El labrador y la serpiente

En una ocasión el hijo de un labrador dio un fuerte golpe a una serpiente, la que lo mordió y envenenado muere. El padre, presa del dolor persigue a la serpiente con un hacha y le corta la cola. Más tarde el hombre pretende hacer las paces con la serpiente y ésta le contesta "en vano trabajas, buen hombre, porque entre nosotros no puede haber ya amistad, pues mientras yo me viere sin cola y tú a tu hijo en el sepulcro, no es posible que ninguno de los dos tenga el ánimo tranquilo".

Mientras dura la memoria de las injurias, es casi imposible desvanecer los odios.

Esopo

jueves, 14 de enero de 2016

BATALLA DE MIRAFLORES (X)

LA DERROTA PERUANA


….La huida tras la caída del reducto N° 2…. La huida en dirección a Miraflores de los restos de los defensores del Reducto N° 2 y la la línea  derecha peruana, fue un desastre. Los chilenos ya de antemano en posesión del pueblo esperaban. Torres lo recordará así: “percibi el rugido aterrador de la matanza o bien para orientarme, que alcé la cabeza sobre la tapia..... Entonces vi...... ¿Vi?......Sería mejor decir adiviné la última escena, la que ya había presentido en el instante en que se inició la dispersión....Vi allá, casi al llegar á la estación de Miraflores, un torbellino de gente envuelta en un torbellino de polvo: vi que en vez de seguir, retrocedían...... y no vi más; no vi á los chilenos, pero adiviné que estaban emboscados en la estación o en las tapias de los potreros próximos y desde alli exterminaban á los míos”. Luego de testimoniar el desastre, deja al malherido capitán de su unidad (y tío) “armé la bayoneta y cargué mi rifle con toda la rapidez que el momento demandaba y me abrí á la derecha tomando por la diagonal.
Un instante después pasaba junto á la mula blanca, que ya no corría sino que, tirada en el suelo…, y escuchaba a mis espaldas el grito ominoso: ¡Cómo arrancan! que profería el enemigo, seguido de una lluvia de balas que zumbaban en mis oídos; y aún un instante, y mi rifle volaba de mi mano arrebatado por una bala en la culata Y yo también caí..... y aquéllos creerían que era muerto; pero no, me agazapé para recogerlo, y antes de levantarme me volví: sobre la huaca había un grupo de enemigos que tiraban desaforadamente, no ya sobre mí porque me creían asegurado; pero yo sí lo hice sobre ellos é inmediatamente salté y continué mi camino…..Al punto volví á percibir el zumbido mortífero; sin detenerme cargué de nuevo mi rifle y echandomelo sobre el hombro, disparé, y otra vez más practiqué por única vez en mi vida esta especie de tiro.
Allá, al otro lado de la tapia á la que me dirigía, veía asomar la cabeza y los rifles de gente que no podía ser sino la nuestra; veia sus fogonazos á cada momento; ¡pero qué lejos me parecíal Por fin estuve á cincuenta, á veinte, á diez metros.... ly todavía no había caidol…estoy a dos metros arrojo adelante mi fusil, que con el impulso de la carrera vuela sobre la tapia; y tocándola apenas con mis manos, vuelo yo tras de él. ¡Sálvado...! No. ¡Perdido!..., se había quebrado la rótula, “la herida que imposibilita y no mata en el instante”. Junto a él está un soldado de la Escolta, que se batía desde su caballo y se había vuelto para mirarme. ISálvamel exclamé, ¡échame á la grupa...!....el de caballería me dijo: -Dame municiones para proteger tu retirada. Me quité el morral y se lo di; no me quedaba sino con las municiones que me había puesto en el bolsillo del pantalón. Al recibirlas aquél, volvió á decirme: -Ahora anda vete por ese potrero.....y apúrate ligero.
Yo no podía ver el campo de batalla porque la tapia era, para favor de los que nos cubriamos con ella, bastante alta para que pudiera batirse un hombre a caballo; sólo hacia la izquierda una elevación del terreno permitía á unos cuantos infantes dar su despedida al enemigo”

