El labrador y la serpiente

En una ocasión el hijo de un labrador dio un fuerte golpe a una serpiente, la que lo mordió y envenenado muere. El padre, presa del dolor persigue a la serpiente con un hacha y le corta la cola. Más tarde el hombre pretende hacer las paces con la serpiente y ésta le contesta "en vano trabajas, buen hombre, porque entre nosotros no puede haber ya amistad, pues mientras yo me viere sin cola y tú a tu hijo en el sepulcro, no es posible que ninguno de los dos tenga el ánimo tranquilo".

Mientras dura la memoria de las injurias, es casi imposible desvanecer los odios.

Esopo

sábado, 23 de julio de 2022

  LAS MISERIAS DEL HISTORICISMO (III)

KARL POPPER


Título original: The Poverty of Historicism

Karl R. Popper, 1957

Traducción: Pedro Schwartz


II.   LAS DOCTRINAS PRONATURALISTAS DEL HISTORICISMO

 

Aunque el historicismo es fundamentalmente antinaturalista, no se opone en absoluto a la idea de que hay un elemento común entre los métodos de las ciencias físicas y de las sociales. Esto quizá sea debido al hecho de que los   historicistas adoptan generalmente el punto de vista (que yo comparto plenamente) de que la sociología, como la física, es una rama del conocimiento que intenta ser ,  al mismo tiempo, teórica y       empírica.

Al decir que es una disciplina teórica, entendemos que la sociología tiene que explicar y predecir acontecimientos, con la ayuda de teorías o leyes universales (que intenta descubrir). Al describir la sociología como ciencia empírica, queremos decir que ha de estar corroborada por la experiencia, que los acontecimientos que explica y predice son hechos observables y que la observación es la base sobre la que aceptar o rechazar cualquier teoría propuesta. Cuando hablamos de éxito, en física, pensamos en el éxito de sus predicciones: y el éxito de sus predicciones puede decirse que es lo mismo que la corroboración empírica de las leyes de la física. Cuando contrastamos el relativo éxito de la sociología con el éxito de la física, estamos suponiendo que el éxito de   la sociología consistiría, de la misma forma y básicamente, en la corroboración de las predicciones. De aquí se sigue que ciertos métodos—predicciones con la ayuda de leyes y el poner a prueba las leyes por medio de la observación— tienen que ser comunes a la física y a la sociología.

Estoy totalmente de acuerdo con este punto de vista, a pesar de que lo considere uno de los presupuestos básicos del historicismo. Pero no estoy de acuerdo con el desarrollo detallado de este punto de vista, que lleva a un     número de ideas que describiré más adelante. A  primera vista, podrían aparecer como una serie de consecuencias directamente derivadas del punto de vista general más arriba esbozado. Pero, de hecho, implican otros presupuestos, a saber,  las doctrinas antinaturalistas del historicismo y más específicamente la doctrina de las leyes o tendencias históricas.

 

11. Comparación con la astronomía. Predicciones a largo plazo y predicciones a gran escala[1]

Los historicistas modernos quedaron grandemente impresionados por el éxito de la teoría         de Newton, y especialmente por su capacidad para predecir las posiciones de los planetas con gran antelación. La posibilidad de esta clase de predicciones a largo plazo, sostienen, queda de esta forma establecida, mostrando que los viejos sueños de profetizar el futuro distante no traspasan los límites de lo que puede ser alcanzado por la mente humana. Las ciencias sociales tienen que apuntar a la misma altura. Si le es posible a la astronomía el predecir eclipses, ¿por qué no le iba a ser posible a la sociología el predecir revoluciones?

Sin embargo, aunque nuestra meta deba ser tan alta, no debemos olvidar nunca, insistirá el historicista, que las ciencias sociales      no pueden esperar, y no deben intentar, conseguir la precisión de las predicciones astronómicas. Un calendario científico exacto de acontecimientos sociales, comparable,  digamos, al Almanaque Náutico, es lógicamente imposible (según se ha visto en las secciones 5 y 6). Aunque las revoluciones puedan ser predichas por las ciencias sociales, ninguna de estas predicciones puede ser exacta; tiene que haber un margen de incertidumbre en cuanto a sus detalles y en cuanto al momento en que va a ocurrir.

Aunque concedan, e incluso acentúen, las deficiencias de las predicciones sociológicas en cuanto a detalle y precisión, los historicistas sostienen que la amplitud y relevancia de estas predicciones podrían compensar estos inconvenientes. Las deficiencias nacen principalmente de la complejidad de los acontecimientos sociales, de su interconexión y del carácter cualitativo de los términos sociológicos. Pero aunque, como consecuencia de ello, la ciencia social sufra de vaguedad, sus términos cualitativos le ofrecen al mismo tiempo una cierta riqueza y amplitud de significado. Ejemplos de estos términos son: «choque de culturas», «prosperidad», «solidaridad», «urbanización», «utilidad». A las  predicciones de la clase descrita, es decir, predicciones a largo plazo cuya vaguedad está compensada por su alcance  y relevancia, me propongo llamarlas predicciones a gran escala. Según el historicismo, ésta es la clase de predicción que tiene que intentar la sociología.

