LAS MISERIAS DEL HISTORICISMO (IV)
KARL POPPER
Título original: The Poverty of Historicism
Karl R. Popper, 1957
Traducción: Pedro Schwartz
III. CRÍTICA
DE LAS DOCTRINAS ANTINATURALISTAS
19. Fines
prácticos de esta crítica
La cuestión de
si el verdadero motivo de la investigación científica es el deseo de conocer,
es decir, una curiosidad puramente
teórica o «gratuita», o si, por el
contrario, deberíamos entender la ciencia como un instrumento para resolver los
problemas prácticos que nacen en la lucha por la vida, es una cuestión que no
es necesario decidir aquí. Se admitirá que los defensores de los derechos de la
investigación «pura» o «fundamental» merecen completo apoyo en
su lucha contra la opinión estrecha, que por desgracia está otra vez de moda, de que la investigación
científica sólo queda justificada si demuestra ser una buena inversión[1].
Pero
incluso la opinión, algo extrema (por la
que personalmente me inclino), de que el aspecto más significativo de la
ciencia es el de ser una de las aventuras espirituales más grandes que el
hombre haya conocido, puede ser combinada con un reconocimiento de la
importancia de los problemas prácticos y de los experimentos prácticos para el
progreso de la ciencia, tanto aplicada
como pura, porque la práctica tiene incalculable valor para la ciencia no sólo
como estímulo, sino también como freno. No necesita uno adherirse al
pragmatismo para apreciar las palabras de Kant:
«El ceder a todos los caprichos de la
curiosidad y permitir que nuestra pasión por la investigación no quede refrenada
sino por los límites de nuestra capacidad, demuestra una mente entusiasta y anhelosa, no indigna de la erudición. Pero es la sabiduría la que tiene el mérito de seleccionar,
de entre los innumerables problemas que se presentan, aquellos cuya solución es
importante para la humanidad»[2]
La
aplicación de todo esto a las ciencias biológicas, y quizá aún más a las ciencias
sociológicas, es clara. La reforma que Pasteur
hizo de las ciencias biológicas fue llevada a cabo bajo el estímulo de problemas
altamente prácticos, que parcialmente eran industriales y agrícolas. Y la investigación
social tiene hoy una urgencia práctica que sobrepasa a la de la investigación
del cáncer. Como dice el profesor Hayek,
«el análisis económico no ha sido nunca
el producto de una fría curiosidad intelectual acerca del por qué de los fenómenos sociales, sino de un intenso impulso de
reconstruir un mundo que produce profunda satisfacción»[3], y algunas de las ciencias
sociales, otras que la economía, que aún no han adoptado este punto de vista,
muestran por la esterilidad de sus resultados la necesidad en que están de que
sus especulaciones vengan controladas por la práctica.
La
necesidad de un estímulo consistente en problemas prácticos es igualmente clara
en el caso de estudios de los métodos de la investigación científica, y más
especialmente en el caso de los métodos de las ciencias sociales generalizaciones o
teóricas de las que aquí nos ocupamos. Los debates metodológicos más
fructíferos están siempre inspirados por ciertos problemas prácticos con los
que se enfrenta el investigador; y casi todos los debates sobre el método que
no están así inspirados se caracterizan por esta atmósfera de fútil sutileza
que ha desacreditado a la metodología ante los ojos del investigador práctico. Es
necesario darse cuenta de que los debates metodológicos de tipo práctico no
sólo son útiles, sino también necesarios. El desarrollo y la mejora del método,
como de la ciencia misma, sólo se hace por medio de ensayos y errores, y se
necesita de la crítica de los demás para descubrir las propias equivocaciones;
y esta crítica es tanto más importante cuanto que la introducción de nuevos métodos
puede significar cambios de carácter básico y revolucionario. Todo esto puede aclararse
con ejemplos como la introducción de métodos matemáticos en la economía, o de
los llamados métodos «subjetivos» o «psicológicos» en la teoría del valor. Un ejemplo reciente es la
combinación de los métodos de esta
teoría con métodos estadísticos («análisis
de la demanda»). Esta última revolución del método fue, en parte, el resultado
de debates prolongados y en su mayoría críticos; un hecho con el que el
apologista del estudio del método puede ciertamente cobrar ánimo.
Un
punto de vista práctico para el estudio
tanto de las ciencias sociales como de su método, es invocado por muchos de los
seguidores del historicismo, que esperan poder transformar, usando métodos
historicistas, las ciencias sociales en un poderoso instrumento en manos del
político. Es este reconocimiento de la tarea práctica de las ciencias el que proporciona una especie de
terreno común entre los historicistas y algunos de sus oponentes, y estoy
dispuesto a tomar posición en este terreno común para criticar al historicismo
como un método pobre incapaz de conseguir los resultados que promete.
20. El
punto de vista tecnológico en sociología
Aunque
en este estudio mi tema sea el
historicismo, una doctrina sobre el método
con la que no estoy de acuerdo, más que aquellos métodos que, en mi opinión,
han tenido éxito, y cuyo desarrollo más profundo y más consciente recomiendo,
será útil tratar primero brevemente de los métodos más afortunados, para
revelar al lector mis preferencias y aclarar el punto de vista que yace bajo mi
crítica, por razones de conveniencia, pondré a estos métodos el rótulo de «tecnología
fragmentaria»[4].
La expresión «tecnología
social» y aún más la expresión «ingeniería
social»[5],
que se introducirá en la sección próxima), provocará, sin duda, sospechas, y
repelerá a ciertas personas porque les recuerda los «modelos sociales» de los planificadores colectivistas, o quizá,
incluso, los de los «tecnócratas». Me
doy cuenta de este peligro, y por eso he añadido la palabra «fragmentaria», no sólo para evitar
asociaciones de ideas poco deseables, sino también para expresar mi opinión de
que el método de «composturas parciales»
(como a veces se le llama), combinado con el análisis crítico, es el principal camino
para conseguir resultados práctico tanto en las ciencias sociales como en las naturales.
Las ciencias sociales se han desarrollado en gran medida a través de la crítica
de las propuestas de mejoras sociales, o más precisamente a través de
determinados intentos de descubrir si cierta acción económica o política tendería
o no a producir un resultado esperado o deseado[6].
A este punto de vista, al que se podría llamar
clásico, es al que me refiero cuando hablo del punto de vista tecnológico sobre
la ciencia social o cuando hablo de «la
tecnología social fragmentaria».
Los problemas tecnológicos en el campo de la
ciencia social pueden ser de carácter «público»
o «privado». Por ejemplo, las investigaciones de la
técnica de la administración de empresas, o de los efectos de una mejora de las
condiciones de trabajo sobre la producción, pertenecen al primer grupo. La
investigación de los efectos de una reforma penitenciaria, o de un seguro de
enfermedad universal, o de la estabilización de precios por medio de
tribunales, o de la introducción de nuevos aranceles, etcétera, sobre, digamos,
la igualación de ingresos, pertenecen al segundo grupo; y a éste pertenecen algunas
de las cuestiones prácticas más urgentes de en día, como la posibilidad de controlar
los ciclos económicos; o la cuestión de si la «planificación» centralizada, en el sentido de dirección estatal de
la producción es compatible con un control democrático de la administración, o
la cuestión de cómo exportar la democracia al Oriente Medio.
Este
énfasis sobre el punto de vista tecnológico práctico no significa que cualquiera
de los problemas teóricos que puedan surgir de este análisis de los problemas prácticos
tengan que ser excluidos. Por el contrario, una de mis afirmaciones principales es que el punto de vista tecnológico será seguramente fructífero, precisamente
porque hará surgir problemas significativos de carácter puramente teórico. Pero,
además de ayudarnos en la tarea fundamental de seleccionar problemas, el punto
de vista tecnológico impone una disciplina sobre nuestras inclinaciones especulativas
(que especialmente en el campo de la sociología propiamente dicha, están
expuestas a conducirnos a las regiones de la metafísica); pues nos fuerzan a
someter nuestras teorías a criterios definidos, como, por ejemplo, criterios de
claridad y posibilidad de experimentación. Mi argumento relativo al punto de
vista tecnológico quizá quede más claro si digo que la sociología en particular
(y quizá incluso las ciencias sociales en general) debería buscar no «su Newton o su Darwin», sino más bien su
Galileo o su Pasteur[7].
Todo
esto, y mi anterior referencia a una
analogía entre los métodos de las ciencias naturales y las sociales,
probablemente provocará la misma oposición que la elección de términos tales
como «tecnología social» e «ingeniería social» (y esto a pesar de la
importante limitación expresada por la palabra «fragmentaria»). Por eso mejor será que diga que aprecio plenamente
la importancia de la lucha contra un naturalismo metodológico dogmático o «cientifismo» (para usar el término del
profesor Hayek). Sin embargo, no veo
por qué no vamos a poder hacer uso de esta analogía hasta donde sea fructífera,
aunque reconozcamos que ha sido grandemente falseada y muy mal empleada en
ciertos sectores. Además, difícilmente podemos ofrecer un argumento más fuerte contra
estos naturalistas dogmáticos que aquél que les demuestre que algunos de los métodos
que atacan son fundamentalmente los mismos que los métodos usados en las
ciencias naturales.
Una
objeción que a primera vista se puede hacer contra lo que llamamos el punto de vista
tecnológico, es que implica la adopción de una actitud activista frente al orden
social (véase la sección 1), y, por tanto, que está expuesto a crear en nosotros
un prejuicio contra la actitud antiintervencionista o «pasivista»: la actitud de que si no estamos satisfechos de las
condiciones sociales o económicas existentes es porque no entendemos ni cómo funcionan
ni por qué una intervención activa sólo podría empeorar las cosas. Ahora bien, tengo
que admitir que no siento simpatía por esta actitud «pasivista», y que incluso sostengo que una política de
antiintervencionismo universal es insostenible, aunque no
sea más que por razones puramente lógicas, ya que sus partidarios no tendrán
más remedio que recomendar una intervención política encaminada a impedir la
intervención. A pesar de esto, el punto de vista tecnológico como tal es neutro
en esta materia (como ciertamente debe ser), y de ninguna forma incompatible
con el antiintervencionismo. Por el contrario, creo que el antiintervencionismo
implica un punto de vista tecnológico. Porque el afirmar que el intervencionismo empeora las cosas es
decir que ciertas acciones políticas no iban a tener ciertos efectos, a saber,
no los efectos deseados; y es una de las tareas más características de toda
tecnología el destacar lo que no puede ser llevado a cabo.
Vale
la pena considerar este punto más de cerca. Como he mostrado en otra parte[8], toda ley natural puede expresarse con la afirmación de que tal y
tal cosa no puede ocurrir; es decir, por una frase en forma de refrán:
«No se puede coger agua en un cesto».
Por ejemplo, la ley de la conservación de la energía puede ser expresada por: «No se puede construir una máquina de
movimiento continuo»; y la de la
entropía, por: «No se puede construir una
máquina eficaz en un ciento por
ciento». Esta manera de formular las leyes naturales destaca sus
consecuencias tecnológicas y puede, por tanto, llamarse la «forma
tecnológica» de una ley natural. Sí ahora consideramos el
antiintervencionismo a la luz de todo esto, vemos inmediatamente que puede perfectamente
ser expresado por una frase en la forma siguiente: «No se pueden conseguir
tales y tales resultados», o, quizá, «No
se pueden conseguir tales y tales fines sin tales y tales efectos concomitantes».
Pero esto muestra que el antiintervencionismo puede calificarse como una doctrina
típicamente tecnológica.
El
antiintervencionismo no es, claro está, la única doctrina tecnológica en el
reino de las ciencias sociales. Por el contrario, lo significativo de nuestro análisis consiste en el hecho de que llamemos
la atención hacia una semejanza realmente fundamental entre las ciencias sociales y las naturales. Me refiero a
la existencia de leyes o hipótesis sociológicas, que son análogas a las leyes o
hipótesis de las ciencias naturales ya que la existencia de tales leyes o
hipótesis sociológicas (distintas de las llamadas «leyes históricas») ha sido a menudo discutida[9], voy a dar ahora unos
cuantos ejemplos: «No se pueden introducir
aranceles sobre productos agrícolas y al mismo tiempo reducir el coste de vida».