Chilenos


Apenas había avanzado media cuadra, cuando sentí el galope del caballo de aquél, que pasó á mi lado como una exhalación diciéndome: -tYa están ahi!
Y un momento después me daban alcance y me hubieran dejado atrás la media docena de infantes que se habían estado batiendo en la misma tapia, y que se retiraban…el sargento á quien obedecían como jefe y acompañaban como amigo, se les iba quedando atrás; de suerte que llegaron aquéllos y llegué yo mismo antes que él á la tapia inmediata. Aunque intentan ayudarlo a pasar una tapia, una bala en la cabeza mata al sargento. Casi de inmediato siguen su huida. “Sentíase en aquellos momentos hacia la izquierda el fragor de la refriega: era el tercer reducto que hacía la última, pero la más heroica resistencia del día… Tras de la tapia siguiente se habían detenido espontáneamente algunos dispersos y hacían fuego…. Pasados algunos minutos los fuegos se fueron calmando allá, reduciéndose al fin á un traqueteo extenso pero poco intenso, que nos anunció que la resistencia había cesado por parte de los nuestros, y que esa prolongación de los fuegos era sólo el epilogo natural de todas las batallas de esta guerra sin cuartel: la ultimación de los heridos.
Ibamos ya á retirarnos, cuando el resoplido de un tren nos detuvo, y un instante después lo vimos pasar hacia la estación,….; sentimos en seguida el estridor de sus cañones y un nutrido fuego de fusileria. Redoblamos también nosotros nuestra acción; pero no pasó mucho tiempo cuando vimos volver sobre los rieles el convoy guerrero, cuya acometida extemporánea había sido rechazada. En esos mismos momentos resonó el prolongado y agudo toque del clarín de la caballería chilena, y comprendimos que era hora de alejarnos del todo; lo que hicimos previo el pacto verbal de no separarnos, á fin de poder defendernos en grupo si nos alcanzaba la caballeria….. Prosiguiendo nuestra retirada por entre los potreros, alcé un rifle que hallé botado en mi camino, imitando á otros que también llevaban dos á cuestas; pero al poco tiempo se me acercó un jovencito de la Reserva suplicándome se lo cediera a él que no llevaba arma. Uno de mie compañeros se oponía diciendo:-No se lo des; que se.... ¿porqué botó el suyo? El jovencito insistía en sus ruegos; decía ser uno de los defensores de Arica y nos mostraba la cicatriz auténtica de un balazo en la pantorrilla. Tras un instante se lo cede pues se da cuenta que el peso provocaba una retirada mas lenta, pues “mis pies descalzos recobraban su sensibilidad que la inminencia del peligro parecían haberles hecho perder y se me hacia más y más dificil caminar.” Al poco rato ven un arco iris hacia el Oriente.
Sonaron otra vez tiros, no ya en el campo de batalla, sino adelante, vemos lo fusiles que se han bajado y el fogonazo y el humo.... ¿Qué nueva escena de carnicería? Apresuramos el paso y llegamos al lugar de ella; un pobre diablo yace en el suelo acribillado y muerto; á su lado, una botella agotada; mas allá, una piara de cinco 6 seis mulas cargadas de municiones y una de montura. El ebrio fue ejecutado por los soldados en retirada.
Un grupo de rezagados conducía a un pobre herido que a cada momento exclamaba: IAgual ¡agua! En esto pasábamos por delante de un gran portón á medio abrir, y ahí un chino que preguntaba con afán:--¿Viene chileno? ¿Viene chileno? -Agua, agua! volvió clamar el herido, y uno de sus compañeros separándose del grupo, se dirigió hacia la puerta diciendo:-Saca agua, chino. El chino lo miró un instante, una impresión de espanto se pintó en su fisonomía, y, retirándose rápidamente, cerró de golpe la puerta...... pero junto con el ruido del cerrojo que se corría, sonaron varios disparos y la puerta fué acribillada a tiros ¿Y el chino......? Estaba harto de ver sangre y muertos.
Unos reservistas que conducían también á un herido se habían detenido á la entrada de un potrero en el que pastaban varias bestias; me llamaron y me instaron para que cogiera una de ellas para llevar al herido, quien   reclinado en el suelo que enrojecía con su sangre: era un señor ya anciano, á quien sus respetuosos compañeros daban el titulo de doctor (era el consejero de Estado, José Manuel Pino), y que ni aún en esos momentos demostraba la debilidad que los años y la herida debieran naturalmente acarrearle. Torres no lo hace a falta de lazo con el que atrapar a alguno de los animales.
Era ya noche cuando penetré á la carretera por el lado derecho; habia pasado, sin apercibirme, durante la retirada de un lado al otro de ella -Iban ya sólo los rezagados y los heridos, unos conducidos á cuestas, otros en mantas ó camillas de la ambulancia, ó bien ayudados á marchar por algún compañero los que no lo estaban de gravedad; llenaban el aire los clamores que les arrancaba el dolor”



