El labrador y la serpiente

En una ocasión el hijo de un labrador dio un fuerte golpe a una serpiente, la que lo mordió y envenenado muere. El padre, presa del dolor persigue a la serpiente con un hacha y le corta la cola. Más tarde el hombre pretende hacer las paces con la serpiente y ésta le contesta "en vano trabajas, buen hombre, porque entre nosotros no puede haber ya amistad, pues mientras yo me viere sin cola y tú a tu hijo en el sepulcro, no es posible que ninguno de los dos tenga el ánimo tranquilo".

Mientras dura la memoria de las injurias, es casi imposible desvanecer los odios.

Esopo

sábado, 19 de diciembre de 2015

BATALLA DE CHORRILLOS (VI)

EL ATAQUE DE LA DIVISIÓN SOTOMAYOR

Las Fuerzas peruanas en el centro de la línea se encuentran integradas dentro del 4º Cuerpo de Ejército del coronel Cáceres y cuenta 3 Divisiones.
Desde el punto de vista peruano y desde derecha a izquierda se identifican: en la Cerrillada Zigzag, la 1º División del coronel don Domingo Ayarza, con los Batallones “Lima” Nº61, “Canta” Nº63 y “28 de Julio” Nº65; al centro de la línea (Cerrillada Zig Zag y Yuca. En el primero el teniente coronel don Eloy Cabrera. tiene 8 piezas Withe y 2 Grieve, mientras que en el segundo mayor peruano don Miguel Garcés ocupa el cerro del centro (Cerrillada Yuca), algo avanzado a vanguardia con 11 cañones Withe y 2 Grieve), la 2º División del coronel don Manuel Pereira, con los Batallones “Pichincha” Nº73, “Piérola” Nº75 y “La Mar” Nº77; y a la izquierda (Cerrillada Yuca), la 3º División del coronel don Domingo (o Lorenzo) Iglesias, con los Batallones “Arica” Nº79, “Manco Capac” Nº81 y “Ayacucho” Nº83.
Las posiciones del Abra de San Juan, se hallan defendidas por 3 cerros, vistos de Norte a Sur: El Cerrilladas Pamplona y el Zigzag, que son los que se encuentran en los extremos de la línea de Cáceres y que también son los más altos, mientras el que estaba al medio de la línea, el Yuca, era el mas bajo.
Por lo demás hay parapetos y zanjas que cubren el frente del 4º Cuerpo. A su izquierda, se cavó un zanjón para comunicar el cerro Norte de la cadena San Juan (Cerrillada Yuca), con el cerro Sur de la cadena Pamplona (Cerro Viva el Perú), para ocultar ahí un cuerpo de Infantería, encargado de sorprender por el flanco a los enemigos empeñados en el ataque frontal del 4º Ejército de Cáceres. Esta zanja, de 3 metros de alto, por otros 3 metros de profundidad, se labró en gran parte por un promontorio desenfilado, que estaba a la vista por la izquierda. 
 Al pié de cada cerro, en toda la línea peruana se enterraron tubos cargados de explosivos, que al estallar, producían una gran columna roja, visible de todos los campamentos peruanos. Tenía por objeto comunicar a los demás Fuertes peruanos que la posición había caído en poder del enemigo y que debían romperse los fuegos sobre ella, desde los Fuertes dominantes. 
Hacia el sector de La Paloma, a la derecha de Cáceres estaba el Tercer Cuerpo, integrado por tres divisiones: La Primera del Coronel Canevaro ( batallanes Piura N° 67, 23 de diciembre N° 69 y Libertad N° 74); la Segunda del coronel Fabián Merino (batallones Cazadores de Cajamarca N° 85; Unión N° 87 y Cazadores de Junín N° 89) y la Tercera o División Volante del Coronel Mariano Bustamante, con las columnas A, B, C y D de la Guardia Cívica y el Batallón N° 40 de la Guardia Nacional movilizada.




EL TRIUNFO DE LA BRIGADA BARBOZA

El ataque en la Paloma: El ala derecha chilena tiene por propósito asaltar la izquierda peruana, con el propósito de flanquear la línea de los defensores. Para ello se emplea la División Lagos.  Para paliar este problema los peruanos instalan la reserva hacia esa ala. Dos regimientos tienen la misión de tomarse esos puntos: el regimiento Lautaro, junto al Curicó, integrados dentro de la Segunda División ataca la posición más alejada de la defensa peruana, en su extrema izquierda, en el sector defendido por las tropas del Coronel Cesar Canevaro Valega.

