LAS MISERIAS DEL HISTORICISMO (II)
KARL POPPER
Título original: The Poverty of Historicism
Karl R. Popper, 1957
Traducción: Pedro Schwartz
I. LAS DOCTRINAS ANTINATURALISTAS DEL
HISTORICISMO
En decidida oposición con el naturalismo
metodológico en el campo de la sociología, el historicismo declara que alguno de
los métodos característicos de la física no pueden ser aplicados a las ciencias
sociales debido a las profundas diferencias entre la sociología y la física.
Las leyes físicas o «leyes naturales»,
nos dice, son válidas siempre y en todo lugar; y esto porque el mundo físico
está regido por un sistema de uniformidades físicas, invariable a través del
espacio y del tiempo. Las leyes sociológicas, o leyes de la vida social por el
contrario, difieren en lugares y períodos diferentes. Aunque el historicismo admite
que hay cantidad de condiciones sociales típicas cuya recurrencia regular puede
observarse, niega que las regularidades perceptibles en la vida social tengan
el mismo carácter que las inmutables regularidades del mundo físico, pues
dependen de la historia y de diferencias de cultura. Dependen de una particular
situación
histórica. Así, por ejemplo, no se debería hablar sin más limitación de
las leyes de la economía, sino sólo de las leyes económicas del período feudal,
o del primer período industrial, etcétera, siempre con la mención del período
histórico en el cual se supone que las leyes en cuestión han imperado.
El
historicismo afirma que la relatividad histórica de las leyes sociales hace que
la mayoría de los métodos de la física sean inaplicables a la sociología. Los
argumentos historicistas típicos sobre los que se basa este punto de vista se
refieren a la generalización, al método experimental, a la complejidad de los fenómenos
sociales, a la dificultad de una predicción exacta y a la importancia del
esencialismo metodológico. Trataré de estos argumentos por ese orden.
1. Generalización
La posibilidad de
la generalización y su éxito en las ciencias físicas descansa, según el historicismo,
en la uniformidad general de la Naturaleza, en la observación—quizá mejor descrita
como supuesto— de que en circunstancias semejantes ocurrirán cosas semejantes. Este
principio, al que se supone válido a través del espacio y del tiempo, es
considerado como la base del método de la física.
El
historicismo insiste en que este principio es necesariamente inaplicable en sociología;
circunstancias semejantes sólo se repiten dentro de un determinado período histórico.
La semejanza nunca persiste de un período a otro. De aquí que no haya en la sociedad
uniformidades a largo plazo sobre las que se puedan basar generalizaciones a largo
plazo, esto es, si dejamos a un lado regularidades triviales, como las
descritas por la perogrullada de que los seres humanos siempre viven en grupos,
o de que el suministro de ciertas cosas es limitado y el suministro de otras,
como el aire, ilimitado, y que sólo las primeras pueden tener valor de cambio o
de mercado.
Un método que ignore
esta limitación y que intente generalizar
uniformidades sociales supondrá implícitamente, según el historicismo, que las
regularidades en cuestión son sempiternas; así que un punto de vista metodológico
ingenuo—el punto de vista de que el método de la generalización puede ser
tomado de la física por las ciencias sociales—producirá una teoría sociológica
falsa y peligrosamente engañosa. Será una teoría que niegue que la sociedad se desarrolla;
o que alguna vez cambia en algo de importancia; o que los desarrollos sociales,
si los hay, pueden afectar las regularidades básicas de la vida social.
Los historicistas destacan a menudo que detrás de estas teorías equivocadas hay un propósito escondido e
interesado y, en efecto, el supuesto de la existencia de unas leyes sociológicas
incambiables puede emplearse fácilmente para fines bastardos. Puede aparecer
primero bajo la forma del argumento de que se han de aceptar las cosas
indeseables o desagradables porque están determinadas por invariables leyes
naturales. Por ejemplo, las «inexorables
leyes» de la economía han sido invocadas para demostrar la futilidad de la
intervención legal en la contratación de los salarios. Un segundo mal uso interesado
de la suposición de una persistencia es el fomento de un sentimiento general de
inevitabilidad, y, en consecuencia, de una disposición a soportar lo inevitable
con calma y sin protesta. Lo que ahora es, siempre será, y el intento de
influir en la marcha de los acontecimientos, o incluso de enjuiciarla, es ridículo: uno no discute las leyes naturales,
y el intento de derrocadas sólo puede llevar al
desastre.
Estos
son, dice el historicista, los argumentos conservadores interesados e incluso fatalistas,
corolario inevitable de la petición de que se adopte en sociología un método naturalista.
El
historicista se opone a estos argumentos sosteniendo que las uniformidades sociales
son muy diferentes de las de las ciencias naturales. Cambian de un período
histórico a otro, y es la actividad humana la fuerza que las cambia.
Porque las uniformidades sociales no son leyes naturales, sino obra del hombre;
y aunque se pueda decir que dependen de la naturaleza humana, esto es así
porque la naturaleza humana tiene el poder de alterarlas y quizá de
controlarlas. Por tanto, las cosas pueden mejorar o empeorar: la reforma activa
no es necesariamente fútil.
Estas
tendencias del historicismo atraen a los que
sienten la llamada de la actividad, la llamada de la intervención,
especialmente en los asuntos humanos, negándose a aceptar como inevitable el
estado de cosas existente. Esta tendencia hacia la actividad y contra cualquier
clase de complacencia puede llamarse «activismo». Diré algo más sobre las
relaciones entre el historicismo y el activismo en las secciones 17 y 18; pero
puedo citar aquí la conocida exhortación de un famoso historicista Marx que expresa la actitud activista
de forma muy llamativa: «Los filósofos
sólo han interpretado el mundo de diversas
maneras; la cuestión, sin embargo, es cambiarlo»[1].
2. Método experimental
La física
usa el método experimental; esto es, introduce controles artificiales, aislamientos
artificiales, y así consigue la repetición de condiciones semejantes y la consiguiente obtención de
ciertos efectos. Es obvio que este método está basado en la idea de que cuando
las circunstancias sean semejantes ocurrirán cosas semejantes. El historicismo
sostiene que este método no es aplicable en sociología. Ni siquiera sería útil si
fuese aplicable. Porque como las condiciones semejantes ocurren siempre dentro
de los límites de un período determinado, el resultado de un experimento
tendría importancia y consecuencias muy limitadas. Además, el aislamiento
artificial eliminaría precisamente aquellos factores que más importancia tienen
para la sociología. Robinsón Crusoe y su economía individual aislada no podrá nunca
ser un modelo valioso para una economía cuyos problemas nacen precisamente de la
interacción económica de individuos y grupos.