En la parte final de la batalla, el batallón Quillotaconquistó dos banderolas, una tomada por la compañía de granaderos, perteneciente al batallón Ancahs, y la otra, creo que por un sargento de la 1ª compañía, que se la dio al capitán herido don Domitilio González; esta banderola pertenecía al Nº. 4 Reserva de Lima. Concluida la batalla se tocó reunión de tropa en el mismo campo de batalla y el Quillota fue el primero que se organizó; el General en Jefe lo hizo desfilar dos veces delante de él y de todo su Estado Mayor General, diciendo con entusiasmo: valiente, valiente, valiente Quillota y felicitó a nuestro comandante Echeverría. Cuando sucedía el desfile delante del general del Ejército, apareció un hermoso arco iris que a todos nos hizo gritar ¡Viva Chile! se nos mandó que acampáramos ahí mismo, nos amunicionáramos y nos preparásemos para pelear al día siguiente, si Lima no se rendía. No hubo lugar a otro combate, pues la capital peruana se entregó sin condiciones[1]


Evacuación de los extranjeros de Callao


El final de la resistencia peruana. Cae Cáceres[2]…¡Viva el Perú!, gritaba Cáceres al pasar, ¡Pararse, muchachos! ¡Viva el Perú! contestaban todos…. Unos levantaban sus kepíes en las puntas de sus fusiles, otros los arrojaban contra el suelo con ademán de rabia, como diciendo ¡aquí sabré morir! Y las bandas de música de los batallones tocaban el himno nacional; pero ¡cuán débil era la voz de los instrumentos y cuán ahogada quedaba por el fragor de la batalla! ¡Una hora más, una hora! Decíamos… y la izquierda no daba señales de vida”
…Sin apoyo y extenuada su hueste, Cáceres ordenó un primer repliegue; unió los restos de su ejército con la reserva que a las órdenes del coronel Correa y Santiago se puso a sus órdenes. Hubo un momento de tregua, pero porque el enemigo suspendió momentáneamente los fuegos para reagruparse….
Los valientes de Cáceres se defendieron en los reductos, pero al observar el jefe que era imposible y hasta inhumano continuar la resistencia sin municiones, perdida ya la esperanza de ver aparecer los refuerzos, Cáceres ordenó la retirada. Dos balazos atravesaron su kepís sin herirlo, pero al detenerse para encabezar una postrera resistencia en la izquierda recibió un balazo en la pierna, al tiempo que su caballo era también alcanzado….Ello sucedió alrededor de las 18.00 horas. Caído Cáceres nadie pudo contener la dispersión de las diezmadas tropas.
Poco menos que abandonado a su suerte, muertos o heridos casi todos sus ayudantes,…tomó el camino de Lima. En el trayecto fue auxiliado por el comandante Zamudio, quien le alcanzó un poco de agua y le vendó la pierna con su pañuelo. Ya de noche, a caballo, Cáceres llegaba a la plaza de la Exposición: ya no solo, pues al reconocerlo se le había unido buena cantidad de dispersos, dando vivas al coronel y reclamando jefaturarlos en una nueva resistencia. Pero le faltaron a Cáceres las fuerzas.
Cáceres se vuelve entonces a Lima entrando por la Plaza de la Exposición llena también de soldados y figitivos. Algunos altos oficiales estaban ahí: Coroneles Valdivia  y Felipe de la Torre Bueno  y el jefe de la Escolta presidencial José Barredo. Mientras Barredo cierra las calles (deja salir a Ribeyro solamete), Caceres recorre los grupos dispersos y habla con los sargentos “para que animasen a sus soldados a reunirse y a hacer una ultima tentativa contra los chilenos”. Según Caceres eran unos 3.000. Le llegan informaciones que los coroneles Suarez  y Secada estaban en Palacio dando órdenes. Manda un ayudante y cuando este vuleve es con la orden de Suarez de dirigir a todos los soldados a Palacio. Avanzan por el jirón de la Unión y llegan a Palacio donde son desarmadas
Desfalleciente, Cáceres llegó hasta el puesto de la Cruz Roja, instalado en la calle de San Carlos. Allí recibiría las primeras curaciones, para ser ocultado luego en casa de probados patriotas, pues los chilenos destacaron partidas a efecto de hacerlo prisionero. Impotente, desde su lecho de herido el héroe comprendió que la capital ya no podía ser defendida; pero fue precisamente en ese trance crítico que concibió la idea de internarse en la sierra y continuar desde allí la resistencia.