«No se pueden organizar, en una sociedad
industrial, grupos de presión de consumidores con la misma eficacia con la que
pueden organizarse ciertos grupos de presión de productores». «No puede haber una sociedad centralmente
planificada con un sistema de precios que cumpla las principales funciones de
los precios de libre competencia». «No
puede haber pleno empleo sin inflación». Otro grupo de ejemplos puede
tomarse del reino de los poderes políticos: «No se puede introducir una reforma política sin causar algunas
repercusiones que son indeseables desde el punto de vista de los fines que se
quieren conseguir» (por tanto, cuidado con ellas). «No se puede introducir una reforma política sin reforzar las fuerzas
opuestas a ella en un grado aproximadamente proporcional al alcance de la
reforma». (Esto puede decirse que es el corolario técnico de «siempre existen intereses en favor del statu
quo»). «No se puede hacer una
revolución sin causar una reacción». A estos ejemplos se pueden añadir dos más,
que se puedan llamar la «Ley de las
Revoluciones de Platón» (del octavo libro de la República) y la «Ley de la corrupción de lord Acton»,
respectivamente: «No se puede hacer una revolución
con éxito si la clase rectora no está debilitada por disensiones internas o por
una derrota en la guerra». «No se puede
dar a un hombre poder sobre otros hombres sin tentarle a que abuse de él; una
tentación que aumenta aproximadamente con la cantidad de poder detentado y que
muy pocos son capaces de resistir»[10].
Con
esto no se presupone nada en cuanto a la fuerza de las pruebas a nuestra disposición en favor de estas
hipótesis, cuya formulación puede sin duda ser grandemente mejorada. Son meramente ejemplos de la clase de proposiciones
que una tecnología fragmentaria intentaría discutir y verificar .
21. Ingeniería fragmentaria contra ingeniería
utópica[11]
A
pesar de las censurables asociaciones mentales que nacen del término «ingeniería»[12], usaré la expresión
«ingeniería social fragmentaria» para describir las aplicaciones prácticas de
los resultados de la tecnología fragmentaria. El término es útil, ya que es
necesario un término que incluya las actividades sociales, tanto privadas como
públicas que, para conseguir algún fin o meta, utilizan conscientemente todos
los conocimientos tecnológicos disponibles[13]. La ingeniería social
fragmentaria se parece a la ingeniería física en que considera que los fines
están fuera del campo de la tecnología. (Todo lo que la tecnología puede decir
sobre fines es si son compatibles entre sí o realizables). En esto difiere del
historicismo, que considera los fines de las actividades humanas como
dependientes de las fuerzas históricas y, por tanto, dentro de su campo.
De la
misma forma que la tarea principal del ingeniero físico consiste en proyectar
máquinas y remodelarlas y ponerlas en funcionamiento, la tarea del ingeniero
social fragmentario consiste en proyectar instituciones sociales y reconstruir
y manejar aquellas que ya existen. La expresión «institución social» se usa aquí en un sentido muy amplio, que
incluye cuerpos de carácter tanto público como privado. Así, la usaré para describir
una empresa, sea ésta una pequeña tienda o una compañía de seguros, y de la
misma forma una escuela, o un «sistema
educativo», o una fuerza de policía, o una iglesia, o un tribunal. El ingeniero
o técnico fragmentario reconoce que sólo una minoría de instituciones sociales
se proyecta conscientemente, mientras que la gran mayoría ha «nacido» como el
resultado impremeditado de las acciones humanas[14]. Pero por muy fuertemente
que le impresione este importante hecho, como tecnólogo o como ingeniero las
contemplará desde un punto de vista «funcional»
o «instrumental»[15]. Las verá como medios
para ciertos fines, o como algo transformable para ser puesto a servicio de
ciertos fines; como máquinas más que come organismos. Esto no significa,
naturalmente, que pasará por alto las fundamentales diferencias entre
instituciones e instrumentos físicos. Por el contrario, el tecnólogo deberá
estudiar diferencias tanto como semejanzas, expresando sus resultados en forma
de hipótesis, y , en efecto no es difícil formular en forma tecnológica
hipótesis sobre instituciones, como se muestra en el siguiente ejemplo: «No se pueden construir instituciones
infalibles, esto es, instituciones cuyo funcionamiento no dependa ampliamente
de personas: las instituciones, en el mejor de los casos, pueden reducir la incertidumbre
del elemento personal, ayudando a los que trabajan por los fines para los cuales
se proyectaron las instituciones, sobre cuya iniciativa y conocimiento personales
depende principalmente el éxito de éstas. (Las instituciones son como
fortalezas. Tienen que estar bien construidas y además propiamente guarnecidas
de gente)»[16].
El
punto de vista característico del ingeniero fragmentario es éste. Aunque quizá
abrigue algún ideal concerniente a la sociedad «como un todo» —su bienestar general quizá—, no cree en el método de
rehacerla totalmente. Cualesquiera que sean sus fines, intenta llevarlos a cabo
con pequeños ajustes y reajustes que pueden mejorarse continuamente. Sus fines
pueden ser de diversas clases, por ejemplo: la acumulación de riqueza y poder
por parte de ciertos individuos o de ciertos grupos; o la distribución de la riqueza
y del poder; o la protección de ciertos «derechos»
de individuos o grupos, etcétera. Por tanto, el ingeniero social público o
político puede tener las más diversas inclinaciones, tanto totalitarias como
liberales. Ejemplos de programas liberales de gran alcance, de reformas fragmentarias
han sido dados por W. Lippmann, bajo
el título de «El Programa del Liberalismo»[17]. El ingeniero
fragmentario sabe, como Socrates,
cuán poco sabe. Sabe que sólo podemos aprender de nuestros errores. Por tanto,
avanzará paso a paso, comparando cuidadosamente los resultados esperados con
los resultados conseguidos, y siempre alerta, ante las inevitables, consecuencias
indeseadas de cualquier reforma; y evitara el comenzar reformas de tal
complejidad y alcance que le hagan imposible desenmarañar causas y efectos, y
saber lo que en realidad está haciendo.
Este
método de «composturas parciales» no concuerda con el temperamento político de
muchos «activistas». Su programa, que
también ha sido descrito como un programa de «ingeniería social», puede ser llamado de «ingeniería utópica» u «holística».
La
ingeniería social utópica u holística, como opuesta a la ingeniería social
fragmentaria, nunca tiene un carácter «privado»,
sino sólo «público». Busca remodelar
a «toda la sociedad» de acuerdo con
un determinado plan o modelo; busca
«apoderarse de las posiciones clave»[18] y extender «el poder del Estado…hasta que el Estado se identifique
casi totalmente con la sociedad»[19], y busca, además,
controlar desde esas «posiciones clave»
las fuerzas históricas que moldean el futuro de la sociedad en desarrollo: ya
sea parando ese desarrollo, ya previendo su curso y adaptando la sociedad a dicho
curso.
Se
podía poner en duda quizá el que los puntos de vista balístico y fragmentario
aquí descritos sean fundamentalmente diferentes, considerando que no hemos
puesto límites al alcance de la actitud fragmentaria. Según aquí se entiende
esta actitud, una reforma constitucional, por ejemplo, cae enteramente dentro
de su campo; tampoco excluiré el que una serie de reformas fragmentarias puedan
estar inspiradas por una sola tendencia general, por ejemplo, una tendencia
hacia una mayor igualación de ingresos. De esta forma los métodos fragmentarios
pueden llevar a modificaciones en lo que normalmente se llama «la estructura de clases de la sociedad».
¿Es que se diferencian en algo, se podría preguntar, estas formas de ingeniería
fragmentaria de tipo más ambicioso y la actitud holística o utópica? Y esta
pregunta puede ser aún más pertinente cuando consideramos que, al intentar la
estimación de las probables consecuencias de alguna reforma proyectada, el
tecnólogo fragmentario tiene que evaluar los efectos de cualquier medida sobre la
«totalidad» de la sociedad.
Al
contestar a esta pregunta no intentaré dibujar una línea de demarcación precisa
entre los dos métodos, sino que procuraré destacar el punto de vista tan
diferente desde el cual el tecnólogo holista y el fragmentario consideran la tarea
de reformar la sociedad. Los holistas rechazan la actitud fragmentaria como
demasiado modesta. Pero este rechazo no está de acuerdo con lo que hacen en la
práctica, porque en la práctica siempre se refugian en una aplicación
irreflexiva y chapucera, aunque ambiciosa y despiadada, de lo que es esencialmente
un método fragmentario sin su carácter cauto y autocritico. La razón es que en
la práctica el método holístico resulta imposible; cuanto más grandes sean los
cambios balísticos intentados, mayores serán sus repercusiones no intencionadas
y en gran parte inesperadas, forzando al ingeniero holístico a recurrir a la improvisación
fragmentaria. De hecho este recurso es más característico de la planificación
centralizada o colectivista que de la más modesta y cuidadosa intervención
fragmentaria; y continuamente conduce al ingeniero a hacer cosas que no tenía
intención de hacer; es decir, lleva al notorio fenómeno de la planificación
no planeada. Así la diferencia entre la ingeniería utópica y la fragmentaria
resulta en la práctica ser una diferencia, no tanto de escala y alcance, como de
preocupación y apercibimiento ante sorpresas inevitables. Se podría también decir
que en la práctica los dos métodos difieren en otras cosas que en escala y alcance —al contrario de lo que esperaríamos encontrar
si comparamos las dos doctrinas sobre los métodos
apropiados para una reforma social racional-. De estas dos doctrinas, sostengo
que una es verdadera, mientras que la otra es falsa y expuesta a provocar
equivocaciones que son al tiempo evitables y graves. De los dos métodos
sostengo que uno es posible, mientras que el otro simplemente no existe: es imposible.
Una de
las diferencias entre la actitud utópica u balística y la actitud fragmentaria podría
ser expuesta de esta forma: mientras que el ingeniero fragmentario puede atacar
su problema con perfecta disponibilidad en cuanto al alcance de la reforma, el
holista no puede hacer esto, pues ha decidido de antemano que una
reconstrucción completa es posible y necesaria. Este hecho tiene profundas
consecuencias. Crea en el utópico un prejuicio contra ciertas hipótesis
sociológicas que expresan los límites de todo control institucional; por
ejemplo, la mencionada más arriba en esta sección, la que expresa la incertidumbre
debida al elemento personal, al «factor humano». Pero al rechazar a priori tales hipótesis, la posición
utópica viola los principios del método científico. De otra parte, los
problemas conectados con la incertidumbre del factor humano tienen que forzar
al utópico, le guste o no, a intentar controlar el factor humano por medio de
instituciones y extender su programa de tal forma que abarque no sólo la transformación
de la sociedad, según lo planeado, sino también la transformación del hombre[20]. «El problema político, por
tanto, es organizar los impulsos humanos
de tal forma que dirijan su energía a los puntos estratégicos adecuados y
piloten el total proceso de desarrollo en la dirección deseada». El
utopista bienintencionado parece no advertir
que este programa implica una admisión de fracaso aun antes de ser puesto en práctica.
Porque sustituye su exigencia de que construyamos una nueva sociedad que
permita a hombres y mujeres el vivir en ella, por la exigencia de que «moldeemos» a estos hombres y mujeres
para que encajen en su nueva sociedad. Esto claramente hace desaparecer toda
posibilidad de contrastar el éxito o fracaso de la nueva sociedad. Porque los
que no gustan de vivir en ella, sólo demuestran por este hecho que aún no son
aptos para vivir en ella; que sus «impulsos
humanos» necesitan ser «organizados»
más aún. Pero sin la posibilidad de contrastes o pruebas, cualquier afirmación
de que se está usando un método científico queda sin base. La actitud holística
es incompatible con una actitud verdaderamente científica. Aunque la ingeniería
utópica no sea uno de los temas principales de este estudio. Hay dos razones
por las que se la examinará junto con el historicismo en las tres secciones siguientes.
Primera, porque es hoy, bajo el nombre de planificación colectivista (o
centralizada), una doctrina muy de moda que hay que distinguir claramente de la
«tecnología fragmentaria» y de la «ingeniería fragmentaria». Segunda,
porque el utopismo no sólo se parece al historicismo en su hostilidad contra la
actitud fragmentaria, sino que también alía frecuentemente sus fuerzas con la
ideología historicista.
22. La
conspiración con el utopismo
Stuart Mill ha
reconocido claramente que se oponen entre sí dos actitudes metodológicas que he
llamado «tecnología fragmentaria» e «historicismo». «Hay dos clases de
investigación sociológica», escribió[21]. «En la primera clase, la pregunta propuesta es…, por ejemplo, ¿cuál
sería el efecto de… introducir el sufragio universal en la presente condición
de la sociedad?… Pero hay una segunda investigación… En ésta…la pregunta no es cuál
va a ser el efecto de una causa determinada en un cierto estado de la sociedad,
sino ¿cuáles son las causas que producen los Estados de la Sociedad en general?»
