “absent friends”.
       
EL CAMPO DE LA ALIANZA TERMINADA LA BATALLA: Durante la batalla tanto chilenos como aliados practicaron el repase de los heridos que se encontraban en el avance como en la retirada de las tropas en medio del combate, pero esa práctica terminaba con la batalla misma. Luego los heridos quedaban a cargo del vencedor. Es así como el Ejército chileno se encontró con miles de heridos, sólo en el bando invasor, eran 1.642, y por el lado aliado quizás el doble. Y aunque las ambulancias de todos los bandos participaron en la atención de heridos, así como todo el personal médico y parte de la población de la misma Tacna, sin embargo no darían abastos.
Relata la enfermera boliviana Ignacia Zeballos Taborga[13] destinada a la Ambulancia peruana: “Al día siguiente me dirigí al lugar donde fue la batalla, llevando carne, pan y 4 cargas de agua, acompañada de dos sanitarios; al pasar por ese lugar y al ver mortandad tan inmensa se partió mi corazón y lloró sangre…el cuadro no sólo era de mortandad, tenía un elemento vivo , pero mucho más triste que la figura de los muertos; mujeres vestidas con mantas y polleras descoloridas, algunas cargando una criatura en la espalda o llevando un niño de la mano, circulaban entre los cadáveres; encorvadas buscando al esposo, al amante y quizás al hijo, que no volvió a Tacna. Guiadas por el color de las chaquetas, daban vueltas a los restos humanos y cuando reconocían al que buscaban, caían de rodillas a su lado, abatidas por el dolor al comprobar que el ser querido al que habían seguido a través de tantas vicisitudes, tanto esfuerzo y sacrificio, había terminado su vida allí, en una pampa maldita, de una manera tan cruel, desfigurado por el proyectil polvoriento y ensangrentado, convertido en un miserable pingajo de carne pálida y fría que comenzaba a descomponerse bajo un sol sin piedad y un cielo inmisericorde,….” .
RABONAS. MUJERES QUE ACOMPAÑABAN A LAS TROPAS
La visión trágica parte también a los heridos: “un periodista chileno describió en "El Ferrocarril de Tacna", el estado de los heridos y la atención que recibían en los distintos puntos de socorro instalados en Tacna, en una casa particular encuentra heridos al coronel Camacho y al Teniente coronel Ravelo. “Desde el amanecer del 27 de mayo salí a recorrer la ciudad... Me dirigí a las ambulancias. La boliviana, perfectamente atendida, asilaba a unos 900 heridos entre jefes, oficiales y soldados; la peruana no menos de 600. Se convirtieron en hospitales de sangre el teatro, ubicado al final de la Alameda, la recova y un edifico próximo a la estación. Varios heridos estaban en casas particulares. En una de ellas encontré al Coronel Camacho, herido por un casco de granada cerca de la ingle, más abajo del estómago….En la misma habitación que el coronel Camacho vi al teniente coronel Felipe Ravelo, jefe de los Colorados..."(2)
Cuenta Felipe Ravelo hijo, en una carta la suerte de su unidad y su salvada provisional estando herido, pero ahora prisionero[14] “…De 540 hombres han quedado 300 cadáveres y 60 heridos. A mí me hirieron en la pantorrilla muy al principio y seguí batiéndome hasta que, llena ya la bota granadera de sangre, volví a recibir un segundo balazo en el muslo izquierdo, hirieron a mi caballo en la cabeza, me desmayé y caí al suelo. Recuperé el conocimiento en brazos de jefes y oficiales chilenos, que me llevaron a la ambulancia presentándome mil consideraciones. Murguía también herido. Muertos varios oficiales. Heridos casi todos.
