El labrador y la serpiente

En una ocasión el hijo de un labrador dio un fuerte golpe a una serpiente, la que lo mordió y envenenado muere. El padre, presa del dolor persigue a la serpiente con un hacha y le corta la cola. Más tarde el hombre pretende hacer las paces con la serpiente y ésta le contesta "en vano trabajas, buen hombre, porque entre nosotros no puede haber ya amistad, pues mientras yo me viere sin cola y tú a tu hijo en el sepulcro, no es posible que ninguno de los dos tenga el ánimo tranquilo".

Mientras dura la memoria de las injurias, es casi imposible desvanecer los odios.

Esopo

sábado, 23 de julio de 2022

 LAS MISERIAS DEL HISTORICISMO (I)


KARL POPPER


Título original: The Poverty of Historicism

Karl R. Popper, 1957

Traducción: Pedro Schwartz

 

 En  memoria de los incontables hombres y mujeres de todos los credos, naciones y razas que cayeron víctimas de la creencia fascista y comunista en las Leyes Inexorables del Destino Histórico



KARL RAIMUND POPPER (Viena, 28 de julio de1902-Londres, 17 de septiembre de 1994). Nació en una familia judía que más tarde se convirtió al protestantismo.

Trabajo por algún tiempo en la clínica infantil de Alfred Adler. Obtuvo su doctorado en filosofía por la universidad de su ciudad natal en 1928. En 1929 obtiene la cátedra de matemática y física en enseñanza secundaria.

Aunque no fue miembro de la llamada escuela de filosofía de Viena, simpatizó con su actitud científica, aunque criticó algunos de sus postulados. Desarrolló una destacada carrera  académica en Europa, Australia, India, Japón y Estados Unidos. Desde 1937 hasta 1945 trabajó como profesor en la Universidad de Canterbury en Nueva Zelanda, y más tarde en la Universidad de Londres.

En su Lógica del descubrimiento científico (1934) criticó la idea de que la ciencia es en esencia inductiva. Propuso un criterio de comprobación que él denominó falsabilidad, para determinar la validez científica, y subrayó el carácter hipotético-deductivo de la ciencia.

En  La sociedad abierta y sus enemigos (1945), defendió la democracia y mostró reparos a las implicaciones autoritarias de las teorías políticas de Platón y Karl Marx. También es autor de En busca de un mundo mejor, La responsabilidad de vivir, Conjeturas y refutaciones, El mito del marco común y El cuerpo y la mente.

En  1965  le es  otorgado el  título de Sir. Fue profesor visitante en varias universidades y sus obras se han traducido a más de veinte lenguas. Está considerado como uno de los filósofos principales del siglo XX.

Karl Popper falleció el 17 de septiembre de 1994 en Londres.


NOTA HISTÓRICA

La  tesis fundamental de este libro—que la creencia en un destino histórico es pura superstición y que no puede haber predicción del curso de la historia humana por métodos científicos o cualquier otra clase de método racional—nace en el invierno de 1919 a 1920. Sus líneas generales estaban trazadas en 1935; fue leído por primera vez, en enero o febrero de 1936, en forma de un ensayo intitulado «La Miseria del Historicismo», en una sesión privada en casa de mi amigo Alfred Braunthal, en Bruselas. En esta reunión, un antiguo alumno mío hizo algunas contribuciones importantes a la discusión.

Era Kar Hilferding, quien pronto iba a caer víctima de la Gestapo y de las supersticiones historicistas del Tercer Reich. También estaban presentes otros filósofos. Poco tiempo después leí un ensayo semejante en el seminario del profesor F. A. von Hayek, en la London School of Economics. La publicación se retrasó algunos años porque mi manuscrito fue rechazado por la revista filosófica a la que se lo mandé. Fue publicado por primera vez, en tres partes, en Económica, Nueva Serie, vol. XI, núms. 42 y43, 1944, y vol. XII, núm. 46, 1945. Después han aparecido en forma de libro una traducción italiana (Milán, 1954) y una traducción francesa  (París, 1956)[1]. El texto de   la presente edición ha sido revisado y se han hecho algunas adiciones.



PRÓLOGO

Intenté demostrar en «La Miseria del Historicismo» que el  historicismo es un método indigente—un método que no da frutos—Pero no refuté realmente el historicismo.

Más tarde conseguí dar con una refutación del historicismo: mostré que, por razones estrictamente lógicas, nos es imposible predecir el curso futuro de la historia.

El argumento está contenido en un ensayo que publiqué en 1950, intitulado «El Indeterminismo en la Física Clásica y en la Física Cuántica»; pero ya  no estoy satisfecho de ese ensayo. Un tratamiento más satisfactorio puede encontrarse en un capítulo sobre el Indeterminismo que forma parte del Postcriptum: Después de veinte años, apéndice de la nueva edición de mi Lógica de la Investigación Científica[2].