Considerando que los «Estados de la
Sociedad», de Mill, corresponden
precisamente a lo que hemos llamado «períodos
históricos», es claro que su distinción entre las «dos clases de investigación sociológica» corresponden a nuestra distinción
entre la actitud de la tecnología
fragmentaria y la del historicismo; y esto es aún más claro si seguimos más de
cerca la descripción que Mill hace
de la «segunda clase de investigación sociológica»,
que (bajo la influencia de Comte) declara superior a la primera y a la que describe
como la que hace uso de lo que él llama «el
método histórico».
Como
se ha mostrado antes (secciones 1, 17 y 18), el historicismo no se opone al «activismo».
Una sociología historicista puede incluso interpretarse como aquella tecnología
que quizá ayude (como dice Marx) a «acortar
los dolores del parto» de un nuevo período histórico. Y, en efecto, en la descripción
que Mill hace del método histórico
podemos encontrar esta idea formulada de una manera que es sorprendentemente semejante a la de Marx[22]:
«El método así caracterizado es aquel por
el cual… se han de buscar…las leyes del progreso social. Con su ayuda quizá
podamos conseguir de ahora en adelante no sólo ver hasta muy lejos la futura
historia de la raza humana, sino también determinar qué medios artificiales
pueden ser usados… para acelerar el progreso natural en cuanto que es
beneficioso…[23] Instrucciones
prácticas de esta clase fundadas en la más alta rama de la sociología especulativa,
formarán la porción más noble y más beneficiosa del Arte Político».
Como
lo indica este pasaje, no es tanto el hecho de que es una tecnología, como el
de que es una tecnología fragmentaria lo que marca la diferencia entre mi
actitud y la del historicista. En la medida en que el historicismo es
tecnológico, su actitud no es fragmentaria, sino «holística».
La actitud de Mill aparece como claramente balística cuando explica lo que quiere decir con un «Estado de la Sociedad» (o período histórico): «Lo que se llama un estado de la sociedad…—escribe— es el estado simultáneo de todos los hechos
o fenómenos sociales importantes». Ejemplos de estos hechos son, entre otros:
«El estado de la industria, de la riqueza
y su distribución; la división (de la sociedad) en clases y las relaciones de
las clases entre sí; las creencias comunes que comparten…; sus formas de gobierno
y las más importantes de sus leyes y costumbres». Resumiendo, Mill caracteriza los estados de la
sociedad como sigue: «Los estados de la
sociedad son como… las diferentes edades en la complexión física; son la
condición no de uno o de unos cuantos órganos o funciones, sino de todo el organismo»[24].
Es
este holismo el que más radicalmente
distingue al historicismo de cualquier tecnología fragmentaria y el que hace
posible su alianza con ciertos tipos de ingeniería social holística o
utópica.
Esta
es ciertamente una alianza algo extraña, porque, como hemos visto (en la
sección 15), las actitudes del historicista y del ingeniero o tecnólogo social chocan
claramente, con tal de que entendamos por ingeniería social la construcción de
instituciones sociales según un plan.
Desde el punto de vista del historicismo, la actitud historicista es algo tan radicalmente
opuesto a cualquier clase de ingeniería social, como lo pueda ser la actitud del
meteorólogo a la del hechicero que hace lluvia; en conformidad con esto, la
ingeniería social (incluso la actitud fragmentaria) ha sido atacada por los
historicistas como utópica[25].
A pesar de esto, nos encontramos a menudo con
que el historicismo se alza precisamente con
aquellas ideas que son típicas de la ingeniería social holística o utópica, como
la idea de «modelos para un nuevo orden», o la de «planificación centralizada».
Dos
representantes característicos de esta alianza son Platón y Marx. Platón, un pesimista, creía que todo
cambio—o casi todo cambio— es decadencia: ésta era su ley del desarrollo
histórico. De acuerdo con esto, su modelo utópico busca detener todo cambio[26]; es lo que hoy en día se
llamaría «estático». Marx, de
otra parte, era un optimista, y quizá (como Spencer) partidario de una teoría moral historicista. De acuerdo
con esto, su modelo utópico era el de una sociedad en desarrollo o «dinámica» más que de una sociedad
detenida. Predijo e intentó promover activamente un desarrollo que culminaría en
una utopía ideal en la que no se conociese coerción política o económica: el
Estado se marchita y desaparece, cada persona colabora libremente de acuerdo
con su habilidad, y todas sus
necesidades quedan cubiertas.
El
elemento más fuerte en la alianza del historicismo con el utopismo es indudablemente
la posición holística que tiene en común. El historicismo se interesa por el desarrollo,
no de aspectos parciales de la vida social, sino de la «sociedad como un todo»; y el ingeniero utópico es igualmente
holístico. Ambos pasan por alto un hecho importante que se establecerá en la
sección siguiente—el hecho de que un «todo»,
en el sentido aquí usado, no puede ser objeto de investigación científica—. Ninguno
de los dos grupos queda satisfecho con «composturas
parciales o fragmentarias» y «salir
del paso»: quieren adoptar métodos más radicales. Y tanto el historicista
como el utópico pueden quedar impresionados, y a veces profundamente turbados,
cuando sufren la experiencia de un contorno social cambiante (una experiencia a
menudo amedrentadora, a veces descrita como «colapso social»). Por consiguiente, ambos intentan racionalizar
este cambio, el uno profetizando el curso del desarrollo social, el otro insistiendo en que el cambio debería ser completo y estrictamente controlado,
o incluso que debería ser detenido enteramente. El control debe ser completo,
pues en cualquier departamento de la vida social que no esté aquí controlado
quizá acechen las peligrosas fuerzas que provocan cambios inesperados.
Otro lazo entre el historicista
y el utópico es que ambos creen que sus metas o fines no son materia de
elección o de decisión moral, sino que pueden ser científicamente descubiertos
por ellos dentro de su campo de investigación. (En esto difieren del tecnólogo e
ingeniero fragmentario tanto como del ingeniero físico). Tanto el historicista
como el utópico creen que pueden descubrir cuáles sean los verdaderos fines o
metas de la «sociedad»: por ejemplo,
por medio de una determinación de sus tendencias históricas o de un diagnóstico
de «las necesidades de su tiempo».
Por eso tienden a adoptar alguna forma de teoría moral historicista (véase la
sección 18). No es casualidad que la mayoría de los autores que abogan por la «planificación» utópica nos digan que la
planificación es sencillamente inevitable, debido a la dirección en la cual se
mueve la historia y que tenemos que planear, lo queramos o no[27].
Dentro
de esta misma vena historicista estos autores reprueban la actitud retrógrada de
sus oponentes y creen que su principal tarea es «romper los viejos hábitos mentales y encontrar nuevas claves para la
comprensión de este mundo cambiante»[28]. Afirman que las
tendencias del cambio social «no pueden
ser influidas ni aun desviadas con éxito» hasta que abandonemos la actitud fragmentaria
o «el espíritu de ‘salir del paso’».
Pero se podría dudar de que el nuevo «pensamiento
a la altura o nivel de la planificación»[29] sea tan nuevo como se le
supone, ya que el holismo parece haber sido característico de doctrinas
bastante antiguas, de Platón en adelante. Personalmente creo que se podría
mantener bastante justificadamente la opinión de que el holismo (ya referido a
la «sociedad», ya a la «naturaleza»),
lejos de representar un alto nivel o estado avanzado en el desarrollo del pensamiento,
es característico de una edad precientífica.
23. Crítica
del holismo
Habiendo,
pues, revelado mis preferencias y esbozado el punto de vista que yace bajo mi
crítica, como también la oposición entre la actitud fragmentaria por una parte
y el historicismo y utopismo por otra, voy a proceder a examinar las doctrinas
historicistas, mi tarea principal. Empiezo con una
breve crítica del holismo, ya que
éste se ha convertido en una de las posiciones cruciales de la teoría que voy a atacar.
Hay una
fundamental ambigüedad en el uso que hace la literatura holística reciente del
término «un todo». Se usa para
denotar a) la totalidad de todas las propiedades
o aspectos de una cosa, y especialmente todas las relaciones mantenidas entre
sus partes constituyentes, y b)
ciertas propiedades o aspectos especiales de a cosa en cuestión, a saber,
aquellos que la hacen aparecer como una estructura organizada más que como un «mero montón». «Todos» en el sentido b) han
sido objeto de estudio científico, especialmente por la llamada escuela Gestalt
de psicología; y no hay, en efecto, ninguna razón por la que no se deban estudiar
aspectos tales como las regularidades de estructura (por ejemplo, simetría),
que pueden encontrarse en cosas como organismos, o campos eléctricos, o máquinas.
De las cosas que poseen estructuras
de esta clase se podrá decir, como lo expresa la teoría Gestalt, que son más que
agregados, «más que la mera suma de sus partes».
Cualquiera
de los ejemplos de la teoría Gestalt pueden ser usados para
mostrar que un todo en el sentido b)
es muy diferente de un todo en el sentido a).
Si, con los teóricos de la Gestalt,
consideramos que una melodía es algo más que una mera colección de sonidos
musicales simples, será éste que seleccionamos para su consideración uno
de los aspectos de esta secuencia de sonidos. Es un aspecto que puede
distinguirse claramente de otros aspectos, como el tono absoluto del primero de
estos sonidos o fuerza media absoluta. Y hay otros aspectos Gestalt
que son aún más abstractos que el de melodía, por ejemplo, el ritmo de la
melodía, porque al considerar el ritmo pasamos por alto el tono relativo, que es
tan importante para la melodía. Por este su carácter selectivo, el estudio de
una Gestalt
y, con él, el de cualquier todo en el sentido b) se distingue nítidamente del estudio de una totalidad, esto es,
de un todo en el sentido a).
El
hecho de que un todo en el sentido b)
puede ser estudiado científicamente no debe ser traído a colación para justificar
la aserción totalmente diferente de que un todo en el sentido a) pueda ser así estudiado. Esta última aserción
debe ser rechazada. Si queremos estudiar una cosa, nos vemos obligados a
seleccionar ciertos aspectos de ella. No nos es posible observar o describir un
trozo entero del mundo o un trozo entero de la naturaleza; de hecho, ni
siquiera el más pequeño trozo entero puede ser descrito de esta forma, ya que
toda descripción es necesariamente selectiva[30]. Se puede incluso decir
que totalidades en el sentido a) no pueden nunca ser objeto de ninguna actividad
científica u otra. Si cogemos un organismo y lo transportamos a otro sitio,
estamos ocupándonos de él como un cuerpo físico, dejamos a un lado muchos de
sus otros aspectos. Si lo matamos, hemos destruido algunas de sus propiedades,
pero nunca todas. De hecho nos es imposible destruir la totalidad de sus
propiedades y todas las relaciones
mutuas entre sus partes, aunque lo destrocemos o lo quememos.
Pero
el hecho de que un todo, en el sentido de totalidad no puede ser objeto de estudio
científico o de cualquier otra actividad como de control o de reconstrucción,
parece haber escapado a los holistas, incluso a los que normalmente admiten que
la ciencia es selectiva[31]. No dudan de la posibilidad
de una comprensión científica de «todos»
sociales (en el sentido de totalidades), porque se apoyan en el precedente de
la psicología Gestalt. Porque creen que la diferencia entre la actitud Gestalt
y el tratamiento de totalidades en el sentido a), que abarcar «estructura de Todos los acontecimientos
sociales e históricos de una época», estriba meramente en el hecho de que
una Gestalt
puede ser comprendida por una percepción intuitiva directa, mientras que las
totalidades sociales «son demasiado intrincadas
para ser comprendidas de una mirada»; de tal forma que «sólo pueden ser comprendidas gradualmente
después de larga reflexión, en la cual todos los elementos son notados,
comparados y combinados».[32] Los holistas no ven, en
resumen, que la percepción Gestalt no tiene absolutamente nada
que ver con totalidades en sentido a),
que todo conocimiento, tanto como discursivo,
tiene que versar sobre aspectos abstractos, y que nunca podemos comprender la «estructura concreta de la realidad socia
misma»[33].
Habiendo pasado por alto este punto, insisten en que el estudio de «detalles mezquinos» tiene que ser
completado por un método «integrador»
o «sintético» que tienda a la reconstrucción de «todo el proceso»; y afirman
que «la sociología continuará ignorando
las cuestiones esenciales en tanto los especialistas se nieguen a ver sus
problemas como un todo»[34]. Pero este método holístico necesariamente se queda en un mero programa. Nunca se
cita ni un solo ejemplo de descripción científica de una situación social entera
concreta. Y es que no se puede citar, ya que en cada uno de tales casos sería
siempre fácil señalar aspectos que han sido pasados por alto; aspectos que
pueden, sin embargo, ser muy importantes en determinado contexto.