Siete descargas de baterías, y el arrojo e intrepidez a toda prueba de los que asaltaban, fue bastante para que en poco mas de 20 minutos de un reñido combate, los oficiales y soldados del Lautaro treparan el encumbrado cerro, poniendo a sus defensores en la mas completa derrota, mientras el Curicó ejecutaba iguales proezas y se apoderaba de las dos eminencias fortificadas que se le había encomendado tomar a viva fuerza, no sin haber visto caer a su comandante, el teniente coronel Joaquín Cortés, y que sin embargo, continuaría exhortando y animando a sus soldados”.
El relato de Arturo Benavides, subteniente del Lautaro no coloca las cosas con tanta facilidad:  “el primer batallón al mando del comandante Cavallo Orrego, desfiló de frente cargándose a la derecha, y momentos después se desplegó en guerrilla. Casi al mismo tiempo el segundo batallón…al mando del mayor Villarreal, avanzó de frente y a poco se desplegó también…..Habíamos avanzado algunos centenares de metros….cuando se tocó ´fuego en avance´. A partir de ese momento las filas perdieron la uniformaidad y avanzamos en aparente desorden…. La obligación de los oficiales en una batalla consiste…,en alentar a la tropa a avanzar, a hacer bien las punterías y a procurar la ordenada cohesión en las filas, yo la cumplía lo mejor que podía no cesando de gritar: ´fuego niños!...¡no hay que aflojar!....¡Apunten bien!...Agáchense para no presentar mucho blanco´; y otras semejantes.

Orozimbo Barbosa


Del cerro que trepábamos nos hacían fuego vivísimo de artillería y fusilería, y una bandera peruana flameaba en él… Se veía perfectamente que un valiente oficial peruano, sin esquivar su cuerpo a las balas, blandía su espada alentado a los suyos…. El cerro que atacábamos, no era, afortunadamente, muy alto ni escarpado, y el avance lo hacíamos con relativa facilidad. Las guerrillas de las diferentes compañías se confundieron, pero se seguía repechando en relativo orden… Yo admiraba la serenidad del oficial peruano que alentaba a su tropa; pero comprendiendo que si era derribado ellas se desmoralizarían, recomendaba a los soldados hacerle puntería especialmente. Y no cesaba de gritar “¡Apunten bien niños!...¡lueguito llegaremos!...¡no hay que aflojar!.
Cuando faltaban unos cincuenta metros para llegar a la trinchera, el valiente oficial peruano cayó; y comprendiendo que era llegado el momento de hacer el esfuerzo supremo grité: Armar bayonetas y a la carga, niños! Con vigoroso ímpetu trepamos a la cima y traspusimos las trincheras….El enemigo huyó en desorden dejando en el campamento multitud de muertos y heridos, y dos cañones de artillería. La unidad peruana atacada era la Columna volante formada por guardias civiles.
A su vez los curicanos atacaban al Batallón N° 83 Ayacucho el cerro que atacaba el Curicó estaba llena de artillería y había mucha gente; pero la artillería nuestra poco a poco iba disminuyendo a ambas. El Curicó peleó en toda regla…avanzamos ligeritos y luego se encontraban en la cima del cerro, donde cayó herido el Coronel Cortés. Los cholos habían arrancado y se habían atrincherado el pie del cerro, en unas tapias que allí habían: aquí la van a pagar a nueve los curicanos; al bajar el cerrito, los cholos les tiraban a puntería fija y nos harían tremendas bajas.
Volviendo al lado chileno, el regimiento Lautaro, Arturo Benavides mientras en “esos momentos y estando dando órdenes para continuar con el fuego a los fugitivos defensores del cerro, se incorporó un tanto uno de los que yacían en el suelo, que estaba casi a mis pies, que yo creía cadáver, y con una actitud que me pareció  agreiva, me dirigió una mirada de odio o dolor….. Un culatazo dado por un soldado antes de poderlo yo  impedir lo derribó.

EL TRIUNFO DE LA BRIGADA GANA

En la línea del frente el coronel Sotomayor dirige sus tropas contra el batallón Ayacucho, el que sería mas tarde reforzado por el Libertad. Así lo relata el corresponsal del diario El Ferrocarril, “La primera Brigada (Gana) de la División Sotomayor, formando una extensa línea cuyo centro  lo tenía el Buin, el ala derecha el Chillán e izquierda el Esmeralda avanzaba hacia los tres morros fortificados, mientras el Lautaro y el Curicó emprendían igual tarea en dirección al morro último de la izquierda enemiga (el cerro La Paloma)”. Por ese sector la artillería del mayor Jarpa bombardeaba la línea defensiva peruana, “los tres morros del frente, el alto morro de la izquierda enemiga y a dos eminencias fortificadas, pegadas a este morro (morro del solar).
Volviendo al lado chileno, el regimiento Lautaro, Arturo Benavides mientras en “esos momentos y estando dando órdenes para continuar con el fuego a los fugitivos defensores del cerro, se incorporó un tanto uno de los que yacían en el suelo, que estaba casi a mis pies, que yo creía cadáver, y con una actitud que me pareció  agreiva, me dirigió una mirada de odio o dolor….. Un culatazo dado por un soldado antes de poderlo yo  impedir lo derribó.