Es  ciertamente verdad que  estas predicciones a gran escala—predicciones  a largo plazo de amplia extensión y posiblemente algo vagas—pueden ser llevadas felizmente a cabo en algunas ciencias. Ejemplos de predicciones a gran escala importantes y con bastante éxito pueden encontrarse dentro       del campo de la astronomía. Así las predicciones de la actividad de las manchas de sol sobre la base de leyes periódicas (importantes para las variaciones climatológicas) o sobre la base de los cambios diarios y estacionales de la ionización de la alta atmósfera (importantes para     la radiofonía sin hilos). Estas se parecen a las predicciones de eclipses, en cuanto que recaen sobre acontecimientos de un futuro comparativamente distante, pero se diferencian de ellas en que a menudo son meramente estadísticas, y en cualquier caso menos exactas en cuanto a los detalles, el momento y otras características. Vemos, pues, que las predicciones a gran escala no son en sí mismas necesariamente irrealizables; y caso de que las predicciones a largo plazo sean; realizables en las ciencias sociales, queda bastante claro que sólo pueden ser lo que hemos descrito como predicciones a gran escala. De otra parte, se sigue de nuestra exposición de las doctrinas antinaturalistas del historicismo que/las predicciones a corto plazo en las ciencias sociales deben tener grandes desventajas. La falta de exactitud debe afectarlas considerablemente, porque por su misma naturaleza sólo pueden versar sobre los detalles, sobre los rasgos más pequeños de la vida social, ya que están confinadas a períodos breves. Pero una predicción de detalles que es inexacta en sus detalles es totalmente inútil.

Por tanto, si en algo nos interesamos por la predicción social, las predicciones a gran escala (que son también predicciones a largo plazo) siguen siendo, según; el historicismo, no sólo las más sugerentes, sino también las únicas predicciones que en realidad valga la pena intentar.

 

12. La observación

Toda base no experimental de observaciones   para una ciencia tiene siempre, en cierto sentido de la palabra, un carácter      «histórico». Esto ocurre incluso con la base de observaciones de la astronomía. Los hechos sobre los cuales está basada la astronomía están contenidos en los: libros del observatorio; libros que nos informan, por ejemplo, que en tal fecha (hora, segundo) el planeta Mercurio ha sido observado por don Fulano en una determinada posición. En pocas palabras, nos dan un «registro de acontecimientos ordenados cronológicamente», esto es, una crónica de observaciones.

De igual manera, la base de observaciones de la sociología sólo puede sernas dada bajo la forma de una crónica de acontecimientos; en este caso, de sucesos políticos o sociales. Esta crónica de sucesos políticos y otros sucesos importantes de la vida social es lo que se acostumbra a llamar «historia». La historia en este sentido estrecho es la base de la sociología.

Sería ridículo negar la importancia de la historia en este sentido estrecho como base empírica de la ciencia social. Pero una de las afirmaciones características del historicismo, estrechamente asociada con su denegación         de la aplicabilidad del método experimental, es que la historia, política o social, es la única fuente empírica de     la sociología. Así, el historicista ve la sociología      como la disciplina teórica y empírica, cuya base empírica está solamente formada por una crónica de los hechos de la historia y cuya finalidad es hacer predicciones, preferentemente predicciones a gran escala. Claramente, estas predicciones también tienen que ser de carácter histórico, ya que su puesta a prueba por medio de experimentos, su verificación o refutación tienen que ser dejadas a la historia futura. Por tanto, la construcción y puesta a prueba de predicciones históricas a gran escala es la tarea de la sociología, en opinión del historicismo. En una palabra, el historicista sostiene que la sociología es historia teórica.

 

13. Dinámica social

Aún puede desarrollarse más la analogía entre la ciencia social y la astronomía. La parte de la astronomía que los historicistas suelen considerar, la mecánica celeste, está basada en la dinámica, la teoría de los movimientos en cuanto determinados por fuerzas. Los   escritores historicistas han insistido a menudo en que la sociología debería basarse análogamente en una dinámica social, la teoría de los movimientos sociales en cuanto determinados por fuerzas sociales (o históricas).