No
obstante, los holistas no sólo se proponen estudiar la totalidad de nuestra sociedad
por un método imposible, se proponen también controlar y reconstruir nuestra
sociedad «como un todo». Profetizan
que «el poder del Estado tiene
necesariamente que aumentar hasta que el Estado se identifique casi totalmente
con la sociedad»[35]. La intuición expresada
por este pasaje es bastante clara. Es la intuición totalitaria[36]. Pero, aparte de expresar
esta intuición, ¿qué significa esta profecía? El término sociedad abarca, claro
está, todas las relaciones sociales, inclusive las personales; las de una madre
con su hijo tanto como las de un funcionario de protección de menores con
cualquiera de los dos. Por muchas razones es enteramente imposible controlar
todas o «casi todas» estas relaciones;
aunque sólo sea porque con todo nuevo control de relaciones sociales creamos un
sinnúmero de nuevas relaciones sociales que controlar. En resumen, la
imposibilidad es una imposibilidad lógica[37]. (El intento lleva a una
regresión infinita: la posición es la misma en el caso de un intento de estudiar
la totalidad de la sociedad, que tendría que incluir este estudio). Sin
embargo, no se puede dudar que la intención del utópico es precisamente
intentar lo imposible, porque nos dicen que entre otras cosas será posible «moldear el trato y relación personales de
una forma más realista»[38]. (Nadie duda, naturalmente,
que «todos» en el sentido b) pueden
ser moldeados o controlados o incluso creados, al contrario de totalidades en
el sentido a) podemos crear una melodía, por ejemplo, pero esto no tiene nada
que ver con sueños utópicos de control total).
Con
esto basta para el utopismo. En cuanto concierne al historicismo la posición es
igualmente desesperada. Los holistas historicistas afirman a menudo, por implicación, que el método histórico es adecuado para el
tratamiento de totalidades[39]. Pero esta aserción se basa en un malentendido. Resulta de combinar la creencia
correcta de que la historia, al contrario de las ciencias teóricas, se interesa
por acontecimientos individuales concretos y por personalidades individuales
más que por leyes generales abstractas, con la creencia equivocada de que los
individuos «concretos» por los que se
interesa la historia pueden identificarse con totalidades «concretas» en el sentido a). Pero esto no es posible, porque la
historia, como cualquier otra clase de investigación, sólo puede tratar de
aspectos seleccionados del objeto por el cual se interesa. Es una equivocación
el creer que puede haber una
historia en el sentido holístico, una historia de «Estados de la Sociedad» que represente «la totalidad del organismo social» o «todos los acontecimientos históricos y sociales de una época». Esta
idea deriva de una visión intuitiva de una historia de la humanidad como una
vasta y comprensiva corriente de desarrollo. Pero una historia de esa clase no
puede ser escrita. Toda historia escrita es la historia de un cierto aspecto
estrecho de este desarrollo «total»,
y es de todas formas una historia muy incompleta incluso de ese particular aspecto
incompleto que se ha escogido.
Las tendencias holísticas del utopismo y del historicismo se unifican en la
característica proposición siguiente: «Nunca
hemos tenido que montar y dirigir el entero sistema de la naturaleza tan
completamente como nos vemos forzados a hacerlo hoy con nuestra sociedad y, por tanto, nunca hemos tenido que
penetrar en la historia y la estructura de los mundos individuales de la
naturaleza. La humanidad tiende… hacia la regulación de la totalidad de su vida
social, mientras que nunca ha intentado emprender la creación de una segunda naturaleza…»[40]
Esta proposición es un ejemplo de la creencia equivocada de que si
queremos, como holistas, tratar «el
entero sistema de la naturaleza completamente», la adopción de un método
histórico nos será de gran ayuda. Pero las ciencias naturales, como la
geología, que han adoptado este método están muy lejos de aprehender el «entero sistema» de su materia de
estudio. Esta proposición también es un ejemplo de la opinión incorrecta de que
es posible «montar» o «dirigir» o «regular» o «crear» totalidades en el sentido a). Que «nunca hayamos tenido que dirigir y montar el entero sistema de la
naturaleza» es indudablemente cierto,
sencillamente porque no podemos ni siquiera montar y dirigir un solo
trozo del aparato físico en su «totalidad».
Esas cosas no se pueden hacer. Son sueños utópicos, o quizá malentendidos. Y el
decirnos que nos vemos forzados hoy a hacer una cosa que es
lógicamente imposible, a saber, montar y dirigir el entero sistema de la
sociedad y regular la totalidad de la vida social, es meramente un intento típico
de amenazarnos con las «fuerzas
históricas» y los «desarrollos inminentes»
que hacen inevitable la planificación utópica.
Incidentalmente la frase citada es interesante como una
admisión del hecho significativo de que no existe una analogía física entre la
ingeniería balística y la «ciencia» correspondiente.
La búsqueda de una analogía entre las ciencias naturales y sociales es, por tanto, indudablemente útil para aclarar
el punto discutido aquí.
Este
es el rango lógico del holismo, la roca sobre la se nos anima a construir un mundo
nuevo.
Puede
añadirse una reflexión crítica sobre los
«todos» en el sentido b), cuyo rango científico he admitido.
Sin retractarme de nada de lo que he dicho, tengo que destacar que la
trivialidad y la vaguedad de la proposición de que el todo es más que la suma
de sus partes suele advertirse raras veces. Incluso tres manzanas en un plato
son más que una «mera suma», en tanto
que debe haber ciertas relaciones entre ellas (la mayor puede o no estar entre
las otras, etc.): relaciones que no se siguen del hecho de que hay tres manzanas
y de que pueden ser estudiadas científicamente. Y también la tan cacareada
oposición entre la actitud «atomística»
y la Gestalt
carece totalmente de base, por lo menos en cuanto concierne a la física
atómica: porque la física atómica no «suma»
meramente sus partículas elementales, sino que estudia sistemas de partículas
desde un punto de vista decididamente interesado por «todos» en el sentido b)[41].
Lo que
la mayor parte de los teóricos de la Gestalt quieren, por lo que parece,
afirmar es la existencia de dos clases de cosas, «montones» en los que no se puede discernir ningún orden, y «todos», en los que se puede encontrar un
orden o una simetría o una regularidad o un sistema o un plan estructural. Así,
una frase como «Un organismo es un todo»
se reduce a la trivialidad de que en un organismo podemos discernir algún
orden. Además, el llamado «montón»
tiene también por regla general un aspecto Gestalt, tanto como el tan a menudo
citado ejemplo del campo eléctrico. (Considérese la manera en que aumenta la presión
dentro de un montón de piedras). La distinción, pues, es no sólo trivial, sino además excesivamente vaga,
y no es aplicable a diferentes clases de cosas, sino meramente a diferentes
aspectos de unas mismas cosas.
24. La teoría holística de los experimentos
sociales
El
pensamiento balístico hace sus mayores
estragos a través de su influencia sobre
la teoría historicista de los experimentos sociales (expuesta anteriormente, en
sección 2). Aunque el tecnólogo fragmentario estará de acuerdo con la opinión
historicista de que los experimentos sociales en gran escala u balísticos, si
es que son posibles, son extremadamente inadecuados, para fines científicos,
negará enfáticamente el supuesto, que comparten tanto el historicismo como el
utopismo, de que los experimentos sociales, para ser realistas, han de tener el carácter de intentos utópicos de
remodelar la totalidad de la sociedad.
Es
conveniente comenzar nuestra crítica con el examen de una objeción clara al programa utópico, a
saber, que no poseemos el conocimiento experimental necesario para tal empresa.
Los planos y modelos de ingeniero físico están basa os en una tecnología experimental;
todos los principios en los que basa su actividad han sido puestos a prueba por
experimentos prácticos. Pero los planos y modelos balísticos del ingeniero
social no están basados en ninguna experiencia práctica comparable. Así, la
supuesta analogía entre la ingeniería física y la ingeniería social holística
cae por su base; es correcta la descripción de la planificación holística como
«utópica», ya que la base científica
de sus planes no se encuentra por ningún lado. Al enfrentarse con esta crítica,
el ingeniero utópico admitirá probablemente la necesidad de experiencia
práctica y de una tecnología experimental. Pero sostendrá que nunca sabremos nada
sobre estos asuntos si retrocedemos ante la idea de hacer experimentos sociales
o, lo que en su opinión equivale a lo mismo, ante la idea de la ingeniería
holística. Alguna vez tenemos que empezar, argüirá, con los conocimientos que poseamos,
sean grandes o pequeños. Si algún conocimiento tenemos sobre la construcción de
aviones hoy, sólo es porque un pionero que no tenía este conocimiento se
atrevió a diseñar un avión y a ensayarlo. Así el utópico podrá incluso sostener
que el método holístico por el que aboga no es más que el método experimental
aplicado a la sociedad. Pues sostiene, de consuno con el historicista, que los
experimentos en pequeña escala, como un experimento de socialismo llevado a
cabo en una fábrica o un pueblo o incluso un distrito, serían muy poco concluyentes;
experimentos aislados a lo «Robinsón
Crusoe» no pueden decirnos nada sobre la vida social moderna en la «Gran Sociedad». Incluso merecen ser
motejados de utópicos, en el sentido (marxista) en el que este término implica el
olvido de las tendencias históricas. (La implicación en este caso sería que la
tendencia hacia una mayor interdependencia en la vida social está siendo olvidada).
Vemos
que el utopismo y el historicismo están de acuerdo en la opinión de que un
experimento social (si tal cosa existe) sólo
tendría valor si fuera llevado a cabo en una escala holística. Este
prejuicio tan frecuente implica la creencia de que raras veces estamos en postura
favorable para llevar a cabo «experimentos
planeados» en el campo social y que, para una relación de los resultados de
los «experimentos fortuitos» hasta ahora
llevados a cabo en este campo, tenemos que volver la vista hacia la historia[42].
Tengo
dos objeciones contra esta opinión: a)
que pasa por alto aquellos experimentos fragmentarios que son
fundamentales para todo conocimiento social, tanto científico como
precientífico; b) que es improbable
que los experimentos holísticos contribuyan mucho a nuestra suma de
conocimientos experimentales, y que sólo pueden ser llamados experimentos en
cuanto que esta palabra es sinónima de una acción cuyo resultado es incierto,
pero no en el sentido en que este término es usado para denotar un
medio de adquirir conocimiento por medio de la comparación de los resultados
obtenidos con los resultados esperados.
En
cuanto concierne a a), se puede hacer
notar que la opinión holística de los experimentos sociales deja sin explicar
el hecho de que poseemos una gran cantidad de conocimientos experimentales
sobre la vida social. Hay gran diferencia entre un hombre de negocios—o un
organizador, o un político, o un general—experimentado y otro que no lo es.
Es una diferencia de experiencia social, y en experiencia ganada no sólo
mediante la observación o reflexionando sobre lo que han observado, sino por
sus esfuerzos para conseguir algún fin práctico. Hay que admitir que el
conocimiento adquirido de esta forma es normalmente precientífico, y por tanto,
más bien un conocimiento conseguido por observación casual que un conocimiento conseguido
por experimentos científicos cuidadosamente proyectados; pero ésta no es una
razón para negar que los conocimientos en cuestión estén basados en
experimentos más que en la mera observación. Un tendero que abre una nueva
tienda de ultramarinos está llevando a cabo un experimento social, e incluso un
hombre que se pone en la cola delante de un teatro gana conocimientos
tecnológicos experimentales que podrá utilizar la próxima vez haciendo que le
reserven su asiento, lo que a su vez es un experimento social. Y no deberíamos
olvidar que son sólo experimentos prácticos los que han enseñado a compradores
y vendedores en los mercados la lección de que los precios sufrirán posiblemente
una baja por cada aumento de la oferta y un alza por cada aumento en la demanda.