Además,
se sostiene que cualquier experimento realmente valioso es imposible. Los experimentos
sociológicos a gran escala nunca son experimentos en el sentido físico. No están
hechos para hacer progresar al conocimiento como tal, sino para conseguir el
éxito político. No son llevados a cabo en un laboratorio aislado del mundo
exterior; por el contrario, el mero hecho de que sean llevados a cabo, cambia
las condiciones de la sociedad. Nunca pueden ser repetidos precisamente bajo
las mismas condiciones, ya que estas condiciones fueron cambiadas por su
primera ejecución.
3. Novedad
El
argumento que se acaba de mencionar merece mayor estudio. El historicismo, he dicho,
niega la posibilidad de repetir experimentos sociales en gran escala en
condiciones precisamente equivalentes, ya que las condiciones de la segunda ejecución tienen que estar
influidas por el hecho de que el experimento
se llevó a cabo antes. Este argumento reposa sobre la idea de que la sociedad,
como un organismo, posee una especie de memoria de lo que corrientemente
llamamos su historia.
En biología podemos hablar de la historia vital de un organismo, ya que un organismo está parcialmente
condicionado por sucesos pasados. Si estos sucesos son repetidos pierden, para
el organismo que los experimenta, su carácter de novedad, y toman un tinte
habitual. Sin embargo, ésta es precisamente la razón por la que la experiencia
del suceso repetido no es la misma que la experiencia del suceso original, la razón por la que la experiencia de
una repetición es nueva. La repetición de sucesos observados puede corresponder
al nacimiento de experiencias nuevas en un observador. Como forma hábitos nuevos,
la repetición produce condiciones nuevas, habituales. La suma total de las condiciones—internas
y externas—, en las cuales repetimos un cierto experimento, sobre un único e
idéntico organismo, no puede, por tanto, ser lo bastante semejante para que podamos
hablar de una repetición genuina. Porque incluso una repetición exacta de condiciones
ambientales se combinaría con nuevas condiciones internas en el organismo: el
organismo aprende por experiencia.
Esto
mismo, según el historicismo, es verdad para la sociedad, ya que la sociedad
también tiene experiencias: también tiene su historia. Puede que sólo aprenda
lentamente de las repeticiones (parciales) de la historia, pero es indudable
que, en efecto, aprende en la parcial medida en que esté condicionada por su pasado.
Las tradiciones y las lealtades y resentimientos tradicionales, la confianza y
desconfianza, no podrían de otra forma jugar su importante papel en la vida
social. Una repetición real tiene, por tanto, que
ser imposible en la historia social, y esto significa que hay que esperar el
surgimiento de sucesos de carácter intrínsecamente nuevo. Puede que la historia
se repita —pero nunca en el mismo nivel—,especialmente si los acontecimientos en cuestión tienen importancia
histórica y si ejercen una influencia duradera sobre la sociedad.
En el mundo descrito por la Física nada puede
ocurrir que sea verdadera e intrínsecamente nuevo. Quizá se invente un nuevo
aparato, pero siempre podremos analizarlo como una combinación distinta de
elementos que ciertamente no son nuevos. La novedad en física es meramente una novedad de arreglos o
combinaciones. En directa oposición
con esto, la novedad social, como la novedad biológica, es, insiste el historicismo,
una novedad de tipo intrínseco. Es una novedad real, imposible de reducir a una
mera novedad de combinaciones. Porque en la vida social, los factores ya conocidos arreglados en forma nueva no son
nunca en realidad los mismos factores conocidos. Allí donde nada puede repetirse
con precisión, siempre tiene que estar surgiendo la verdadera novedad. Esto, se
sostiene, concierne a todo estudio del desarrollo de nuevos estadios o períodos
de la historia, cada uno de los cuales difiere intrínsecamente de cualquiera de
los demás.
El
historicismo afirma que nada tiene mayor importancia que el nacimiento de un período
realmente nuevo. Este aspecto importantísimo de la vida social no puede ser investigado
siguiendo las líneas acostumbradas para explicar las novedades del reino de la física, es decir, viéndolas como nuevos arreglos de elementos familiares. Incluso si los métodos normales
de la física fuesen aplicables a la sociedad, nunca serían aplicables a sus
rasgos más importantes: su división en períodos y el surgimiento de la
novedad. Una vez que
comprendemos la relevancia de la novedad social, quedamos forzados a abandonar
la idea de que la aplicación de métodos físicos ordinarios a los
problemas de la sociología puede ayudarnos a entender los problemas del
desarrollo social.
Queda
otro aspecto de la novedad social. Hemos visto que de todos y cada uno de los sucesos
sociales, de cada uno de los hechos de la vida social, se puede decir que, en cierto
sentido, es nuevo. Puede ser clasificado con otros hechos; puede incluso parecerse
a esos hechos en ciertos aspectos, pero siempre será único en un determinado
aspecto. Esto nos lleva, en cuanto concierne a la explicación sociológica, a
una situación que es marcadamente diferente de la de la física. Es concebible
que por medio del análisis de la vida social seamos capaces de descubrir y de
entender intuitivamente, cómo y por qué ocurrió un determinado suceso; que
entendemos claramente sus causas y sus efectos, las
fuerzas que lo ocasionaron y su influencia sobre otros sucesos. Sin embargo,
puede que a pesar de esto encontremos que somos incapaces de formular leyes
generales que sirvan para describir en términos generales estos lazos
causales. Porque quizá sólo sea esta situación sociológica particular, y
ninguna otra, la que quede correctamente explicada por las particulares fuerzas
que hemos descubierto. Y estas fuerzas pueden muy bien ser únicas e
irrepetibles; quizá surjan sólo una vez, en esta situación social particular y nunca más.
4. Complejidad
La situación metodológica que se acaba de esbozar
tiene otros aspectos. Uno que se ha discutido muy frecuentemente (y que no se va a discutir aquí) es el papel
sociológico de ciertas personalidades únicas. Otro de estos aspectos es la
complejidad de los fenómenos sociales. En física nos enfrentamos con una
materia que es mucho menos complicada; a pesar de esto, aún simplificamos más
las cosas artificialmente por el método del aislamiento experimental. Puesto que
este método no es aplicable en sociología, nos encontramos con una doble
complejidad —una complejidad que nace de la imposibilidad del aislamiento
artificial—, y una complejidad debida al hecho de que la vida social es un fenómeno natural que presupone una vida
mental de los individuos es decir psicología, la que a su vez presupone la biología, que a su vez presupone la química y la física. El hecho de que la sociología
esté en el último lugar de esta jerarquía de
las ciencias nos muestra claramente la tremenda complejidad de los factores
implicados en la vida social. Aunque hubiese uniformidades sociológicas
inmutables, como las uniformidades del campo de la física, pudiera muy bien ocurrir que
fuésemos incapaces de encontrarlas, dada su doble complejidad. Pero si no
podemos encontrarlas, no tiene objeto el mantener que a pesar de esto existen.
