El labrador y la serpiente

En una ocasión el hijo de un labrador dio un fuerte golpe a una serpiente, la que lo mordió y envenenado muere. El padre, presa del dolor persigue a la serpiente con un hacha y le corta la cola. Más tarde el hombre pretende hacer las paces con la serpiente y ésta le contesta "en vano trabajas, buen hombre, porque entre nosotros no puede haber ya amistad, pues mientras yo me viere sin cola y tú a tu hijo en el sepulcro, no es posible que ninguno de los dos tenga el ánimo tranquilo".

Mientras dura la memoria de las injurias, es casi imposible desvanecer los odios.

Esopo

jueves, 19 de abril de 2018

LA SIERRA CENTRAL.1882. (IV)


Del Canto el 7 de febrero enviaba un informe para Lima sobre la situación a la fecha en la sierra central y desde el Estado Mayor en la capital ocupada se emite otro para Chile que es bastante optimista: “se ha alejado todo peligro de  que  nuestras  fuerzas  sean  atacadas  por  algún  ejército  regular  de  los que aún se mantienen en el territorio peruano. El ejército de Cáceres que está  formado  hoy  con  las  facciones  que  existían  en Ayacucho,  no  podrá unirse a ninguna de las partidas que conserva el general Montero en los departamentos que sostiene bajo su mando. La comunicación entre el sur y  el  norte  por  la  zona  interior  está  completamente  interceptada  no  sólo por nuestras fuerzas sino por la gran distancia que las separa…nuestras fuerzas están protegidas unas por otras conservando entre sí sus vías de comunicación expeditas…la seguridad que presenta la ocupación esta no hay remota idea que pueda causar zozobra de ninguna especie. El alejamiento completo de fuerzas regulares por una parte y el carácter pacífico de los pobladores garantizan sobradamente la estabilidad de una ocupación sin peligros”.[1]
Por órdenes de Lima, del Canto distribuye su división de la siguiente manera:
a.    En Huancayo, batallón Segundo de Línea (Tacna), batallón Lautaro 8 piezas de artillería y 150 miembros del Carabineros de Yungay. Con la conducción de equipajes, con 60 mulas aparejadas e igual número al pelo.
b.    En Jauja, batallón Sexto de Línea (Chacabuco), dos piezas de artillería y 25 Carabineros de Yungay. También se establece el Parque General de la división, con 40 mulas aperadas para el servicio
c.    Tarma, medio batallón del Tercero de Línea (Pisagua), dos piezas de artillería y 25 Carabineros de Yungay y una compañía destacada como guarnición en Junín.
d.    Cerro Pasco, medio batallón del Tercero de Línea (Pisagua), con su Estado Mayor, dos piezas de artillería y 50 Carabineros de Yungay y una compañía destacada como guarnición en Junín.

Montt Salamanca
A finales de febrero, escribe en una carta el subteniente Julio  Montt  Salamanca, “no puede imaginarse lo que hemos sufrido con las andadas, soportando el frío, la lluvia y la nieve que por estos mundos cae en abundancia... es poco todo lo que le diga de esta expedición, porque es la más cruda que ha habido en todas las campañas; esto lo han dicho los hombres que se han encontrado en todas”.