Ejemplos de experimentos fragmentarios en una escala un
poco más amplia serían la decisión del monopolista de cambiar el precio de su
producto; la introducción por una compañía de seguros, ya privada, ya pública,
de un nuevo tipo de seguro de enfermedad o de paro, o la introducción de un
nuevo impuesto sobre ventas, o de una política económica para combatir los
ciclos económicos. Todos estos experimentos se llevan a cabo con, una finalidad
práctica más que científica. Pero, además, se han llevado a cabo experimentos por
algunas grandes empresas con el deliberado fin de aumentar su conocimiento del mercado
(para aumentar sus beneficios más tarde,
claro está), más que con el fin de aumentar sus beneficios inmediatamente[43]. La situación es muy
semejante a la de la ingeniería física y a la de los métodos precientíficos por
los que nuestros conocimientos tecnológicos en materias como la construcción de
barcos o el arte de la navegación fueron primeramente adquiridos. No parece
haber ninguna razón por la que estos métodos no puedan mejorarse y eventualmente
reemplazarse por una tecnología de tipo más científico; es decir, por una
actitud más sistemática, aunque en la misma dirección, basada, además de sobre
experimentos, sobre un pensamiento crítico.
Según
esta opinión fragmentaria, no hay una división claramente delineada entre la
actitud precientífica y la experimental científica, aunque la aplicación cada
vez más consciente de métodos científicos, es decir, críticos, sea de gran importancia.
De ambas actitudes puede decirse que emplean fundamentalmente el mismo método
de ensayo y error. Ensayamos; es decir, no sólo registramos una observación,
sino que intentamos activamente resolver algunos problemas más o menos
prácticos y definidos. Y progresamos sola y únicamente si estamos preparados a
aprender de nuestras equivocaciones: a reconocer nuestros errores y a utilizarlos
críticamente en vez de perseverar dogmáticamente en ellos. Aunque este análisis
pueda parecer trivial, describe, creo yo, los métodos de todas las ciencias
empíricas. Este método adquiere tanto más carácter científico cuanto más libre
y conscientemente estemos preparado a arriesgarnos a un ensayo y cuanto más
preparados estemos a observar críticamente equivocaciones que siempre cometemos.
Y esta fórmula cubre no sólo el método experimental, sino también la relación
entre la teoría y el experimento. Todas las teorías son ensayos; son hipótesis provisionales
ensayadas para ver si valen, y toda corroboración experimental es sencillamente
el resultado de pruebas a las que se las somete con espíritu crítico, en un intento
de encontrar dónde está su error[44] .
Para
el ingeniero o tecnólogo fragmentario, estas opiniones significan que, si quiere
introducir métodos científicos en el estudio de la sociedad y en la política, lo más necesario es la adopción de una
actitud crítica y el darse cuenta de que no sólo es necesario el ensayo, sino
también el error. Y tiene que aprender no sólo a esperar que haya equivocaciones,
sino a buscarlas conscientemente. Todos sufrimos de una debilidad poco científica:
el querer siempre tener razón; y esta debilidad parece estar particularmente extendida
entre los políticos, tanto profesionales como aficionados. Pero la única forma de
aplicar a la política algo parecido a un método científico es la de dar por
sentado que no puede haber una acción política que no tenga inconvenientes, que
no tenga consecuencias indeseables. Estar alerta frente a esas equivocaciones, analizarlas
y aprender de ellas, esto es lo que tanto un político científico como un estudioso
de la ciencia política deben hacer. La aplicación del método científico en política
significa que el gran arte de convencernos de que no hemos cometido ninguna
equivocación, de ignorar éstas, de esconderlas, de hacer recaer sobre otros la
responsabilidad, queda reemplazado por el arte más grande de aceptar la
responsabilidad, de intentar aprender de ellas y de aplicar este conocimiento
de tal forma que en el futuro podamos evitarlas.
Ocupémonos
ahora de b)) la crítica de las
opiniones de que podemos aprender algo de los experimentos holísticos, o más
precisamente, de las medidas aplicadas en una escala que se acerca a lo que los
holistas sueñan (porque los experimentos holísticos, en el sentido radical de
que remodelan «la totalidad de la
sociedad», son lógicamente imposibles, como mostré en la sección anterior).
Nuestro principal argumento es muy simple: ya es bastante difícil el mantener
una actitud crítica ante nuestras propias equivocaciones, pero debe ser casi imposible
el que persistamos en esa actitud hacia aquellas de nuestras acciones que
afectan las vidas de muchos hombres. En otras palabras, es muy difícil aprender
de equivocaciones muy grandes.
Las
razones para esto son de dos clases: técnicas y morales. Como es tanto lo que se lleva a cabo en tan poco
tiempo, es imposible decir qué medida determinada es responsable de cualquiera
de los resultados, o mejor dicho, si atribuimos un determinado resultado a una
determinada medida, sólo podemos hacerlo en base a algún conocimiento teórico
poseído previamente y no del experimento holístico en cuestión. Este
experimento no nos ayuda a atribuir determinados resultados a determinadas
medidas; todo lo que podemos hacer es atribuirle «la totalidad del resultado», y es ciertamente difícil determinar el
significado de esta expresión. Incluso los mayores esfuerzos para conseguir una
exposición bien informada, independiente y crítica de estos resultados serán probablemente
infructuosos. Pero las probabilidades de que se haga un esfuerzo de esta clase
son remotas; por el contrario, hay todas las probabilidades de que no se
tolerará una libre discusión del plan holístico y sus consecuencias. La razón
es que todo intento de planificación en gran escala es una empresa que tiene
que causar, dicho de forma suave, considerables molestias a mucha gente y por un
espacio de tiempo considerable. Por tanto,
siempre habrá una tendencia a oponerse al plan y a quejarse de él. A muchas de
estas quejas tendrá el ingeniero utópico que hacer oídos sordos, si quiere llegar a alguna parte; de hecho, será
parte de su trabajo el suprimir las objeciones no razonables. Pero con éstas
suprimirá también invariablemente la crítica razonable. Y el mero hecho de que la
expresión de la insatisfacción tiene que ser contenida, reduce a la insignificancia
incluso las más entusiásticas expresiones de satisfacción. Así será difícil de
aclarar los hechos, es decir, las repercusiones del plan sobre el ciudadano individual,
y sin el conocimiento de estos hechos la crítica científica es imposible.
Pero
la dificultad de combinar la planificación balística con un método científico
es aún más fundamental de lo que
se ha indicado hasta ahora. El planificador holistico pasa por alto el hecho de que, si es fácil
centralizar el poder, es imposible centralizar todos los conocimientos
distribuidos en muchas mentes individuales, cuya centralización sería necesaria
para el sabio ejercicio de ese poder centralizado[45]. Pero este hecho tiene
profundas consecuencias. Incapaz de conocer con seguridad lo que hay en las
mentes de tantos individuos, tiene que intentar la simplificación de sus problemas
por la eliminación de las diferencias individuales: tiene que intentar el
control y la uniformidad de los intereses y creencias por la educación y la propaganda[46]. Pero esta tentativa de
ejercer un poder sobre las mentes tiene que destruir la última posibilidad de
saber lo que la gente piensa realmente, porque es claramente incompatible con
la libre expresión del pensamiento, especialmente del pensamiento crítico. Y
por fin, tiene que destruir el saber cuanto más se gane en poder, más se pierde
en saber. (El poder político y el saber social se muestran así
«complementarios», en el sentido que Bohr
da a este término. Y quizá sea el único ejemplo claro de este término tan de
moda como escurridizo)[47].
Todas
estas reflexiones se limitan al problema
del método científico. Conceden tácitamente la colosal suposición de que no
necesitamos poner en duda la fundamental benevolencia del ingeniero utópico
planificador, investido de una autoridad que en el mejor de los casos se acerca
a un poder dictatorial. Tawney
concluye una discusión sobre Lutero y su tiempo con estas palabras: «Escéptica en cuanto a la existencia de unicornios
y de salamandras, la época de Maquiavelo y Enrique VIII daba pábulo a su
credulidad con el culto de ese raro monstruo, el Príncipe temeroso de Dios»[48]. Reemplácense aquí las
palabras «unicornios y salamandras»
por «Príncipe temeroso de Dios»;
reemplácense los dos nombres por los nombres correspondientes más conocidos de la época actual[49], y la frase «el Príncipe temeroso de Dios» por «la benevolente autoridad planificadora»:
y tenemos una descripción de la credulidad de nuestro propio tiempo. No
discutiremos aquí esta credulidad; sin embargo, se puede hacer notar que, aun
suponiendo la ilimitada e invariable benevolencia de los poderosos planificadores,
nuestro análisis muestra que quizá nunca les sea posible saber si los
resultados de sus medidas cuadran con sus buenas intenciones.
No
creo que se pueda ofrecer ninguna crítica correspondiente del método fragmentario.
Este método puede ser usado, más particularmente, para buscar y combatir los males mayores
y más urgentes de nuestra sociedad, en vez de buscar y combatir por un bien
último (a lo que se inclinan los holistas). Pero una lucha sistemática contra
entuertos definidos, contra formas concretas de injusticia y explotación y
sufrimientos evitables, como la pobreza o el paro, es una cosa muy diferente
del intento de realizar un modelo ideal y distante de sociedad. El éxito y el
fracaso se aprecian aquí más fácilmente, y no hay razón inherente para que este
método conduzca a una acumulación de poder y a la supresión de la crítica. Además,
una lucha de esta clase contra males concretos y peligros concretos, encontrará
el apoyo de la gran mayoría más fácilmente que una lucha por el establecimiento
de una utopía, por muy ideal que parezca a los planificadores. Esto quizá ilumine
el hecho de que en aquellos países democráticos que se están defendiendo contra
una agresión, se podrá encontrar apoyo bastante para las medidas de gran
alcance que sean necesarias (y que incluso podrán tener la apariencia de
planificación holística) sin supresión de la libertad de crítica,
mientras que en aquellos países que preparan un ataque o están llevando
adelante una guerra de agresión, la libertad de crítica normalmente tiene que ser
suprimida, con el fin de que el apoyo público pueda ser movilizado, presentando
la agresión como defensa.
Podemos volver ahora a la afirmación del utópico de
que su método es el verdadero método experimental aplicado al campo de la sociología.
Nuestra crítica, creo yo, destruye esta afirmación. Esto queda aún más claro al
examinar la aparente semejanza entre la ingeniería física y la balística. Se
puede admitir que las máquinas físicas puedan ser planeadas con éxito mediante
modelos y planos detallados, y con ellas, incluso una fábrica entera para su
producción, etc. Pero todo esto es posible sólo porque muchos experimentos
fragmentarios fueron llevados a cabo de antemano. Cada máquina es el resultado
de muchas pequeñas mejoras. Cada modelo tiene que ser «desarrollado» por el método de ensayo y error, por incontables
pequeños reajustes. Lo mismo vale para la planificación de una fábrica. Este
plan, aparentemente holístico, sólo puede tener éxito porque ya hemos cometido
toda clase de pequeñas equivocaciones; de otra forma, habría que esperar con toda
probabilidad que nos lleve a grandes equivocaciones.
Así la semejanza entre la ingeniería física y la
social, si se examina con más atención,
se vuelve en contra del ingeniero holista
y en favor del ingeniero social fragmentario. La expresión «ingeniería social», que alude a esta
analogía, ha sido usurpada por el utópico sin sombra de razón.
Con esto
concluyo mis consideraciones críticas sobre el utopismo, y ahora concentraré el
ataque sobre su aliado, el historicismo. Creo que ahora he dado una respuesta suficiente
a las afirmaciones historicistas sobre los experimentos sociales, excepto al
argumento de que los experimentos sociales son inútiles, puesto que es
imposible repetirlos bajo condiciones precisamente equivalentes. Consideraremos
ahora este argumento.
25. La
variabilidad de las condiciones experimentales
El
historicista sostiene que el método experimental no se puede aplicar a las ciencias sociales porque, en el campo
social, no podemos reproducir a voluntad condiciones experimentales
precisamente equivalentes. Esto nos acerca un poco más al corazón de la posición
historicista. Admito que hay parte de verdad en esta afirmación: no dudo de que
haya aquí algunas diferencias entre los métodos físico y sociológico. Sin
embargo, sostengo que la afirmación historicista se apoya en una crasa
incomprensión de los métodos experimentales en la física. Consideremos primero
estos métodos. Todo físico experimental sabe que pueden ocurrir cosas muy
distintas bajo lo que parecen ser condiciones precisamente semejantes o
equivalentes. Dos alambres pueden, a primera vista, parecer exactamente
iguales, pero si uno se sustituye por otro en un aparato eléctrico, la
diferencia resultante podría ser muy grande. Después de una inspección más rigurosa
(a través de un microscopio, por ejemplo), quizá nos encontrásemos con que no eran
tan semejantes como a primera vista parecían. Pero es a menudo de lo más
difícil descubrir cuál es la diferencia en las condiciones de dos experimentos
que lleva a diferentes resultados. Una larga investigación, tanto experimental
como teórica, quizá sea necesaria para saber qué clase de semejanza es la que
se necesita y qué grado de semejanza es suficiente. Esta búsqueda habrá de
llevarse a feliz término antes, si queremos conseguir condiciones semejantes
para nuestros experimentos y aun saber lo que «condiciones semejantes» significa en este caso. Y sin embargo, el
método experimental se aplica constantemente.