5. Inexactitud de la predicción
Se mostrará en la discusión de sus doctrinas
pronaturalistas que el historicismo se inclina a destacar la importancia de
la predicción como una de las tareas de
la ciencia. (En este respecto estoy de acuerdo con él, aunque no creo que la profecía
histórica sea una de las tareas de las ciencias sociales). Sin embargo,
el historicismo arguye que la predicción social tiene que ser muy difícil, no
sólo por causa de la complejidad de las
estructuras sociales, sino también por causa de una complejidad peculiar que
nace de la mutua conexión entre las predicciones
y los sucesos predichos.
La idea de que una predicción puede influir
sobre el suceso predicho es muy antigua. Edipo, en la leyenda, mata a su
padre, a quien nunca había visto, y éste
era el resultado directo de la profecía que hizo que su padre le abandonase.
Esta es la razón que me hace sugerir el nombre de
«Efecto de Edipo» para la influencia
de la predicción sobre el suceso predicho (o, más generalmente, para la influencia
de una información sobre la situación a la que la información se refiere), sea
esta influencia en el sentido de hacer que ocurra el suceso previsto, sea en el
sentido de impedirlo.
Los historicistas han destacado recientemente que
esta clase de influencia puede ser importante en las ciencias sociales; que
puede aumentar la dificultad de conseguir predicciones exactas y puede poner en
peligro su objetividad. Dicen que se seguirían consecuencias absurdas de la
suposición de que las ciencias sociales pudieran ser desarrolladas tanto como
para permitir predicciones científicas precisas de toda clase de hechos y
sucesos sociales, y que esta
suposición, por tanto, puede ser
refutada por razones puramente lógicas.
Porque si llegase a ser construido un calendario social científico de esta
clase y luego llegase a ser conocido (no se podría mantener secreto por
mucho tiempo, porque en principio podría ser descubierto de nuevo por cualquiera),
sería ciertamente la causa de actos que echarían por tierra sus predicciones. Supóngase, por ejemplo, que se
dijera que la cotización de las acciones iba a subir durante tres días para
luego caer. Claramente, todos los
relacionados con ese mercado venderían al tercer día, causando una caída prematura
en las cotizaciones y refutando la predicción. En pocas palabras, la idea de un
calendario exacto y detallado de sucesos sociales se contradice a sí misma, y son
imposibles, por tanto, predicciones sociales científicas exactas y detalladas.
6. Objetividad
y valoración
Al destacar
las dificultades de la predicción en las ciencias sociales, el historicismo, lo
hemos visto, avanza argumentos que están basados en un análisis de la
influencia de las predicciones sobre los sucesos predichos. Pero, además, según
el historicismo, esta influencia puede en ciertas circunstancias tener importantes
repercusiones sobre el mismo observador que hace la predicción. Consideraciones
de este tipo juegan un papel incluso en física, donde cada observación está
basada en un intercambio de energía entre el observador y lo observado; esto
lleva a una incertidumbre, normalmente insignificante, en las predicciones físicas,
que se suele describir bajo el nombre de «principio
de la indeterminación». Es posible mantener que esta incertidumbre es debida a
una influencia mutua entre el objeto observado y
el sujeto observante, ya que ambos
perteneces al mismo mundo físico de
acción y de interacción. Como ha destacado Bohr,
existen en otras ciencias situaciones análogas a ésta de la física,
especialmente en biología y en psicología.
Pero el hecho de que el científico y su objeto pertenecen al mismo mundo nunca
tiene mayor importancia que en las ciencias sociales, donde (como se ha
señalado) conduce a una incertidumbre de predicción que es a veces de gran importancia
práctica.
Nos
enfrentamos en el mundo de las ciencias sociales con una plena y complicada interacción
o influencia mutua entre sujeto y objeto. El conocimiento de que existen tendencias
que pueden producir un suceso
determinado, junto con el conocimiento de que esta predicción puede ejercer una
influencia sobre el suceso predicho, repercutirán probablemente sobre el
contenido de la predicción; y la repercusión podría ser de tal clase que
quedasen gravemente invalidados la objetividad de las predicciones y otros
resultados de la investigación en las ciencias sociales.
Una predicción es un acontecimiento
social que puede dar lugar a una acción
recíproca entre ella y otros acontecimientos sociales, y dentro de éstos con el
acontecimiento que ella predice. Puede ayudar, como hemos visto, a precipitar
este acontecimiento, pero es fácil ver que también puede influir el él de otras
maneras. Puedes, en un caso extremo, incluso causar el acontecimiento que predice:
el acontecimiento podría no haberse producido en absoluto de no haber sido
predicho. En el otro extremo, la predicción de un suceso inminente puede llevar
a su evitación
e impedimento (con lo que al abstenerse, a propósito o por negligencia,
de predecirlo, el sociólogo en cierta manera podría hacer que ocurriera).
Ahora
bien: está claro que el sociólogo tiene
que darse cuenta con el tiempo de estas posibilidades. Un sociólogo podría, por
ejemplo, predecir algo a sabiendas de que su predicción será que este algo
ocurra. O bien puede negar que cierto suceso sea de esperar, con lo cual lo
evita e impide. Y esto no obsta para que en ambos casos observe el principio que
parece garantizar la objetividad científica: decir la verdad y nada más que la
verdad. Pero aunque haya dicho la verdad, no podremos decir que haya obedecido
a la regla de la objetividad científica, porque al hacer sus predicciones (que
los sucesos posteriores confirman) puede haber influido en esos sucesos para
inclinarlos y dirigirlos de acuerdo con sus propias preferencias.
Aunque
el historicista pueda llegar a admitir
que este cuadro es algo esquemático, insistirá en que destaca claramente un
problema que encontramos en casi
todos los capítulos de las ciencias sociales. La influencia
mutua entre las declaraciones del científico y la vida social caso
invariablemente crea situaciones en las que no sólo debemos considerar la
verdad de estas declaraciones, sino también su influencia real sobre los desarrollos
futuros. Puede que el sociólogo esté luchando por encontrar la verdad; pero al
mismo tiempo es inevitable que esté ejerciendo una clara y definida influencia
sobre la sociedad. Basta con que sus declaraciones ejerzan de hecho una influencia
para que su objetividad quede destruida.
Hemos
supuesto hasta ahora que el sociólogo intenta realmente buscar la verdad, y nada
más que la verdad; pero el historicista apuntará que la situación que hemos
descrito saca a luz las dificultades de nuestra suposición. Porque cuando las
predilecciones e intereses tienen tanta influencia sobre el contenido de las
predicciones y teorías científicas es muy dudoso que se pueda definir y evitar
un prejuicio. Por tanto, no debemos sorprendernos
al ver que en las ciencias sociales no haya casi nada parecido a la objetividad
y al ideal de búsqueda de la verdad que vemos en la física. Es de esperar que nos
encontremos en las ciencias sociales con tantas opiniones como se puedan
encontrar en la vida social, tantos puntos de vista como hay intereses. Se
puede preguntar si este argumento historicista no nos lleva a esa extrema forma
de relativismo que sostiene que la objetividad y el ideal de veracidad son
totalmente inaplicables a las ciencias sociales donde sólo el éxito—el
éxito político—puede ser decisivo.
