Del Canto el 7
de febrero enviaba un informe para Lima
sobre la situación a la fecha en la sierra central y desde el Estado Mayor en
la capital ocupada se emite otro para Chile que es bastante optimista: “se ha alejado todo peligro de que
nuestras fuerzas sean
atacadas por algún
ejército regular de los
que aún se mantienen en el territorio peruano. El ejército de Cáceres que
está formado hoy
con las facciones
que existían en Ayacucho,
no podrá unirse a ninguna de las
partidas que conserva el general Montero en los departamentos que sostiene bajo
su mando. La comunicación entre el sur y
el norte por la zona
interior está completamente
interceptada no sólo por nuestras fuerzas sino por la gran
distancia que las separa…nuestras fuerzas están protegidas unas por otras
conservando entre sí sus vías de comunicación expeditas…la seguridad que
presenta la ocupación esta no hay remota idea que pueda causar zozobra de
ninguna especie. El alejamiento completo de fuerzas regulares por una parte y
el carácter pacífico de los pobladores garantizan sobradamente la estabilidad
de una ocupación sin peligros”.[1]
Por
órdenes de Lima, del Canto distribuye su división de la siguiente manera:
a.
En
Huancayo, batallón Segundo
de Línea (Tacna), batallón Lautaro 8 piezas de artillería y 150
miembros del Carabineros de Yungay. Con la conducción de equipajes, con 60
mulas aparejadas e igual número al pelo.
b.
En
Jauja, batallón Sexto de Línea (Chacabuco),
dos piezas de artillería y 25 Carabineros de Yungay. También se
establece el Parque General de la división, con 40 mulas aperadas para el
servicio
c.
Tarma, medio batallón del Tercero
de Línea (Pisagua), dos piezas de artillería y 25 Carabineros de Yungay y
una compañía destacada como guarnición en Junín.
d.
Cerro Pasco, medio batallón del Tercero
de Línea (Pisagua), con su Estado Mayor, dos piezas de artillería y 50 Carabineros
de Yungay y una compañía destacada como guarnición en Junín.
Montt Salamanca |
A finales
de febrero, escribe en una carta el subteniente Julio Montt Salamanca, “no puede imaginarse lo que hemos sufrido con las andadas, soportando
el frío, la lluvia y la nieve que por estos mundos cae en abundancia... es poco
todo lo que le diga de esta expedición, porque es la más cruda que ha habido en
todas las campañas; esto lo han dicho los hombres que se han encontrado en
todas”.
Jucalmarca: El último hecho relevante de la
persecución del Ejército del Centro, fue obra de la naturaleza. El 17 de
febrero se produce lo que se ha llamado el desastre
de Julcamarca, en el recuerdo de la esposa de Cáceres, “..al subir la cuesta interminable:…que rinde
y desespera al más fuerte y al más paciente porque su ascensión dura horas y
horas y no se vislumbra la llegada al pueblo, que reposa en la meseta del
ciclópeo cerro,…cuando se desencadenó la más espantosa tempestad que puede uno
imaginarse. Parecía que un cataclismo nos amenazaba…. La lluvia
era torrencial, los
truenos ensordecedores; y los relámpagos
y rayos impresionaban
en la oscuridad
de la noche.
El ejército había sido sorprendido por la inclemencia…El diluvio
incesante entorpecía la marcha, y la tierra al desmoronarse arrastraba a los
desgraciados al fondo de los abismos…. (Cáceres llega) pálido, casi helado, y con desesperación me dijo: “¡La adversidad me
persigue, hasta la naturaleza me combate!”…los soldados y ofciales extraviados
que iban llegando por grupos; algunos sin sus jefes, porque en la oscuridad y
fragor de la tormenta no se oían las voces de mando y muchos quedaron perdidos
en el fondo de los precipicios….En la madrugada, cuando apareció el pálido Sol
serrano, el cuadro del ejército era desolador. Los restos de los que habían
salvado de esta horrible tempestad estaban acampados en la cima del cerro; es
decir en la placita. Los pobres soldados, en el suelo, habían tendido sus ropas
empapadas y desgarradas….Cáceres, al pasar lista, vio que su ejército había
quedado en cuadro. Los 800 individuos de tropa se habian reducido a 400[2].