Dirá el “Jefe de la Ambulancia Boliviana, Dr. Zenón Dalence, en sus impresiones hechas sobre la batalla, ve llegar inconciente a Felipe Ravelo: “Apareció un jefe chileno de pequeña estatura, barba cana y anteojos (capitán don Pablo Silva Prado). Traía en las ancas de su caballo al Teniente Coronel Felipe Ravelo, que comandó a los Colorados, a quien había encontrado tendido en la pampa, con una herida que le fracturó uno de los huesos de la pierna izquierda…".
Para Diego Duble Almeyda, El día 27 de mayo y subsiguientes fueron tristes, dedicados a recoger y conducir a las ambulancias nuestros heridos y a enterrar a nuestros queridos muertos. Una de las pérdidas más sensibles para nosotros fue la del comandante don Ricardo Santa Cruz, a quien dimos sepultura en el cementerio de Tacna, acompañándolo su hermano Joaquín, el comandante Toro Herrera y yo. Los demás tenían deberes que cumplir en otros lugares. Los que están lejos y reciben noticias de los triunfos se alegran y divierten porque no presencian las escenas dolorosas que se producen después de la batalla. No ven los cadáveres de los que pocas horas antes eran nuestros alegres compañeros; no presencian los sufrimientos de los heridos, ni de las terribles amputaciones; no reciben las confidencias y últimos encargos de los que agonizan. Todo esto produce mucha tristeza y el espíritu queda enfermo. Es verdad que el placer de haber ganado la batalla es inmenso, pero luego desaparece al contemplar sus horrores[15]. Después de un combate, por muchos días, la atmósfera es solo de tristeza.
Una mirada más cruda de lo que es realmente el resultado de una batalla lo da el cirujano Víctor Körner Andwandter en su diario, tras la batalla y hasta tarde, “continuamos en busca de los heridos del campo, formando un pequeño campamento en donde podíamos atenderlos con más comodidad, hasta que la oscuridad de la noche interrumpió nuestra fatigosa tarea.
Nos encontrábamos a pocas cuadras de las trincheras abandonadas del enemigo. Avanzando las horas el campo comenzó a cubrirse de una neblina que poco a poco se fue transformando en una mojadora camanchaca. En esta situación se nos presentó el problema de cómo proteger a los más graves de nuestros heridos de la humedad y del frío de la noche. Para ello tuvimos que recurrir a los muertos que yacían sobre la arena en los alrededores, en su mayor parte bolivianos, despojándolos de sus chaquetas para cubrir con ellas a los más necesitados; tarea desagradable por cierto, y más difícil de lo que uno se imagina, a causa de la extrema rigidez cadavérica de los miembros.
Hecho todo esto, nos tendimos sobre la arena, no sin antes proveernos de uno de los rifles “Comblain” botados en el campo, y de algunas cápsulas para cualquiera emergencia durante la noche. Durante el combate ni tampoco al día siguiente supimos nada acerca de nuestra ambulancia, colocada seguramente a gran distancia a retaguardia. Después de pasar una noche relativamente tranquila, sin otra perturbación que la llegada de algunos soldados extraviados que preguntaban por el camino a Tacna, vimos llegar por la mañana algunos vehículos con gente encargada de recoger los heridos (en número)….insuficiente, así que quedamos con un grupo de unos veinticinco heridos; esperando que volvieran en su busca.
La distancia hasta el pueblo era considerable, de más o menos dos leguas, así que podíamos esperar su vuelta sólo en la tarde. Pero las horas pasaban sin que llegaran las ansiadas carretas. Resolvimos entonces que Rosende emprendiera la marcha al pueblo para apurar el envío de auxilio. Pasé así la noche solo con los 25 heridos, sin tener que darles ni agua ni otro alimento que unos pocos granos de maíz tostado que había encontrado en las faltriqueras o en los morrales de los bolivianos.