Como refuerzos de la reserva se enviarán entre la Cerrillada Yuca y el Cerro Viva el Perú, al costado del Batallón “Ayacucho” Nº83, último Batallón de la izquierda de Cáceres para conservar el contacto con Dávila. Desde luego, el coronel Dávila envía a dicho puesto al Batallón “Libertad”. Nº74. 
En el Esmeralda, “redoblamos el paso, en medio de un silencio profundo. El ruido del fogueo en la quietud de la noche, en la semi-obscuridad, y cuando no se divisa aún al enemigo, tiene el poder de producir ese resultado: impone, perturba, conmueve y desconcierta[1].

La reserva peruana: Esta se hallaba al mando del Coronel Belisario Suárez  y se encontraba dividida en dos divisiones: la primera del Coronel Buenaventura Aguirre (Huanuco N° 17; Paucarpata N° 19 y Jauja N° 23) y la segunda comandada por el Coronel Benigno Cano (batallones Ancash N° 25;  Concepción N° 27 y Zepita o Zuavos N° 29). Y viendo el ataque hacia el centro que amenazaba hundir la línea defensiva, el General Pedro Silva ordena al Coronel Suárez enviar de refuerzo al batallón Huanuco, pero la unidad se vio superada por el mortal fuego de fusilería chileno y empezó a desorganizarse, especialmente cuando cae herido de muerte su jefe, el Coronel Mas.
Ante lo crítico de la situación se envía al Paucarpata, también otro batallón, pero mientras se iba aproximando, por la pampa del Granadal fue fusilado por los chilenos que estaban ya en poder de las lomas de la extrema izquierda peruana. Se dispersa y en su huida arrastra al batallón Huanuco. José Torres Lara, el veterano peruano rememora De pronto una onda agitó toda nuestra línea, y una voz siniestra cundió de boca en boca: ¡Los chilenos, los chilenos! ¡Miren como avanzan! Sí; envuelta en la bruma del humo y del polvo del combate, avanzaba una numerosa fuerza enemiga a apoderarse del abra por donde viene el camino de Lurín a Chorrillos; y avanzaba y avanzaba incontenible, era de verlo y no creerlo; pues ¿qué hacíamos nosotros…? Transcurrió espacio de tiempo inestimable y perdido para nosotros, cuando vi llegar a toda carrera al general Pedro Silva y hablar, accionando enérgicamente, con el coronel Suárez, partió luego a escape un ayudante, y poco después el batallón de la cabeza, el “Huánuco”, se desprendió de la línea y avanzó a reforzar la posición; peros e encontró con el reflujo de los que venían en derrota, y vaciló.

soldado peruano


Luego se desprendió el veterano “Paucarpata”, y abriéndose en guerrillas al mismo tiempo que avanzaba, marchó sobre el enemigo; pero fue inútil su resolución y su serenidad, porque interceptada la muchedumbre de nuestros dispersos, antes de poder hacer uso de sus armas fue también dominado por la corriente de la derrota, sufriendo la suerte de ser destrozado, sin poder causar daño al enemigo.
Había sido herido el Comandante General Coronel Buenaventura Aguirre de la 4ª división; lo había sido mortalmente el Coronel Chariarse del “Paucarpata” y de gravedad el Coronel Pedro Mas del “Huánuco”.  ¿Qué hacían entre tanto los otros batallones del cuerpo de Reserva? El “Jauja”, que se encontraba más inmediato al lugar de la catástrofe, se desconcertaba; el “Ancash”, “Concepción” y “Zepita” (“Zuavos”) continuaban inmóviles en su formación, recibiendo, no ya las balas perdidas, sino los tiros directos del enemigo que encontraba un blanco seguro.
Todos los Jefes, el Coronel Suárez, el Coronel Pereira de la división y los jefes de los batallones, con una serenidad admirable, puesto que, estando montados, constituían los blancos predilectos de los enemigos, todos se esforzaban por igual en infundir su aliento a los que mandaban. Nuestro Jefe, el Coronel Valladares, decía a sus soldados que empezaban a dar indicios de vacilación: “Que no se diga que los hijos de Concepción han corrido”….