Por tanto, podemos decir que la cuestión de qué es
lo que se ha de describir como «condiciones semejantes» depende de la
clase de experimento y sólo se puede contestar haciendo experimentos. Es
imposible decidir a priori si una
diferencia o semejanza observada, por llamativa que sea, tendrá importancia en
la reproducción de un experimento. Por eso, debemos dejar que el método experimental
cuide de sí mismo. Consideraciones precisamente análogas valen para el muy
debatido problema del aislamiento artificial de los experimentos lejos de
influencias perturbadoras. Claramente no podemos aislar un aparato de todas las
influencias; por ejemplo, no podemos saber a
priori si la influencia de la posición de los planetas o de la luna sobre
un experimento físico es considerable o insignificante. Cuánto aislamiento
artificial sea necesario, si es que lo es en absoluto, sólo lo podremos saber
en base al resultado de la experimentación o en base a teorías puestas a prueba
a su vez por experimentos.
A la
luz de estas consideraciones, el argumento historicista de que la variabilidad
de las condiciones sociales, y especialmente los cambios debidos al desarrollo
histórico, estorban fatalmente a los experimentos sociales, pierde su fuerza.
Las llamativas diferencias de las que tanto se preocupa el historicista, es
decir, las diferencias entre las condiciones prevalentes en distintos períodos
históricos, no crean necesariamente ninguna dificultad peculiar a la ciencia social.
Es posible que si de repente fuésemos transportados a otro período histórico,
nos encontraríamos con que muchas de nuestras expectativas, formadas sobre la
base de experimentos fragmentarios hechos en nuestra sociedad, quedarían
decepcionados. En otras palabras, un experimento puede llevar a resultados
imprevistos. Pero el cambio en las
condiciones sociales lo descubriríamos por medio de experimentos; serían
experimentos los que nos enseñaran que ciertas condiciones sociales cambian con
los períodos
históricos; de la misma forma que son experimentos los que han enseñado
al físico que la temperatura de ebullición del agua puede cambiar con la posición
geográfica[50]. En otras palabras, la
doctrina de la diferencia entre períodos sociales, muy lejos de hacer imposibles los experimentos
sociales, es meramente una expresión de la suposición de que, si nos
trasladásemos a otro período, continuaríamos haciendo nuestros experimentos
fragmentarios, pero con resultados sorprendentes o decepcionantes. De hecho, si
algo sabemos de las diferentes actitudes en diferentes períodos históricos, nos
viene de experimentos llevados a cabo en nuestra imaginación. Los historiadores
encuentran dificultades al interpretar ciertos documentos o descubren hechos
mostrando que algunos de sus predecesores habían interpretado mal algún
material histórico. Estas dificultades históricas de interpretación son la
única prueba de que existe la clase de cambio histórico en que piensa el
historicista; y sin embargo, no son más que discrepancias entre el resultado
esperado y el obtenido en nuestros experimentos mentales. Son estas sorpresas y
decepciones las que, por un método de ensayo y error, han mejorado nuestra
habilidad para interpretar condiciones sociales extrañas. Y lo que en el caso
de la interpretación histórica conseguimos por experimentos mentales ha sido
conseguido por los antropólogos con trabajos prácticos sobre el terreno:
aquellos investigadores modernos que han conseguido adaptar sus expectativas a
condiciones quizá no menos remotas que las de la Edad de Piedra, deben su éxito
a experimentos fragmentarios.
Algunos
historicistas dudan de que tales ajustes sean
posibles, e incluso defienden su doctrina de la futilidad de los experimentos
sociales con el argumento de que, si fuesen trasladados a períodos históricos
remotos, demasiados de nuestros experimentos sociales llevarían a una
decepción. Afirman que seríamos incapaces de acomodar nuestros hábitos mentales,
y especialmente nuestros hábitos de análisis de los acontecimientos sociales, a
esas condiciones desconcertantes. Me
parece que estos temores forman parte de la histeria historicista: la obsesión
de la importancia del cambio social; pero tengo que admitir que sería difícil disipar
esos temores con argumentos a priori.
Después de todo, la habilidad de adaptarse a nuevos ambientes cambia de persona
a persona, y no parece haber ninguna razón por la que debamos esperar de un
historicista (cuyas opiniones son tan derrotistas) que sea capaz de adaptar su
espíritu con éxito a cambios del ambiente social. Las cosas también dependerán
del carácter del nuevo ambiente. La posibilidad de que un investigador social
se encuentre con que ha sido devorado antes de haber podido, por ensayo y
error, adaptarse a las costumbres caníbales, no puede ser excluida, de la misma
forma que no se puede excluir que en alguna sociedad «planificada» sus investigaciones terminen en un campo de concentración.
Observaciones semejantes también valen para el campo de la física. Hay muchos
sitios en los que las condiciones físicas ofrecen al físico pocas posibilidades
de acomodarse por ensayo y error .
En resumen, no parece haber ninguna base para la
verosímil afirmación historicista de que la variabilidad de las condiciones históricas
hace inaplicable el método experimental a los problemas de la sociedad o para
la afirmación de que, en este punto, el estudio de la sociedad es
fundamentalmente diferente del estudio de la naturaleza. Es cosa totalmente distinta
el admitir que, en la práctica, es a menudo muy difícil para el sociólogo
escoger y variar a voluntad sus condiciones
experimentales. El físico está en mejor posición, aunque él también a veces se
encuentre con dificultades semejantes. Por ejemplo, la posibilidad de llevar a
cabo experimentos en campos de gravitación diferentes o bajo temperaturas
extremas es muy limitada. Pero no debemos olvidar que muchas posibilidades que
hoy en día se abren ante el físico eran imposibles no hace mucho tiempo, no por
dificultades físicas, sino sociales; esto es, porque no estábamos preparados a
arriesgar el dinero necesario para la investigación. A pesar de todo, es un
hecho que muchas investigaciones físicas pueden llevarse a cabo bajo
condiciones experimentales que dejan poco que desear, mientras que el sociólogo
está en una posición muy diferente. Un gran número de experimentos sociológicos
muy deseables se quedarán en sueños durante mucho tiempo, a pesar de que no son
de carácter utópico, sino fragmentario. En la práctica, el sociólogo tiene que
confiar demasiado a menudo en experimentos llevados a cabo mentalmente y en un
análisis de medidas políticas llevadas a cabo bajo condiciones y de maneras que
dejan mucho que desear desde el punto de vista científico.
26. ¿Limitan
los períodos la validez de las generalizaciones?
El
hecho de que haya discutido el problema
de los experimentos sociales antes de discutir con algún detenimiento el problema de las leyes, o teorías, o
hipótesis «generalizaciones»
sociológicas, no significa que yo piense que las observaciones y experimentos
son de una forma u otra anteriores, lógicamente, a las teorías. Por el contrario,
creo que las teorías son anteriores tanto a las observaciones como a los experimentos,
en el sentido de que estos dos sólo tienen valor en relación con problemas teóricos.
Además, hemos de hacernos una pregunta antes de poder esperar que la observación
y el experimento nos ayuden, en la forma que sea, a darnos una contestación. O
para ponerlo en términos del método de ensayo y error, el ensayo tiene que
venir antes del error, y como hemos visto (en la sección 24), la teoría o hipótesis,
que siempre es provisional, es parte del ensayo, mientras que la observación y
el experimento nos ayudan a escardar nuestras teorías mostrándonos sus errores.
No creo, por tanto, en el «método de la generalización»,
es decir, en la opinión de que la ciencia empieza con observaciones, de las
cuales deriva sus teorías por algún proceso de generalización o inducción.
Creo, más bien, que la función de la observación y del experimento es la más
modesta para ayudarnos a poner a prueba o experimentar nuestras teorías y a
eliminar aquellas que no resisten a la experimentación; aunque hay que admitir
que este proceso de extirpación no sólo controla la especulación teórica, sino
también estimula a intentar otra vez, y a menudo a errar otra vez y a ser
refutado otra vez por nuevas observaciones y experimentos.
En
esta sección criticaré la afirmación
historicista (véase la sección 1) de que en las ciencias sociales la validez de todas las generalizaciones, o por lo menos de las más importantes, queda
circunscrita a los períodos históricos
concretos en los que se hicieron las
observaciones. Criticaré esta afirmación sin antes discutir la cuestión de si
el llamado «método de generalización»
es defendible o no, a pesar de mi convicción de que no lo es, porque pienso que
la aseveración historicista puede refutarse sin mostrar que este método es
inválido. La discusión de mis opiniones sobre este método y sobre las
relaciones entre teoría y experimento en general, puede, por tanto, dejarse para más tarde. Volveremos a
ocuparnos de ello en la sección 28.
Empiezo
mi crítica de la aserción historicista con la Admisión de que la mayoría de la gente
que vive en un cierto período histórico se inclinará a la creencia errónea de
que las regularidades que observa a su
alrededor son leyes universales de la vida social, valederas para todas las
sociedades. En efecto, a veces sólo nos damos cuenta de que abrigamos estas
creencias cuando en un país extranjero nos encontramos con que nuestras costumbres
en cuanto a la comida, nuestras reglas de
saludo, etc., no son de ninguna forma tan aceptables como cándidamente
suponíamos. De aquí la clara inferencia de que muchas otras de nuestras generalizaciones,
conscientes o no, quizá sean de la misma clase, aunque queden indiscutidas porque
no podemos trasladarnos a otro período histórico. (Esta inferencia fue hecha,
por ejemplo, por Hesíodo).[51] En otras palabras, hay
que admitir que puede haber muchas regularidades en nuestra vida
social que son características sólo de nuestro período y que tenemos la
tendencia a pasar por alto esta limitación. De tal forma que (especialmente en
un tiempo de cambio social rápido) podemos aprender para nuestra desgracia que hemos
confiado en leyes que han perdido su validez[52].
Si la
aserción del historicista no fuese más lejos que esto, sólo podríamos acusarle
de remachar un punto bastante trivial. Pero, por desgracia, afirma más. Insiste
en que esta situación crea dificultades que no aparecen en las ciencias naturales,
y más particularmente que, en contraste con lo que ocurre en las ciencias
naturales, en las ciencias sociales no debemos nunca dar por sentado que hemos
descubierto una ley verdaderamente universal, ya que no podemos saber si
siempre fue válida en el pasado (pues nuestros anales pueden ser insuficientes)
o si siempre lo será en el futuro.
En
contra de estas aserciones, no admito qué la situación descrita sea de ninguna
forma peculiar a las ciencias sociales o que cree ninguna dificultad especial.
Por el contrario, es obvio que un cambio en nuestro ambiente físico puede dar
lugar a experiencias que son análogas a las
que nacen de un cambio en nuestro ambiente social o histórico. ¿Existe alguna
regularidad más evidente y proverbial que la del día y la noche? Y sin embargo,
se rompe si cruzamos el círculo polar. Es quizá
un poco difícil comparar las experiencias físicas con las sociales, pero creo
que una ruptura de esta clase puede ser tan alarmante como cualquiera que
pudiese ocurrir en el reino de lo social. Para tomar otro ejemplo, el ambiente
histórico o social de la Creta de 1900 y el de la Creta de hace tres mil años
no puede decirse que sean más diferentes entre sí que los ambientes geográficos
o físicos de Creta y de Groenlandia. Un traslado súbito y desprevenido de un
ambiente físico a otro pienso yo que tendría con más probabilidad consecuencias
fatales que un cambio correspondiente en el ambiente social.
Me parece claro que el historicista exagera la
importancia de diferencias algo espectaculares entre varios períodos históricos
y que menosprecia las posibilidades de la inventiva científica. Es verdad que
las leyes descubiertas por Kepler
sólo son válidas para sistemas planetarios, pero su validez no está confinada al
sistema solar en el que Kepler vivió
y que observó[53].
Newton no tuvo necesidad de
retirarse a una parte del universo donde pudiese observar cuerpos en movimiento
que estuviesen libres de la influencia de la gravedad y otras fuerzas para ver
la importancia de la ley de la inercia. De otra parte, esta ley no pierde su importancia dentro del sistema
solar, aunque ningún cuerpo en este sistema se mueve de acuerdo con ella. De
igual manera, no parece haber ninguna razón por la que seamos incapaces de
formular teorías sociológicas que sean importantes para todos los períodos sociales.