Jucalmarca: El último hecho relevante de la persecución del Ejército del Centro, fue obra de la naturaleza. El 17 de febrero se produce lo que se ha llamado el desastre de Julcamarca, en el recuerdo de la esposa de Cáceres, “..al subir la cuesta interminable:…que rinde y desespera al más fuerte y al más paciente porque su ascensión dura horas y horas y no se vislumbra la llegada al pueblo, que reposa en la meseta del ciclópeo cerro,…cuando se desencadenó la más espantosa tempestad que puede uno imaginarse. Parecía que un cataclismo nos amenazaba…. La  lluvia  era  torrencial,  los  truenos  ensordecedores;  y  los  relámpagos  y  rayos  impresionaban  en  la  oscuridad  de  la  noche.  El ejército había sido sorprendido por la inclemencia…El diluvio incesante entorpecía la marcha, y la tierra al desmoronarse arrastraba a los desgraciados al fondo de los abismos…. (Cáceres llega) pálido, casi helado, y con desesperación me dijo: “¡La adversidad me persigue, hasta la naturaleza me combate!”…los soldados y ofciales extraviados que iban llegando por grupos; algunos sin sus jefes, porque en la oscuridad y fragor de la tormenta no se oían las voces de mando y muchos quedaron perdidos en el fondo de los precipicios….En la madrugada, cuando apareció el pálido Sol serrano, el cuadro del ejército era desolador. Los restos de los que habían salvado de esta horrible tempestad estaban acampados en la cima del cerro; es decir en la placita. Los pobres soldados, en el suelo, habían tendido sus ropas empapadas y desgarradas….Cáceres, al pasar lista, vio que su ejército había quedado en cuadro. Los 800 individuos de tropa se habian reducido a 400[2]. La figura de Cáceres, alta, delgada y erguida, cubierta de su cubrepolvo de seda china, llevando en la cabeza el distintivo de los breñeros, el célebre kepis rojo, se destacaba en ese triste paisaje, donde sus pobres soldados entumecidos y agrupados en el suelo buscaban calor bajo un cielo descolorido. Cáceres, intensamente afigido, con los ojos humedecidos por lágrimas rebeldes, se inclinaba para acariciar y consolar a sus infortunados “hijos” hablándoles paternalmente….El sufría un momento de doloroso desaliento, pero muy pronto su fuerte voluntad se impuso al duro golpe de la suerte y levantando la cabeza que tenía inclinada, arengó a sus tropas, diciéndoles: “Veo que algunos cobardes me han abandonado; pero no importa. Me basta con ustedes, puñado  de  valientes,  para  triunfar.  ¡Soldados!  ¡Viva  el  Perú!”. La  voz  del “tayta” los conmovió y bravamente, olvidando el frío, el hambre y los dolores sufridos, repitieron llenos de entusiasmo: “¡Viva el Perú! ¡Viva el ‘tayta’ Cáceres! ¡Viva! ¡Viva!”[3]


VIDA DE GUARNICIÓN EN LA SIERRA: En esos largos seis meses  de campaña en la sierra, las tropas chilenas permanecieron en diversas ciudades lo que llevó a que los oficiales tuvieran diversas tareas. Usando de ejemplo la guarnición de Concepción, “el subteniente Pérez se encargaba de los aspectos administrativos como la Orden y los aspectos logísticos de recepción de víveres e impartir las disposiciones para la confección del rancho, esta actividad era de dedicación diaria.  Por  su  parte,  el  subteniente  Cruz  Martínez  se  dedicaba  a  hacer  el servicio de las armas, vale decir concurrir a diana, disponer las formaciones, la instrucción, pasar lista y los ejercicios con la tropa. Como jefe de la guarnición militar de La Concepción, el teniente Carrera Pinto se dedicó a llevar todas las actividades concernientes al servicio de la Comandancia y el trabajo de pasaportes, permisos y correspondencia, otorgando libertad de acción a sus subalternos.[4] Eso incluía conseguir el suplemento de comida necesario para la guarnición