El ataque del Esmeralda, Buin y Chillán: Las unidades avanzan sin disparar un tiro, avanzaban sin inmutarse, relata el corresponsal, como si se tratara de un simple ejercicio, el fuego enemigo empezó a cobrar su precio entre las tropas nacionales. Desde los cerros de Pamplona,  cinco alturas diferentes en línea frente a los chilenos, de derecha a izquierda para el Perú, se encontraban el Piura N° 67, apoyado por 4 piezas Grieve, el 23 de Diciembre N° 69, el Libertad N° 74 y Cazadores de Cajamarca N° 85.
El Buin en guerrilla empiezan la ascensión por una empinada loma, sin disparar un tiro; el 1º Batallón de frente, guía al centro y el 2º Batallón envolviendo a la 1º División Canevaro, que forma el ala derecha del 3º Cuerpo de Ejército de Dávila. La fosa estaba defendida por una no interrumpida línea de soldados, todos ellos bien armados con fusiles modernos y de largo alcance (los Peabody); municiones, además de las cananas, se habían repartido en cajones abiertos y colocados de trecho en trecho; la Artillería peruana emplazada en los lugares más adecuados. Además las tropas chilenas tenían que atravesar un terreno plano, una prolongada y pendiente pampa (Pampa Grande), que hacía las veces de glacis a las trincheras peruanas. 





Alberto del Solar, integrante del regimiento Esmeralda, contará más tarde: “Comenzaba apenas a clarear el alba cuando recibimos la orden de formar en columnas cerradas por compañías y seguir adelantando así, pues desembocábamos en una dilatada llanura (La Tablada), desde la cual no sólo pudimos oír claramente el eco de la batalla empeñada a nuestra izquierda, sino divisar, en la misma dirección, si bien a larga distancia todavía y sólo cuando la niebla se disipaba un tanto, el brillo de los fogonazos enemigos, que en las cumbres de su línea de defensa formaban un cordón no interrumpido de luces movibles, semejantes a luminarias de gas atizadas y extinguidas alternativamente por el soplo del viento….. Momentos después, veinte o treinta piezas de artillería peruana, nos saludaban con descargas bastante certeras, ¡como que tenían perfectamente ensayadas las distancias! Serían ya las cinco de la mañana; no había, pues, tiempo que perder. Nuestro avance se convirtió desde ese instante en paso de ataque.
Inútil era hacer fuego todavía; los tiros se habrían quedado a mitad del camino y la orden de economizarlos era terminante. No así los de nuestros artilleros, quienes empezaron a contestar, con el brío y precisión acostumbrados. ¡Es increíble cuánto retempla al soldado infante, cuánta confianza comunica a su espíritu en tales momentos el concurso de sus hermanos de aquella arma, concurso que muy apropiadamente lleva el nombre de protección!
Avanzábamos, pues, protegidos por los fuegos de la artillería, en dirección a tres fuertes que veíamos sobresalir de la línea de defensa, al frente; acelerando cada vez más el paso y animándonos los unos a los otros. El Buin y el Chillán, muy vecinos, habían desarrollado ya sus guerrillas y adelantaban, como nosotros, a la descubierta y a pecho desnudo.