Para
ilustrar estos argumentos el historicista puede destacar que cada vez que hay una cierta tendencia
escondida en un período de
desarrollo social, es de esperar que
nos encontremos con teorías sociológicas
que influyan sobre ese desarrollo. Se podría, por tanto, pensar que la ciencia
social funciona como una partera,
ayudando al nacimiento de nuevos períodos sociales, aunque también pueda servir
en manos de intereses conservadores para retardar cambios sociales pendientes.
Este
parecer puede sugerir la posibilidad de analizar y explicar las diferencias entre las
distintas doctrinas y escuelas
sociológicas, ya por medio de una referencia a las predilecciones e intereses
prevalentes en un determinado período histórico (un punto de vista que a veces
ha sido llamado «historismo», y que no
debe ser confundido con lo que yo llamo «historicismo»),
o una referencia a su conexión con intereses políticos, económicos o de clase
(un punto de vista que a veces ha sido llamado la «Sociología del Conocimiento»).
7. Holismo[2]
La mayoría de
los historicistas creen que hay aún una razón más profunda por la que los
métodos de la ciencia física no pueden ser aplicados a las ciencias sociales.
Sostienen que la sociología, como todas
las ciencias «biológicas», es decir,
todas las ciencias que tratan de objetos vivientes, no deberían proceder de una
forma atomística, sino de lo que ahora
se llama una forma «holística».
Porque los objetos de la sociología, los grupos sociales, nunca deben ser considerados como meros agregados de
personas. El grupo social es más que
la mera suma total de sus miembros, y también es más
que la mera suma total de las relaciones meramente personales que existan en
cualquier momento entre cualesquiera de sus miembros. Esto se ve inmediatamente
incluso en un simple grupo que conste
de tres miembros. Un grupo fundado por A y B tendrá un carácter diferente de un
grupo que conste de los mismos miembros, pero ha sido fundado por B y C. Esto
puede aclarar lo que significa el decir que un grupo tiene una historia
propia y que su estructura depende en gran medida de su historia (véase también
la sección 3 sobre «Novedad»). Un grupo
puede fácilmente retener su carácter, aunque pierda algunos de sus miembros menos
importantes. Y es incluso concebible que un
grupo guarde mucho de su carácter original incluso cuando todos sus miembros originales
han sido reemplazados por otros. Pero los mismos miembros que ahora constituyen
el grupo podrían quizá haber constituido uno muy diferente si no hubiesen
entrado en el grupo original uno por uno, sino que en vez de esto hubiesen
fundado uno nuevo. Puede que las personalidades de los miembros tengan gran
influencia sobre la historia y la estructura del grupo, pero esto no impide que
el grupo tenga una historia y una estructura, ni tampoco que influya fuertemente
en las personalidades de sus miembros.
Todos los
grupos sociales tienen sus propias tradiciones, sus propias instituciones y sus
propios ritos. El historicismo afirma que debemos estudiar la historia del grupo
sus tradiciones e instituciones, si queremos comprenderlo y explicarlo como es
ahora, y si queremos comprender y quizá prever su futuro desarrollo.
El carácter holístico de los grupos sociales, el hecho de que estos grupos
nunca quedan plenamente explicados como meros agregados de sus miembros, aclara
la distinción del historicista entre la novedad en la física, que meramente
supone nuevas combinaciones y arreglos de elementos y factores que en sí mismos
no son nuevos, y la novedad en la vida social, que es realmente irreductible a una mera novedad de combinación. Porque si
las estructuras sociales en general no pueden ser explicadas como combinaciones
de sus partes o miembros, es claro que debe ser imposible explicar nuevas
estructuras sociales por este método.
Por otra parte, el historicismo insiste en que las
estructuras físicas pueden ser explicadas como meras «constelaciones», es decir, como la mera suma de sus partes, más la
configuración geométrica de éstas. Tómese el sistema solar por ejemplo; aunque
sea interesante estudiar su historia, y aunque este estudio quizá ilumine su
estado presente, sabemos que, en cierto sentido, este estado es independiente
de la historia del sistema. La estructura
del sistema, sus futuros movimientos y
desarrollos, están plenamente determinados por la actual constelación de sus
miembros. Dadas las posiciones relativas, las masas y los ímpetus de sus
miembros, los movimientos futuros del sistema están todos plenamente determinados. No necesitamos saber, además,
cuál de los planetas es el más viejo, o cuál entró en el sistema desde fuera: la historia de la estructura, aunque sea
interesante, en nada contribuye a nuestra comprensión de su comportamiento, de
su mecanismo y de su desarrollo futuro. Es obvio que las estructuras físicas
difieren grandemente en este sentido de cualquier estructura social; éstas no
pueden ser entendidas ni su futuro predicho, sin un cuidadoso estudio de su
historia, aunque tuviésemos un conocimiento completo de su «constelación» en ese momento.
Estas
consideraciones sugieren insistentemente una íntima conexión entre el historicismo
y la llamada teoría biológica u orgánica de las estructuras sociales—la teoría
que interpreta a los grupos sociales por medio de una analogía con los organismos
vivos. En efecto, se dice que el holismo es característico de los fenómenos
biológicos en general, y el punto de vista balístico es considerado
indispensable para el estudio de cómo la historia de los diferentes organismos
influye en su comportamiento. Los argumentos balísticos del historicismo tienden
e esta forma a acentuar la semejanza entre grupos sociales y organismos, aunque
no conduzcan necesariamente a la aceptación de la teoría biológica de la estructuras
sociales. De igual forma, la conocida
teoría de la existencia de un espíritu
del grupo, como portador de las tradiciones del grupo, aunque no sea
necesariamente parte del argumento historicista, está profundamente relacionado
con el punto de vista holístico.
8. Comprensión intuitiva
Hemos
tratado hasta ahora, sobre todo, de algunos aspectos característicos de la vida
social, como: novedad, complejidad, organicidad, holismo y la forma que tiene
la historia de dividirse en períodos; aspectos que, según el historicismo,
hacen inaplicables a las ciencia sociales algunos método típicos de la física.
Por tanto, se considera necesario un enfoque más histórico en los estudios
sociales. Forma parte de la doctrina antinaturalista del historicismo el
intentar comprender intuitivamente la historia de los distintos grupos
sociales, y este punto de vista desemboca a veces en una doctrina metodológica
que está muy relacionada con el historicismo, aunque no invariablemente
combinada con él.