Heridos chilenos en MIraflores




La derrota: Otro testiguo peruano dirá Fue horrorosa la carnicería que hicieron los chilenos durante la persecución. Las cercanías de los fuertes, las tapias que los respaldaban, los potreros y huertos, los caminos y los callejones, todo quedaba sembrado con los cadáveres de los fugitivos. Por los callejones que hacia el lado de Tebes se dirigen a Lima y por el camino de este nombre, había a trechos verdaderas natas de cuerpos humanos. Gran parte de ellos eran de pobres serranos calzados con ojotas, pertenecientes a los batallones recién llegados a Lima de distintos puntos del interior. Aquel rosario de cadáveres llegaba más allá de la hacienda de San Borja, hasta tres o cuatro cuadras de Lima por el lado de Barbones. Entre ellos habían muchos cuerpos de los caballos en que habían montado algunos jefes y oficiales para escapar con más ligereza de las certeras balas, pero que de ese modo lograron sólo llamar sobre sí la atención de sus perseguidores.
La venganza fue terrible: tres años de guerra, hermanos amigos camaradas caìdos en combate, familiares, los polvorazos, el repaso. Todo se arremolinò ante Lima. El mismo Vicuña Mackenna relata que “hubo oficial chileno que había perdido en las campañas dos hermanos, y que encontrando refugiados en una casa del camino hacia Lima hasta treinta peruanos, los hizo fusilar sin compasión en los sótanos en que se habían metido.

Plaza central de Lima. A la izquierda el edificio de la Municipalidad

Concluida la batalla, agotados por el esfuerzo, las tropas acampan La brigada Barbosa en la chacra de Monte-Rico, la división Lynch en la pampa histórica de la Palma y la fatigada división Lagos en torno a la estación de Miraflores

Un oficial peruano recordará más tarde: Mientras todo esto se pasaba, el tiroteo continuaba debilísimo del lado del mar. Los fuertes de San Bartolomé, del Pino y la Calera de la Merced disparaban también de tiempo en tiempo. Pero más tarde los chilenos establecieron una batería en los cerros y de allí cañonearon casi perpendicularmente a este último reducto.
El camino real y los potreros estaban cubiertos de dispersos que se retiraban en medio de las bombas y las balas…..La caballería trataba de contener a los dispersos y les hacía tiros; éstos contestaban también y al través de zanjas, tapias y potreros, huían en pequeños grupos. Nos reunimos en Surquillo. De cinco ayudantes uno había salido herido, Flavio Castañeda; dos habían sacado heridos sus caballos; de cinco ordenanzas, cuatro estaban heridos. Los fuertes disparaban con cortos intervalos.
En Lima el ciudadano colombiano Vicente Olguín rememora: “Vino la noche (del 15 de enero) y vinieron con ella los gruesos pelotones dispersos y los catorce batallones de la reserva, cuyos comandantes recibieron la orden de su jefe de Estado Mayor, coronel  Julio Tenand, de concentrarlos en la ciudad y disolverlos, sin haber disparado un solo tiro sobre el enemigo. El coronel Piérola no entró con ellos: era mucho lo que se había ofrecido a la capital y a las tropas y el triste resultado final estaba muy lejos de corresponder a tan pomposas promesas.