LAS CONSECUENCIAS DE LA GUERRA. HERIDOS CHILENOS


Ya es la mañana del 27 y nada ha pasado en cuanto a ayuda, sin agua ni recursos alguno, decide partir a Tacna a pie, a donde llega luego de dos horas de marcha. Busca al coronel Amengual: “La guardia apostada en la puerta de la casa me dijo que el coronel estaba almorzando en compañía de varios oficiales. A pesar de que el aspecto de mi persona, después de las trasnochadas y días de ayuno, sin agua de bebida y menos para la limpieza, estaba lejos de ser correcto, me hice conducir al comedor donde el Coronel me recibió sentado en la cabecera de la mesa, y ahí mismo le di cuenta de la situación en que se encontraba el resto de los heridos de la división que me había tocado cuidar en el campo de batalla hasta esa mañana. Describí exactamente donde se encontraba el grupo, e insistí en la urgente necesidad de enviar inmediato socorro. En mi presencia el Coronel dio la orden a uno de sus ayudantes de despachar sobre la marcha los vehículos necesarios para recoger a aquellos infelices.
Hecha esta diligencia urgente, fui a presentarme al Dr. Allende, quien dispuso que me pusiera a las órdenes del Dr. David Tagle Arrate, a quien le había tocado hacerse cargo del hospital del Mercado instalado en aquel edificio situado en la Alameda de Tacna, donde se habían reunido unos 400 heridos chilenos y algunos bolivianos.
Los heridos, entre los cuales había también algunos enfermos, habían sido instalados en el gran patio cubierto del Mercado, empedrado con las pequeñas piedras de río, tal como se encuentran muchas de las veredas de las calles atravesadas de Santiago, acostados algunos en camillas o angarillas, la mayor parte en el suelo, sobre algunos sacos vacíos o frazadas. Sólo unos pocos tuvieron la suerte de conseguir un colchón que mereciera este nombre. En el teatro, donde había instalado otro hospital, aun de mayor capacidad que el del Mercado, las condiciones en que se encontraban los enfermos, también dejaban mucho que desear por la estrechez de las localidades y la pésima ventilación.
Se disuelve la ambulancia a la que pertenecía, repartiéndose entre los centros de atención improvisados: el Dr. Gorroño, nuestro jefe, atendía algunos pequeños hospitales establecidos en casas particulares, Rosende fue destinado al hospital del teatro, yo quedé en el del Mercado y el resto del personal estaba disperso en otras partes.
 Pero para ser más justo, según los recuerdos de José Miguel Varela, se comandan a las unidades de caballería, o al menos algunos, que empiecen a acelerar la recogida de heridos. En su caso, a las órdenes de la Ambulancia N° 2, Santiago, y así cuenta el testigo: “a cargo del doctor Víctor Korner. El médico tenía su largo delantal blanco, parecido a una sotana, lleno de sangre y se notaba que no había dormido prácticamente nada y estaba sentado en una silla plegable, bajo un toldo, bebiendo un tacho de café…nos dijo que lo esperáramos mientras descansaba un poquito, ya que era la primera vez que se sentaba en casi veinte horas…. Estuvimos toda la mañana recorriendo el extenso campo de muerte ….debemos haber transportado unos doscientos heridos, que encontramos dispersos, hasta la Ambulancia… De allí, apoyados en los carros de la Intendencia, iniciamos el traslado de los lesionados, muchos de ellos ya casi cadáveres, hasta la ciudad de Tacna….nos encargamos de desembarcar de las carretas a cientos de heridos en el Mercado de Tacna….terminado nuestra tarea como a las seis de la tarde…”
Para Alberto del Solar, sin un rasguño en la batalla, hay mucha felicidad “¡…ni la sed, ni los cabeceos, ni las piernas porfiadas, ni estas remendadas botas, este traje destruido y estas barbas de chivato (con todo lo cual debo parecer un postillón después de cincuenta leguas de diligencia), son bastantes a disminuir el regocijo con que pienso en la hora de mi entrada triunfal…¡Haberse batido ayer en Tacna y hallarse hoy sano y salvo y cristiano de pólvora!... ¡Dormir pronto en la ciudad, probablemente en una deliciosa casa, como en Locumba! ¡Comer en el hotel con un chateau! ¡Tirar estos harapientos arreos de uniforme! ¡Pasearse, como hecho de nuevo, por las calles, guiñar el ojo a las tacneñas!... ¿Hay felicidad mayor en el mundo?...





DIVERSAS IMÁGENES DE TACNA DE LA ÉPOCA


Al día siguiente, el 28 de mayo, escribe: “El día ha amanecido hoy hermosísimo. La acción ha debido costar al enemigo gran número de bajas y pertrechos de toda especie, pues en la tarde, al recorrer el campo, he podido apreciar en toda su importancia nuestra victoria. Algunos amigos, artilleros, nos invitaron ayer a comer en su campamento.
Alrededor de las fogatas, encendidas con leña del valle de Tacna, hemos recordado de nuevo los diversos incidentes de la batalla y cada una de las observaciones hechas particularmente. Todos estamos de acuerdo en creer que los peruanos no volverán a atacarnos y que mañana muchos de nosotros dormiremos en la ciudad.
La visita al campo de batalla ha renovado todas mis impresiones de anteayer. He tenido particular complacencia en recorrer los puntos en que, si la memoria no me engaña, debí hallarme en mayor peligro. De paso he reconocido los cadáveres de muchos soldados de mi regimiento…. Durante todo el día las ambulancias han recorrido las alturas de la Alianza y a cada instante pasan camillas con heridos de las tres nacionalidades. Los pobres cholos llevan un aire de víctimas sacrificadas y de cierta expresión de dulzura en el semblante. Los bolivianos, por lo contrario, no sé si será idea, pero parecen tener más conciencia de que han caído prisioneros y denotan una especie de ferocidad rebelde que no les va mal…..En cuanto a los nuestros, a pesar de que las torturas de sus horribles heridas les descomponen la fisonomía, se manifiestan altivos y ufanos del triunfo. Todos les dicen palabras de confraternidad y alivio y les baten palmas…. Los que han logrado bajar al pueblo y vuelven llenos de provisiones, tales como frascos de licor y cigarros, se apresuran a rodear a los heridos para participarlas con ellos.
….Nos ha parecido inútil levantar tiendas: hemos dormido bajo nuestras mantas extendidas sobre pabellones de fusiles. El tiroteo cesa enteramente en los alrededores y los últimos ecos de la batalla han expirado en todo el valle.
LA COSECHA DE LA GUERRA. ENTIERRO