Es la
doctrina de que el método apropiado para las ciencias sociales, como opuesto al
método de las ciencias naturales, ha de estar basado en una íntima comprensión
de los fenómenos sociales. Las siguientes oposiciones y contrastes se acentúan
normalmente en conexión con esta
doctrina. El punto de mira de la física
es la explicación causal; el de la sociología, una comprensión de propósito y significado. En física, los
acontecimientos son explicados rigurosa y cuantitativamente y por medio de fórmulas matemáticas; la sociología
intenta comprender los desarrollos históricos en términos más cualitativos, por
ejemplo, por medio de conflictos de tendencias y fines o por medio del «carácter
nacional» o el «espíritu de la época».
Esta es la razón por la que la física opera con generalizaciones inductivas, mientras
que la sociología sólo puede operar mediante la ayuda de una imaginación comprensiva.
Y también es la razón por la que la física puede llegar a uniformidades
universalmente válidas y explicar los acontecimientos particulares como
ejemplos de estas uniformidades, mientras que la sociología tiene que contentarse
con la comprensión intuitiva de acontecimientos: únicos y del papel que juegan en situaciones particulares, ocurridas dentro de
particulares conflictos de intereses, tendencias
y destinos.
Me propongo distinguir entre tres diferentes variantes de la doctrina de la comprensión
intuitiva. La primera sostiene que un acontecimiento social es comprendido
cuando se analiza en términos de las fuerzas que hicieron que tuviese lugar ,
es decir, cuando son conocidos los grupos e individuos implicados, sus propósitos
o intereses y el poder del que
pueden disponer. Las acciones de
los individuos o grupos se supone aquí que concuerdan con sus fines, es decir,
que les ocasionan ventajas reales, o por lo menos ventajas imaginadas. El
método de la sociología será aquí el de una reconstrucción imaginaria de actividades
ya racionales, ya irracionales, dirigidas hacia fines determinados.
La segunda variante va más lejos. Admite que este
análisis es necesario, sobre todo en cuanto se refiere a la comprensión de
acciones individuales o actividades de grupo. Pero mantiene que es necesario
algo más para la comprensión de la vida social. Si queremos comprender el
significado de un suceso social, una cierta
acción política, por ejemplo, no basta con comprender teleológicamente cómo y por
qué ocurrió. Por encima de esto debemos comprender su significado, la relevancia de su acaecimiento. ¿Qué se quiere
decir aquí por «significado» y «relevancia»? Desde el punto de vista que
estoy describiendo como la segunda variante, la respuesta sería: un suceso
social no sólo ejerce ciertas influencias, no sólo conduce, con el tiempo, a
otros acontecimientos, sino que también, por el mero hecho de que haya llegado
a existir, cambia el valor situacional de una amplia serie de acontecimientos
distintos. Crea una nueva situación, que pide una reorientación y una reinterpretación
de todos los objetos y de todas las acciones de ese determinado campo. Para
analizar un acontecimiento como, digamos, la creación de un nuevo ejército en
un determinado país, es necesario analizar las intenciones, los intereses, etc. Pero no podremos comprender plenamente el
significado o la relevancia de esta acción sin también analizar su valor
situacional; las fuerzas militares de otro país, por ejemplo, que hasta ese
momento eran plenamente suficientes para su protección, pero que ahora quizá
sean totalmente inadecuadas. En pocas palabras, la situación social entera puede
haber cambiado aun antes de que hayan ocurrido adicionales cambios de hecho, ya
sean físicos, ya incluso psicológicos; porque la situación puede haber cambiado
mucho antes de que nadie haya notado el cambio. Por tanto, para analizar la
vida social debemos ir más allá del mero análisis de las causas de hecho y
efectos de hecho, es decir, de motivos, intereses y reacciones causadas por
acciones: hemos de entender que cada suceso juega un papel característico
dentro de la totalidad. El suceso gana en relevancia cuanto más influye en la
totalidad, y, por tanto, su relevancia está determinada en parte por la totalidad.
La
tercera variante de esta doctrina de la comprensión intuitiva va aún más lejos,
al tiempo que admite todo lo mantenido por la primera y segunda variantes.
Sostiene que para comprender el significado o la relevancia de un acontecimiento
social se necesita algo más que un análisis de su génesis, efectos y valor
situacional. Además de este análisis es necesario el de las tendencias y direcciones
históricas, objetivas y subyacentes (como el crecimiento o decadencia de ciertas
tradiciones o poderes) que prevalezcan en el período en cuestión, y el análisis
de la contribución del acontecimiento en cuestión al proceso histórico por el cual
estas tendencias se hacen manifiestas. Una comprensión completa del asunto Dreyfus, por ejemplo, pide, además de un
análisis de su génesis, efectos y valor situacional, una penetración del hecho
de que era una manifestación de la lucha
entre dos tendencias históricas en el
desarrollo de la República francesa, la democrática y la autocrática, la
progresista y la reaccionaria.
Esta
tercera variante del método de la comprensión intuitiva, con su énfasis sobre las tendencias y direcciones de la
historia, es una posición que
sugiere en cierta medida la aplicación de una inferencia por analogía
de un período histórico a otro. Porque aunque reconoce plenamente que los
períodos históricos son intrínsecamente diferentes, y que ningún acontecimiento
puede en realidad repetirse en otro período del desarrollo social, es posible
admitir que dominen tendencias análogas en períodos diferentes, muy separados quizá
entre sí. Se ha dicho, por ejemplo, que semejanzas o analogías de esta clase valen para la Grecia de antes de Alejandro y la Alemania de antes de Bismarck. El método de la comprensión
intuitiva sugiere en estos casos que deberíamos evaluar el significado de ciertos acontecimientos por
medio de una comparación con acontecimientos análogos en períodos anteriores,
de tal forma que nos ayuden a predecir nuevos desarrollos, no olvidando nunca,
sin embargo, que la inevitable diferencia entre dos períodos debe tomarse
inevitablemente en consideración.
Vemos,
por tanto, que un método capaz de
entender el significado de los acontecimientos sociales debe ir mucho más allá
de la explicación causal. Su carácter ha de ser
holístico; debe apuntar a la determinación del papel jugado por el
acontecimiento dentro de una estructura compleja; dentro de un todo que comprende
no sólo las partes contemporáneas, sino también los estadios sucesivos de un
desarrollo temporal. Esto quizá explique por qué tiende la tercera variante del
método de la comprensión intuitiva a apoyarse en la analogía entre un organismo
y un grupo, y por qué tiende a emplear ideas como la de la mente o el espíritu
de una época, fuente y dirección de todas esas tendencias históricas que juegan
un papel tan importante en la determinación del significado de los acontecimientos
sociológicos.