La estática, el físico lo sabe, es sólo una abstracción de la dinámica; es, en cierta forma, la teoría de cómo y por       qué, bajo ciertas circunstancias, no ocurre nada, es decir, por qué no tiene lugar un cambio; y esto lo explica por una equivalencia de fuerzas contrapuestas. La dinámica, por otra parte, versa sobre el caso general, es decir, sobre fuerzas ya iguales ya desiguales, y se podría describir como la teoría de cómo y por qué ocurre algo. Por tanto, sólo la dinámica puede darnos las verdaderas leyes universalmente válidas de la mecánica, porque la Naturaleza es proceso: se mueve, cambia, se desarrolla; aunque a veces sólo lentamente, de tal forma que algunos desarrollos quizá sean difíciles de observar.

La analogía entre esta concepción de la dinámica y la concepción historicista de la sociología es obvia y no necesita mayor comentario. Pero el historicista podría sostener que la analogía es más profunda. Podría sostener, por ejemplo, que la sociología, como concebida por el historicismo, está relacionada con la dinámica porque es esencialmente una teoría causal; y esto porque, en general, la explicación causal es una explicación de cómo y por qué ocurrieron ciertas cosas, y básicamente, una explicación de esta clase siempre ha de tener un elemento histórico. Si se pregunta a alguien que se ha roto la pierna cómo y por qué le ocurrió esto, se espera uno que cuente la historia del accidente. Pero aun en el nivel del pensamiento teórico, y especialmente en el nivel de las teorías que permiten la predicción, es necesario un análisis histórico de las causas de un acontecimiento. Un ejemplo típico de esta necesidad de un análisis causal histórico, afirmará el historicista, es el problema de los orígenes o de las causas esenciales de la guerra.

En  física un análisis de esta clase se consigue por una determinación de las fuerzas que están actuando las unas sobre las otras, es decir, por dinámica; y el historicista sostiene que lo mismo debería intentarse en sociología. Debe ésta analizar las fuerzas que producen los cambios sociales y crean la historia humana. De la dinámica aprendemos la manera en que fuerzas que actúan las unas sobre las otras constituyen fuerzas nuevas; y viceversa, al analizar los componentes de estas fuerzas podemos penetrar las causas más fundamentales de los acontecimientos en cuestión. Similarmente, el historicismo pide el reconocimiento de la importancia fundamental de las fuerzas históricas, ya sean espirituales o materiales; por ejemplo, ideas éticas o religiosas, o intereses económicos. Analizar, desentrañar esta madeja de tendencias y fuerzas contrapuestas y penetrar hasta sus raíces, hasta las fuerzas universales preponderantes y las leyes del cambio social—ésta es la tarea de las ciencias sociales como las ve el historicismo—. Sólo de esta forma podemos desarrollar una ciencia teórica sobre la cual basar esas predicaciones a gran escala, cuya confirmación significaría el éxito de la teoría social.

 

14. Leyes históricas

Hemos visto que la sociología es para el historicista historia teórica. Las predicciones científicas de la sociología tienen que estar basadas sobre leyes, y puesto que son predicciones históricas, predicciones de cambios sociales, tienen que estar basadas sobre leyes históricas.

Pero, al mismo tiempo, el historicista sostiene que el método de generalización es inaplicable a la ciencia social y que no debemos suponer que las uniformidades de la vida social sean invariablemente válidas a través del espacio y del tiempo, ya que normalmente se aplican sólo a ciertos períodos culturales o históricos. Por tanto, las leyes sociales—si es que existen verdaderas leves  sociales— tienen que tener una estructura algo diferente de la de las generalizaciones ordinarias, basadas en uniformidades. Las verdaderas leyes sociales tendrían que ser «generalmente» válidas. Pero esto sólo puede significar que valen para toda la historia humana, cubriendo todos sus períodos en vez de alguno de ellos meramente. Pero no puede haber uniformidades sociales que valgan más allá de un período. Por tanto, las únicas leyes universalmente válidas de la sociedad tienen que ser leyes que eslabonen períodos sucesivos. Tienen que ser leyes de desarrollo histórico que determinen la transición de período a otro. Esto es lo que quiere decir el historicista al afirmar que las únicas leyes verdaderas de la sociología son las leyes históricas.

 

15. Profecía histórica contra ingeniería social

Como se ha indicado, estas leyes históricas (si es que pueden ser descubiertas) permitirán la predicción de acontecimientos incluso muy distantes, aunque no con minuciosa exactitud de detalle. Así, la doctrina de que las verdaderas leyes sociológicas son leyes históricas (una doctrina principalmente derivada de la limitada validez de las uniformidades sociales) conduce otra vez, con independencia de todo intento de emular a la astronomía, a la idea de «predicciones a gran escala». Y hace de ella una idea más concreta, pues muestra que estas predicciones tienen el carácter de profecías históricas.