Luego de la batalla. Heridos y muertos. Al fondo la hacienda de San Juan

En el Chillán pasaba lo mismo. El cabo Hipólito Gutierrez da una mirada mas cercana a la batalla: “allí estábamos mal, las granadas que tiraban los enemigos a la artillería nuestra pasaban adonde estábamos nosotros y yo gritos: Salgamolos de aquí porque estamos mal….estendamolos en garrilla (extendámonos en guerrilla), mi comandante Valdés, estamos en columna cerrada, los cae una granada en el medio los (y nos) concluye (elimina). Esto le estoy acabando de decir….cuando viene una granada y caye (cae) en medio de las dos filas de mi compañía que era la cuarta del 2° (batallón) y ca(y)eron dos soldados al suelo porque la granada reventó y a un cabo 1° que esyaba en fila esteor le pegó en una pierna y en un brao, pero no lo hirió y a mi que también estaba aí mismo me zumbaron los pedazos de granada” sin herirle….y nos destendimos (extendimos) en garrilla (guerrilla) y yaí (ahí) los redunimos (reunimos) otra vez; el (regimiento) Lautaro iba a la derecha de nosotros en garrilla que daba busto (gusto) y seguimos avanzando y yo a gritos con los soldados del que avanzasemos mas lijero, que saliésemos de aí porque las granadas los hacían pedazos. Los soldados se iban atemorizando por las granadas que estaban caendo….y al fre(n)te bastante distante iban avanzando los nuestros dando fuego a unas trincheras donde estaban las artillerías enemigas,”.
Sigue Gutiérrez “…ya iba muy cerca ya la derecha en un cerro se fue el Lautaro y el Chillán mas al frente carga(n)do a la derecha había otro grupo de artillería enemiga arriba de otro cerro que los(nos) estaba dando fuego bien tupido. La artillería nuestra se quedó dando fuego en un cerro a la retaguardia a mas y mejor por encima de nosotros que los (nos) daba mil gustos cuando hacían unas descargas de a seis o siete cañonazos y pasaban las balas, el zumbido por encima de nosotros.
Capturada la primera línea de cerros (ver el mapa arriba), el Chillan desciende y empieza a avanzar hacia San Juan, pero por un lado está el Cerro Amarillo y por el otro la espalda de la línea defensiva peruana; “seguimos avanzando  y dando fuego por un plan tan bonito y tan parejo; ambos costados habían cerros y aí estaban todos los enemigos dándolos (dándonos) fuego al plan que los tenían en el medio[2]. Pensaron del sacar lo mejor y la sacaron peor que los esparramamos  por una y otra parte adonde estaban ellos y sus trincheras..y los cholos van arrancando y dejando los cañones solos… Vamos avanzando lijero que ya se van arrancando esos cholos cobardes, maricones,  y a dar fuego y corriendo para ailante, los cholos se (a)rrancaban de una trinchera y se mudaban mas a retaguardia aotras trincheras que tenían.” El ataque es apoyado por el regimiento Curicó que cubre hacia el cerro amarillo.
En todos los cerros que habían tenían trincheras y polvorazos y torpedos que no los podíamos ver libres de los polvorazos. Un grupo del Chillán toman la cúspide del cerro y con ello dos cañones. En el avance para ailante por el centro de los fuegos yo, un hermanos mío y mi comandante Valdes y mi capitán Villarroel y muchos soldados mas llegan a los fondos de comida del rancho que tenían los cholos y todo el equipo también lo tenían ái. Detrás del Chillán quedan los muertos peruanos “…quedaron esas trincheras  de cholos muertos sin ponderar nada quedaron hecho pila todos con las cabezas destapadas adonde asomaban las cabezas no mas en las trincheras y chilenos pocos, uno que otro.
Alberto del Solar Llegó, por último, el momentos de contestar el fuego -¡y a fe que lo hicimos de buena gana! El verdadero asalto comenzó entonces, animoso, decidido, implacable. Caían los nuestros por decenas, pero los que les sobrevivíamos, nos agazapábamos tras de sus cadáveres, de los cuales se servían los soldados para apoyar el codo y fijar mejor la puntería. Disparaban, así, un tiro; volvían a incorporarse; cargaban de nuevo el arma y seguían adelante, ganando más y más terreno, precedidos por nosotros los oficiales que, espada en mano, les íbamos indicando la dirección y el «alza» correspondientes.

 Ejército de la Reserva de Lima

El combate se había generalizado ya por toda nuestra línea de batalla, y en esa forma duró más de una hora, al cabo de la cual, a las siete de la mañana más o menos, llegamos al pie mismo de uno de los fuertes (el Viva el Perú, defendido por el Manco Capac N° 81, apoyado por diez piezas de artillería Grieve), el que quedaba más próximo al camino de San Juan. Lo hallamos defendido por dos hileras de sacos de arena, delante de las cuales había una extensa y profunda zanja, que nos fue preciso salvar previamente a tiros, y luego a bayoneta. Cruzado el foso, y asaltadas las trincheras donde perecieron muchísimos de nuestros soldados bajo el mortífero fuego que se les hacía, al amparo de tales defensas, empezamos a atacar el propio fuerte, escalándolo furiosamente.
Allí se trabó el más horrible de los combates. Los peruanos nos presentaban el pecho desnudo, por vez primera, y en su resistencia desesperada peleaban como tigres…. Nuestros soldados, a su vez, no les daban cuartel. Combatiendo cuerpo a cuerpo -aquéllos con las bayonetas, nosotros con nuestros revólveres- …Pero el enemigo comenzó a flaquear. Antes de media hora caía el fuerte en nuestro poder. En esos momentos un cabo del Esmeralda captura el Estandarte del Manco Capac y un sargento del Buin clava su bandera en el reducto peruano y logra su ascenso a capitán, prometido, a viva voz, por el Ministro de Defensa chileno. En la defensa perece el batallón peruano Ayacucho N° 83.
A las 7 con cinco minutos los tres cuerpos trepaban a la cima, y 5 minutos después hacían flamear…..el tricolor chileno en medio de entusiastas vivas a la patria. Continúa del Solar: “momentos después nos dirigíamos, unos al villorrio de San Juan, otros hacia Surco, con el objeto de apoderarnos de ambos, lo que se obtuvo tras nuevos y reñidos combates. Chorrillos quedaba a la vista y a corta distancia.
Desde la Reserva del Coronel Suárez se veían todos esos hechos y el soldado José Torres Lara sigue en su narración, “…las balas perdidas del enemigo no nos causaban en un principio gran daño ni temor: dos ó tres muertos y otros tantos heridos, cuyo claros se cerraron inmediatamente en las filas, fueron todos los que vi o de los que me enteré en el espacio de media hora, más o menos, que transcurrió desde que llegamos hasta que se inicio la derrota….empecé a ver aparecer de detrás de las colinas de San Juan, por nuestro frente, individuos cuya ligereza indicaba no estar heridos; luego ya no fueron individuos aislados sino grupos, pelotones; de pronto, se oye un toque inexplicable en esos momentos: el de cesar el fuego, y un momento después era toda la línea de San Juan la que abandonaba sus posiciones.
José Torres Lara, veterano peruano 