En esa vida de cuartel, un día normal comenzaba a las 5 AM con la diana, a lo que seguía “la Lista y Parte 05.30 h y café 05.40 h. Posteriormente se efectuaban ejercicios por compañía e instrucción de reclutas 08.00 h,... A las 10.30 h se pasaba a rancho y en la tarde se efectuaban ejercicios por compañía o batallón, nuevamente instrucción de reclutas, para pasar a rancho a las 17.30 h, luego de lo cual existía un descanso. La retreta era a las 20.00 h y se tocaba silencio a las 21.30 h. Para mantener en alto la moralidad de las tropas era necesario estar en permanente actividad, cumpliendo estrictamente el severo reglamento establecido por el oficial a cargo de las fuerzas, y desempeñando con total exactitud los deberes inherentes al servicio; en este aspecto adquiría mayor relevancia la función de los subtenientes….La  falta  de  oficiales  subalternos  fue  notoria  durante  toda  la  campaña,  e  hizo crisis en algunos batallones como el “Chacabuco” y el “Tacna”, situación que incluso motivó un escrito especial de del Canto haciendo ver dicha necesidad. [5]
Ignacio Carrera Pinto debió preocuparse de la alimentación de la guarnición, la cual “debía ser costeada por la población peruana,…situación que el propio Del Canto consideraba insostenible. El jefe de la Cuarta Compañía solicitó al alcalde Valladares  “su colaboración en la entrega de los recursos necesarios, haciéndole responsable de su cumplimiento e indicándole que si algo le faltaba a su tropa lo buscaría donde se encontrase.”[6].
Ignacio Carrera Pinto
Desde la perspectiva de la soldadesca, la vida era de ejercicios militares (marchas, entrenamiento con la bayoneta, tiro, etc), la jornada era ocupada. Por ejemplo, cuenta uno, “nos tenía haciendo ejercicios de armas,…. Eran las 3 P. M., estuvimos haciendo ejercicios hasta las 3:30 y nos hicieron armar pabellones  y nos dieron  un descanso de 15 minutos…. Mi capitán nos hacía hacer ejercicios de arma en la plaza de la Concepción, cuatro veces por semana, y los otros dos días nos daba conferencia de guerra, era para tenernos listos para combatir con el enemigo, tocaban tropas, se armaban y se amunicionaban y se presentaban “A la orden mi Capitán”…. Mientras que el subteniente Pérez Canto narró en una carta, que un domingo “ “como a las dos de la mañana tocan generala en todos los cuarteles i a la media hora nos poníamos en marcha… Después de haber andado como dos leguas toca el corneta del jefe que mandaba las fuerzas alto la marcha, esto era lla al aclarar, nos dieron descanso, i después supimos que hera una revista la que quería pasar el coronel Canto, i como a las nueve del día nos pusimos en marcha a nuestros cuarteles con camas y petacas”. El estado de alerta era indispensable para la situación que se veía en la sierra.
Las tropas reciben instrucción en su estadía. En el caso del Chacabuco se siguió con lo que se hacía en Ate: “instrucción de guerrillas en todas las compañías. También el batallón se había instruido en maniobras y esgrima de bayoneta.” Y también hay revistas militares. Por ejemplo el 15 de mayo, la 4ª Compañía del Chacabuco efectuó su revista reglamentaria. La ceremonia estuvo encabezada en esta oportunidad, por su nuevo comandante el teniente Ignacio Carrera Pinto, acompañado del subteniente Arturo Pérez Canto[7]. Así los chilenos debían efectuar de todo: guardias, instrucción, actividades de servicio y estar atentos siempre a los ataques sorpresas de la población local