La figura de Cáceres, alta, delgada y erguida, cubierta de su cubrepolvo de
seda china, llevando en la cabeza el distintivo de los breñeros, el célebre
kepis rojo, se destacaba en ese triste paisaje, donde sus pobres soldados
entumecidos y agrupados en el suelo buscaban calor bajo un cielo descolorido.
Cáceres, intensamente afigido, con los ojos humedecidos por lágrimas rebeldes,
se inclinaba para acariciar y consolar a sus infortunados “hijos” hablándoles
paternalmente….El sufría un momento de doloroso desaliento, pero muy pronto su
fuerte voluntad se impuso al duro golpe de la suerte y levantando la cabeza que
tenía inclinada, arengó a sus tropas, diciéndoles: “Veo que algunos cobardes me
han abandonado; pero no importa. Me basta con ustedes, puñado de
valientes, para triunfar.
¡Soldados! ¡Viva el
Perú!”. La voz del “tayta” los conmovió y bravamente,
olvidando el frío, el hambre y los dolores sufridos, repitieron llenos de
entusiasmo: “¡Viva el Perú! ¡Viva el ‘tayta’ Cáceres! ¡Viva! ¡Viva!”[3]
VIDA DE GUARNICIÓN EN LA SIERRA: En esos largos seis
meses de campaña en la sierra, las
tropas chilenas permanecieron en diversas ciudades lo que llevó a que los
oficiales tuvieran diversas tareas. Usando de ejemplo la guarnición de
Concepción, “el subteniente Pérez se
encargaba de los aspectos administrativos como la Orden y los aspectos
logísticos de recepción de víveres e impartir las disposiciones para la
confección del rancho, esta actividad era de dedicación diaria. Por
su parte, el
subteniente Cruz Martínez
se dedicaba a
hacer el servicio de las armas,
vale decir concurrir a diana, disponer las formaciones, la instrucción, pasar
lista y los ejercicios con la tropa. Como jefe de la guarnición militar de La
Concepción, el teniente Carrera Pinto se dedicó a llevar todas las actividades
concernientes al servicio de la Comandancia y el trabajo de pasaportes,
permisos y correspondencia, otorgando libertad de acción a sus subalternos.[4]
Eso incluía conseguir el suplemento de comida necesario para la guarnición
En esa
vida de cuartel, un día normal comenzaba a las 5 AM con la diana, a lo que
seguía “la Lista y Parte 05.30 h y café
05.40 h. Posteriormente se efectuaban ejercicios por compañía e instrucción de
reclutas 08.00 h,... A las 10.30 h se pasaba a rancho y en la tarde se
efectuaban ejercicios por compañía o batallón, nuevamente instrucción de
reclutas, para pasar a rancho a las 17.30 h, luego de lo cual existía un
descanso. La retreta era a las 20.00 h y se tocaba silencio a las 21.30 h. Para
mantener en alto la moralidad de las tropas era necesario estar en permanente
actividad, cumpliendo estrictamente el severo reglamento establecido por el
oficial a cargo de las fuerzas, y desempeñando con total exactitud los deberes
inherentes al servicio; en este aspecto adquiría mayor relevancia la función de
los subtenientes….La falta de
oficiales subalternos fue
notoria durante toda
la campaña, e hizo
crisis en algunos batallones como el “Chacabuco” y el “Tacna”, situación que
incluso motivó un escrito especial de del Canto haciendo ver dicha necesidad.
[5]
Ignacio Carrera Pinto debió preocuparse de
la alimentación de la guarnición, la cual “debía
ser costeada por la población peruana,…situación que el propio Del Canto
consideraba insostenible. El jefe de la Cuarta Compañía solicitó al alcalde
Valladares “su colaboración en la entrega de los recursos necesarios, haciéndole
responsable de su cumplimiento e indicándole que si algo le faltaba a su tropa
lo buscaría donde se encontrase.”[6].
Ignacio Carrera Pinto |
Desde la
perspectiva de la soldadesca, la vida era de ejercicios militares (marchas,
entrenamiento con la bayoneta, tiro, etc), la jornada era ocupada. Por ejemplo,
cuenta uno, “nos tenía haciendo ejercicios
de armas,…. Eran las 3 P. M., estuvimos haciendo ejercicios hasta las 3:30 y
nos hicieron armar pabellones y nos dieron un descanso de 15
minutos…. Mi capitán nos hacía hacer ejercicios de arma en la plaza de la
Concepción, cuatro veces por semana, y los otros dos días nos daba conferencia
de guerra, era para tenernos listos para combatir con el enemigo, tocaban
tropas, se armaban y se amunicionaban y se presentaban “A la orden mi Capitán”….