En ese momento el ataque sobre el Viva el Perú se había coronado con éxito por los chilenos, los que empezaron a fusilar a los que huían: “a las raras balas que rebalsando nuestra primera línea, nos causaban perdidas más raras aun, se agregó el fuego de enfilada que empezó a llover de la derecha y que bien pronto se convirtió en verdadero huracán de plomo.[3].
Tan pronto la 2º División Sotomayor se enseñorea de las alturas enemigas, el General Baquedano y su Estado Mayor corre al cerro central de San Juan (Cerro Viva el Perú) y desde ahí abarca nuevamente el campo de batalla en toda su extensión. 
Conquistada la posición, el “Buín”, 1º de Línea, ejecutó con su derecha un movimiento envolvente sobre la izquierda del enemigo y tomando de flanco y por retaguardia las zanjas que cubrían el Abra de San Juan (entre los Cerros Viva el Perú y Pamplona), barrió con los Batallones peruanos allí parapetados (Batallones “Piura” Nº67 que se retiraba del Cerro Viva el Perú y “23 de Diciembre” Nº69), haciendo en sus adversarios una espantosa carnicería. 
El soldado peruano José Torres Lara rememora ese momento de derrota: Es este instante el de mayor desfallecimiento que vi en mi vida y fue ese el momento más difícil para conservar el orden y la formación en los tres batallones que aun los guardábamos (Ancash, Concepción y Zepita): sacando la cabeza de las filas podía verse caer sus individuos como los granos de una mazorca de maíz, como las hojas de un árbol. Un sargento y un distinguido de los cuatro que escoltaran el estandarte están ya acostados sobre el suelo; un momento más y vemos que el mismo estandarte se inclina y cayera si otros no corrieran a sostenerlo: es que ha faltado el brazo que lo sostenía, es que esta herido el subteniente Ugarte. Los más atrevidos del enemigo que ha asaltado las posiciones de San Juan aparecen en las alturas y apuntan… no, no apuntan, disparan nomás, que todo es blanco. Fue este, repito, uno de los momentos más infelices de mi vida y el más crítico de la batalla; los soldados nerviosos, frenéticos, agitaban sus fusiles, y los oficiales apenas podían impedir que se les hiciera fuego y aumentaran inútilmente la confusión de la derrota. En eso el General Silva ordena la retirada.


La cosecha de la guerra. Detalle de una foto que muestra el efecto de la batalla. En la foto de la derecha se alcanzan a ver las casas de la Hacienda San Juan