Con el fin de informar al lector de estos resultados más recientes me propongo dar aquí, en unas pocas palabras, un bosquejo de la refutación del historicismo. El argumento se puede resumir en cinco proposiciones, como sigue:

1. El curso de la historia humana está fuertemente influido por el crecimiento de los conocimientos humanos. (La verdad de esta premisa tiene que ser admitida aun por los que ven nuestras ideas incluidas nuestras ideas científicas, como el subproducto de un desarrollo material de cualquier clase que sea.)

2. No podemos predecir, por métodos racionales o científicos, el crecimiento futuro de nuestros conocimientos científicos. (Esta aserción puede ser probada lógicamente por consideraciones esbozadas más abajo.)

3. No podemos,   por tanto, predecir el curso futuro de la historia     humana.

4. Esto significa que hemos de rechazar la posibilidad de una historia teórica, es decir, de una ciencia histórica y social de la misma naturaleza que la física teórica. No puede haber una teoría científica del desarrollo histórico que sirva de base para la predicción histórica.

5. La meta fundamental de los métodos historicistas (véanse las secciones11 a16 de este libro) está,  por lo tanto, mal concebida; y el historicismo cae por su base.

El argumento no refuta, claro está, la posibilidad de toda clase de predicción social; por el contrario, es perfectamente compatible  con la posibilidad de poner a prueba teorías sociológicas—por ejemplo teorías económicas—por medio de una predicción de que ciertos sucesos tendrán lugar bajo ciertas condiciones. Sólo refuta la posibilidad de predecir sucesos históricos en tanto puedan ser influidos por el crecimiento de nuestros conocimientos.

El paso decisivo en     este   argumento   es la proposición(2). Creo que es convincente en sí misma: si hay en realidad un crecimiento de los conocimientos humanos no podemos anticipar hoy lo que sabremos sólo mañana. Esto, creo, es un razonamiento sólido, pero no equivale a una prueba lógica de la proposición. La prueba de (2) que he dado en las publicaciones mencionadas es complicada, y  no me sorprendería que se pudiesen encontrar pruebas más simples. Mi prueba consiste en mostrar que ningún predictor científico—ya sea hombre o máquina—tiene la posibilidad de predecir por métodos científicos sus propios resultados futuros. El intento de hacerlo sólo puede conseguir su resultado después de que el hecho haya tenido lugar, cuando ya es demasiado tarde para una predicción; pueden conseguir su resultado sólo después que la predicción se haya convertido en una retrodicción.

Este argumento, como es puramente lógico, se aplica a predictores científicos de cualquier, complejidad, inclusive «sociedades» de predictores mutuos. Pero esto significa que ninguna sociedad puede predecir científicamente sus propios estados de conocimiento futuros.

Mi  argumento es algo formal, y así quizá sospechoso de no tener ninguna importancia real, aunque se le conceda validez lógica.

He intentado, sin embargo, mostrar la importancia del problema en dos estudios: en el último de estos estudios, La sociedad abierta y sus enemigos[3], he seleccionado algunos acontecimientos de la historia del pensamiento historicista para demostrar su persistente y perniciosa influencia sobre la filosofía de la sociedad y de la política, desde Heráclito y Platón, hasta Hegel y Marx. En el primero de estos dos estudios, La Miseria del Historicismo ahora publicado por primera vez en inglés en forma de libro, he intentado mostrar la importancia del historicismo como una estructura intelectual fascinante. He intentado analizar su lógica—a menudo tan sutil, tan convincente y tan engañosa—y he intentado sostener que sufre una debilidad inherente e irreparable.

En  algunas de las recensiones más cuidadosas de este libro se expresó extrañeza ante el título que lleva. Con él, quise aludir al título del libro de Marx La miseria de la filosofía (a su vez una referencia a Filosofía de la Miseria) de Proudhon.

Penn, Buckinghamshire,

Julio de1957

K.R.P.


 

INTRODUCCIÓN

El interés científico por las cuestiones sociales y políticas no es menos antiguo que el interés científico por la cosmología y la física; y hubo  períodos en la antigüedad (estoy pensando en la teoría política de Platón y  en la     colección de constituciones de Aristóteles) en los que podía parecer que la ciencia de la sociedad iba a avanzar más que la ciencia de la naturaleza. Pero con Galileo y Newton la física hizo avances inesperados, sobrepasando de lejos a todas las otras ciencias; y desde el tiempo de Pasteur, el Galileo de la biología, las ciencias biológicas han avanzado casi tanto. Pero las ciencias sociales no parecen haber encontrado aún su Galileo.