Mientras que el subteniente Pérez
Canto narró en una carta, que un domingo “ “como a las dos de la mañana tocan generala en todos los cuarteles i a
la media hora nos poníamos en marcha… Después de haber andado como dos leguas
toca el corneta del jefe que mandaba
las fuerzas alto la marcha, esto era lla al aclarar, nos dieron descanso, i
después supimos que hera una revista la que quería pasar el coronel Canto, i
como a las nueve del día nos pusimos en marcha a nuestros cuarteles con camas y
petacas”. El estado de alerta era indispensable para la situación que se veía
en la sierra.
Las
tropas reciben instrucción en su estadía. En el caso del Chacabuco se siguió con
lo que se hacía en Ate: “instrucción de
guerrillas en todas las compañías. También el batallón se había instruido en
maniobras y esgrima de bayoneta.” Y también hay revistas militares. Por
ejemplo el 15 de mayo, la 4ª
Compañía del Chacabuco efectuó su revista reglamentaria. La ceremonia estuvo
encabezada en esta oportunidad, por su nuevo comandante el teniente Ignacio
Carrera Pinto, acompañado del subteniente Arturo Pérez Canto[7]. Así los chilenos debían
efectuar de todo: guardias, instrucción, actividades de servicio y estar
atentos siempre a los ataques sorpresas de la población local
La comida:….el
desayuno que nos daban era coca, el café ni el té lo conocíamos, el rancho que
comíamos era carne de buey, era de cuatro veces al mes y los demás
días nos daban pancutras con poca grasa, y otras veces nos daban
carbonada de papas y poca grasa, con ají picante, otras veces nos daban fideos
con papas y grasa, los porotos muy poco lo comíamos, el pan de harina era muy
escaso en el interior de la sierra, además andábamos muy pobres de vestuarios y
de ropa interior y todo remendado y con esos trapos de colores, y los piojos ya
nos comían, y nos querían romper la piel, esos bichos era[n] tan guapos
(atrevidos) que teníamos que matarlos con
las uñas, y con la escobilla para poder andar un poco tranquilos, y anduvimos
con una camisa y un calzoncillo durante seis meses, en lugar de medias botas
vallas usábamos ojotas de cuatro corriones (cordones) para no andar descalzos, nos daban un pedazo de cuero de buey, y
nosotros mismos teníamos que hacer las hojotas, también cuyuncábamos la coca.”
Y a medida que la campaña seguía se hacía notoria “la falta de víveres como manteca, arroz, azúcar y sal, para
intercambiarlos por carne cocida.”
En una
ocasión, cuenta el mismo Ibarra, desde Lima
mandaron a Huancayo “una partida de charqui apolillado, y otra
partida de sacos de galletas marineras que eran tan duras como piedra, para poderlas
partir había que pegarles con la culata del rifle, todo ese tiempo que
estuvimos de guarnición en el pueblo de Huancayo pasábamos varias crujías de
alimentos, varias veces nos daban carne de llama,…”
Las
tropas siempre con hambre pronto recurrieron al saqueo de los indígenas. Tal
como relató el soldado Ibarra: “muy a
menudo hacíamos ejercicio de arma y después nos daban de franco y nos íbamos a
la campiña afuera del pueblo de Huancayo a la aventura a buscar algo de
comestibles, y luego llegamos a la campiña y le quitábamos a los cholos
serranos las gallinas y los chanchos y otras cosas comestibles, para poder llenar la barriga de
las crujías que pasábamos en Huancayo, los cholos no oponían resistencia
por temor a que los mataran. También nosotros no le quitábamos la vida a
ningún cholo, porque se entregaban voluntarios, porque ellos eran hombres
indefensos, estas cosas las tropas lo hacían a escondidas de nuestros jefes.”
Pero el que no se resistieran en ese momento, lo único que desembocó fue, al
final, en que el serrano entendiera al invasor un enemigo más perverso que el
blanco peruano. Y eso sería azuzado a su vez por sacerdotes y hacendados.