Un ejemplo, el Hospital en el Mercado: José Miguel Varela describe ese hospital improvisado, “el piso era pavimentado con pequeñas piedras de río y como casi no había camas, a la mayoría de los heridos los tuvimos que colocar en el suelo sobre sacos vacíos y algunas frazadas. Muy pocos pudieron ser puestos en camillas o angarillas. La congestión y hacinamiento era tal, que los médicos, para poder atenderlos, debían pasar por encima de sus pacientes. Los gritos y lamentos llenaban el amplio patio techado y dolía el alma ver a tantos hombres desangrándose y a los pobres médicos y practicantes haciendo esfuerzos sobrehumanos por tratar de salvarlos…recorríamos las hileras de los moribundos dándoles de beber agua o simplemente sujetándolos muy fuerte para que no se movieran mientras les hacían las curaciones o las terroríficas amputaciones, a cuchillo y sierra. Los hombres sangraban mucho y en el piso empedrado se formaban charcos de sangre…”
UNIDOS EN LA MUERTE. CADÁVERES DE AMBOS BANDOS
El cirujano-estudiante Víctor Korner ve las cosas peor, al referirse a los heridos: “En el hospital del Mercado el mayor inconveniente era el excesivo número de heridos. Fue preciso disponerlos en largas hileras, uno al lado del otro de tal manera que había que pasar por encima de uno para poderse poner en contacto con el siguiente. Estas largas hileras estaban separadas entre sí por estrechos pasillos. Nuestro testigo se queja de las condiciones y que no se hubiera “hecho una requisición de un número suficiente de colchones para la habilitación indispensable de los hospitales.
En uno de los costados del gran patio principal, existían algunos departamentos o piezas más pequeñas en donde era posible aislar los enfermos cuyo estado lo exigía. De ayudantes para los servicios menudos, la limpieza, repartición de la comida, etc. servían los soldados de la guardia instalada en un cuarto contiguo a la puerta principal que daba a la Alameda. Nosotros, los dos médicos acomodamos nuestro alojamiento en una pequeña pieza en frente de la guardia, al lado de la puerta.
La tarea que teníamos que cumplir diariamente en atender aquel enorme número de enfermos, era por demás pesada. En la imposibilidad material de poder cambiar y renovar diariamente los vendajes a todos los heridos, a los más leves a menudo les tocaba su turno día por medio y aún a los dos días. Este hecho es confirmado por el mismo José Miguel Varela, quien declaró que “Recuerdo perfectamente haber escuchado a alguno de la ambulancia decirle a otro practicante que no le cambiara el vendaje a determinado herido, ya que debían hacerlo cada dos días, porque no había más vendas”
El material de curación comenzó a escasear muy pronto, y teníamos que recurrir, a falta de hilas o algodón preparado, al algodón crudo tal como se recogía de la mata. Después de algunos días vino a visitar el hospital e imponerse de las condiciones en que se encontraban los heridos, el General Baquedano en persona. Recorrimos los pasillos estrechos que dejaban entre sí las tupidas filas de los heridos, acostados en el suelo o en sus míseras camas. El General escuchaba con benevolencia los justificados reclamos de la gente, dirigiéndoles con su modo entrecortado de hablar, algunas palabras de aliento; pero al quejarse uno de los heridos de que no se le hubiera curado su herida desde hacía dos días, se volvió airado para preguntarme por la razón de esta negligencia. ¡Tuve que explicarle a mi General lo que pasaba en el servicio y que no era indispensable el cambio diario de los vendajes en las heridas leves! Concluido este incidente, seguimos en la visita.
El resultado práctico de esta inspección fue enteramente nulo. Las cosas siguieron en la misma forma deficiente, sin aumentar el personal médico, y sin mejorar las condiciones de los enfermos.