La  sociología se convierte así, para el historicista, en un intento de resolver el viejo problema de predecir el futuro; no tanto el futuro del individuo como el de los grupos y el de la raza humana. Es la ciencia de las cosas por venir, de los desarrollos futuros. Si tuviese éxito el intento de proporcionarnos una presciencia política con validez científica, la sociología         adquiriría un grandísimo valor para los políticos, especialmente para aquellos cuya; visión se extiende más allá de las exigencias del presente, para los políticos con sentido del destino histórico. Algunos historicistas, es verdad, se contentan con predecir sólo las próximas etapas del peregrinar humano e incluso éstas en términos muy cautelosos. Pero  una idea es común a todos ellos: que el estudio sociológico debería ayudar a revelar el futuro político y, por tanto, convertirse en el principal instrumento de una política práctica de miras amplias.

Desde el punto de vista del valor pragmático de la ciencia, la importancia de las predicciones científicas es suficientemente clara. No se ha sabido ver, sin embargo, que en materia científica se pueden distinguir dos clases de predicciones, y por tanto, dos clases de formas de ser práctico. Podemos predecir: a) la llegada de un tifón, una predicción que puede ser del mayor valor práctico, porque quizá permita que la gente tome refugio a tiempo; pero también podemos predecir, b) que si un cierto refugio ha de resistir un tifón, debe estar construido de una cierta manera, por ejemplo, con contrafuertes de hormigón armado en su parte norte.

Estas dos clases de predicciones son claramente muy diferentes, aunque ambas sean importantes y colmen sueños   muy antiguos. En un caso se nos avisa un acontecimiento que no podemos hacer nada por evitar. Llamaré a esta clase de predicción una profecía. Su valor práctico consiste en que se nos advierte del hecho predicho, de tal forma que podamos evitarlo o enfrentarnos con él preparados  (posiblemente con la ayuda de predicciones de la otra clase).

Opuestas a éstas son las predicciones de la otra clase que podernos describir como predicciones tecnológicas, ya que las predicciones de esta clase forman una de las bases de la ingeniería. Son, por así decirlo, los pasos constructivos que se nos invita a dar, si queremos conseguir determinados resultados. La mayor parte de la física (casi toda ella, aparte de la astronomía y la meteorología) hace predicciones de tal forma que, consideradas desde un punto de vista práctico, pueden ser descritas como predicciones tecnológicas.

 La distinción entre estas dos clases de predicción coincide aproximadamente con la mayor o menor importancia del papel jugado por los experimentos intencionados y proyectados,  como         opuestos a  la mera observación paciente,  en la  ciencia en cuestión. Las ciencias experimentales típicas son capaces de hacer predicciones  tecnológicas, mientras que las que emplean principalmente observaciones no experimentales hacen profecías.

No quiero que se interprete esto en el sentido de que todas las ciencias, o incluso todas las predicciones científicas, son fundamentalmente prácticas—que son necesariamente o proféticas o tecnológicas y no pueden ser otra cosa—. Sólo quiero llamar la atención sobre la distinción entre estas dos clases de predicciones y las ciencias que a ellas corresponden. Al escoger los términos «profético» y «tecnológico», es indudable que quiero aludir a una característica que muestra cuándo se les mira desde un punto de vista pragmático; pero con el uso de esta terminología no deseo significar que este punto de vista sea necesariamente superior a cualquier otro, ni que la curiosidad científica esté limitada a profecías de importancia pragmática y a predicciones de carácter tecnológico. Si consideramos la astronomía, por ejemplo, tenemos que admitir que sus hallazgos son de interés principalmente teórico, aunque no carezcan de valor desde un punto de vista pragmático; pero como «profecías» son todos ellos semejantes a las profecías de la meteorología, cuyo valor para las actividades prácticas es obvio.

Vale la pena fijarse en que esta diferencia entre el carácter profético y el ingenieril de las ciencias no corresponde a la diferencia entre predicciones a largo y a corto plazo.

Aunque la mayoría de las predicciones «de ingeniería» son a corto plazo, también hay predicciones técnicas a largo plazo, por ejemplo, sobre el tiempo de vida de un motor. De igual forma, las predicciones de la astronomía pueden ser tanto       a largo como a corto plazo, y la mayoría de las predicciones meteorológicas son comparativamente a corto plazo.

La diferencia entre estos dos fines prácticos —hacer profecías y hacer ingeniería— y la correspondiente diferencia de estructura entre teorías científicas encaminadas a estos dos fines, es, como se verá más tarde, uno de los       puntos  importantes       de nuestro análisis metodológico. Por el momento sólo quiero destacar que los historicistas, consecuentes con su creencia de que los experimentos sociológicos son inútiles e imposibles, defienden la profecía histórica —la        profecía de desarrollos sociales, políticos e institucionales—contra la ingeniería social, como el fin práctico de las ciencias sociales. La idea de ingeniería social, el planear y construir instituciones, con el fin quizá de parar,       o controlar,  o acelerar acontecimientos sociales pendientes o inminentes, parece posible a algunos historicistas. Para otros, esto sería una empresa casi imposible o una empresa que pasa por alto el hecho de que la planificación política, como toda actividad social, tiene que doblegarse al imperio superior de las fuerzas históricas.