Las espectaculares diferencias entre estos períodos no son una indicación de
que tales leyes no pueden encontrarse, como tampoco las diferencias espectaculares
entre Groenlandia y Creta pueden demostrar que no hay leyes físicas que valgan
para las dos regiones. Por el contrario, estas diferencias parecen ser, en
algunos casos por lo menos, de carácter comparativamente superficial (como las
diferencias de costumbres, de saludo, de ritos, etc.), y más o menos lo mismo
parece ser verdad de aquellas regularidades que se dice son características de
ciertos períodos históricos o de una cierta sociedad (y que ahora son llamados principia
media por algunos sociólogos)[54].
A esto
el historicista puede contestar que las diferencias en el ambiente social son más
fundamentales que las diferencias en el ambiente físico; porque si la sociedad
cambia, el hombre cambia también, y esto implica un cambio en todas las
regularidades, ya que todas las regularidades sociales dependen de la
naturaleza del hombre, el átomo de la sociedad. Nuestra contestación es que los
átomos físicos también cambian con el medio ambiente (por ejemplo, bajo la
influencia de campos electro-magnéticos, etc.), no en contra de las leyes de la
física, sino según ellas. Además, la importancia de dos supuestos cambios en la
naturaleza humana es dudosa y muy difícil de evaluar .
Nos
enfrentamos ahora con la aseveración historicista
de que en las ciencias sociales no
debemos nunca dar por sentado que hemos descubierto una ley verdaderamente universal,
ya que no podemos estar seguros de que su validez se extienda más allá de los
períodos en los que hemos observado que rige. Esto podría admitirse, pero sólo
en la misma medida en que sea aplicable a las ciencias naturales también. En
las ciencias naturales es claro que nunca podamos estar totalmente seguros de
que nuestras leyes son en realidad universalmente válidas o si sólo valen para
un cierto período (quizá sólo para el período durante el cual el universo está
en expansión) o sólo en una cierta región (quizá en una región de campos gravitacionales
comparativamente débiles). A pesar de la imposibilidad de asegurarnos de su
validez universal, no añadimos en nuestra formulación de las leyes naturales
una condición diciendo que se declaran válidas sólo para el período en el cual
se ha observado que rigen o quizá dentro del «período cosmológico presente». Si añadiésemos una condición como
ésta, ello no sería un signo de laudable precaución científica, sino un signo
de que no entendemos el procedimiento científico[55]. Porque es un importante
postulado del método científico que debemos buscar leyes con un campo de
validez ilimitado[56]. Si admitiésemos leyes
que estuviesen sujetas a cambio, nunca podríamos explicar el cambio con leyes.
Equivaldría a la admisión de que todo cambio es simplemente milagroso. Y sería
el fin del progreso científico; porque si se llegasen a hacer observaciones
inesperadas, no habría necesidad de revisar nuestras teorías: la hipótesis ad hoc de que las leyes han cambiado lo «explicaría» todo.
Estos
argumentos valen para las ciencias sociales tanto como para las ciencias naturales.
Con
esto concluyo mi crítica de las más
fundamentales de entre las doctrinas
antinaturalistas del historicismo. Antes de seguir con la discusión de las
menos fundamentales, me enfrentaré ahora con una de las doctrinas pro
naturalistas, a saber, que debemos buscar las leyes del desarrollo histórico.
[1] La cuestión es
antigua. Incluso Platón ataca a veces a la investigación «pura». Para su defensa, véase T. H. Huxley, Science and
Culture (1882), págs. 19 y sig., y M.
Polanyi Economica, N. S., vol. VIII (1941), págs. 428 y sigs. Además de los libros allí citados, véase
también Veblen, The Place of Science in
Modern Civilization, págs.7 y sigs.
[2] Kant, Sueños de un visionario,
parte II, cap. III (Werkt, ed. E. Cassirer, vol. II, pág. 385).
[3] Véase Economica, vol. XIII (1933), pág. 122.
[4] En la traducción
castellana de La sociedad abierta y sus
enemigos se emplea la expresión «tecnología
gradual» para designar lo que aquí se llama «tecnología fragmentaria». (N. del T.)
[5] Para una defensa de
este término, véase la nota 12.
[6] CFR. F.A. von Hayek, Economist, vol. XIII (1933), página 123: «…la economía se desarrolló principalmente como el resultado de la investigación y refutación de sucesivas propuestas utópicas…».
[7] Véase M. Ginsberg, en Human Affairs (seleccionado por R. B. Cattell y otros), pág. 180. Hay que admitir, sin embargo, que
el éxito de la Economía Matemática muestra que por lo menos una ciencia social
ha pasado por su revolución newtoniana.
[8] Véase mi Logic of Scientific Discovery (1959),
sección 15. (Proposiciones existenciales
denegadas). La teoría puede ser contrastada con la de Mill, Logic, libro V, cap. V, sección 2.
[9] Véase, por ejemplo, M.
R. Cohen, Reason and Nature,
páginas 356 y sigs. Los ejemplos en nuestro texto parecen refutar esta particular
opinión antinaturalista.
[10] Una formulación muy semejante de esta «ley de corrupción» es discutida por C.
J. Friedrich en su libro muy interesante y en parte tecnológico, Constitutional Government and Politics
(1937). Dice de esta ley que «ninguna de
las ciencias naturales puede jactarse de una sola ‘hipótesis’ que tanta importancia tenga para la humanidad»
(pág. 7). No eludo de su importancia; pero creo que podemos encontrar
innumerables leyes de la misma importancia
en las ciencias naturales, con sólo buscarlas entre las leyes más triviales en vez
de las más abstractas. (Considérense leyes como que los hombres no pueden vivir
sin alimento, o que los vertebrados tienen dos sexos). El profesor Friedrich insiste en la tesis
antinaturalista de que «las ciencias
sociales no pueden beneficiarse de la aplicación de los métodos de las ciencias
naturales» (op. cit., pág. 4). Pero intenta, por otra parte, basar su teoría
de la política sobre un número de hipótesis de cuyo carácter pueden dar idea
los siguientes pasajes (op. cit., págs. 14 y sigs.). «El consentimiento y la coerción son fuerzas vivas, que generan fluido»;
juntos determinan «la intensidad de una
situación política»; y ya que «esta
intensidad queda determinada por la cantidad absoluta de consentimiento o de
coerción, o de ambos, se representa quizá más claramente por la diagonal de
paralelogramo de estas dos fuerzas: consentimiento y coerción. En este caso, su
valor numérico equivaldría a la raíz cuadrada de la suma de los cuadrados de
los valores numéricos del consentimiento y de la coerción». Este intento de
aplicar el teorema de Pitágoras a un «paralelogramo» (no se nos dice por qué
ha de ser rectangular) de «fuerzas»
que son demasiado vagas para ser medibles, me parece un ejemplo, no de
antinaturalismo, sino justamente de esa clase de naturalismo o «cientifismo» del que, lo admito, «las ciencias sociales no pueden beneficiarse».
Se puede apuntar además que estas «hipótesis»
muy difícilmente pueden expresarse en forma
tecnológica, mientras que la «ley de
corrupción», por ejemplo, cuya importancia es justamente destacada por Friedrich, sí puede serlo. Para los
antecedentes históricos de la opinión «cientifista»
de que los problemas de la teoría política pueden comprenderse en términos de «paralelogramos de fuerza», véase ahora mi libro The Open Society and its Enemies
(edición revisada), nota 2 al capítulo 7. (No viene en la traducción castellana).
[11] Véase la nota 4.
[12] Contra el uso de la
expresión «ingeniería social» (en el
sentido «fragmentario») se ha objetad
por el profesor Hayek que un trabajo
ingenieril típico supone la centralización de todos los conocimientos
disponibles en una sola cabeza, mientras que es típico de todos los problemas
verdaderamente sociales que se han de usar conocimientos que no se pueden
centralizar de esta forma. (Véase Hayek,
Collectivist Economic Planning, 1935,
página 210). Admito que este hecho tiene una importancia fundamental. Puede ser
formulado por la hipótesis tecnológica: «No
se pueden centralizar dentro de una autoridad planificadora los conocimientos
necesarios para tareas como la satisfacción de necesidades personales, o la
utilización de habilidad y pericia especializadas». (Una hipótesis
semejante puede proponerse en
relación con la imposibilidad de centralizar la iniciativa en tareas de esta
clase). El uso de la expresión «ingeniería
social» puede defenderse ahora haciendo notar que el ingeniero tiene que
usar los conocimientos sociales encerrados en estas dos hipótesis, que la informan
de la limitación de su propia iniciativa, así como de su propio conocimiento.
Véase, también, la nota 45.
[13] Que incluyen, si pueden ser obtenidos, los
conocimientos relativos a las limitaciones del conocimiento, como se explica en la nota anterior.
[14] Los dos puntos de vista —que las instituciones
sociales son «proyectadas» o que
simplemente «crecen»—corresponden al
de los partidarios del Contrato Social
y al de sus críticos, por ejemplo, Hume.
Pero Hume no abandona el punto de
vista «funcional» o «instrumentalista» de las instituciones
sociales, porque dice que los hombres no podrían pasarse sin ellas. Esta
posición podría desarrollarse en una explicación darwiniana del carácter
instrumental de las instituciones no proyectadas (como el lenguaje): si no
tienen una función útil no tienen posibilidades de sobrevivir. Según este punto
de vista, las instituciones sociales no proyectadas pueden nacer como
consecuencias involuntarias de acciones racionales: exactamente como un camino
puede ser formada sin ninguna intención de hacerlo por gente que encuentra
conveniente usar un sendero que ya existe (como observa Descartes). Casi no es necesario destacar, sin embargo, que el
punto de vista tecnológico es totalmente independiente de toda cuestión de «origen».
[15] Para el punto de vista
«funcional», véase B. Malinowski,
por ejemplo, «Anthropology as the Basis
of Social Science», en Human Affairs (selección Cattell), especialmente las págs. 206 y sigs., y 239 y sigs.
[16] Este ejemplo, que
afirma que la eficacia de las máquinas «institucionales» es limitada,
y que el funcionamiento de las instituciones
depende de que estén abastecidas de personal apropiado, puede quizá compararse
con los principios de la termodinámica, como, por ejemplo, la ley de conservación
de la energía (bajo la forma en que excluye la posibilidad de una máquina de
movimiento continuo). Como tal, puede ser contrastado con otros intentos «cientifistas» de conseguir una analogía entre el concepto físico de la energía y
algunos conceptos sociológico: como el poder; véase, por ejemplo, Power, de Bertrand Russel (1938), págs.10 y sig., donde se hace un intento «cientifista» de esta clase. No creo que
la afirmación principal de Russell
—que las distintas «formas de poder»,
como la riqueza, el poder de propaganda, el poder desnudo, pueden a veces ser «convertidas» de unas en otras—pueda ser expresada
en forma tecnológica.
[17] W. Lipprnann, The Good
Society (1937), cap. XI, págs. 203 y sigs. Véase también W. H. Hutt, Plan for Reconstruction (1943).
[18] La expresión es usada a menudo por K. Mannheim en su Man and Society
in an Age of Reconstruction; véase su índice analítico, y, por ejemplo, las
págs. 269, 295, 320, 381.
Este libro es la exposición más
elaborada de un programa holístico e historicista que yo conozca y por eso lo
escojo como objeto de mis críticas.
[19] Véase Mannheim, ibíd. 337. El pasaje se cita
más completamente en la sección 23,
donde también es criticado. (Véase la nota 35, pág. 93).
[20] «El Problema de la Transformación del Hombre», es el título de uno de los capítulos de Man and Society, de Mannheim. La cita que sigue es de ese capítulo, págs. 199 y sig.
[21] Véase Mill, Logic, libro VI, cap. X, sección 1.
[22] Logic, libro VI, cap. X, sección 8. El pasaje paralelo de Marx (citado anteriormente, en la sección 17) está tomado de su prefacio a la primera edición del Capital.
[23] Esta reflexión muestra
que el Utilitarismo de Mill le impedía definir «beneficioso»
como sinónimo de, «progresista»; es decir, que a pesar de
su progresismo, no sostenía una
teoría moral historicista (véase la sección 19) como la
desarollada por Spencer y Engels (y hoy en día por Waddington;
véase su Science and Ethics).
[24] Mill, ibíd., sección 2 (la
cursiva es mía).
[25] Véanse las secciones
15 a 17; véase, especialmente, Socialism.