Es fácil imaginarse los inconvenientes y dificultades que en esta situación y con medios tan primitivos, teníamos que vencer para hacer las curaciones y sobre todo para practicar las operaciones, inevitables en algunos casos.
RABONA
RABONA
Dos graves inconvenientes se agregan a los ya indicados: 1º La plaga de las moscas, que a consecuencia del inevitable desaseo se multiplicaron de una manera extraordinaria. ¡Sus larvas aparecían en los vendajes húmedos y aún en las heridas mismas!; y 2º ¡La plaga de los piojos! ¡No hay para qué entrar en detalles! Cuando tarde en la noche después de desocuparme, me retiraba a mi dormitorio, tenía que comenzar por despojar mi ropa interior de estos asquerosos y molestos huéspedes para poder dormir y gozar del necesario descanso de la noche!
Después de permanecer un mes y medio en este puesto, tuve noticias de que la dirección intentaba enviar al sur una partida de aquellos heridos que se encontraban en estado de soportar el viaje. Con este motivo fui a hablar con el Dr. Allende para conseguir que me encomendara esta comisión, a lo cual él accedió. Se escogieron unos 100 enfermos y heridos y algunos oficiales con los cuales me fui a Arica para embarcarlos en el transporte Limarí.… Salimos de Arica a principios de julio y llegamos a Valparaíso después de una navegación feliz de seis días….entregué los heridos a los hospitales a los cuales estaban destinados y el mismo día seguí viaje a Santiago,…
En Tacna, Alberto del Solar, rememorará despreocupado “Tacna es una bonita ciudad. Sus calles, aunque algo angostas, con edificios bajos como los de la generalidad de las que conservan el carácter que les imprimió la dominación española, guardan, sin embargo, cierta regularidad. Me han llamado sobre todo la atención las indias bolivianas, denominadas rabonas, que se hallan en gran número, por no haber podido las más seguir a sus fugitivos camaradas….chatas de cara, y de cuerpo robustas, desgreñadas y vestidas con bayetas de colores fantásticos; muchas de ellas llevan sus hijos a la espalda, en una bolsa, a la manera de los indios del Chaco y de Arauco. Hablan un idioma especial que no es precisamente el quichua, y que se asemeja más al aimará, pero que, probablemente, participa de ambos. Según se nos ha dicho, estas indias sirven mucho a su ejército durante las marchas, ayudando a los soldados a llevar el rollo, la caramayola y aun el rifle, pues son tan fuertes como ellos e igualmente resistentes a las fatigas.
La miseria que reina en Tacna entre el bajo pueblo parece horrorosa. Y, sin embargo, el ejército no carecía de víveres a pesar del bloqueo de Arica. Dicen los extranjeros que todos los días había bailes y fiestas, y que los más celebrados entre los jefes han sido los bolivianos, mientras estuvieron al frente de las fuerzas.
De cierto jefe se asegura que se hacía escoltar en las calles por un séquito de más de veinte ayudantes, de modo que a larga distancia podía saberse por el ruido de los sables la aproximación de tan interesante persona. Parece, también, que el mismo empleaba la mayor parte de su tiempo en banquetes y darse bombo. Tenorio por naturaleza, se hacía notar entre las bellas por sus fastuosos obsequios y por los retratazos, a modo de serenatas, que encomendaba a las mejores bandas de sus regimientos.
Muy indignados están, en general, los extranjeros y aun las mujeres peruanas con la conducta de sus defensores. Si ha de creerse a la vox populi, los derrotados que pasaban por las calles saqueando los almacenes y, en especial, los puestos de licores, eran apostrofados por las mujeres del pueblo, quienes les querían obligar a volver al campo de batalla, con todo género de insultos pero, sin lograr hacerse oír. Los peruanos culpan de su derrota a los bolivianos y éstos a los peruanos. La verdad es que los regimientos de Campero han sufrido un sinnúmero de bajas.