La comida:….el desayuno que nos daban era coca, el café ni el té lo conocíamos, el rancho que comíamos era carne de buey, era de cuatro veces al mes  y  los demás días  nos daban pancutras con poca grasa, y otras veces nos daban carbonada de papas y poca grasa, con ají picante, otras veces nos daban fideos con papas y grasa, los porotos muy poco lo comíamos, el pan de harina era muy escaso en el interior de la sierra, además andábamos muy pobres de vestuarios y de ropa interior y todo remendado y con esos trapos de colores, y los piojos ya nos comían, y nos querían romper la piel, esos bichos era[n] tan guapos (atrevidos) que teníamos que matarlos con las uñas, y con la escobilla para poder andar un poco tranquilos, y anduvimos con una camisa y un calzoncillo durante seis meses, en lugar de medias botas vallas usábamos ojotas de cuatro corriones (cordones) para no andar descalzos, nos daban un pedazo de cuero de buey, y nosotros mismos teníamos que hacer las hojotas, también cuyuncábamos la coca.” Y a medida que la campaña seguía se hacía notoria “la falta de víveres como manteca, arroz, azúcar y sal, para intercambiarlos por carne cocida.
En una ocasión, cuenta el mismo Ibarra, desde Lima mandaron a Huancayouna partida de charqui apolillado, y otra partida de sacos de galletas marineras que eran tan duras como piedra, para poderlas partir había que pegarles con la culata del rifle, todo ese tiempo que estuvimos de guarnición en el pueblo de Huancayo pasábamos varias crujías de alimentos, varias veces nos daban carne de llama,…”
Las tropas siempre con hambre pronto recurrieron al saqueo de los indígenas. Tal como relató el soldado Ibarra: “muy a menudo hacíamos ejercicio de arma y después nos daban de franco y nos íbamos a la campiña afuera del pueblo de Huancayo  a la aventura a buscar algo de comestibles, y luego llegamos a la campiña y le quitábamos a los cholos serranos las gallinas y los chanchos y otras cosas  comestibles, para poder llenar la barriga de las crujías que  pasábamos en Huancayo, los cholos no oponían resistencia por temor a que los mataran. También  nosotros no le quitábamos la vida a ningún cholo, porque se entregaban voluntarios, porque ellos eran hombres indefensos, estas cosas las tropas lo hacían a escondidas de nuestros jefes.” Pero el que no se resistieran en ese momento, lo único que desembocó fue, al final, en que el serrano entendiera al invasor un enemigo más perverso que el blanco peruano. Y eso sería azuzado a su vez por sacerdotes y hacendados.
En una ocasión estando de franco, Ibarra se junta “con otro camarada y nos fuimos para  la campiña afuera a la aventura, luego nos encontramos por el camino a dos cholos y tres cholas que traían gallinas y huevos, queso y nosotros les preguntamos ¿para dónde van Uds.? Vamos para la casa, y nosotros les dijimos si nos daban de las cosas que llevaban. “Como no tatitoy” y luego nos dieron una gallina y un gallo y una docena de huevos, y dos quesos, al otro camarada le dieron lo mismo que a mí, y enseguida nos fuimos al cuartel…” Aun considerando la actitud del indígena como bastante pacífica, detrás, para él, está la amenaza que le quiten todo, por lo que cede mejor una parte para dejar contento al “amable” ocupante.
Desde Lima se enviaba (o al menos debía enviar)  el suministro de galletas, azúcar, café y algunos efectos de vestuario y equipo. Pan, carne, sal u otros elementos para la supervivencia de la guarnición debían comprarse en las ciudades o pueblos más habitados. Pero pronto la economía del departamento, dañada por dos años de guerra en cuanto a su producción agropecuaria (pues la mano de obra era reclutada o huía para evitar serlo). Y a eso la llegada súbita de dos mil bocas más que alimentar provocó escasez y la desaparición de productos como la carne. Los cereales en junio ya no se vendían simplemente. Las requisiciones implicaban privar a la población campesina (indígena mayoritariamente) sus medios de subsistencia y sólo servían para breves períodos, para luego necesitar más. Un veterano del Segundo de Línea contaría años después “para obtener la sal necesaria para la confección del rancho, hubo de recurrir a las visitas domiciliarias, requisionando la sal que se encontraba, pues el artículo no se vendía en ninguna parte[8]
Las autoridades civiles peruanas aprietan, para el cumplimiento de las cuotas exigidas por los chilenos, a los campesinos indígenas, culpando de todo a los chilenos. Se convierten, como en toda guerra, en el jamón dentro del sándwich, presionado por ambos lados.
Las cartas que se envían desde la Sierra llegan a Chile y algunas son publicadas. Una, desde Huancayo a principios de julio, en que se expone la realidad “La situación de la división chilena que opera en estas rejiones cada día se hace más difícil, por las numerosas bajas que hace el tifus. El equipo de las tropas despues de tantos viajes se ha destruido por completo i los soldados andan mui mal traídos i carecen de abrigo. En cuanto a la alimentación, el café i la azúcar ya no se conocen. La sal es un artículo tan escaso que hai graves dificultades para obtenerla...Los enfermos se han despedido del arroz porque no lo hai. Animales los hai en abundancia; pero para ir a buscarlos hai que recorrer largas jornadas, pereciendo despues de cada espedicion de esas, diez o veinte hombres,  por  la  fiebre  i  otras  enfermedades,  a  consecuencia  de  los  fríos, malas noches i el mal clima de las punas o alturas...”[9].