La carga de la caballería chilena: El ataque empieza a desmoronar la resistencia peruana, pues libres ya en la izquierda peruana, se giran las unidades chilenas para desalojar a las tropas de Cáceres (Tercera División del Segundo Cuerpo, integrado por 9 batallones). El sector de Canevaro desaparece ya huyendo hacia Chorrillos o bien hacia Miraflores.
Para sostener a las tropas que se retiran que aun resistían y evitarles una masacre, se ordena enviar a la Caballería de Barrenechea para que los cubriese. Frente a ese movimiento Baquedano ordena lanzar a los Granaderos y a los Carabineros de Yungay, ambas unidades de caballería.
Cuenta Luis Cruz  Martínez en su carta a su madre: “En esto llegan los Granaaderos del Comandante Yávar por el flanco derecho de nosotros, dieron vuelta al cerro y volvieron por el otro lado; todos los peruanos se encontraban en un potreros de cuatro cuadras o cinco, los Granaderos no encontraban por dónde pasar; pero a caballazos rompieron la muralla y entraron. Los peruanos intentan encausar a los que huyen usando la Quinta Brigada de Caballería, pero las tropas de Suárez, que se dirigen a Chorrillos sufren las peores pérdidas pues quedan a merced del fuego de fusilería del Esmeralda y el Tercero de Línea.
La caballería chilena ha estado formada y esperando órdenes desde el comienzo de la batalla. Finalmente “los trompetas comenzaron a desliar los primeros metálicos y bizarros sonidos de “A la carga”…y los regimientos empiezan su avance llenando la amplia llanura con su enloquecedor ruido de cientos de cascos golpeando el suelo y el chivateo de casi doscientas gargantas (del Tercer Escuadrón del Granaderos) a todo dar… La unidad toma por el Camino de la Palma, pasan junto a Baquedano que los observa. Como una tromba similar a la de diez trenes descontrolados, los caballos recorrieron los seiscientos metros que nos separaban de las tropas peruanas. El tercer escuadrón ataca primero para de inmediato abrirse hacia la izquierda. El segundo escuadron continúa con su feroz arremetida y el primer escuadron es el último en cargar hacia la derecha.


Carga de la caballería chilena


En el cerro conquistado por el Lautaro, Arturo Benavides rememora “…mientras se ordenan las filas, cuando oigo que muchos dicen ¡…miren!¡Miren!¡la caballería!. Efectivamente desde donde estábamos pudimos ver a un kilómetro hacia la izquierda de nosotros, (en uno de los cerros de La Pamplona), que uno de los regimientos de caballería cargaba sobre los fugitivos que huían por los potreros… Entraron en correcta formación, y de pronto se dispersaron persiguiendo a los fugitivos que huían aterrorizados…. Y divisábamos perfectamente como algunos de los derrotados peruanos corrían procurando escapar, cómo otros intentaban ocultarse tendiéndose cerca de los cerros, murallas y hasta dentro de las acequias; y cómo nuestros fornidos centauros a todos alcanzaban o descubrían, y con sólo un golpe les destrozaban las cabezas.
Así los cuenta el alférez José Miguel Varela: “entrados en combate los escuadrones no podían mantener su cohesión y se procuraba que se mantuviera la de “compañía en línea”…. De reojo miraba hacia mi línea de soldados, chivateaba igual que todos y arremolinaba mi sable, dejándolo caer sobre cuanto enemigo que veía frente a mi. La trayectoria del sable era casi siempre la misma: hacia atrás hasrta llevarlo a la parte más alta de la órbita y luego determinar el blanco. Después dejarlo caer con la velocidad de un rayo y cuando se percibiía el tirón que daba al estar entrampado en la carne enemiga, había que subirlo con todas las fuerzas para no perderlo…y todo esto a galope tendido”.
Pero el arma que enfurece a los chilenos son los polovorazos o los torpedos Los otros regimientos iban pisando torpedos y reventaban caían y tres o cuatro soldados y a nosotros tuvimos la suerte del que nos los (no nos) tocó ninguno hasta que empezaron a conocer donde estaban los torpedos y les ponían señas para que no pasasen otros regimientos a fatalizarse o les dejaban centinelas al polvorazo
Hipolito Gutierrez, cabo del Chillán, contará Entonces vienen los granaderos a caballo del sur a media rienda a saliles a los cholos al través que se iban arrancando por el norte y dándolos fuego los granaderos se iban deteniendo por los polovorazos  que adonde ellos iban corriendo iban rebentando los torpedors que tenían enterrados  con la mecha asomada para afuera de la tierra iban caendo muchos caballos y jinetes y siguieron pegando (a) los cholos corriendo, dentrándose a unos potreros y los alcanzaron e hicieron tanta matanza que no dejaron ninguno vivo, partir cabezas cortar brazos y nosotros de mas atrás animando a los granaderos…
En esa carga el Granaderos pierde a su comandante, el coronel Yávar. El mismo Varela relata que uno de sus subordinados le llama a gritos para que observe hacia su izquierda “…de pronto vi a la distancia un caballo que corría desbocado hacia el noroeste, directamente hacia las líneas enemigas, llevando a su jinete colgado por la grupa, agarrado de un estribo y, tras el corcel enloquecido, dos oficiales al galope tendido…Cuando el caballo con su jinete caído iba a embestir a un batallón enemigo, uno de los oficiales logró tomarlo de las riendas iniciando el regreso al galope hacia donde combatía el tercer escuadrón. No tardó mucho en correrse la noticia a gritos. El caído era el coronel Yávar.
"...Al fin de la batalla de Chorrillos, el enemigo se parapetó detrás de tapias donde ni aun los infantes podían o no veían entrada. Nos mandaron cargar a Granaderos sin tener conocimiento en jeneral de las tapias, que no se veían por el humo i la distancia. 
Nos encontramos con las murallas; pero, por felicidad, encontramos un boquerón pequeño por donde nos metimos de a uno i desalojamos al enemigo de tres trincheras o tapias de adobones de potreros, adonde nos metíamos al grito de ¡Viva Chile! por los portillitos que encontrábamos i resistiendo un fuego que nos causaba algunas bajas. Al fin la carnicería fue tal, que dejamos en el campo muertos a sable mas de 400 enemigos[4]
En ese momento la ira y la venganza se apodera de las unidades a caballo. Vuelve Varela a tomar la pluma: “….Siguieron varios minutos de combate….recuerdo claramente que la furia de los granaderos rebalsó todo lo conocido. Los oficiales y los soldados estábamos enardecidos con la suerte que había corrido nuestro jefe y eso nos llevó a hacer cargas suicidas, pero tan decididas y avasalladoras, que los batallones peruanos creo que perdieron centenares de hombres….Seguimos por detrás del Morro San Juan y me hice el desentendido cuando mis soldados remataban a los peruanos que en señal de rendición lanzaban lejor sus fusiles y se ponían de rodillas en el campo…Nuestra carga se detuvo sólo treinta minutos después, cuando comenzaron a ser escuchadas las trompetas con el toque de “Reagrupe”. Cuando nos reunimos por el lado de las casas de San Juan.