 

16. La teoría del desarrollo histórico

Estas consideraciones nos han llevado al corazón mismo del cuerpo de doctrina, para el que propongo el nombre de «historicismo», y justifican la elección de este rótulo. La ciencia social no es nada más que historia; ésta es la tesis. No, sin embargo, historia en el sentido tradicional de mera crónica de hechos históricos. La clase de historia con la que los historicistas quieren identificar la sociología no mira sólo hacia atrás, al pasado, sino también    hacia adelante, al futuro. Es el estudio de las fuerzas que operan sobre el desarrollo social, y sobre todo, el estudio de las leyes de éste. Por tanto, se la podría describir como teoría histórica o como historia teórica, ya que sólo leyes sociales universalmente válidas han sido reconocidas como leyes históricas. Tienen que ser leyes de proceso, de cambio, de desarrollo; no las seudoleyes de aparentes constancias o uniformidades. Según los historicistas, los sociólogos tienen que intentar formarse una idea general     de las tendencias amplias según las cuales cambia la estructura social. Pero además de esto, deberían intentar comprender las causas de este proceso, el funcionamiento de las      fuerzas responsables del cambio. Deberían intentar formular alguna hipótesis sobre las tendencias generales que se esconden bajo el desarrollo social, de tal forma que los hombres pueden prepararse para los cambios  futuros y acomodarse a ello por medio de profecías deducidas de estas leyes.

La noción que de la sociología tiene el historicista puede aclararse aún más si se ahonda en la distinción que he trazado entre las dos diferentes clases de pronóstico —y la distinción, relacionada con ésta, entre las dos clases de ciencia. En oposición a la metodología cuyo fin fuese una ciencia social tecnológica. Una metodología de esta clase conduciría a un estudio de las leyes generales de la vida social, cuyo fin sería el de descubrir todos el que quisiera reformar las instituciones sociales. No hay duda de que estos hechos existen. Conocemos, por ejemplo, muchas Utopías que son impracticables sólo porque no los tienen suficientemente en cuenta. El fin de la metodología tecnológica que estamos considerando sería el de proporcionar medios de evitar construcciones irreales de esa clase. Sería antihistoricista, pero de ninguna forma antihistórica. La experiencia histórica sería su fuente de información más importante. Pero, en vez de intentar descubrir leyes del desarrollo social, buscaría las varias leyes u otras uniformidades (aunque éstas, dice el historicista,  no existen) que imponen limitaciones a la construcción de instituciones sociales.

Además de redargüir de la forma ya discutida, tiene el historicista otra    manera de cuestionar la posibilidad y utilidad      de una tecnología social de esta clase.  Supongamos, podría decir, que el ingeniero social haya desarrollado un plan para una nueva estructura social, apoyada en la clase de sociología  que usted propugna. Supongamos que este plan para una nueva estructura social, apoyada en la clase de sociología que usted propugna. Supongamos que este plan es al tiempo práctico y realista, en el sentido de que no entra en conflicto  con los hechos y leyes conocidos de la vida social, e incluso que está apoyado por  otro plan igualmente practicable para cambiar la sociedad de cómo es ahora a como debe ser en la nueva estructura. Aún así, los argumentos historicistas pueden demostrar que un plan de esta clase no merecería ser considerado seriamente. A pesar de todo, continuaría siendo un sueño utópico e irreal, precisamente porque no toma en cuenta las leyes del desarrollo histórico, las revoluciones sociales no las traen los planes racionales, sino las fuerzas sociales no las traen los planes racionales, sino las fuerzas sociales, como, por ejemplo, los conflictos de intereses. La vieja idea del poderoso filósofo-rey que pusiera en práctica algunos planes cuidadosamente pensados era un cuento de hadas inventado en interés de la aristocracia terrateniente. El equivalente democrático de este cuento de hadas es la superstición de que es posible persuadir a un número suficiente de gente de buena voluntad por medio de argumentos racionales para que tome parte en acciones planeadas. La historia muestra que la realidad social es muy diferente. El curso del desarrollo histórico nunca se moldea por construcciones teóricas, por excelentes que sean, aunque estos proyectos puedan indudablemente ejercer alguna influencia junto con muchos otros factores menos racionales (o incluso totalmente irracionales). Incluso cuando un plan racional de esta clase coincida con los intereses de grupos poderosos, nunca será realizado de la forma en que fue concebido, a pesar de que la lucha por su realización se convertiría en una de los factores centrales del proceso histórico. El resultado en la práctica será siempre muy diferente de la construcción racional. Siempre será la resultante de una constelación momentánea de fuerzas en conflicto. Además, en ninguna circunstancia podría el resultado de una planificación racional convertirse en una estructura estable, porque la balanza de fuerzas no tiene más remedio que cambiar. Toda ingeniería social, por mucho que se enorgullezca de su realismo y de su carácter científico, está condenada a quedarse en un sueño utópico.