....la derrota desde el Fuerte el Pino….[3] Al llegar la noche, todos habían abandonado el Pino, así la tropa como los oficiales. El jefe, antes de seguir el éxodo general, nos encargó a don Eduardo Lavergne y a mí inutilizáramos los cañones. Sólo quedamos en el fuerte, Lavergne, don José María Cebrián, un hijo de Bolognesi (Federico) y yo. De cuando en cuando sentíamos ruidos que se acercaban a nosotros y se hacían más sensibles en la falda del cerro.
-¿Quién va?, preguntábamos.
-Batallón número tal de la Reserva, nos respondían.
-¿Completo?
-Completo.
A las dos de la mañana destruimos los cañones, valiéndonos de la dinamita. Nos encaminamos a Lima: nada había que hacer en el fuerte. Entramos cinco, pues se nos había juntado don Manuel Patiño Zamudio después de batirse en un reducto. Al atravesar la población corrimos algún peligro: dos o tres veces nos hicieron fuego. Ignoro si la guardia urbana, por creernos malhechores, o algunos dispersos, por simple mala fe o la pesada broma de asustamos. No respondimos. Yo iba perfectamente armado: con mi espada, mi revólver y mi Winchester de quince tiros.
Al caer el reducto n° 2 se retiran en orden con los restos de sus soldados, refugiándose primero en la tapia siguiente y luego retrocediendo sucesivamente hasta llegar a la carretera y ahí marcha hacia Lima hasta la plaza de Armas. Entra a caballo a Palacio y en los dos patios encuentra numerosos soldados y oficiales armados sin saber qué hacer. Sube al despacho del Ministro de Guerra y a la Presidencia, pero no encuentra a nadie. Sale del lugar con sus soldados y los despide en calle Valladolid
Los restos del batallón N° 4 de la Reserva al retirarse se volvieron a reunir a las 8 30 frente a los balcones del club de la unión, en la Plaza de Armas. El coronel Ribeyro fue a pedir ordenes al Palacio pero no había nadie allí. El coronel decide disolverlos y si hay llamada nuevamente reunirse en el Colegio San Carlos



En el campo de batalla. El regimiento Lautaro después de la batalla: Al anochecer llega el Regimiento “Lautaro” al lugar llamado Cascajada, donde pernoctó el Regimiento tendido en guerrilla. La marcha se hizo sin más novedad que la herida de 5 individuos por un polvorazo. El sol se iba a ocultar pronto y se nos dio orden de acelerar la marcha sin dejar de hacer fuego, y momento después llegamos a las trincheras enemigas y las traspusimos sin resistencia….El enemigo había dejado multitud de cadáveres en el campo. Continuamos avanzando unas cuadras y se ordenó hacer alto y rectificar las filas, pero sin dejar la formación dispersa en guerrillas. La noche cerró estando en esa posición  y era tan obscura que nada se veía… Asi permanecimos largo rato, que muchos, con la tolerancia de los oficiales aprovecharon para tirarse a descansar.
Se tocó llamada de capitanes y cuando estos volvieron a las compañías , llamaron a los oficiales para decirnos que el regimiento iba a permanecer donde estaba y como estaba, hasta que se diera nueva orden.
Sin embargo para seguridad se mantendría la mitad del regimiento en vela y la mitad descansaría.