Vituallas: Al inicio de la campaña, las tropas “estaban provistas de colchones y frazadas. También se dispuso que en los cuarteles se arreglasen pequeñas salas para los enfermos de poca gravedad, a cargo de un cirujano y que fueran dotadas de los respectivos botiquines. A medida que se adentraba en la sierra y pasaban los días, aumentaron la cantidad de enfermos, quienes con el rigor del clima y las distancias recorridas en los desplazamientos se vieron agravados: “Muchos enfermos traídos en camillas y maltratamiento de las cabalgaduras”[10]
Pero con el paso del tiempo las condiciones fueron deteriorándose muy pronto: “Las cuadras de los cuarteles en la sierra carecían de camas, en su defecto, las tropas rellenaban sus colchones con la paja que obtenían de diversos lugares, incluso de los techos de las viviendas serranas.”
Por otra parte, eran apremiantes y necesarios los refuerzos para reemplazar a los enfermos. En el caso del Chacabuco, su oficial jefe, Marcial Pinto Agüero escribió al Inspector General del Ejército en la que pide abrir “enganche para llenar las bajas del cuerpo…la rudeza del clima, la epidemia de tifus desarrollada últimamente (en julio de 1882) nos ha hecho perder mas de 88 soldados, sin contar los que hai que dar de baja por quedar privados del oído a consecuencia del tifus…En la actualidad cuenta el batallón con un efectivo de 681 hombres, teniendo por consiguiente 233 bajas que es menester llenar”
Al iniciar la campaña un soldado llevaba el siguiente avituallamiento a la guerra (es el caso del soldado Ibarra):“1 camisa de tocuyo, 1 calzoncillo, 1 pantalón de paño gris, 1 blusa de paño gris, 1 quepi de paño gris con su insignia, 1 par de botas bayas, 1 capote de paño gris, 1 corbatín de género negro, 1 frazada de algodón ploma de una plaza, 1 porta capote, 1 morral de tela de buque con una división al medio, 1 caramayola de lata para el agua, con un plato y una cachucha para el café, 1 cinturón de suela delgada, 1 rifle comblain, 1 yatagán, 1 canana de tela de buque con 100 proyectiles de guerra”[11]
A medida que pasaba el tiempo en la sierra, las duras condiciones provocaron que, en cuanto al vestuario “escaseaban las botas, camisas y calzoncillos. La tropa empezó a usar ojotas, confeccionadas por ellos mismos.[12] Una excepción fue el Chacabuco que era un batallón recientemente formado, por lo que para mayo, Pinto Agüero podía informa que el “vestuario i equipo es el mismo que se dio por la Intendencia Jeneral del Ejército, al organizarse el cuerpo i (como 10 meses antes) que se encuentra hasta ahora en regular estado… El total de la ropa de paño que ha recibido el Chacabuco es como sigue: 1.121 blusas …1.201 pantalones…” Con esta ropa se tuvo que soportar el mal clima peruano lluvioso y nivoso. El soldado también en campaña “una frazada de lana, con la que pudieron mitigar en parte las dificultades meteorológicas. Parte importante del equipo fueron las botas de cuero, color bayo, con caña de 28 centímetros, con la carnaza para afuera y que tenían la propiedad de evitar los callos; para vestirlas usaban calcetines de algodón. Con las largas caminatas por caminos pedregosos, las botas sufrieron un fuerte deterioro, al mojarse su suela se ponía como cartón, y si bien fueron repuestas por la autoridad, no siempre alcanzaron a cubrir las necesidades (en abril) botas que últimamente se mandaron fueron solo mil ciento ochenta pares que no alcanzaron a cubrir a los descalzos, de suerte que hai mucha tropa con ojotasLas ojotas se fabricaban con las cañas de las botas ya inutilizadas, o bien con pedazos del cuero de los vacunos que eran carneados para la alimentación de la tropa.
Marcial Pinto Agüero
Pero la tropa (no sólo el Lautaro), antes del primer cruce de la cordillera, recibió una gran carga de mantas de castilla. Lo particular del Lautaro es que estas eran de un muy notorio color lacre, que provocaron la atención de incluso los peruanos. Eso mostraría su enorme utilidad en enero al cruzar por Casapalca la cordillera y “debió dormir a la intemperie, con nieve y un frío espantoso, soportó la contrariedad, sin sufrir mayores dificultades, gracias a contar con esta prenda de vestir: “Y era de ver como al siguiente día, todos con la sonrisa en los labios, sacudían la pesada capa de nieve que en la noche recojieran…”. Igual pasaría al regreso.