Pero
el método de la comprensión intuitiva no
sólo encaja en las ideas del holismo. También concuerda muy bien con el énfasis
historicista sobre la novedad; porque la novedad no puede ser explicada causal
o racionalmente, sino sólo comprendida intuitivamente. Se verá, además, en la
discusión de las doctrinas pronaturalistas del historicismo que hay una profunda
conexión entre ellas y nuestra «tercera
variante» del método de la comprensión intuitiva, con su énfasis sobre las
«tendencias» históricas. (Véase, por ejemplo,
la sección 16).
9. Método
cuantitativo
De entre
las oposiciones y contrastes normalmente
destacados por la doctrina de la comprensión intuitiva, los historicistas
resaltan frecuentemente el siguiente.
En física, se dice, los acontecimientos son explicados rigurosa y precisamente en
términos cuantitativos y con ayuda de
fórmulas matemáticas. La sociología, por otra parte, intenta comprender el desarrollo
histórico más bien en términos cualitativos; por ejemplo, en términos de un
conflicto de tendencias y de fines.
La
negación de la aplicabilidad de métodos cuantitativos y matemáticos no es en absoluto
exclusiva de los historicistas; en efecto, estos métodos son repudiados incluso
por escritores de opiniones fuertemente antihistoricistas. Pero algunos de los
argumentos más persuasivos contra los métodos cuantitativos y matemáticos sacan
a la luz muy claramente el punto de vista al que yo llamo historicismo, y por
eso se discutirán aquí estos argumentos.
Cuando
consideramos la oposición al uso de métodos cuantitativos y matemáticos en sociología,
se nos debe ocurrir inmediatamente una fuerte objeción: esta actitud parece estar
en conflicto con el hecho de que están siendo usados con gran éxito métodos cuantitativos
y matemáticos en algunas de las ciencias sociales. ¿Cómo, visto esto, se puede
negar que sean aplicables?
Contra
esta objeción, la oposición a los métodos cuantitativos y matemáticos puede ser
mantenida con algunos argumentos característicos de la forma de pensar historicista.
Estoy
de acuerdo, puede decir el historicista, con sus observaciones; pero aún queda una
tremenda diferencia entre los métodos estadísticos de las ciencias sociales y
los métodos cuantitativo-matemáticos de la física. Las ciencias sociales no
conocen nada que pueda compararse a las leyes causales matemáticamente formuladas de
la física.
Considérese,
por ejemplo, la ley física de que (para una luz de una determinada longitud de
onda) cuanto menor sea la abertura a
través de la cual pasa un rayo de luz, mayor será el ángulo de difracción.
Una
ley física de este tipo tiene la forma: «Bajo
ciertas condiciones, si la magnitud A varía de
una cierta manera, la magnitud B también
varía de una cierta manera previsible». En otras palabras, una ley como
ésta expresa la dependencia en que está una cantidad
medible, respecto de otra; y la manera en que la una depende de la
otra está expresada en términos cuantitativos exactos. La física ha conseguido expresar todas sus leyes de esta forma. Para conseguir
esto, su primera tarea fue traducir todas las cualidades físicas a términos cuantitativos.
Por ejemplo, tuvo que reemplazar la descripción cualitativa de una cierta clase
de luz—así, una luz amarillo-verdosa clara—por una descripción cuantitativa:
luz de una cierta longitud de onda y de una cierta intensidad. Un proceso como
éste de descripción cuantitativa de cualidades físicas es claramente un
requisito previo necesario para la formulación cuantitativa de leyes físicas
causales. Estas nos permiten explicar por qué ha ocurrido algo; por ejemplo, admitida
la ley que determina las relaciones entre el ancho de una abertura y el ángulo
de difracción, podemos dar una explicación causal del aumento del ángulo de
difracción diciendo que fue porque se disminuyó la abertura.
La
explicación causal, mantiene el
historicista, también ha de ser intentada
por las ciencias sociales. Podrían,
por ejemplo, intentar explicar el imperialismo en términos de expansión
industrial. Pero si consideramos este ejemplo, vemos en seguida que es totalmente
imposible intentar expresar leyes sociológicas en términos cuantitativos. Porque,
si consideramos alguna formulación como: «la
tendencia hacia la expansión territorial aumenta con la intensidad de la
industrialización» (una fórmula que es por lo menos inteligible, aunque
probablemente no sea una descripción verdadera de los hechos), nos daremos
pronto cuenta de que carecemos de todo método que nos permita medir la tendencia
hacia la expansión o la intensidad de la
industrialización.
Resumiendo
el argumento historicista contra los métodos cuantitativo-matemáticos, la tarea
del sociólogo es dar una explicación causal de los cambios sufridos en el curso
de la historia por entidades sociales como, por ejemplo, Estados, o sistemas
económicos, o formas de gobierno. Como no hay forma conocida de expresar en
términos cuantitativos las cualidades de estas entidades, es imposible formular
leyes cuantitativas. Por tanto, las leyes causales de las ciencias sociales,
suponiendo que las haya, han de tener un carácter profundamente diferente de
las de la física, por ser cualitativas más que cuantitativas y matemáticas. Si
las leyes sociológicas determinan el grado de algo, lo harán sólo en términos
muy vagos y permitirán, en el mejor de los casos, sólo una gradación muy rudimentaria
y aproximada.
Se
deduce que las cualidades—sean físicas o no físicas—sólo pueden ser apreciadas por
intuición. Los argumentos que hemos
usado aquí pueden, por tanto, ser
usados para reforzar los que han sido ofrecidos a favor del método de la comprensión
intuitiva.
10. Esencialismo
contra nominalismo
El
énfasis puesto sobre el carácter cualitativo de los acontecimientos sociales plantea
el problema de la naturaleza de los términos que denotan cualidades: es el
llamado problema de los universales, uno de los problemas más viejos y
más fundamentales de la filosofía.
Este
problema, alrededor del cual se libró una gran batalla durante toda la Edad Media,
tiene sus raíces en las filosofías de Platón
y de Aristóteles. Normalmente se le interpreta
como un problema meramente metafísico; pero, como la mayoría de los problemas
metafísicos, puede ser refundido para convertirse en un problema de método científico.
Sólo nos ocuparemos aquí del problema metodológico, haciendo como introducción un
breve bosquejo del problema metafísico.
Toda
ciencia emplea términos llamados términos universales, como «energía», «velocidad», «Carbón», «blancura», «evolución», «justicia», «Estado», «humanidad». Estos son distintos de la clase de términos que
llamamos términos singulares o conceptos individuales, como «Alejandro Magno», «El Cometa Halley», «La Primera
Guerra Mundial». Términos como éstos son nombres propios, rótulos colocados
por convención sobre las cosas individuales que denotan.
Sobre
la naturaleza de los términos universales hubo una larga y a veces encarnizada disputa entre dos bandos. El uno
sostenía que los universales se distinguen de los y nombres propios sólo en que
designan a los miembros de un grupo o clase de cosas, en vez de a una
sola cosa.