Muerte del Coronel Yaver

Tras descansar la caballería unos momentos, llevando muy cerca el luto por el oficial caído, recibía la órden de cargar hacia los potreros, por los cuales huían unidades peruanas completas, dirigiéndose hacia Chorrillos. El soldado peruano dirá acerca de la suerte de las unidades de su país y las terribles bajas producidas: el “Piérola”, en la pampa de San Juan, en donde, negándose a rendirse su jefe Reinaldo Vivanco, caía al filo del sable de la caballería enemiga, no quedando ileso casi ninguno de sus oficiales y salvando solo unas cuantas decenas de sus soldados; el “Pichincha” a quien cupo suerte igual heroica a su jefe el Coronel Pastor Sevilla. Esta segunda carga la concluye de relatar Varela, del Granaderos: Vino la segunda carga, que debo reconocer que estuvo llena de furia de parte nuestra, ya que fuimos implacables y el Segundo Escuadrón –que fue el único que cargó por ese sector al mando del Comandante Muñoz- dejó los potreros llenos de enemigos bandeados que al desangrarse  iban tiñendo de rojo el pasto y las aguas de las acequias que marcaban los deslindes de esas chacras. No sé cuanto rato esutivmos en eso, pero se ordenó el toque de “Reagrupe” y el escuadrón volvió al galope hacia San Juan, dónde por órdenes del coronel Letelier, quedamos de reserva.

Coronel Yavar, al centro de la imagen

Capturada la primera línea de cerros, el Chillan desciende y empieza a avanzar hacia San Juan, pero por un lado está el Cerro Amarillo y por el otro la espalda de la línea defensiva peruana; “seguimos avanzando  y dando fuego por un plan tan bonito y tan parejo; ambos costados habían cerros y aí estaban todos los enemigos dándolos (dándonos) fuego al plan que los tenían en el medio[5]. Pensaron del sacar lo mejor y la sacaron peor que los esparramamos  por una y otra parte adonde estaban ellos y sus trincheras..y los cholos van arrancando y dejando los cañones solos… Vamos avanzando lijero que ya se van arrancando esos cholos cobardes, maricones,  y a dar fuego y corriendo para ailante, los cholos se (a)rrancaban de una trinchera y se mudaban mas a retaguardia aotras trincheras que tenían.” El ataque es apoyado por el regimiento Curicó que cubre hacia el cerro amarillo.
El general Baquedano observa las fases de la acción en todos sus períodos. Desembarazado el Cerro Loma de San Juan (Cerrillada Cascajal), donde existía una fuerza peruana considerable, a juzgar por la cantidad de carne cortada en raciones, utensilios de rancho y abundante agua, continuaron estas Compañías adelante en dirección a Lima, hasta el fondo del Valle llamado Pamplona; mientras tanto, el resto del Regimiento “Lautaro”, repasando los fosos que constituían la fortificación enemiga, se encumbraba a los cerros artillados, limpiando el campo. 



[1] Alberto del Solar
[2]
[3] José Torres Lara
[4] Fragmento de carta de Temístocles Urrutia a su padre -narra la muerte de Tomás Yávar-

[5]

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