Entretenimiento: Pero no todo era marchas y ejercicios, el capitán Arturo Salcedo del Chacabuco contó que al cierre de la tarde “mientras los oficiales en el pórtico de la iglesia departían alegremente, podía verse en la plaza del pequeño pueblo, y en la que estaba situada, haciendo vis a vis con la iglesia, la casa destinada a cuartel, podía verse, repetimos, grupos de soldados que después de encontrar colocación cómoda, procuraban descansar de las fatigas del día; más allá otros que recordaban la patria, sus familias y amigos, acullá otros que leían cartas acaso recibidas mucho tiempo antes, de sus esposas e hijos, y finalmente todavía algunos menos sentimentales o más filósofos, contemplaban como de serena que era la tarde, se iba descomponiendo rápidamente, presagiando tempestad[13].
Para mantener a la tropa ocupada en otros menesteres que no fueran las preocupaciones y el servicio, se organizaban actividades “fomentando todas las diversiones (sanas) que se les ocurrían a los oficiales y tropa. Los domingos había carreras de caballos, ordinariamente entre oficiales, pues todos teníamos, por lo menos uno, que nos habíamos apropiado en las diversas correrías persiguiendo montoneros, y a ellas concurrían tropa de toda la división. Había también, de vez en cuando, funciones de títeres, en que soldados aficionados movían los muñecos. En cierta ocasión clases del Segundo de Línea organizaron una función en que representaron “El médico a palos”, a la que asistieron los oficiales y tropa franca de todos los cuerpos[14].
Las actividades recreacionales de la guarnición de la sierra se desarrollaban en la tarde cuando se otorgaba franco, lo que la tropa denominaba “francachela”, para comer “opíparamente”, de acuerdo a las circunstancias y disponibilidades monetarias y por supuesto beber vino o un trago más fuerte de aguardiente, que solo los estómagos jóvenes soportaban beber. Era común recurrir a las barajas y los juegos de naipes: “Todos usaban en sus faltriqueras por ley de botín de guerra, una buena “pahuacha” en constantes soles del Perú”.
Uno de los momentos más importantes es la llegada de correo enviado desde Lima. Allí las cartas y encomiendas destinadas a las tropas destacadas en la sierra tardan semanas en llegar e incluso meses y sólo se envían cuando hay oportunidad en que algún grupo numeroso suba a la serranía y funcionen como correo, sino el aislamiento se mantiene, incluso de diarios para saber qué pasa en la costa del Perú o en Chile. El atraso en la correspondencia fue motivo de preocupación para el mando chileno que, junto con habilitar oficinas en los diferentes poblados de la sierra donde existía presencia y resguardar con tropa los envíos, mandó permanentes circulares a los administradores, previniéndoles que no demoraran su despacho como usualmente ocurría. Incluso se habló de multar a los funcionarios: “Que no solo faltan a la hora en que deben llegar, sino que dejan pasar uno o dos días, sin justificar plenamente el motivo del atraso”. Y a eso se sumaba otra dificultad “un número importante de soldados, no sabían leer ni escribir, por lo que debieron recurrir a un escribiente, que bien pudo ser su sargento o su cabo o bien un amigo cercano, que manejaba los rudimentos de la lecto escritura y compartía sus secretos íntimos. Dado que los solteros eran mayoría, las misivas en general iban dirigidas a sus progenitores o noviecitas. La respuesta podía demorar semanas, sobre todo si los soldados se encontraban en la sierra peruana. La carta debía viajar a Lima, luego un barco la transportaba hacia Chile, y una vez en el país eran distribuidas al destinatario, que vivía en su mayoría en la zona centro sur del país. Aquí se volvía a producir el problema sociocultural, y los padres analfabetos debían buscar ayuda en la comunidad para su lectura y contestación.”[15]
Otro pasamiento era la lectura de la prensa por los oficiales y para la tropa analfabeta, los que sí sabían escribir se las leían a los demás. Cuando el periódico (limeño) arribaba a las guarniciones “era un acontecimiento esperado con ansias, que les cambiaba la rutina y les daba tema de conversación para varios días. La Patria, tabloide porteño, se encontraba entre los más solicitados. Pérez Canto escribió en una carta: “Los diarios los recibí, mucho me sirven para entretenerme,”.
Y entre la oficialidad, mucho de ellos amigos de la campaña o desde su natal Chile, se organizaban reuniones de camaradería, por ejemplo por la celebración de alguna batalla o algún acontecimiento. Por ejemplo el 25 de marzo, “aniversario del combate de Calama, que fue recordado por el 2° de Línea que con este motivo: “Invitó a un té a los oficiales de los cuerpos residentes en ésta; hubo brindis mui animados i se invocó el nombre del héroe de Tarapacá, Eleuterio Ramírez, i se deseó felicidad al cuerpo que iniciando los combates, lleva intención de concluirlos: el 2° de Línea”. (Sic) Fue esa una excelente oportunidad, para que la oficialidad del “Tacna” pudiera expresar su aprecio hacia el coronel Estanislao del Canto, a quién se le consideraba digno sucesor del héroe de Tarapacá.