Utopian and Scientific, de Engels.
[26] He discutido esto con
todo detalle en La sociedad abierta y sus
enemigos.
[27] Véase, por ejemplo, K.
Mannheim en su Man and Society, pág. 6 (y, en otros muchos
pasajes), donde se nos dice que «Ya no queda elección entre ‘planear o no
planear’ sino sólo elección entre buena o mala planificación»; o F. Zwig, The Planning of Free Societies (1932), pág. 30, quien contesta a la
pregunta de si es mejor una sociedad
planificada o no diciéndonos que esa pregunta no se plantea, ya que ha sido
resuelta para nosotros por la dirección del desarrollo histórico actual.
[28] K. Mannheim, op. cit., pág. 33; las citas siguientes son de ibíd. pág. 7.
[29] K. Mannheim, de modo parecido
a Comte, distingue tres niveles en el desarrollo del pensamiento: 1) ensayo
y error o descubrimiento fortuito; 2) invención, y 3) planificación
(ibíd., págs. 150 y sigs). Estoy tan
lejos de coincidir con esta doctrina que, a mi parecer, el método de ensayo y
error (1) se aproxima más al método de la ciencia que cualquiera de los otros «niveles». —Una razón adicional para
considerar a la actitud holística como precientífica es que contiene un elemento
de perfeccionismo—. Una vez que nos damos cuenta, sin embargo, de que no
podemos traer el cielo a la tierra, sino sólo mejorar las cosas un poco,
también vemos que solo podemos mejorarlas poco a poco
[30] H. Gomperz,
Weltanschauungslehre, II/I (1908),
pág. 63, destaca que un trozo del mundo, como, p. ej., un gorrión
revoloteando nerviosamente, puede ser descrito por las siguientes proposiciones
ampliamente diferentes entre sí, correspondientes cada una a diferentes aspectos de él: «¡Este pájaro está volando!» «¡Ahí va un gorrión!» «¡Mira, ahí hay un animal!» «¡Algo se está moviendo aquí!». «Aquí se
está transformando energía». «Este o
es un caso de movimiento continuo».«¡El
animalito está asustado!» Está claro que nunca podrá ser la tarea de la
ciencia el intento de completar una lista de esta clase, que es necesariamente
infinita. F .A. von Hayek, en Ethics, vol. LIV , nota 5, esboza una
crítica del holismo que es muy semejante a la propuesta en este texto.
[31] K. Mannheim describe (op. cit., pág. 167) la ciencia selectiva o
abstracta como «un Estadio a través del
cual tienen que ir todas las ciencias que buscan la precisión».
[32] Con las tres citas siguientes compárese Mannheim, op. cit., pág. 184; véase también pág. 170, nota, y pág.
230.
[33] Ibíd., pág. 230. La
doctrina de que podemos obtener una especie de conocimiento concreto de «la realidad misma» es bien conocida como
una parte de lo que técnicamente puede describirse como misticismo; como
también lo es el clamor por totalidades.
[34] Véase op. cit., por ejemplo, págs. 26 y 32. Mi
crítica del holismo no significa que esté
opuesto a una llamada a la cooperación entre las varias ramas de la ciencia.
Especialmente, cuando nos encontramos con un problema fragmentario definido que
podría ser aclarado por una cooperación de esa clase, nadie soñaría oponerse a
ella. Pero esto es cosa muy distinta del proyecto de aprehender totalidades
concretas por un método de síntesis sistemática, o algo por el estilo.
[35] Véase op. cit., pág. 337; y la nota 29, de la presente obra.
[36] La fórmula citada es
casi idéntica a una de C. Schmitt.
[37]Los holistas quizá tengan
la esperanza de salir de esta dificultad mediante la negación
de la validez de la lógica, la cual,
piensan, ha sido arrumbada por la dialéctica. He intentado cerrarles este
camino en «What is Dialectic?», Mind, vol. 49 N. S., págs. 403 y sigs.
[38] Véase K. Mannheim, op. cit., pág. 202. No
está de más el mencionar que el holismo psicológico está en el momento presente
muy de moda entre los teóricos de la educación.
[39] Esta doctrina de que
la historia se ocupa de «totalidades
individuales concretas» que pueden ser personas, acontecimientos o épocas,
fue propagada especialmente por Troeltsch.
Mannheim da por sentada
constantemente su certeza.
[40] K. Mannheim, op. cit., págs. 175 y sig.
[41] Véase, por ejemplo, el principio de exclusión de Pauli.
Ideas como la competencia o la división del trabajo deberían hacer ver
clarísimamente al sociólogo que una actitud «atomística» o «individualista»
no nos impide de forma alguna el reconocer que todo individuo tiene una acción
mutua sobre todos los demás y viceversa. (En psicología la situación es
diferente, ahí parece inaplicable el atomismo, a pesar de muchos intentos de aplicarlo).
[42] Esta era también la opinión de Mill cuando dijo de los experimentos
sociales que «está claro que nunca
tenemos el poder de intentar alguno. Sólo podemos observar los que produce la
naturaleza…, la sucesión de los fenómenos registrados en la historia…» (Véase
Logic, libro VI, cap. VII, sección 2).
[43] Sidney y Beatrice Webb, Metbods of Social Study (1932), págs. 221 y sigs., dan ejemplos semejantes de experimentos sociales. No
distinguen, sin embargo, entre las dos clases
de experimentos llamados aquí «fragmentario» y «holístico», aunque su crítica del método experimental (véase pág. 226, «entremezcla de
efectos») se aplica especialmente bien a los experimentos holísticos (que
parecen admirar). Además, su crítica está combinada con el «argumento de la
variabilidad» que no considero válido; véase la sección 25, más adelante.
[44] Un análisis más
completo de los métodos de la física moderna a lo largo de las líneas ya
indicadas se podrá encontrar en mi Logic
of Scientific Discovery; véase, también, «What is Dialectic?», Mind,
vol. 49, págs. 403 y sigs. Véase también, por ejemplo, Tinbergen, Statistical Testing
of Business Cycle Theories, vol. II, pág. 21: «La construcción de un modelo…es…cuestión de ensayo y error», etc.
[45] La observación de que
es imposible el tener «concentrado en una
única cabeza» el conocimiento necesario para la planificación se debe a Hayek;
véase Collectivist Economic Planning,
página 210. (Véase también la nota 12, de la presente obra)
[46] Uno de los puntos cruciales de la
teoría política de Spinoza es la
imposibilidad de conocer y de controlar lo que piensan otras personas. De fin
la tiranía como el intento de hacer lo imposible, y de ejercer el poder donde
no puede ser ejercitado. Spinoza,
hay que recordarlo, no era precisamente un liberal no creía en el control
institucional del poder, sino que pensaba que el príncipe tema el derecho de
ejercer sus poderes hasta su límite de facto. Sin embargo, lo que Spinoza llama «tiranía», y declara en conflicto con la razón, es tratado con toda
inocencia por los planificadores holísticos, como un problema «científico», el «problema de transformar a los hombres».
[47] Niels Bohr llama «complementarias» a dos actitudes si son a) complementarias
en el sentido corriente y b) excluyentes entre sí, en el sentido de que cuanto
más usamos de la una menos podemos usar de la otra. Aunque en el texto me
refiero principalmente a saberes sociales, se puede asegurar que la acumulación
(y concentración) de poder es «complementaria»
al progreso de los conocimientos científicos en general. Porque el progreso de
la ciencia depende de la libre competencia del pensamiento, por tanto de la
libertad de pensamiento, y, por tanto, en última instancia, de la libertad política.
[48] R.H. Tawney, Religion and
the Rise of Capitalism, cap. II, final
de la sección II.
[49] El autor pensaba en
los nombres de S. y B. Webb
en lugar de Maquiavelo (por su libro
Soviet Communism a New Civilization «El Comunismo Soviético, una nueva Civilización»)
y en el nombre de Stalin en lugar de
Enrique VIII. (N. del T.)
[50] En ambos casos—períodos
históricos y posición geográfica— quizá nos encontremos con que, usando teorías
puestas a prueba por experimentos, cualquier referencia a coordenadas
temporales o espaciales puede ser sustituida por una descripción general de
ciertas condiciones reinantes que conciernen al caso, como el estado de
instrucción o la altitud.
[51] La misma inferencia es también la base de la llamada «sociología del conocimiento»,criticada aquí en la pág. 187 y sig. Y en el cap. 23 de mi Sociedad abierta.
[52] K. Mannheim, Man and Society, pág. 178, escribe del «profano que observa el mundo social inteligentemente», que «en períodos estáticos es incapaz en cualquier caso de distinguir entre una ley social general y abstracta, y los principios particulares que sólo valen para una cierta época, ya que en períodos de ligera variabilidad, las divergencias entre estos tipos no aparecen claramente al observador». Mannheim llama a estos principios particulares que reinan sólo en una cierta época «principia media»; véase la nota 54, de la presente obra. Para la situación reinante «en una época en la que la estructura social está cambiando de arriba abajo», véase Mannheim, op. cit., pág. 179 y sig.
[53] Las leyes de
Kepler son escogidas por Mill como ejemplos de lo que él llama, siguiendo a Bacon, «axiomata media», por la razón de que no son leyes generales del movimiento sino sólo
leyes (aproximadas) del movimiento planetario: véase Logic, Libro VI, cap. V , sección 5. Unos axiomata media análogos
en la ciencia social serían leyes que valen para «sistemas sociales» de una cierta clase, más que las regularidades
más accidentales de un período histórico dado. Estas últimas pueden ser
comparadas, no con las leyes de Kepler, sino, por ejemplo, con las
regularidades en el orden de los planetas en nuestro particular sistema solar.
[54] K. Mannheim, op. cit., pág. 177, introduce la expresión «principia media» haciendo referencia a Mill (que habla de axiomata media; véase la nota anterior) para designar lo que he
llamado «generalizaciones circunscritas
a los períodos históricos concretos en que se hicieron las
observaciones»; véase, por ejemplo, su pasaje (op. cit., pág. 178; cfr. Mi nota
52, de la presente obra): «El profano que
observa el mundo social inteligentemente, comprende los acontecimientos
principalmente por el uso inconsciente de estos principia media», que son «… principios particulares que reinan sólo
en una cierta época». (Mannheim,
loc. cit., define sus principia media diciendo que son, «en último análisis, fuerzas universales en un marco concreto, ya que
están integradas por los varios factores actuantes, en un determinado momento y
lugar, una particular combinación de circunstancias que quizá nunca se repita»). Mannheim
afirma que no es seguidor del «historicismo,
hegelianismo y marxismo» por su incapacidad para «tomar en cuenta factores universales» (op. cit., págs. 177 y sig.). Por tanto, es suposición de las que insisten
sobre la importancia de las generalizaciones confinadas a períodos históricos concretos
o individuales, al tiempo que admite que podamos llegar por medio de ellos, por
un «método de abstracción», a «los principios generales que están
contenidos en ellos». (En contra de esta opinión no creo que las teorías
más generales puedan ser obtenidas por abstracción de esas regularidades de hábitos,
procedimientos legales, etc., que, según los ejemplos dados por Mannheim en págs. 179 y sigs.,
constituyen sus principia media).
[55] Se ha sugerido a
menudo que en vez de seguir vanamente el ejemplo de la física en sociología, y
de buscar leyes sociológicas universales, sería mejor seguir en la física el ejemplo de la sociología historicista,
esto es, operar con leyes que están limitadas a períodos históricos. Aquellos
historicistas que están ansiosos de acentuar la unidad de la física y de la
sociología se inclinan especialmente a pensar en estos términos. Véase Neurath, Erkenntnis, vol. VI, pág. 399.
[56] Es este mismo
postulado el que en la física lleva, por ejemplo, a la exigencia de que los
desplazamientos hacia el rojo observados en los espectros de nebulosas
distantes sean explicados; porque sin este postulado, bastaría perfectamente con
dar por sentado que las leyes de frecuencia atómica cambian con las diferentes
regiones del universo o con el tiempo. Y es este mismo postulado el que lleva a
la teoría de la relatividad a expresar las leyes del movimiento —como las leyes
de adición de velocidades, etc.— uniformemente para velocidades grandes o
pequeñas (o para campos gravitacionales fuertes o débiles), y a no quedarse
satisfecha con teorías ad hoc para diferentes campos de velocidad (o de
gravitación). Para una discusión de estos postulados de la «No-variación de las Leyes Naturales» y
su oposición a la de la «Uniformidad de
la Naturaleza», véase mi Logic of
Scientific Discovery, sección 79.
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