Plaza Matriz de Miraflores


Dirá Vicuña Mackenna, al describir los resultados materiales del combate, que “en Miraflores lucharon apenas 10.000 chilenos contra igual o mayor numero de peruanos…. la 2.ª división, reforzada por un regimiento y un batallón de la 1.ª (la Artillería de marina y el Melipilla) no disparó un solo tiro…..la mayor parte de los cuerpos, especialmente los que comandaba el coronel Lynch entraron a formar con un tercio menos de su efectivo y muchos con la mitad apenas de sus bravos oficiales. De éstos, 158 cayeron en las batallas del 13 a la cabeza de 23.000 hombres y casi igual número (149) sucumbió en Miraflores[4] al frente de un tercio de aquella cifra.
Llamaron por esto los soldados a aquel terrible hecho de armas «la batalla de los futres» honrando a su manera el heroísmo de sus superiores, así como la honra de otros encuentros, y especialmente el de Tacna, había sido atribuida «al general Pililo», esto es, al hábil y generoso roto de Chile.
El total de bajas para la campaña serían de 5.443 víctimas de los cuales 1.299 se computaban a fines de enero como muertos y 4.144 como heridos, o sea un 20 por ciento de la cifra total del ejército expedicionario…La división Lagos, en la batalla de Miraflores, que entró al fuego con menos de 4.500 plazas, 1.131 bajas, es decir, una cuarta parte de su efectivo, al paso que la división Lynch, comprometida cerca de una hora más tarde, contó en la tropa una pérdida de 686 individuos, esto es, apenas un tercio de su matanza en Chorrillos donde dejó en el campo 1.843 soldados. Lynch perdió 92 oficiales al pie del Morro Solar y 53 al pie de los parapetos que en la llanura le cerraban el paso hacia Lima cuya captura costó  las vidas de un coronel, 6 tenientes coroneles, 4 sargentos mayores, 24 capitanes, 25 tenientes y 55 subtenientes y aspirantes.
Los peruanos, perdieron muchos de sus jefes y oficiales en los reductos que le fueron confiados. Vestidos con la humilde túnica de mezclilla azul del soldado raso, los representantes de la magistratura, del Congreso, de la prensa, de la administración, de la juventud, de la fortuna, perecieron…. Se contaron entre los primeros al doctor don Manuel Pino, juez jubilado de la corte superior de Puno, anciano de 60 años, a los jueces de letras de Tumbes y de Iquique, don Manuel Iribarren y don Félix Olcay, y el secretario de la junta de comercio don Francisco Ugariza…. los diputados don Natalio Sánchez, segundo jefe del batallón 6 de reserva, el doctor Hernando, a quien su colega Quimper llama en su relación de la batalla el «puritano liberal», y el secretario de aquel cuerpo don Javier Fernández, ciudadano honorable que dejó diez hijos huérfanos…. los dos hermanos La Jara, vista el uno y tesorero el otro del Callao, los dos hermanos Los Heros, don Ramón y don Ambrosio,…, y el primero oficial mayor del ministerio de relaciones exteriores…..don Francisco Seguin, oficial de ministerio, don Ricardo García Calderón, secretario de la junta de ingenieros y don Samuel Márquez, hermano del célebre poeta y ex cónsul del Perú en Chile y otros países…..el ciudadano don Enrique del Campo, administrador del Peruano, el cronista Carlos Amézaga, de La Patria y don Saturnino del Castillo, «autor de obras didácticas». El inteligente y popular tradicionalista Ricardo Palma se batió allí como los otros y escapó ileso, no así su mansión y su rica biblioteca americana, que fue aquella noche fatal presa de las llamas…un hijo del coronel Iglesias, el valeroso joven don Francisco Retes, que siendo dueño de una cuantiosa fortuna se hizo voluntario del Huáscar y cayó prisionero en Angamos, don Eugenio Lembeke, que dejó tierna desposada destinada a seguirlo loca a la tumba, y el adolescente don Carlos González Larragaña,…el abanderado de San Marcos Torres Paz, ….bachiller en la Universidad….
Entre los jefes superiores del ejército peruano las pérdidas fueron también numerosas y sensibles, prueba de la honrosa tenacidad con que se batieron. Resultaron heridos los generales Vargas Machuca, Silva y Segura, el último ya completamente sordo, el coronel Cáceres que sacó cinco heridas leves, Canevaro, herido en un hombro y muchos otros de menor cuenta que murieron como los comandantes Seminario y La Rosa que mandaban dos batallones de Piura (el 61 y el 67) el teniente coronel Suárez, segundo del batallón de Marina, el bravo indio Antay, los comandantes Calderón, Saavedra, Baluarte, Quiñones, Lastra y el jefe de los indios morocuches, llegados de Ayacucho en la víspera de las grandes batallas. Se llamaba el último el coronel Miola….en cada reducto de la…, quedó en su puesto algunos de sus comandantes: el coronel don Narciso de la Colina, ingeniero e industrial opulento de Iquique con su segundo el diputado Sánchez y el coronel Juan de la Fuente en el reducto número 2; el coronel Gómez en el 3.º y el coronel Richardson, del Callao, en el 4.º; todos jefes de la reserva, así como el coronel Carlos Arrieta que mandaba la Guardia Chalaca o reserva del Callao.
En el ejército de línea, además del pundonoroso coronel Aguirre, que en Chorrillos se abriera paso con los restos de su división y del coronel don J. M. Fanning que en Miraflores salió de sus trincheras, se contaron entre los muertos al coronel Díaz, jefe de la 3.ª división, el coronel don Hipólito de la Melena, jefe de zona, Ortiz y el bravo don José González llamado «el patón» subjefe de la 1.ª división.
Como jefes del cuerpo perecieron el coronel don Julián Arias y Araguez, comandante del Jauja y hermano del de Arica, los comandantes Odicio y Moreno de la Artillería, el coronel Verástegui, comandante del batallón Exploradores y el coronel arequipeño don Máximo Abril, antiguo prefecto y hombre de notoria influencia que servía ahora como edecán del Senado. En todo unos dieciocho o veinte coroneles del ejército y de la reserva.



[1] Epistolario de Francisco Figueroa Brito. En http://www.ejercito.cl/archivos/departamento_historia/cuaderno_6.pdf
[2] Texto escrito por Luis Guzmán Palomino, tomado del blog taytacaceres.blogspot.com

[3] Soldado peruano Manuel Gonzalez Prada, publicado  en http://www.voltairenet.org/article144675.html
[4] En Tacna sobre 2.001 soldados, el cuerpo de oficiales tuvo sólo 107 bajas.

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