[1] Pedro A. Solar era el jefe de la unidad, y el mismo lo describe “Nombrado por el general en jefe del primer ejército del sur, comandante general de las fuerzas de gendarmería y policía que estaban a mis órdenes, como prefecto del departamento, las organicé agregando a ellas el escuadrón gendarmes de Tarapacá que puso a mi disposición el coronel d. Luis F. Rosas, prefecto de aquel departamento y los cuerpos de reserva movilizable formados por el comercio, agricultores y naturales de Tacna. El día del combate presenté en el campo una fuerza efectiva de 750 hombres de la columna gendarmes, 60 de policía, 50 lanceros del escuadrón gendarmes de Tacna; 43 tiradores de los gendarmes de Tarapacá y poco más de 400 ciudadanos armados.


[2] Parte de
Lizardo Montero, publicado en http://www.laguerradelpacifico.cl/Partes/Tacna/Partes%20Tacna.htm
[3] PARTE DEL COMANDANTE DE LA DIVISIÓN CORONEL OROZIMBO BARBOSA. Tacna, junio 1° de 1880.
[4] Idem.
[5] Idem.
[6] Barboza lo cuenta en su parte de la batalle: En esta misma marcha de ataque, hubo que rechazar al enemigo a la bayoneta.
[7] El comandante d. Napoleón R. Vidal, primer jefe de la columna gendarmes recibió dos heridas, una de ellas de gravedad, así como el capitan graduado Rosendo Barrios, el capitán d. Samuel Alcázar, que comandaba la columna de agricultores, fue muerto en el campo de batalla.

[9] Parte de la batalla
[10] El subteniente abanderado don Carlos Luis Arrieta fué herido gravemente y reemplazado por el subteniente don Juan Gualberto Varas, que herido, murió ocho días después. Sucediéronle los sargentos de la escolta Juan Nepomuceno Oyarce y Cristian Helberg, ambos muertos, y los cabos de la misma, Daniel Díaz, muerto, y Bernardo Segovia, herido
[11] Machuca, op cit
[12] Casa de la familia Neuhaus
[13] Nacida el 27 de junio de 1831 en la “Enconada”, hoy Municipio de Warnes del departamento de Santa Cruz. Contrajo nupcias dos veces, enviudando en casos, muy prematuramente…. se trasladó a la ciudad de La Paz, donde bajo el oficio de costurera logró subsistir. (Participa) en actos revolucionarios, tales como la quema del Palacio de Gobierno,. En su tierra natal sorprende el inicio de la Guerra….ella “se movilizó adhiriéndose al “Escuadrón Velasco” o “Rifleros del Oriente”, marchando a lomo de caballo hasta la ciudad de La Paz. En esta ciudad, vestida con el uniforme militar de su difunto esposo el Teniente Blanco se enlistó en las filas del Batallón “Colorados”, con quienes partió rumbo a Tacna. Al llegar a Tacna, se incorporó como enfermera de la “Cruz Roja”, en ese entonces conocida como “Ambulancia”….Montada en su mula colaboró activamente cargando a los niños de las “Rabonas” (esposas o madres de los soldados que los acompañaban para proveerles comida y ropa limpia) y los rifles de los soldados. Durante las batallas Doña Ignacia, socorrió y curó a los soldados heridos” y los retiró del campo de batalla. En 1880 la Convención Nacional “la declaró “Heroína Benemérita de la Patria”, confiriéndole el título de “Coronela de Sanidad”, otorgándole una medalla de oro y asignándole una pensión vitalicia de 40 pesos mensuales. Fallece el 5 de septiembre de 1904 en La Paz
(Fuentes: Comité Cívico Pro-Mar Boliviano de Santa Cruz de la Sierra, Sociedad de Estudios Geográficos e Históricos de Santa Cruz y Cruz Roja Boliviana. Artículo escrito por Franz J. Zubieta Mariscal)
La Cruz Roja en Bolivia se instala o se reconoce el 16 de Octubre de 1879, creándose “cuerpos de ambulancias, ajustándose a la situación de la campaña y a las prescripciones de la Convención Internacional. Se dio el nombre de Servicio de Ambulancias Militares de la Cruz Roja, estableciéndose de esta manera la existencia, el origen del movimiento de la Cruz Roja Boliviana.
Para que prestara servicio en las ambulancias peruanas se le ordenó pedir autorización y el Jefe de Estado Mayor Boliviano Gral. Castro Arteaga le entregó la insignia de la Cruz Roja, con un brazalete blanco, con una Cruz Roja…..grupos de enfermeras, ayudantes y auxiliares encabezadas por Andrea de Bilbao Rioja, cumplieron el deber de socorro y auxilio a miles de soldados heridos y enfermos.


[14] carta del propio Felipe Ravelo le cuenta a su cuñado Zenón Zamora residente en Sucre: “Tacna. 2 de junio de 1880. Posteriormente morirá producto de sus heridas.

[15] REpetición del acerto del Duque de Wellington: Sólo una batalla perdida es peor que una batalla ganada, al referirse al espectáculo sangriento del campo de Waterloo.