En una
ocasión estando de franco, Ibarra se
junta “con otro camarada y nos fuimos
para la campiña afuera a la aventura, luego nos encontramos por el camino
a dos cholos y tres cholas que traían gallinas y huevos, queso y nosotros les
preguntamos ¿para dónde van Uds.? Vamos para la casa, y nosotros les dijimos si
nos daban de las cosas que llevaban. “Como no tatitoy” y luego nos dieron una
gallina y un gallo y una docena de huevos, y dos quesos, al otro camarada le
dieron lo mismo que a mí, y enseguida nos fuimos al cuartel…” Aun
considerando la actitud del indígena como bastante pacífica, detrás, para él,
está la amenaza que le quiten todo, por lo que cede mejor una parte para dejar
contento al “amable” ocupante.
Desde Lima se enviaba (o al menos debía
enviar) el suministro de galletas,
azúcar, café y algunos efectos de vestuario y equipo. Pan, carne, sal u otros
elementos para la supervivencia de la guarnición debían comprarse en las
ciudades o pueblos más habitados. Pero pronto la economía del departamento,
dañada por dos años de guerra en cuanto a su producción agropecuaria (pues la
mano de obra era reclutada o huía para evitar serlo). Y a eso la llegada súbita
de dos mil bocas más que alimentar provocó escasez y la desaparición de
productos como la carne. Los cereales en junio
ya no se vendían simplemente. Las requisiciones implicaban privar a la población
campesina (indígena mayoritariamente) sus medios de subsistencia y sólo servían
para breves períodos, para luego necesitar más. Un veterano del Segundo de
Línea contaría años después “para obtener
la sal necesaria para la confección del rancho, hubo de recurrir a las visitas
domiciliarias, requisionando la sal que se encontraba, pues el artículo no se
vendía en ninguna parte”[8]
Las
autoridades civiles peruanas aprietan, para el cumplimiento de las cuotas
exigidas por los chilenos, a los campesinos indígenas, culpando de todo a los
chilenos. Se convierten, como en toda guerra, en el jamón dentro del sándwich,
presionado por ambos lados.
Las
cartas que se envían desde la Sierra llegan a Chile y algunas son publicadas.
Una, desde Huancayo a principios de
julio, en que se expone la realidad “La
situación de la división chilena que opera en estas rejiones cada día se hace
más difícil, por las numerosas bajas que hace el tifus. El equipo de las tropas
despues de tantos viajes se ha destruido por completo i los soldados andan mui
mal traídos i carecen de abrigo. En cuanto a la alimentación, el café i la
azúcar ya no se conocen. La sal es un artículo tan escaso que hai graves
dificultades para obtenerla...Los enfermos se han despedido del arroz porque no
lo hai. Animales los hai en abundancia; pero para ir a buscarlos hai que
recorrer largas jornadas, pereciendo despues de cada espedicion de esas, diez o
veinte hombres, por la
fiebre i otras
enfermedades, a consecuencia
de los fríos, malas noches i el mal clima de las
punas o alturas...”[9].
Vituallas: Al inicio de la campaña, las tropas “estaban provistas de colchones y frazadas.
También se dispuso que en los cuarteles se arreglasen pequeñas salas para los
enfermos de poca gravedad, a cargo de un cirujano y que fueran dotadas de los
respectivos botiquines. A medida que se adentraba en la sierra y pasaban los
días, aumentaron la cantidad de enfermos, quienes con el rigor del clima y las
distancias recorridas en los desplazamientos se vieron agravados: “Muchos
enfermos traídos en camillas y maltratamiento de las cabalgaduras”[10]
Pero con
el paso del tiempo las condiciones fueron deteriorándose muy pronto: “Las cuadras de los cuarteles en la sierra
carecían de camas, en su defecto, las tropas rellenaban sus colchones con la
paja que obtenían de diversos lugares, incluso de los techos de las viviendas
serranas.”