Hasta ahora, continuaría el historicista, los argumentos se han dirigido contra la posibilidad práctica de la ingeniería social basada en alguna ciencia social teórica y no contra la idea misma de una ciencia de esta clase. Sin embargo, pueden extenderse fácilmente hasta probar la imposibilidad de cualquiera ciencia social teórica de tipo tecnológico. Hemos visto que las empresas ingenieriles prácticas están condenadas al fracaso por razón de hechos y leyes sociológicos muy importantes. Pero esto implica no sólo que   una empresa de esta clase no tiene valor práctico, sino también que es poco firme teóricamente, ya que pasa por alto las únicas leyes sociales importantes: las leyes del desarrollo. La «ciencia» sobre la cual supuestamente reposaba también debió pasar por alto estas leyes, porque de otra forma nunca hubiese ofrecido una base para construcciones tan poco realistas. Cualquier ciencia social que no enseñe la imposibilidad de construcciones racionales sociales está totalmente ciega ante los hechos más importantes de la vida social y ha debido pasar por alto las únicas leyes de real validez y real importancia. La ciencias sociales que intenten proporcionar una base para la ingeniería social no pueden, por tanto, ser una descripción verdadera de los hechos sociales. Son imposibles en sí mismas.

El historicista sostendrá que, aparte de esta crítica decisiva, hay otras razones para atacar a las sociologías técnicas. Una razón es, por ejemplo, que olvidan ciertos aspectos del desarrollo    social, como es la aparición de la novedad. La idea de que podemos construir racionalmente estructuras sociales nuevas sobre una base científica implica que podemos traer al mundo un nuevo período social más o menos precisamente de la forma en que lo hemos planeado. Sin embargo, si el plan está basado en una ciencia que cubre los hechos sociales, no puede dar cuenta de rasgos intrínsecamente nuevos, sino sólo de novedades  de arreglo o combinación (véase la sección 3). Pero sabemos que un nuevo período tendrá su novedad intrínseca: un argumento que hace fútil toda planificación detallada y falsa toda ciencia sobre la cual se base esta planificación.

Estas consideraciones historicistas pueden ser aplicadas a todas las ciencias sociales, incluida la economía. La economía, por tanto, no puede darnos ninguna información valiosa tocante a reforma social. Sólo una seudoeconomía puede intentar ofrecer una base para  una planificación económica racional. La economía verdaderamente científica puede meramente revelar las fuerzas rectoras del desarrollo económico a través de los distintos períodos históricos. Quizá nos ayude a prever los rasgos generales de futuros períodos, pero no puede ayudarnos a desarrollar y a poner en operación ningún plan detallado para ningún período nuevo. Lo que vale para otras ciencias sociales tiene que valer para la economía. Su fin último sólo puede ser «el poner al descubierto la ley económica que rige el movimiento de Ia sociedad humana» (Marx).

 

17. Interpretación contra planificación del cambio social

La concepción historicista del desarrollo social no implica fatalismo ni conduce necesariamente a la inactividad muy al contrario. La mayoría de los historicistas tiene una marcada tendencia hacia el «activismo» (véase la sección 1). (El historicismo reconoce plenamente que nuestros deseos y pensamientos, nuestros sueños y razonamientos, nuestros miedos y nuestro saber, nuestros intereses y nuestras energías, son todos fuerzas en el desarrollo de la sociedad). No enseña que no pueda realizarse nada; sólo predice que ni lo que sueña ni lo que la razón construye será nunca realizado según se planeó. Sólo aquellos planes que encajan en la corriente principal de la historia pueden ser eficaces. Ahora podemos ver exactamente qué clase de actividad admiten los historicistas como racional. (Sólo son razonables aquellas actividades que concuerdan con los cambios inminentes, y ayudan a que éstos ocurran). La partería social es la única actividad perfectamente razonable que nos queda abierta, la única actividad que sea posible apoyar en la predicción científica.

Aunque ninguna teoría científica puede, como tal, alentar la actividad (podría sólo desalentar ciertas actividades como poco realistas), puede, de rechazo, dar ánimo a los que sienten que deberían hacer algo. El historicismo indudablemente ofrece esta clase de aliento. Incluso concede a la razón humana un cierto papel, porque es el razonamiento científico, la ciencia social historicista, lo único que puede decirnos la dirección que ha de tomar cualquier actividad razonable si quiere coincidir con la dirección de los cambios futuros.