Los locales: Los indígenas tienen un aspecto triste y humilde, al expresarse gesticulan mucho. El testigo, un oficial chileno, los indígenas de la sierra no tenían muy claro el concepto de patria y la gran mayoría no hablaba castellano. Los indígenas tenían un aspecto humilde y triste, eran tímidos y se expresaban con gran vivacidad gesticulando nerviosamente para darse a entender, los calificaban como cobardes y serviles.... En resumen, el serrano carecía de fuerza, gracia y valor, siendo por consiguiente un tipo nada interesante y bastante antipático. En cambio la mujer serrana se lleva todo el trabajo, prepara el terreno, siembra, cosecha y negocia los productos, fabrica la tela con que se viste el marido y los hijos”. Es bestia de tiro y de carga cuando no hay con qué transportar o tirar carros. No ve mujeres ociosas. “Por la calle van a marcha acelerada, siempre con el chiquillo a la espalda y haciendo girar el uso para hilar la lana. La vida de las indígenas es de una moralidad intachable; pero en las fiestas públicas no es raro ver viejas ebrias cometiendo inconveniencias”[16]
Esta mirada, que hoy llamaríamos racista no era nada de extraña a las clases más cultas. Lo mismo peruanos que chilenos. Sin embargo no todos eran así y de ahí que destacara tanto la ascendencia que tenía sobre ellos Cáceres, quien, para empezar, hablaba el quechua de manera fluida.
Al soldado Ibarra le llama la atención una costumbre indígena: “andaban varias cholas serranas. Nosotros nos fijamos que sacaban del cuerpo un piojo y se lo echaban a la boca y lo reventaban con los dientes y le botaban el hollejo. Nosotros los camaradas les preguntamos porque se comían esa maleza y por qué no los mataban con las uñas o con una piedra. Ellas nos contestaron que no los mataban con las uñas o con  piedras, porque así se perdía vuestra sangre y no podemos matarlos con otras cosas porque era secreto de Dios. Desde que nacen se les pasa un piojo reventado en la boca, y ese era el bautismo que les hacían a los niños chicos. Los piojos eran del porte de un grano de arroz.
En tanto, en Cerro Pasco, Abraham Quiroz escribe estos comentarios sobre el indio serrano: “El Perú es sólo civilizado en la costa. Aquí no se encuentra gente que hable el castellano sino el quichua y vestidas las mujeres de balletas y los hombres de lo mismo, con un calzón corto. Son muy feos todos en general….cuando hablan castellano no se les puede entender”
Así en el caso del subteniente Arturo Pérez Canto, estando en Pucará llevó en abril, “una vida llena de sobresaltos,  ya  que  se  encontraban  en  plena  guerra  de  insurrección.  Las guardias eran rigurosas, y a ninguna hora se podía estar seguro, pues existía la posibilidad de un ataque…era difícil alternar con la población nativa y menos salir de excursión a los alrededores, pues  se  exponían  a  ser  asesinados.  Oficiales  y  soldados  no  encontraban personas con cierto nivel cultural, con quienes entablar una conversación: “Todo era rudimentario, sucio; todo estaba impregnado de una atmósfera de ignorancia y atraso” (según Bulnes).[17].
(Pérez Canto) en Huancayo, puso particular empeño en atender caritativamente a la población indígena que se moría de hambre, en medio de las privaciones de la guerra: “A diario…veíamos al subteniente Pérez Canto... repartir personalmente comida a los pobres serranos que todos los días temprano llegaban a saludarlo y a darle los buenos días con su tradicional ‘buen día tatito o ¿cómo estás puis niño?’… y los indios, señor, le besaban tímidamente la mano a Pérez Canto”[18].
En la sierra las poblaciones de indios, que son las más numerosas, donde “llevan vida holgada y vegetativa, pero no próspera…edifica en las mesetas más elevadas…de ese modo poner una barrera entre la tribu y los dominadores…(pero otra razón es que) todo pedazo de suelo, pequeño o grande, donde se sujete la cimiente, es susceptible de dar una o dos cosechas por año…las lluvias son frecuentes y periódicas[19]
Una visión mucho más favorable, pero paternalista, es la que tenía la esposa del Brujo, Antonia Moreno “Para los indios las distancias no existen, pues son infatigables; hacen marchas prolongadas llevando solo unas cuantas hojas de coca con cal en polvo, por todo alimento. Por eso son excelentes soldados, muy resistentes en las marchas.” Y recordaba con cariño a Santiago el Volador, “que se distinguía por su viveza y arrojo; le servía a Cáceres de “chasqui” (correo)…se granjeó la simpatía del ejército y la admiración de todos. En cuanto los soldados lo divisaban en el campamento, le gritaban alegremente: “Allí está: Santiago Volador”. Y era como una fiesta, porque Santiago tenía siempre nuevas del campo enemigo. El conferenciaba en secreto con el “Tayta” y le refería todo lo que había observado y oído decir. Le aseguraba que nunca se dejaría arrebatar la correspondencia porque antes se la comería. Cáceres le tomó mucho cariño porque era el indiecito muy leal, inteligente y patriota, exponiendo su vida en cada excursión que hacía, teniendo a veces que penetrar al campamento chileno para observar lo que convenía a los nuestros.
Las indias del Perú tenían culto por Cáceres; le llamaban Tayta (padre)[20]  y,  como  compañeras  de  los  soldados,  seguían  la  campaña prestando eficaces servicios de enfermeras o atendiendo el lavado de ropa y preparación del rancho (comida). Entre éstas, había algunas muy inteligentes y listas: fingían no saber castellano, cuando iban al campamento chileno, hablando entre ellas solo en quechua, de manera que los enemigos no se cuidaban de ellas, y, mientras les vendían fruta, escuchaban todo lo que aquellos decían.[21]
La redes de inteligencia más valiosas para Cáceres, serían las aristocráticas damas limeñas y la despreciada indiada serrana