Por otra parte, eran apremiantes y necesarios
los refuerzos para reemplazar a los enfermos. En el caso del Chacabuco, su oficial
jefe, Marcial Pinto Agüero escribió al Inspector
General del Ejército en la que pide abrir “enganche para llenar las bajas del cuerpo…la rudeza del clima, la
epidemia de tifus desarrollada últimamente (en julio de 1882) nos ha hecho perder mas de 88 soldados, sin
contar los que hai que dar de baja por quedar privados del oído a consecuencia
del tifus…En la actualidad cuenta el batallón con un efectivo de 681 hombres,
teniendo por consiguiente 233 bajas que es menester llenar”
Al
iniciar la campaña un soldado llevaba el siguiente avituallamiento a la guerra
(es el caso del soldado Ibarra):“1 camisa
de tocuyo, 1 calzoncillo, 1 pantalón de paño gris, 1 blusa de paño gris, 1
quepi de paño gris con su insignia, 1 par de botas bayas, 1 capote de paño
gris, 1 corbatín de género negro, 1 frazada de algodón ploma de una plaza, 1
porta capote, 1 morral de tela de buque con una división al medio, 1 caramayola
de lata para el agua, con un plato y una cachucha para el café, 1 cinturón de
suela delgada, 1 rifle comblain, 1 yatagán, 1 canana de tela de buque con 100
proyectiles de guerra”[11]
A medida
que pasaba el tiempo en la sierra, las duras condiciones provocaron que, en
cuanto al vestuario “escaseaban las
botas, camisas y calzoncillos. La tropa empezó a usar ojotas, confeccionadas
por ellos mismos.[12]
Una excepción fue el Chacabuco que era un batallón recientemente formado, por
lo que para mayo, Pinto Agüero podía
informa que el “vestuario i equipo es el
mismo que se dio por la Intendencia Jeneral del Ejército, al organizarse el
cuerpo i (como 10 meses antes) que se
encuentra hasta ahora en regular estado… El total de la ropa de paño que ha
recibido el Chacabuco es como sigue: 1.121 blusas …1.201 pantalones…” Con
esta ropa se tuvo que soportar el mal clima peruano lluvioso y nivoso. El
soldado también en campaña “una frazada
de lana, con la que pudieron mitigar en parte las dificultades meteorológicas.
Parte importante del equipo fueron las botas de cuero, color bayo, con caña de
28 centímetros, con la carnaza para afuera y que tenían la propiedad de evitar
los callos; para vestirlas usaban calcetines de algodón. Con las largas
caminatas por caminos pedregosos, las botas sufrieron un fuerte deterioro, al
mojarse su suela se ponía como cartón, y si bien fueron repuestas por la
autoridad, no siempre alcanzaron a cubrir las necesidades (en abril) botas que últimamente se mandaron fueron
solo mil ciento ochenta pares que no alcanzaron a cubrir a los descalzos, de
suerte que hai mucha tropa con ojotas… Las
ojotas se fabricaban con las cañas de las botas ya inutilizadas, o bien con
pedazos del cuero de los vacunos que eran carneados para la alimentación de la
tropa.
Marcial Pinto Agüero |
Pero la
tropa (no sólo el Lautaro), antes del primer cruce de la cordillera, recibió una
gran carga de mantas de castilla. Lo particular del Lautaro es que estas eran
de un muy notorio color lacre, que provocaron la atención de incluso los
peruanos. Eso mostraría su enorme utilidad en enero al cruzar por Casapalca la
cordillera y “debió dormir a la
intemperie, con nieve y un frío espantoso, soportó la contrariedad, sin sufrir
mayores dificultades, gracias a contar con esta prenda de vestir: “Y era de ver
como al siguiente día, todos con la sonrisa en los labios, sacudían la pesada
capa de nieve que en la noche recojieran…”. Igual pasaría al regreso.
Entretenimiento: Pero no todo era
marchas y ejercicios, el capitán Arturo
Salcedo del Chacabuco contó que al cierre de la tarde “mientras los oficiales en el pórtico de la iglesia departían
alegremente, podía verse en la plaza del pequeño pueblo, y en la que estaba
situada, haciendo vis a vis con la iglesia, la casa destinada a cuartel, podía
verse, repetimos, grupos de soldados que después de encontrar colocación
cómoda, procuraban descansar de las fatigas del día; más allá otros que
recordaban la patria, sus familias y amigos, acullá otros que leían cartas
acaso recibidas mucho tiempo antes, de sus esposas e hijos, y finalmente
todavía algunos menos sentimentales o más filósofos, contemplaban como de
serena que era la tarde, se iba descomponiendo rápidamente, presagiando
tempestad”[13].
Para
mantener a la tropa ocupada en otros menesteres que no fueran las
preocupaciones y el servicio, se organizaban actividades “fomentando todas las diversiones (sanas) que se les ocurrían a los oficiales y tropa. Los domingos había
carreras de caballos, ordinariamente entre oficiales, pues todos teníamos, por
lo menos uno, que nos habíamos apropiado en las diversas correrías persiguiendo
montoneros, y a ellas concurrían tropa de toda la división. Había también, de
vez en cuando, funciones de títeres, en que soldados aficionados movían los
muñecos. En cierta ocasión clases del Segundo de Línea organizaron una función
en que representaron “El médico a palos”, a la que asistieron los oficiales y
tropa franca de todos los cuerpos”[14].