El
término universal «blanco», por
ejemplo, sería, en opinión de este
bando, nada más que un rótulo colocado sobre un grupo de muchas cosas
diferentes—copos de nieve, manteles y cisnes, por ejemplo—. Esta es la doctrina
del bando nominalista. Es combatida por una doctrina llamada
tradicionalmente «realismo»—un nombre
algo desorientador, dado que esta teoría «realista»
también ha sido llamada «idealista»—.
Me propongo, por tanto, volver a bautizar a esta teoría antinominalista con el
nombre de esencialismo. Los esencialistas niegan que primero reunamos un
grupo de cosas singulares y luego les pongamos el rótulo de «blancas»; por el contrario, llamamos blanca
a cada una de las cosas blancas singulares por razón de una cierta propiedad
intrínseca que tiene en común con otras cosas blancas: a saber, la «blancura». Esta propiedad, denotada por
el término universal, es considerada como un objeto que merece ser investigado
tanto como cualquiera de las cosas individuales mismas. (El nombre de «realismo» deriva de la aserción de que
los objetos universales, por ejemplo, blancura, existen «realmente», por encima de las cosas singulares o de los grupos de
cosas singulares). Por tanto, se sostiene que los términos universales denotan
objetos universales, exactamente de la misma forma que los términos singulares
denotan cosas individuales. Estos objetos universales (llamados por Platón «Formas» o «Ideas»)
designados por los términos universales también fueron llamados «esencias».
Pero
el esencialismo no sólo cree en la existencia de los universales (es decir,
objetos universales), también destaca su importancia para la ciencia. Hace
notar que los objetos singulares muestran muchos caracteres accidentales, caracteres
que no tienen interés para la ciencia. Para tomar un ejemplo de las ciencias sociales: la economía se interesa por el dinero y el
crédito, pero no por las formas particulares bajo las que aparecen monedas, billetes
o cheques. La ciencia debe apartar lo
accidental y penetrar hasta la esencia de las cosas. Pero la esencia de
cualquier cosa es siempre algo universal.
Estas
últimas observaciones indican algunas de las implicaciones metodológicas de este
problema metafísico. Sin embargo, el problema metodológico que ahora voy a
discutir puede de hecho ser considerado independientemente del problema metafísico. Nos acercaremos a él por otro camino—uno que
evita la cuestión de la existencia de objetos universales y singulares y de sus
diferencias. Discutiremos únicamente los fines y medios de la ciencia.
La
escuela de pensadores que me propongo llamar esencialistas metodológicos
fue fundada por Aristóteles, quien enseñaba que la investigación
científica tiene que penetrar hasta la esencia de las cosas para poder explicarlas.
Los esencialistas metodológicos se inclinan a formular las preguntas científicas
en términos como: «¿qué es materia?»
o «¿qué es fuerza?» o «¿qué es
justicia?», y creen que una respuesta penetrante a estas preguntas, que revele el
significado real o esencial de esos términos y, por consiguiente, la naturaleza
real o verdadera de las esencias denotadas por ellos, es por lo menos un indispensable
requisito previo de la investigación científica si no su principal tarea. Los nominalistas
metodológicos, por el contrario, expresarían sus problemas en términos como: «¿cómo se comporta este pedazo de materia?»,
o «¿cómo se mueve en presencia de otros cuerpos?»
Porque los nominalistas metodológicos sostienen que la tarea de la ciencia es
sólo describir cómo se comportan las cosas, y sugieren que esto se ha de
conseguir por medio de la libre introducción de nuevos términos, cuando sea
necesario, o por medio de una redefinición de los viejos términos, cuando sea
conveniente, olvidando tranquilamente su sentido original. Porque consideran a
las palabras meramente como útiles instrumentos de descripción.
La gran mayoría admitirá que el nominalismo
metodológico ha quedado victorioso en las
ciencias naturales. La física no investiga, por ejemplo, la esencia de los átomos o de la luz, sino
que usa esos términos con gran libertad para explicar o describir ciertas observaciones
físicas y también para nombrar ciertas
estructuras físicas importantes y
complicadas. Lo mismo ocurre con la biología. Los filósofos pueden pedir a los
biólogos la solución de ciertos
problemas, como «¿qué es la vida?» o
«¿qué es la evolución?», y algún biólogo quizá se sienta inclinado a satisfacer
esas peticiones. Sin embargo, la biología científica se ocupa en general de
problemas diferentes y adopta métodos de explicación y descripción muy
semejantes a los usados en la física.
Sería,
por tanto, de esperar que en las
ciencias sociales los naturalistas metodológicos favoreciesen al nominalismo y los antinaturalistas al esencialismo.
Sin embargo, de hecho, el esencialismo parece llevar aquí la mejor parte; ni
siquiera se enfrenta con una resistencia muy enérgica. Se ha sugerido, por
tanto, que mientras que los métodos de las ciencias naturales son
fundamentalmente nominalistas, la ciencia social debe adoptar un esencialismo
metodológico[3]. Se sostiene que la tarea
de las ciencias sociales estriba en entender y explicar entidades sociales como
el Estado la acción económica, el grupo social, etc., y que esto se puede hacer
sólo por medio de una penetración en sus esencias. Toda entidad importante
presupone términos universales para su descripción, y no tendría objeto el
introducir libremente nuevos términos como se
ha hecho con tanto éxito en las ciencias naturales. La tarea de las ciencias
sociales es describir clara y propiamente a esas entidades sociales, es decir,
distinguir lo esencial de lo accidental; pero esto requiere un conocimiento de su
esencia. Problemas como «¿qué es el
Estado?» y «¿qué es el ciudadano?»
(que Aristóteles consideraba los
problemas básicos de su Política), o «¿qué es crédito?», o «¿cuál
es la diferencia esencial entre el miembro de una Iglesia y el de una secta (o
entre la Iglesia y la secta)?», no sólo son perfectamente legítimas, sino
que son precisamente la clase de preguntas a cuya contestación están destinadas
las ciencias sociales.
Aunque
algunos historicistas puedan diferir en su actitud frente al problema metafísico
y en su opinión con respecto a la
metodología de las ciencias naturales, es claro que tenderán a ponerse al lado
del esencialismo y contra el nominalismo en cuanto afecte a la metodología de
las ciencias sociales. De hecho, casi todos los historicistas que conozco toman
esta actitud. Pero vale la pena considerar si esto queda explicado por la
general tendencia antinaturalista del historicismo o si hay argumentos
específicamente historicistas que puedan ser aducidos en favor del esencialismo
metodológico.
En primer lugar, está clara la pertinencia del
argumento contra el uso de métodos cuantitativos en las ciencias sociales en
este problema. El énfasis puesto sobre el carácter cualitativo de los
argumentos sociales, junto con el puesto sobre la comprensión intuitiva (como
opuesta a la mera descripción), indica una actitud profundamente relacionada
con el esencialismo.