La profecía histórica y la interpretación de la historia tienen, por tanto, que convertirse en la base de cualquier acción social realista y reflexiva. En consecuencia, la interpretación de la historia tiene que ser necesariamente la tarea central del pensamiento historicista, y de hecho así ha ocurrido. Todos los pensamientos y todas las actividades del historicista apuntan a la interpretación del pasado para poder predecir el futuro.

¿Puede el historicismo ofrecer esperanza o ánimo a los que quieren ver un mundo mejor? Sólo un historicista que tenga una concepción optimista del desarrollo social, que lo crea intrínsecamente «bueno» o «racional», en el sentido de que tiende intrínsecamente a un estado de cosas mejor, más razonable, podría ofrecer una esperanza de esta clase. Pero esta opinión equivaldría a una creencia en el milagro político y social, ya que niega a la razón humana el poder de realizar un mundo más razonable. De hecho, algunos escritores  historicistas influyentes han predicho optimistamente la llegada de un reino de libertad, en el cual los asuntos humanos podrían ser planeados racionalmente. Y enseñan que la transición del reino de la necesidad, en el que actualmente sufre la humanidad, al reino de la libertad no puede ser hecha por la razón, sino—milagrosamente— sólo por la dura necesidad, por las ciegas e inexorables leyes del desarrollo histórico, a las que nos aconsejan que nos sometamos.

A  los que deseen un aumento de la influencia de la razón en la vida social, el historicismo sólo puede   aconsejar que estudien  e interpreten la historia para descubrir las leyes de su desarrollo.   Si una interpretación de esta  clase revela que son inminentes cambios que corresponden a su deseo, este deseo es entonces razonable, pues está de acuerdo       con la predicción   científica. Si ocurre que el desarrollo futuro tiende hacia otra dirección, el deseo de construir un mundo más razonable se convierte en enteramente irracional; para el historicista no es entonces nada más que  un sueño utópico, El activismo puede ser justificado en tanto esté de acuerdo con los cambios futuros y les ayude a realizarse.

Ya he mostrado que el método naturalista, según lo ve el historicismo, implica una teoría sociológica determinada —la teoría de que la sociedad no cambia, o no se desarrolla de manera significativa. Nos encontramos ahora con que el método historicista implica una teoría extrañamente semejante a ésta— la teoría de que la sociedad cambiará necesariamente, pero a lo largo de un camino predeterminado que no puede cambiar, por etapas que predetermina una necesidad inexorable.

«Cuando una sociedad ha descubierto la ley natural que determina su propio movimiento, ni aun entonces puede saltarse las fases naturales de su evolución ni hacerlas desaparecer del mundo de un plumazo. Pero esto sí puede hacer: puede acortar y disminuirlos dolores del parto». Esta formulación, debida a Marx[2], representa     excelentemente    la posición  historicista. Aunque no  propugna ni  inactividad ni verdadero fatalismo, el historicismo sostiene la futilidad de cualquier intento de alterar los cambios futuros pendientes; una peculiar variedad de fatalismo, un fatalismo en cierto modo referido a las tendencias de la historia. Ciertamente, la exhortación «activista»: «Los filósofos sólo han interpretado el mundo de diversas formas: la cuestión, sin embargo, es cambiarlo»[3]; puede ser recibida con mucha simpatía por los historicistas (dado que «mundo» significa aquí la sociedad humana en desarrollo) a causa del énfasis que pone sobre el cambio. Pero está en conflicto con las doctrinas más significativas del historicismo. Porque según lo que acabamos de ver ahora, podríamos decir: «El historicista sólo puede interpretar el desarrollo social y ayudarlo de varias formas; sin embargo, su tesis es que nadie puede cambiarlo».

 

18. Conclusión del análisis

Se podría pensar que mis últimas formulaciones se desvían de mi confesado propósito de esbozar la posición historicista lo más nítida y convincentemente posible, antes de proceder a criticarla. Porque estas formulaciones intentan mostrar que la inclinación de ciertos historicistas hacia el optimismo o el activismo es incompatible con el resultado del análisis historicista mismo. Podría parecer que esto implica la acusación de que el historicismo es incoherente. Y se puede objetar que no es honrado el permitir que crítica e ironía se deslicen en una exposición.

No creo, sin embargo, que fuese justo este reproche. Sólo los que son optimistas o activistas primero, e historicistas después, pueden tomar mis observaciones como críticas adversas. (Habrá muchos     que lo sientan así: los que originariamente fueron atraídos al historicismo por sus inclinaciones hacia el optimismo o  el activismo). Pero los que son primariamente historicistas deberán tomar mis observaciones no como una crítica de sus doctrinas, sino sólo como críticas de todo intento de unirlo al optimismo o al activismo.