Dadas estas circunstancias, los estudiosos que trabajan en una u otra de las ciencias sociales se preocupan grandemente por problemas de método; y gran parte de su discusión es llevada adelante con la mirada puesta en los métodos de las ciencias más florecientes, especialmente la física. Un intento consciente de copiar el método experimental de la física fue, por ejemplo, el que llevó, en la generación de Wundt, a una reforma de la psicología; de la misma forma que, desde Stuart Mill, ha habido repetidos intentos de reformar a lo largo de líneas parecidas el método de las ciencias sociales. En el campo de la psicología puede que estas reformas hayan tenido algún éxito, a pesar de muchas desilusiones. Pero en las ciencias sociales teóricas, fuera de la economía, poca cosa, excepto desilusiones, ha nacido de estos intentos. Cuando se discutieron estos fracasos, pronto fue planteada la cuestión de si los métodos de la física eran en realidad aplicables a las ciencias  sociales. ¿No era quizá la creencia obstinada en su aplicabilidad la responsable de la muy deplorada situación de estos estudios?

La  pregunta sugiere una sencilla forma de clasificar las escuelas que se interesan por los métodos de las ciencias menos afortunadas. Según su opinión sobre la  aplicabilidad de los métodos de  la física, podemos clasificar a estas escuelas en pronaturalistas o antinaturalistas; rotulándolas de «pronaturalistas» o «positivistas» si están en favor de la aplicación de los métodos de la física a las ciencias sociales, y de «antinaturalistas» o «negativistas» si se oponen al uso de estos métodos.

El que estudioso del método sostenga doctrinas antinaturalistas pronaturalistas, o el que adopte una teoría que combine ambas clases de doctrinas, dependerá sobre todo, de sus opiniones sobre el carácter de la ciencia en cuestión y sobre el carácter del objeto de ésta. Pero la actitud que adopte también dependerá de su punto de vista sobre el método de la física. Creo que es este último punto  más importante de todos; y creo que las equivocaciones decisivas en la mayoría de las discusiones metodológicas nacen de algunos malentendidos muy corrientes acerca del método de la física. En particular, creo que nacen de una mala interpretación de la forma lógica de sus teorías, de los métodos para experimentarlas y de la función lógica de la observación y del experimento. Sostengo que estos malentendidos tienen serias consecuencias; e intentaré justificar esto que sostengo en las partes III y IV de este estudio. Ahí intentaré mostrar que argumentos y doctrinas distintos y aun a veces contradictorios, tanto antinaturalistas como pronaturalistas, están de hecho basados en una mala inteligencia de los métodos de la física. En las partes I y II, sin embargo, me limitaré a la explicación  de ciertas doctrinas antinaturalistas y pronaturalistas que forman parte de un punto de vista característico, en el cual se combinan las dos clases de doctrinas.

A este punto de vista, que me propongo explicar primero y sólo más tarde criticar, lo llamo «historicismo». Es frecuente  encontrarlo en las discusiones sobre el método de las ciencias sociales; y se usa a menudo sin reflexión crítica, o incluso se da por sentado. Lo que quiero designar por «historicismo» será explicado extensamente en este estudio. Baste aquí con decir que entiendo por «historicismo» un punto de vista sobre las ciencias sociales que supone que la predicción histórica es el fin principal de éstas, y que supone que este fin es alcanzable por medio del descubrimiento de los «ritmos» o los «modelos», de las «leyes» o las «tendencias» que yacen bajo la evolución de la historia. Como estoy convencido de que estas doctrinas metodológicas historicistas son responsables, en el fondo, del estado poco satisfactorio de las ciencias sociales teóricas (otras que la teoría económica), mi presentación de estas doctrinas no es ciertamente imparcial. Pero he intentado seriamente presentar al historicismo de forma convincente para que mi consiguiente crítica tuviese sentido. He intentado presentar al historicismo como una filosofía muy meditada y bien trabada. Y no he dudado en construir argumentos en su favor que, en mi conocimiento, nunca han sido propuestos por los propios historicistas. Espero que de esta forma haya conseguido montar una posición que realmente valga la pena atacar. En otras palabras, he intentado perfeccionar una teoría que ha sido propuesta a menudo, pero nunca quizá en forma perfectamente desarrollada. Esta es la razón por la que he escogido deliberadamente el rótulo poco familiar de «historicismo». Con su introducción espero evitar discusiones meramente verbales, porque nadie, espero, sentirá la tentación de discutir sobre si cualquiera de los argumentos aquí examinados pertenecen o no real, propia o esencialmente al historicismo, o lo que la palabra «historicismo» real, propia o esencialmente significa.



[1] Posteriormente a la aparición de la edición inglesa (1957) se han publicado la árabe (1957), la alemana  (1960) y laja ponesa (1960). (N. del T.)

 

[2] The Logic of Scientific Discovery, Londres, 1959. [Versión castellana de Víctor Sánchez de Zavala, Madrid, Tecnos, 1962, 1967.

[3] Traducción castellana, Buenos Aires, 1957. (N. del  T.)




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