Las actividades
recreacionales de la guarnición de la sierra se desarrollaban en la tarde
cuando se otorgaba franco, lo que la tropa denominaba “francachela”, para comer
“opíparamente”, de acuerdo a las circunstancias y disponibilidades monetarias y
por supuesto beber vino o un trago más fuerte de aguardiente, que solo los
estómagos jóvenes soportaban beber. Era común recurrir a las barajas y los
juegos de naipes: “Todos usaban en sus faltriqueras por ley de botín de guerra,
una buena “pahuacha” en constantes soles del Perú”.
Uno de
los momentos más importantes es la llegada de correo enviado desde Lima. Allí
las cartas y encomiendas destinadas a las tropas destacadas en la sierra tardan
semanas en llegar e incluso meses y sólo se envían cuando hay oportunidad en
que algún grupo numeroso suba a la serranía y funcionen como correo, sino el
aislamiento se mantiene, incluso de diarios para saber qué pasa en la costa del
Perú o en Chile. El atraso en la
correspondencia fue motivo de preocupación para el mando chileno que, junto con
habilitar oficinas en los diferentes poblados de la sierra donde existía
presencia y resguardar con tropa los envíos, mandó permanentes circulares a los
administradores, previniéndoles que no demoraran su despacho como usualmente ocurría.
Incluso se habló de multar a los funcionarios: “Que no solo faltan a la hora en
que deben llegar, sino que dejan pasar uno o dos días, sin justificar
plenamente el motivo del atraso”. Y a eso se sumaba otra dificultad “un número importante de soldados, no sabían
leer ni escribir, por lo que debieron recurrir a un escribiente, que bien pudo
ser su sargento o su cabo o bien un amigo cercano, que manejaba los rudimentos
de la lecto escritura y compartía sus secretos íntimos. Dado que los solteros
eran mayoría, las misivas en general iban dirigidas a sus progenitores o
noviecitas. La respuesta podía demorar semanas, sobre todo si los soldados se
encontraban en la sierra peruana. La carta debía viajar a Lima, luego un barco
la transportaba hacia Chile, y una vez en el país eran distribuidas al
destinatario, que vivía en su mayoría en la zona centro sur del país. Aquí se
volvía a producir el problema sociocultural, y los padres analfabetos debían
buscar ayuda en la comunidad para su lectura y contestación.”[15]
Otro
pasamiento era la lectura de la prensa por los oficiales y para la tropa
analfabeta, los que sí sabían escribir se las leían a los demás. Cuando el
periódico (limeño) arribaba a las guarniciones “era un acontecimiento esperado con ansias, que les cambiaba la rutina y
les daba tema de conversación para varios días. La Patria, tabloide porteño, se
encontraba entre los más solicitados. Pérez Canto escribió en una carta: “Los diarios los recibí, mucho me sirven
para entretenerme,”.
Y entre
la oficialidad, mucho de ellos amigos de la campaña o desde su natal Chile, se
organizaban reuniones de camaradería, por ejemplo por la celebración de alguna
batalla o algún acontecimiento. Por ejemplo el 25 de marzo, “aniversario del
combate de Calama, que fue recordado por el 2° de Línea que con este motivo:
“Invitó a un té a los oficiales de los cuerpos residentes en ésta; hubo brindis
mui animados i se invocó el nombre del héroe de Tarapacá, Eleuterio Ramírez, i
se deseó felicidad al cuerpo que iniciando los combates, lleva intención de
concluirlos: el 2° de Línea”. (Sic) Fue esa una excelente oportunidad, para que
la oficialidad del “Tacna” pudiera expresar su aprecio hacia el coronel
Estanislao del Canto, a quién se le consideraba digno sucesor del héroe de
Tarapacá.”