Pero
hay otros argumentos más típicos del historicismo, que siguen una tendencia doctrinal
ahora ya familiar al lector. (Incidentalmente, son prácticamente los mismos: argumentos
que, según Aristóteles, llevaron a Platón a desarrollar la primera teoría
de las esencias).
El
historicismo destaca la importancia del cambio. Ahora bien, en todo cambio, podría
argumentar el historicista, debe haber algo que cambia. Aunque nada quede sin cambiar,
debemos poder identificar lo que ha cambiado para poder empezar a hablar de
cambio. Esto es comparativamente fácil en la física. En mecánica, por ejemplo,
todos los cambios son movimientos, es decir, cambios espaciales y temporales de
cuerpos físicos. Pero la sociología, que se interesa sobre todo por las
instituciones sociales, se encuentra con mayores dificultades, pues estas
instituciones no son fáciles de identificar después de que han sufrido un
cambio. En un sentido simplemente descriptivo, es imposible el considerar que
una institución antes de un cambio es la misma que después de un cambio;
desde el punto de vista descriptivo, podría ser enteramente diferente. Una
descripción naturalista de instituciones contemporáneas de gobierno en Inglaterra,
por ejemplo, quizá tuviese que presentarlas como enteramente diferentes de lo
que eran hace cuatro siglos. Sin embargo, podemos decir que, en tanto en cuanto
existe un gobierno, es esencialmente el mismo, aunque pueda
haber cambiado considerablemente. Su función dentro de la sociedad moderna es esencialmente
análoga a la función que entonces desempeñaba. Aunque casi ninguna característica
que pueda ser objeto de descripción haya quedado igual, se conserva la esencial
identidad de la institución, permitiéndonos considerar a una institución como
una forma modificada de la otra: no podemos hablar, en las ciencias sociales,
de cambios o desarrollos sin presuponer una esencia que no cambia y, por tanto,
sin proceder de acuerdo con el esencialismo metodológico.
Es claro, naturalmente, que algunos términos sociológicos, como depresión, inflación, deflación,
etc., fueron originariamente introducidos de forma puramente nominalista. Pero aun así no han retenido su carácter
nominalista. A medida que cambian las condiciones, pronto nos encontramos con sociólogos
que no están de acuerdo sobre si ciertos fenómenos son realmente inflacionarios
o no; por tanto, en aras de la precisión puede hacerse necesario el investigar
la naturaleza esencial (o el significado esencial) de la inflación.
Así se puede decir de cualquier entidad social que
«podría, en cuanto concierne a su esencia, estar presente en cualquier
otro sitio y bajo cualquier otra forma, y podría asimismo cambiar quedando, de hecho,
incambiada, o cambiar de otra forma que de la forma en que, de hecho, lo hace»
(Husserl). La extensión de los
posibles cambios no puede ser limitada a priori. Es imposible decir qué
clase y cantidad de cambio puede soportar una entidad social y, sin embargo,
seguir siendo la misma. Fenómenos
que desde cierto punto de vista pueden
ser esencialmente diferentes, pueden desde otros ser esencialmente los mismos.
De los argumentos historicistas desarrollados más arriba,
se sigue que una sencilla descripción de los desarrollos sociales es imposible;
o mejor dicho, que una descripción sociológica nunca puede ser una mera
descripción en el sentido
nominalista. Y si una descripción sociológica no puede dejar a un lado las esencias,
menos aún podrá hacerlo una teoría del desarrollo social. Porque, ¿quién podría
negar que problemas como la determinación y la explicación de los rasgos
característicos de cierto período social, junto con sus tensiones y tendencias intrínsecas, se resistirán a cualquier
intento de ser tratadas por métodos nominalistas?
El esencialismo metodológico puede, por tanto,
basarse en el mismo argumento historicista que llevó a Platón a formular su esencialismo metafísico, el argumento de Heráclito de que las cosas cambiantes se resisten a toda descripción racional. De aquí que la ciencia o el conocimiento presuponga
algo que no cambie, sino que permanezca idéntico
a sí mismo: una esencia. Historia, es decir, la descripción
del cambio, y esencia, es decir, lo que queda incambiado durante el cambio,
aparecen aquí como conceptos correlativos. Pero esta correlación tiene aún otro
aspecto: en un cierto sentido, la esencia también presupone cambio y, por
tanto, historia. Porque si aquel principio de una cosa que permanece idéntico o
incambiado mientras la cosa cambia, es su esencia (o idea, o forma, o
naturaleza, o sustancia), entonces los cambios que sufre la cosa sacan a la luz
los diferentes aspectos, lados o posibilidades de la cosa y, por tanto, de su esencia. De acuerdo con esto,
la esencia puede ser interpretada como la suma o la fuente de las potencias inherentes
a la cosa, y los cambios (o movimientos) pueden ser interpretados como la
realización o actualización de las potencias escondidas de su esencia. (Esta
teoría se debe a Aristóteles). De esto se sigue que una cosa, es decir, su
esencia incambiable, sólo puede ser conocida a través de sus cambios.
Si, por ejemplo, queremos saber si una cosa determinada está hecha de oro,
tenemos que golpearla o probarla químicamente, y con esto cambiarla, descubriendo,
por tanto, algunas de sus potencias escondidas. De la misma forma, la esencia
del hombre—su personalidad— sólo puede ser conocida cuando se descubre a sí
misma en su biografía. Aplicando este principio a la sociología, desembocamos forzosamente
en la conclusión de que la esencia o el
carácter real de un grupo social sólo puede revelarse y ser conocido, a través
de su historia. Pero si los grupos sociales sólo pueden ser conocidos a través de su historia, los conceptos que se usen
para describirlos tienen que ser conceptos históricos; y de hecho, conceptos sociológicos
como el Estado japonés o la Nación italiana o la Raza
aria no pueden ser interpretados más que como conceptos basados en el estudio
de la historia. Lo mismo vale para las clases sociales: la burguesía,
por ejemplo, sólo puede ser definida por su historia: como la clase que llegó
al poder por medio de la revolución industrial, que echó a un lado a los
propietarios de tierras y que está combatiendo y siendo combatida por el proletariado,
etc.
Si bien
es cierto que el esencialismo ha sido introducido porque nos permite descubrir una
identidad en las cosas que cambian, también lo es que ofrece a su vez algunos
de los argumentos más poderosos en favor de la doctrina de que las ciencias
sociales deben adoptar un método histórico; es decir, en favor de la doctrina
del historicismo.
[1] Véase la undécima de
sus Tesis sobre Feuerbach (1845);
véase también la sección 17, más adelante.
[2] Del griego «holos»,
entero
[3] Véase la sección VI
del cap. 3 de mi libro La sociedad abierta y sus enemigos, especialmente
la nota 30, y la sección II del capítulo
11.
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