[1] En La campaña del Ejército del centro en 1882. Defensa de la plaza de La Concepción 9 y 10 de julio de 1882. Pedro Eduardo Hormazábal Espinosa. Ignacio Carrera Pinto, el Héroe
[2] Al inicio de la campaña tenía alrededor de 2.500 hombres a su disposición.
[3] Antonia Moreno de Cáceres, Recuerdos de la Breña
[4] La campaña del Ejército del centro en 1882. Defensa de la plaza de La Concepción 9 y 10 de julio de 1882. Pedro Eduardo Hormazábal Espinosa. Ignacio Carrera Pinto, el Héroe. Debido a la falta de oficiales estos dos tuvieorn que llevar toda la tarea encargada a varios oficiales, especialmente Pérez Canto. Julio Montt Salamanca, no pertenecía a esa compañía y sólo llegó el 7 de julio, ni siquiera destinado a la compañía sino de paso a un viaje a Lima, por una invitación de Carrera Pinto es que permanece en Concepción
[5] Los Subtenientes de La Concepción. La Tríada Heroica. Descripción de Senén Palacios

[6] Los Subtenientes de La Concepción. La Tríada Heroica
[7] Senda de Gloria
[8] Chaparro W., Guillermos. Recuerdos de la guerra del Pacífico. En Cuaderno de Historia Militar N° 3 (2007). En https://www.ejercito.cl/archivos/departamento_historia/cuaderno_3.pdf
[9] “Noticias del Perú”. El Estandarte Católico, 26 de julio de 1882, p. 2.
[10] La campaña del Ejército del centro en 1882. Defensa de la plaza de La Concepción 9 y 10 de julio de 1882. Pedro Eduardo Hormazábal Espinosa. Ignacio Carrera Pinto, el Héroe
[11] Marcos Ibarra.
[12] La campaña del Ejército del centro en 1882. Defensa de la plaza de La Concepción 9 y 10 de julio de 1882. Pedro Eduardo Hormazábal Espinosa. Ignacio Carrera Pinto, el Héroe
[13] Los subtenientes de La Concepción
[14] Benavides Santos
[15] La senda de Gloria
[16] Chaparro W., Guillermos. Recuerdos de la guerra del Pacífico. En Cuaderno de Historia Militar N° 3 (2007). En https://www.ejercito.cl/archivos/departamento_historia/cuaderno_3.pdf
[17] Los Subtenientes de La Concepción. La Tríada Heroica
[18] Testimonio de Miguel Ángel Reyes
[19] Chaparro W., Guillermos. Recuerdos de la guerra del Pacífico. En Cuaderno de Historia Militar N° 3 (2007). En https://www.ejercito.cl/archivos/departamento_historia/cuaderno_3.pdf
[20] A ella la llamaban Mama Grande
[21] Antonia Moreno de Cáceres, Recuerdos de la Breña


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