No todas las formas del activismo quedan así criticadas como incompatibles con el historicismo, naturalmente, sino sólo algunas de sus formas más extravagantes. En comparación con un método naturalista, sostendría un historicista puro, el historicismo empuja y anima de hecho a la actividad a causa de su énfasis sobre cambio, el proceso, movimiento; sin embargo, no puede ciertamente aprobar a ciegas

Toda clase de actividades como razonables desde un punto de vista científico; muchas posibles actividades no son realistas y su fracaso puede ser previsto por la ciencia. Esta, diría, es la razón por la que él y otros historicistas ponen límites al campo de lo que puedan admitir como actividades útiles y también la razón por la que es necesario acentuar estas limitaciones en cualquier análisis claro del historicismo. Y podría sostener que las dos citas de Marx (en la sección anterior) no se contradicen entre    sí, sino que son complementarias; que aunque la segunda (y más antigua) tomada por sí sola podría, quizá, aparecer como ligeramente demasiado «activista», sus justos límites quedan determinado por la primera; y si la segunda hubiese llamado la atención de activistas demasiado radicales y hubiese influido en ellos para que abrazaran el historicismo, la primera debería haberles enseñado los justos límites de toda actividad, aunque con esto enajenase sus simpatías.

Me parece, por estas razones, que mi exposición no es injusta, sino que simplemente despeja el terreno en cuanto concierne al activismo. De igual manera, no creo que mi otra observación en la sección anterior, la que se refiere a que el optimismo activista puede apoyarse únicamente en la fe (ya que se niega a la razón el papel de realizar un mundo más razonable) haya de considerarse como una crítica del historicismo. Puede aparecer contraria a los que son primariamente optimistas o racionalistas. Pero el historicista consecuente sólo verá en este análisis una útil advertencia contra el carácter romántico y utópico tanto del optimismo como del pesimismo en sus formas corrientes, y también del racionalismo. Insistirá en que un historicismo verdaderamente científico tiene que ser independiente de estos elementos; que sencillamente tenemos que someternos a las leyes del desarrollo existentes, de la misma forma que nos tenemos que someter a la ley de la gravedad.

El historicista puede ir aún más lejos. Puede añadir que la actitud más razonable que se pueda tomar es la de acomodar el propio sistema de valores a los cambios futuros. Realizado esto, se puede llegar a una forma justificable de optimismo, ya que cualquier cambio es para mejor si es juzgado por este sistema de valores.

Ideas de esta clase han sido de hecho sostenidas por: algunos historicistas, y han sido desarrolladas en forma, de una teoría moral historicista bastante coherente (y bastante popular): lo moralmente bueno es lo moralmente progresivo; es decir, lo moralmente bueno no es lo que va por delante de su tiempo al acomodarse a aquellas normas de conducta que serán adoptadas en el período por venir.

Esta teoría moral historicista, que podría ser descrita como «modernismo moral» o «futurismo moral» (a la que corresponde un modernismo o futurismo estético), concuerda bien con la actitud anticonservadora del historicismo; también puede ser considerada como una respuesta a ciertos problemas de valoración (véase a sección 6, sobre Objetividad y valoración). Sobre todo, se puede ver cómo la indicación de que el historicismo;—que en este estudio sólo es examinado con seriedad, en cuanto que es una doctrina sobre el método—podría ser amplificado y desarrollado hasta convertirse en un sistema filosófico completo. O, dicho de otra forma: parece probable que el método historicista naciera como parte de una interpretación filosófica general del mundo. Porque  no hay duda que desde el punto de vista de la historia, aunque no del de la lógica, las metodologías se derivan normalmente de doctrinas filosóficas. Tengo intención de examinar estas filosofías historicistas en otra parte[4]. Aquí sólo criticaré las doctrinas metodológicas del historicismo, según fueron presentadas más arriba.



[1] Los dos primeros párrafos de esta sección se insertan ahora para reemplazar un pasaje más largo omitido en1944 por causa de la escasez del papel.

[2] Prefacio a El capital.

[3]Esta exhortación también es debida a Marx (Tesis sobre Feuerbach); véase anteriormente, al final de la sección 1.

[4] Después de escribir esto, se ha publicado La sociedad abierta y sus enemigos (Londres, 1945; ediciones revisadas, Princeton, 1950, Londres, 1952; tercera edición, Londres, 1957; traducción castellana Buenos Aires, 1957). Aludía yo aquí especialmente al capítulo 22 de este libro, intitulado «la Teoría Moral del Historicismo».






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