Los locales: Los indígenas tienen un aspecto triste
y humilde, al expresarse gesticulan mucho. El testigo, un oficial chileno, los indígenas de la sierra no tenían muy
claro el concepto de patria y la gran mayoría no hablaba castellano. Los
indígenas tenían un aspecto humilde y triste, eran tímidos y se expresaban con
gran vivacidad gesticulando nerviosamente para darse a entender, los calificaban
como cobardes y serviles.... En resumen, el serrano carecía de fuerza, gracia y
valor, siendo por consiguiente un tipo nada interesante y bastante antipático.
En cambio la mujer serrana se lleva todo el trabajo, prepara el terreno, siembra, cosecha y negocia los productos, fabrica
la tela con que se viste el marido y los hijos”. Es bestia de tiro y de
carga cuando no hay con qué transportar o tirar carros. No ve mujeres ociosas.
“Por la calle van a marcha acelerada,
siempre con el chiquillo a la espalda y haciendo girar el uso para hilar la
lana. La vida de las indígenas es de una moralidad intachable; pero en las
fiestas públicas no es raro ver viejas ebrias cometiendo inconveniencias”[16]
Esta
mirada, que hoy llamaríamos racista no era nada de extraña a las clases más
cultas. Lo mismo peruanos que chilenos. Sin embargo no todos eran así y de ahí
que destacara tanto la ascendencia que tenía sobre ellos Cáceres, quien, para
empezar, hablaba el quechua de manera fluida.
Al
soldado Ibarra le llama la atención una costumbre indígena: “andaban varias cholas serranas. Nosotros nos
fijamos que sacaban del cuerpo un piojo y se lo echaban a la boca y lo
reventaban con los dientes y le botaban el hollejo. Nosotros los camaradas les
preguntamos porque se comían esa maleza y por qué no los mataban con las uñas o
con una piedra. Ellas nos contestaron que no los mataban con las uñas o
con piedras, porque así se perdía vuestra sangre y no podemos matarlos
con otras cosas porque era secreto de Dios. Desde que nacen se les pasa un
piojo reventado en la boca, y ese era el bautismo que les hacían a los niños
chicos. Los piojos eran del porte de un grano de arroz.”
En tanto,
en Cerro Pasco, Abraham Quiroz
escribe estos comentarios sobre el indio serrano: “El Perú es sólo civilizado en la costa. Aquí no se encuentra gente que
hable el castellano sino el quichua y vestidas las mujeres de balletas y los
hombres de lo mismo, con un calzón corto. Son muy feos todos en general….cuando
hablan castellano no se les puede entender”
Así en el
caso del subteniente Arturo Pérez Canto,
estando en Pucará llevó en abril, “una
vida llena de sobresaltos, ya que
se encontraban en
plena guerra de
insurrección. Las guardias eran
rigurosas, y a ninguna hora se podía estar seguro, pues existía la posibilidad
de un ataque…era difícil alternar con la población nativa y menos salir de
excursión a los alrededores, pues
se exponían a
ser asesinados. Oficiales
y soldados no
encontraban personas con cierto nivel cultural, con quienes entablar una
conversación: “Todo era rudimentario, sucio; todo estaba impregnado de una
atmósfera de ignorancia y atraso” (según Bulnes).[17].
(Pérez
Canto) en Huancayo, puso particular
empeño en atender caritativamente a la población indígena que se moría de
hambre, en medio de las privaciones de la guerra: “A diario…veíamos al
subteniente Pérez Canto... repartir personalmente comida a los pobres serranos
que todos los días temprano llegaban a saludarlo y a darle los buenos días con
su tradicional ‘buen día tatito o ¿cómo estás puis niño?’… y los indios, señor,
le besaban tímidamente la mano a Pérez Canto”[18].
En la
sierra las poblaciones de indios, que son las más numerosas, donde “llevan vida holgada y vegetativa, pero no
próspera…edifica en las mesetas más elevadas…de ese modo poner una barrera
entre la tribu y los dominadores…(pero otra razón es que) todo pedazo de suelo, pequeño o grande,
donde se sujete la cimiente, es susceptible de dar una o dos cosechas por
año…las lluvias son frecuentes y periódicas[19]
Una
visión mucho más favorable, pero paternalista, es la que tenía la esposa del
Brujo, Antonia Moreno “Para los indios las
distancias no existen, pues son infatigables; hacen marchas prolongadas
llevando solo unas cuantas hojas de coca con cal en polvo, por todo alimento.
Por eso son excelentes soldados, muy resistentes en las marchas.” Y recordaba
con cariño a Santiago el Volador,
“que se distinguía por su viveza y
arrojo; le servía a Cáceres de “chasqui” (correo)…se granjeó la simpatía del
ejército y la admiración de todos. En cuanto los soldados lo divisaban en el
campamento, le gritaban alegremente: “Allí está: Santiago Volador”. Y era como
una fiesta, porque Santiago tenía siempre nuevas del campo enemigo. El
conferenciaba en secreto con el “Tayta” y le refería todo lo que había
observado y oído decir. Le aseguraba que nunca se dejaría arrebatar la
correspondencia porque antes se la comería. Cáceres le tomó mucho cariño porque
era el indiecito muy leal, inteligente y patriota, exponiendo su vida en cada
excursión que hacía, teniendo a veces que penetrar al campamento chileno para
observar lo que convenía a los nuestros.
Las indias del Perú tenían culto por Cáceres;
le llamaban Tayta (padre)[20] y,
como compañeras de
los soldados, seguían
la campaña prestando eficaces
servicios de enfermeras o atendiendo el lavado de ropa y preparación del rancho
(comida). Entre éstas, había algunas muy inteligentes y listas: fingían no
saber castellano, cuando iban al campamento chileno, hablando entre ellas solo
en quechua, de manera que los enemigos no se cuidaban de ellas, y, mientras les
vendían fruta, escuchaban todo lo que aquellos decían.[21]
La redes
de inteligencia más valiosas para Cáceres, serían las aristocráticas damas
limeñas y la despreciada indiada serrana
[1] En La campaña del
Ejército del centro en 1882. Defensa de la plaza de La Concepción 9 y 10 de
julio de 1882. Pedro Eduardo Hormazábal Espinosa. Ignacio Carrera Pinto, el
Héroe
[2] Al inicio de la
campaña tenía alrededor de 2.500 hombres a su disposición.
[3] Antonia Moreno de
Cáceres, Recuerdos de la Breña
[4] La campaña del
Ejército del centro en 1882. Defensa de la plaza de La Concepción 9 y 10 de
julio de 1882. Pedro Eduardo Hormazábal Espinosa. Ignacio Carrera Pinto, el
Héroe. Debido a la falta de oficiales estos dos tuvieorn que llevar toda la
tarea encargada a varios oficiales, especialmente Pérez Canto. Julio Montt
Salamanca, no pertenecía a esa compañía y sólo llegó el 7 de julio, ni siquiera
destinado a la compañía sino de paso a un viaje a Lima, por una invitación de
Carrera Pinto es que permanece en Concepción
[5] Los Subtenientes de La
Concepción. La Tríada Heroica. Descripción de Senén Palacios
[6] Los Subtenientes de La
Concepción. La Tríada Heroica
[7] Senda de Gloria
[8] Chaparro W.,
Guillermos. Recuerdos de la guerra del Pacífico. En Cuaderno de Historia
Militar N° 3 (2007). En
https://www.ejercito.cl/archivos/departamento_historia/cuaderno_3.pdf
[9] “Noticias del Perú”. El Estandarte Católico, 26 de julio de 1882, p. 2.
[10] La campaña del
Ejército del centro en 1882. Defensa de la plaza de La Concepción 9 y 10 de
julio de 1882. Pedro Eduardo Hormazábal Espinosa. Ignacio Carrera Pinto, el
Héroe
[11] Marcos Ibarra.
[12] La campaña del
Ejército del centro en 1882. Defensa de la plaza de La Concepción 9 y 10 de
julio de 1882. Pedro Eduardo Hormazábal Espinosa. Ignacio Carrera Pinto, el
Héroe
[13] Los subtenientes de La
Concepción
[14] Benavides Santos
[15] La senda de Gloria
[16] Chaparro W.,
Guillermos. Recuerdos de la guerra del Pacífico. En Cuaderno de Historia
Militar N° 3 (2007). En
https://www.ejercito.cl/archivos/departamento_historia/cuaderno_3.pdf
[17] Los Subtenientes de La
Concepción. La Tríada Heroica
[18] Testimonio de Miguel Ángel Reyes
[19] Chaparro W.,
Guillermos. Recuerdos de la guerra del Pacífico. En Cuaderno de Historia
Militar N° 3 (2007). En
https://www.ejercito.cl/archivos/departamento_historia/cuaderno_3.pdf
[20] A ella la llamaban Mama Grande
[21] Antonia Moreno de Cáceres, Recuerdos de la Breña
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